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Francisco Franco, en la Catedral de Santiago de Compostela. — Archivo

Del ‘Matarrojos’ franquista a la ‘criatura’ de Fraga: así se inventó el Camino de Santiago

El historiador Xosé Miguel Andrade desmonta en un libro los mitos y falsedades de las peregrinaciones a Compostela.

¿Cómo apareció el supuesto cadáver del apóstol Santiago en Compostela 800 años después de su muerte en Jerusalén? La respuesta se adentra en el territorio de lo fantástico, como otros muchos aspectos de la figura del santo, desde la cuestionada presencia de sus restos en la catedral hasta la operación política para convertir la capital de Galicia en un destino turístico como fin del Camino. En pleno franquismo, Manuel Fraga lo intentó como ministro de Turismo, aunque no lo logró hasta que fue investido presidente de la Xunta.

«La leyenda de la traslatio hay que entenderla dentro de las claves espirituales de la Edad Media. No podemos juzgar el pasado con la mentalidad del presente, pero no deja de ser una historia fantasiosa», explica Xosé Miguel Andrade Cernadas, quien ha desmontado los mitos y falsedades en el libro As peregrinacións a Compostela (Xerais), donde subraya que hubo que esperar a 1884 para que León XIII confirmase que los restos pertenecían al apóstol, «pese a que el informe pericial no era concluyente».

La invención del sepulcro por parte de la Iglesia se remonta a la Edad Media. El hallazgo fue aprovechado por los reyes cristianos para reforzar su poder y propició el voto de Santiago, «un tributo que debían pagar los campesinos en agradecimiento a su intervención en la inexistente batalla de Clavijo contra los musulmanes, que reportó grandes beneficios al arzobispado y al cabildo compostelano hasta 1812», aunque Francisco Franco lo reinstauró simbólicamente durante la guerra civil.

«Todo parte de un hecho fantasioso y fraudulento», añade el historiador coruñés, quien detalla en su libro cómo los supuestos restos del apóstol, perdidos desde 1589, fueron redescubiertos en 1879. Santiago, entonces, ya era un centro de peregrinación mundial gracias a que se conservaba el cuerpo íntegro, pese a que otras localidades presumían de contar con su cabeza o con sus manos. «Jerusalén, Nevers, Reading o Troyes se atribuyeron partes de la reliquia apostólica, pero el tamaño es lo que importa».

Sin embargo, el protestantismo europeo denunció hace cinco siglos el interés económico. Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero condenaron las indulgencias, que favorecían las peregrinaciones, consideradas por el teólogo alemán como una «muestra de la superstición y de la ignorancia religiosa de los hombres de su tiempo». Tomás de Kempis, crítico con la religiosidad ritualista, escribió: «Quien mucho peregrina raramente se santifica». Xosé Miguel Andrade Cernadas recuerda que «siempre hubo escepticismo alrededor de la cuestión jacobea».

Los papas fueron «muy reacios» a reconocer la existencia del sepulcro y tampoco se dejaron caer por él, aunque también es cierto que «apenas se movían de Roma», hasta el punto de que Juan Pablo II fue el primero en visitar Santiago en el año santo jacobeo de 1982. Allí, parafraseó la cita apócrifa de Goethe «Europa se hizo peregrinando a Compostela», adonde regresaría en 1989 durante la Jornada Mundial de la Juventud. Un empujón promocional del papa viajero, cuyo recorrido abarcó doce localidades españolas en solo diez días.

«Marcó un hito de referencia en la peregrinación a Compostela. Ahora bien, su repercusión en la cifra de peregrinos no fue inmediata. Tampoco podría calificarse como un bum, pero llamó la atención de los sectores más tradicionales y conservadores del catolicismo», reflexiona el catedrático de Historia Medieval en la Universidade de Santiago de Compostela, quien destaca que Paulo Coelho, tras publicar en 1987 El peregrino de Compostela, convocó al rebaño «new age y espiritual posmoderno».

