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«Dejad que los niños se acerquen a mí» y veréis lo que es bueno

Según el evangelio de Mateo, en cierta ocasión dijo Jesús a sus discípulos:

-“Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos”[1].

¡Qué palabras tan bondadosas y tan llenas de cariño y de amor por los niños! Y la verdad es que, como todos hemos sido niños en algún tiempo, podríamos sentirnos satisfechos y felices como receptores de tales mensajes. Sin embargo, con el paso del tiempo hemos dejado de serlo y, sin saber por qué, parece que hemos perdido aquella inocencia que nos hacía dignos de entrar en el reino de los cielos. Pensándolo bien, habría sido mejor para todos que Dios nos hubiera llevado con él cuando todavía éramos niños y así estaríamos gozando de la felicidad eterna en lugar de vivir esta vida miserable con el riesgo constante de no figurar en la lista de los elegidos.

1.Pero el caso es que, teniendo en cuenta que la secta católica considera que Jesús es Dios y que ese Jesús-Dios se identifica con el Yahvé-Dios del Antiguo Testamento, resulta curiosamente desconcertante que la actitud de Jesús respecto a los niños fuera tan radicalmente distinta de la que tuvo antes Yahvé en el Antiguo Testamento, donde no sólo la lejanía que Yahvé mantiene con su pueblo es abismal sino que ni siquiera se puede mirar a Yahvé de frente y el simple hecho de mirar “el arca de Yahvé” aparece como un delito castigado con la muerte.

En efecto, en este sentido Yahvé advierte a Moisés:

“me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver”[2] …pues aquél que ve a Dios de frente muere.

Igualmente, la actitud de Yahvé frente a Uzá es realmente de un despotismo incalificable y absurdo, al castigarle con la muerte por haber ayudado a impedir que el arca de la alianza cayese del carro en que la llevaban:

 “Uzá sujetó el arca de Dios con la mano, porque los bueyes la hicieron tambalearse. Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá. Y allí mismo lo hirió, muriendo por su atrevimiento junto al arca de Dios[3].

El absurdo reaparece cuando en otro momento Yahvé no sólo castiga con la muerte por el hecho de tocar el arca –incluso con la intención de protegerla-, sino por el simple hecho de mirarla:

“El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos. El pueblo hizo duelo por el gran castigo que les había infligido el Señor”[4].

Y, si Yahvé castigó con la muerte no a quienes ni siquiera pretendieron verle a él directamente sino sólo proteger el arca impidiendo que cayese, o a quienes simplemente la miraron, resulta realmente imposible entender que ese mismo Yahvé, transfigurado posteriormente en el Dios-Jesús, exhortase a sus discípulos con aquellas palabras tan llenas de amor a los niños que no sólo no exigen que se mantengan alejados de él, sino que les exhorta venir junto a él, diciendo:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Sin embargo y a pesar de esta actitud tan contradictoria, los inspirados dirigentes de la secta católica insisten en que el Dios-Yahvé y el Dios-Jesús son un mismo Dios.

Si uno se pregunta por qué esa insistencia de los hechiceros cristianos en defender el valor de una barbaridad tan clara, parece evidente que la explicación de esta defensa se relaciona con la comprensión de los judíos fundadores del cristianismo de que, si se hubiesen desligado por completo de la tradición judía y de la creencia en Yahvé como su Dios, les habría resultado prácticamente imposible triunfar como movimiento religioso, de manera que para desligarse de la religión judía tradicional tuvieron la astuta precaución de presentarse como sus auténticos continuadores, presentando a Jesús como el “Hijo de Dios”, enviado por él, para salvar al pueblo judío de sus opresores, y para salvar también a toda la humanidad.

No obstante la crueldad de la nueva forma de su Dios, convertido en Jesús, siguió siendo la misma o mayor incluso que la de Yahvé, en cuanto los últimos e inspirados escritores bíblicos tuvieron la genial idea de inventar la venganza de todas las venganzas, el fuego eterno del Infierno, al que Jesús envía a los ángeles rebeldes y a todo el que no crea en su propia divinidad.  

