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Del ‘burkini’ al burka

Una de las palabras en boga este verano parece ser burkini, es decir, la prenda de baño que cubre prácticamente todo el cuerpo de algunas mujeres musulmanas…

Una de las palabras en boga este verano parece ser burkini. Es decir, la prenda de baño que cubre prácticamente todo el cuerpo de algunas mujeres musulmanas. Varias ciudades de Francia lo han prohibido ya en sus playas. Y el ministro del Interior, Manuel Valls, ha apoyado tales iniciativas y ha añadido que este bañador simboliza la esclavización de las mujeres. Ciertamente, el burkini es una prenda a contra corriente en la sociedad occidental. En los últimos decenios, que han sido los de la liberación de la mujer, los trajes de baño femeninos han evolucionado de más a menos. Por ello muchos ciudadanos miran con extrañeza esta prenda. Por otra parte, la llegada masiva de inmigrantes musulmanes a Europa y la reacción populista han creado un clima propicio para el rechazo a este tipo de vestuario.

El debate sobre el burkini, tanto por su grado de implantación como por su propia naturaleza, tiene todavía un componente anecdótico. No lo tiene, por el contrario, el debate sobre el burka, la prenda impuesta en la sociedad talibán, que cubre todo el cuerpo de la mujer y todo su rostro. Francia lo prohibió en los espacios públicos hace ya unos años. Y el ministro del Interior de Alemania, Thomas de Mazière, anunció ayer su propósito de prohibirlo parcialmente y erradicarlo de escuelas, universidades, guarderías e instituciones públicas; también cuando se conduzca un vehículo. Su argumento se basa en la convicción de que mostrar la cara es una norma básica de convivencia en la sociedad alemana. La canciller Angela Merkel comparte la opinión del ministro. A su entender, el velo completo –un concepto en el que podría incluirse el niqab– no contribuye a la integración, que debería ser el objetivo tanto de los nativos de Alemania como de cuantos han decidido afincarse allí. En cambio, los socialdemócratas que gobiernan en coalición con los democristianos encabezados por Merkel discrepan. A su modo de ver, no caben intromisiones en la libertad indumentaria.

El debate es tan apasionante como complejo. En él intervienen factores relacionados con la libertad religiosa, la igualdad de género, las tradiciones seculares, las oleadas migratorias e incluso el terrorismo. Hay motivos para tomar partido por un bando o por el otro. Parece obvio que en países con tradición laica la exhibición del burka está fuera de lugar, particularmente en los espacios públicos. Y no sólo por lo que tiene de ostentación religiosa, sino por lo que tiene de discriminatorio hacia la mujer: no hay burka para hombres ni exigencia alguna en la cultura islámica de que observen tan extremo recato. En el otro bando, personas partidarias del burka o del burkini afirmanque al vestirlos sólo honran sus tradiciones y ejercen su libertad. Esto último nos parece opinable: la libertad para vestir estos velos no halla su correlato en la libertad, en términos generales, de la que gozan las mujeres musulmanas, todavía muy lejos de los progresos sociales y laborales conquistados por las mujeres occidentales.

El debate, además de apasionante y complejo, es delicado. La convivencia, que es una aspiración prioritaria de la sociedad globalizada –y, como tal, diversa–, no se construirá sobre imposiciones de ningún tipo. Hay que acercarse todo lo posible a las soluciones de consenso. Y para avanzar hacia ese objetivo quizás sea mejor acordar políticas conjuntas de toda Europa, fundamentadas en sus valores, derechos y libertades, que delegarlas en gobiernos municipales o regionales.

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