El libro se convertiría en un best seller mundial y contribuiría a alimentar el mito justo cuando Manuel Fraga se hacía con el poder en Galicia y promovía el Xacobeo 93, aunque el presidente de la Xunta ya había intentado, como ministro franquista de Turismo, impulsar el año santo de 1965. Casi tres décadas después, se consolidaba el relato franquista, cuyo «fondo ultramontano y reaccionario alimentó los valores que animaron a la tradición jacobea hasta la muerte de Franco», escribe el historiador Isidro Dubert en el prólogo.

«El bando nacional recupera su viejo perfil de santo guerrero y lo identifica con una imagen identitaria en su Santa Cruzada contra la Segunda República. Pasamos del Santiago Matamoros al Santiago Matarrojos, como refleja la escultura de un musulmán con cara de Lenin bajo el caballo del apóstol que había en una iglesia de Huelva. Franco visita la catedral en 1938 para ganar el jubileo y dar las gracias por la evolución de la contienda, una clara apropiación del santo en beneficio propio. Y luego impone su recuperación como patrón de España», detalla el medievalista.

Xosé Miguel Andrade Cernadas, autor del libro 'As peregrinacións a Compostela'.
Xosé Miguel Andrade Cernadas, autor del libro ‘As peregrinacións a Compostela’. — Xerais

As peregrinacións a Compostela muestra cómo los valores del Camino son redefinidos en función de los intereses del poder y de la Iglesia. «Cada época tiene un sesgo distinto: una peregrinación caballeresca en la Edad Media, una peregrinación picaresca en la edad moderna y una peregrinación multitudinaria y new age en la época contemporánea», enumera Andrade Cernadas, quien ironiza con la imagen que tenían las autoridades franquistas de los peregrinos. «Vagabundos y gente de poco fiar, lo que evidencia que durante el nacionalcatolicismo las peregrinaciones eran casi inexistentes».

En los noventa, el presidente de la Xunta vuelve a ensayar el experimento de 1965 y contempla el Camino de Santiago como un motor económico. «El Xacobeo fue una respuesta fraguiana a los fastos de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. Un posible recurso para desarrollar un turismo espiritual y cultural, alternativo al de sol y playa. Es evidente que Fraga es el padre de la criatura, aunque seguro que se vio sorprendido por su resultado en términos numéricos», cree el historiador.

«Cuantitativamente ha sido un éxito incontestable. Sin embargo, cualitativamente es otra cuestión. Al margen de la repercusión en Santiago y en los últimos kilómetros del Camino, no tengo tan claro que repercuta de manera trascendental en la economía gallega ni en la de otras provincias españolas. Prefiero ser cauto, porque soy un historiador y no un economista, pero tampoco ha contribuido a frenar la sangría demográfica, pese a que la Xunta y los medios públicos nos bombardean a diario con los supuestos beneficios», critica el medievalista.

Xosé Miguel Andrade también se muestra preocupado por la «jacobeización que sufre la vida cultural gallega, como si la Galicia medieval girase alrededor del sepulcro del apóstol y de las peregrinaciones». Ese fue uno de los motivos que lo llevaron a escribir este libro, pues considera que, por muy importante que fuese en la Edad Media, «resulta absurdo reducirlo todo al Camino» y que oculte otras realidades de la época. Por no hablar de que algunas rutas reconocidas por la Xunta carecen a su juicio de base histórica.

Finalmente, el historiador coruñés aborda los perjuicios que provoca el «turismo masivo e invasor», que según él podría llevar a la criatura a morir de éxito. «El compostelano de a pie no es muy fan de las peregrinaciones masivas», concluye Andrade Cernadas, quien se pregunta cómo afecta a la vida de los ciudadanos el Camino de Santiago desde la primavera hasta el otoño. «Para muchos, es insoportable. De ahí que la turismofobia, aunque no sea exclusiva de la capital gallega, tenga fácil explicación».

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