2.Por otra parte, podría creerse que, a pesar de que en estos textos del Antiguo Testamento Yahvé mantiene las distancias respecto a su pueblo en general, hasta el punto de llegar a fulminar y matar a quien tiene la osadía de mirar el arca de la alianza, sin embargo su actitud con los niños pudo haber sido de una mayor proximidad y amor. Pero, ¿fue realmente ésa la actitud de Yahvé, según los autores del Antiguo Testamento? La respuesta a esta pregunta es no. La actitud de Yahvé en relación con los niños no fue diferente de la que tuvo con los adultos antes mencionados, tal como puede verse a través de textos como el que defiende la condena a morir lapidados a los hijos desobedientes, o a través de aquellos otros en los que, como luego se verá, en múltiples ocasiones Yahvé no tiene ningún reparo en matar cruel y despóticamente a los hijos de los enemigos de su pueblo.

2.1.Así, respecto a los hijos desobedientes dice un texto de Deuteronomio:

 “Si uno tiene un hijo indócil y rebelde, que no hace caso a sus padres, y ni siquiera a fuerza de castigos obedece, su padre y su madre lo llevarán a los ancianos de la ciudad, a la plaza pública, y dirán a los ancianos de la ciudad: “Este hijo nuestro es indócil y desobediente, no nos hace caso; es un libertino y un borracho”. Entonces todos los hombres de la ciudad lo apedrearán hasta que muera”[5].

¡Qué modo más sencillo de librarse de los hijos cuando su conducta resulta problemática! ¡Tanta preocupación de la Pedagogía por la educación de los hijos y nadie había reparado en que la solución más natural se encontraba en la Biblia, pues, muerto el perro, se acabó la rabia! Y, efectivamente, con la muerte del hijo terminaban los problemas que su comportamiento planteaba, pero que el método para acabar con tales problemas tuviera que ser el de acabar con la vida del hijo no parece que fuera la mejor expresión de afecto que hubiera podido recibir un hijo.

2.2.En el Antiguo Testamento son constantes las ocasiones en que los niños no representan ningún valor por sí mismos sino que sólo son un simple instrumento del que Yahvé se sirve para castigar o para vengarse de sus padres de un modo especialmente cruel y sanguinario, haciéndoles morir por motivos realmente triviales o sin motivo de ninguna clase.

2.2.1.Así y a diferencia de lo que sucede en el evangelio de Mateo, en diversos momentos los niños son castigados con la muerte por faltas realmente triviales, cuyo relato sirve entre otras cosas para comprender hasta dónde alcanzó ya en aquellos tiempos el poder de los sacerdotes y de los profetas. En efecto, en 2 Reyes se cuenta:

 “De Jericó, Eliseo fue a Betel. Según iba por el camino, unos chiquillos salieron de la ciudad y se pusieron a hacerle burla. Le decían:

-¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!

Él se volvió, los miró y los maldijo en el nombre del Señor. Entonces salieron del monte dos osas y despedazaron a cuarenta y dos de aquellos chiquillos”[6].

Resulta sorprendente aquí la enorme distancia entre el amor que Jesús manifiesta a los niños en el evangelio de Mateo y la más que exagerada dureza con que les castiga por sus burlas infantiles, que determinaron la maldición del profeta y la muerte de cuarenta y dos de aquellos niños.

Así que, teniendo en cuenta que, según los dirigentes de la secta católica, Jesús, que había pronunciado la frase “dejad que los niños se acerquen a mí”, se identificaba con Yahvé, aquél cuyo poder habría determinado que se cumpliese la maldición del profeta Eliseo contra aquellos cuarenta y dos niños, resulta igualmente paradójico el hecho de que, a la inversa, las palabras del evangelio de Mateo habrían sido pronunciadas por Yahvé, un lobo disfrazado de cordero, el dios vengativo y cruel del Antiguo Testamento, el mismo que, por cierto, bajo la figura de Jesús, castigaría más adelante al fuego eterno del infierno con la mayor naturalidad del mundo.

2.2.2.En otros momentos la crueldad despótica de Yahvé alcanza límites insuperables, de manera que sus asesinatos de niños no tienen otra justificación que la despótica crueldad de Yahvé según la cual

“castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación”[7].

 Y es en este contexto en donde se sitúa su “condena al rey David” por su culpa ante Yahvé, que no recae en el propio rey, sino en uno de sus hijos recién nacido, tal como se narra en el texto siguiente:

“David dijo a Natán:

-He pecado contra el Señor.

Entonces Natán le respondió:

-El Señor perdona tu pecado. No morirás. Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo, morirá el niño que te ha nacido […] Al séptimo día murió el niño”[8].

¡Qué decisión tan justa y tan sabia la de Yahvé, quien, para no castigar el pecado de su amado rey David, tiene la delicadeza de castigar a su hijo, que paga con su vida el pecado de su padre![9]

Podría pensarse que aquella decisión de Yahvé habría representado una bárbara crueldad y que era imposible que Yahvé hubiese decidido actuar de ese modo, pues representaría una injusticia monstruosa y un desprecio absoluto por la vida de aquel niño al hacerle pagar por la culpa de su padre. Sin embargo, los dirigentes de la secta católica proclaman que la sabiduría divina es infinita y que además no existe ninguna justicia o injusticia que esté por encima de la voluntad de Yahvé, quien puede hacer lo que le plazca porque sus deseos son anteriores, superiores y fundamento de lo justo y de lo injusto, y de cualquier valor moral. En este sentido, la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”[10], aceptada en el Antiguo Testamento, aparece como una insignificancia al lado de esta barbaridad en la que el castigo por una falta no recae en quien la comete sino en su hijo recién nacido, que nada tiene que ver con dicha falta y cuya vida se desprecia de manera absoluta.

No obstante, conviene tener en cuenta igualmente que en el Antiguo Testamento el niño, al igual que la mujer y que el esclavo, es en la práctica un simple objeto, una cosa, un medio que puede utilizarse para castigar a su dueño, de manera que no representa un valor en sí mismo cuya vida deba ser respetada, pues es una simple cosa en las manos de Yahvé, que puede hacer con él lo que quiera. Tal anécdota tiene especial importancia además porque en líneas generales, cuando se escribe el Antiguo Testamento –y más concretamente el libro 1 Samuel, del que se está hablando-, la idea de la existencia de otra vida más allá de la muerte todavía no había surgido, por lo que la muerte representaba un daño irreparable y especialmente cruel.

La indiferencia que muestra el texto citado respecto a la vida de ese niño es realmente asombrosa. ¡Y esa indiferencia es la que, según el escritor de este libro, habría tenido el Dios-Yahvé! ¡Y ese Dios-Yahvé es el mismo que, posteriormente encarnado en Jesús, habría pronunciado la frase:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”!

Esta identificación entre Yahvé y Jesús podría parecer cuanto menos sarcástica y contradictoria, pero en realidad y, aunque en principio no lo parezca, no existen diferencias esenciales entre ambos personajes, pues si Yahvé es un dios déspota, cruel y vengativo, Jesús, a pesar de sus palabras de mansedumbre y de amor hacia los niños, es el personaje que envía al fuego eterno a todo el que no cree en él, y, en este sentido, sigue los pasos de su antecesor Yahvé, con quien los dirigentes católicos lo identifican, de manera que sus dulces palabras respecto a los niños sólo reflejan una aparente debilidad respecto a su persistente crueldad.

2.2.3.Hay además en el Antiguo Testamento toda una diversidad de momentos en los que Dios-Yahvé, a través de sus sacerdotes, supuestos emisarios de sus órdenes, ordena a los ejércitos israelitas no sólo destruir a sus enemigos, sino también “estrellar a sus hijos”, “violar a sus mujeres”, o simplemente matar a sus mujeres, ancianos, niños mayores y “niños de pecho”, tal como se refleja en textos como los siguientes:

-“Oráculo contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión: […] Al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra ellos a los medos […] sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”[11].

-“Así dice el Señor todopoderoso: […] Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas sus pertenencias sin piedad; mata hombres y mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”[12].

¡Y ese Dios-Yahvé, ese “Dios todopoderoso”  y “todosanguinario”, es quien luego, disfrazado de Jesús” habría dicho aquellas palabras:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”!

Quizá algunos podrían tratar de ser comprensivos con textos como éste y decir: “No hay que hacer caso de toda estas narraciones, pues se trata de textos pertenecientes a un periodo muy antiguo de la historia del pueblo judío en la que las mentes de aquel tiempo todavía no estaban preparadas para asumir principios morales basados en el amor”. Pero una justificación como ésa no tendría sentido alguno en cuanto es el propio Yahvé quien actúa desde el desprecio más absoluto a cualquier principio moral mínimamente digno de recibir ese nombre. El pueblo hubiera podido ser primitivo y bárbaro, pero no tiene ningún sentido que aquél que hubiera debido servirle de guía para la interiorización de principios morales como el del amor, la tolerancia y el respeto a la vida, fuera por el contrario quien se aplicase del modo más sanguinario imaginable a la práctica de los crímenes más horrendos imaginables contra las mujeres, los ancianos y los niños.

¡Qué sarcasmo el de la secta católica cuando proclama la existencia de una identidad entre aquel despótico Yahvé y Jesús, quien pronunció aquellas palabras:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”

Y de nuevo en el Antiguo Testamento se dice: 

“Y el Señor […] dijo [a Jeremías]: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan […] no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”[13].

¡Qué incoherencia, la de poner posteriormente en boca de ese Dios cruel y déspota, al que los dirigentes católicos identifican con Jesús, aquellas otras palabras tan incompatibles con las anteriores:

“Dejad que los niños se acerquen a mí!

Y, de nuevo, se dice en el Antiguo Testamento:    

 “El Señor me habló así:

– “No te cases; no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor de los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra”[14].

¡Qué bárbara contradicción y qué hipocresía más absoluta que ese Dios-Yahvé, que mata y convierte en estiércol a los niños, luego, transfigurado en Dios-Jesús, hable con esas palabras tan mansas y amorosas:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”!

¡Y los dirigentes de la secta católica proclaman que se trata del mismo Dios! Evidentemente, la contradicción entre el Dios-Yahvé y el Dios-Jesús no representa ninguna novedad, pues hay un conjunto innumerable de contradicciones en la secta católica y ésta sólo sería una más entre tantas.

Y, de nuevo en el Antiguo Testamento, el mismo Yahvé, el dios que manda amar al prójimo como a uno mismo, es quien a la vez ordena:

“-Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”[15].

Y dicen los sabios hechiceros de la secta católica que ese Yahvé, ese Dios que ordena “matar sin compasión y sin piedad” es el mismo que, adoptando figura humana en la persona de Jesús, exhorta a sus discípulos diciéndoles:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Pero, de nuevo en el Antiguo Testamento Yahvé, el dios todopoderoso, dice con su habitual “mansedumbre”:

“Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y

se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarlos”[16].

Y ese Yahvé, tan bueno y amoroso él, que predetermina y ordena el canibalismo, de forma que se devoren unos a otros, es quien, disfrazado de cordero en la figura de Jesús, según proclaman los inspirados brujos de la secta católica, habría pronunciado más adelante:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Pero de nuevo ese Yahvé, tan infinitamente compasivo y justo, insistiendo en su afición a contemplar el canibalismo humano, muestra su absoluta bondad sentenciando con su habitual justicia y amor:     

“los padres se comerán a sus hijos, y los hijos a sus padres”[17].

Y proclaman los sabios príncipes de la secta católica que ese Yahvé, tan bondadoso él, es el mismo Dios que bajo la figura de Jesús, el buen pastor, dice a sus discípulos:

“Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Pero, aunque parezca imposible, seguramente los inspirados hechiceros de la secta católica deben de tener razón en lo que dicen, pues, al fin y al cabo, es ese Jesús quien condena al fuego eterno a casi toda la humanidad. Así que, ¿qué oscuro y absurdo interés podía tener aquel Jesús de los infiernos en que los niños se acercasen a él?

3. “Dejad que los niños se acerquen a mí”: Su sentido más actual.

Dicen los evangelios: “Por sus obras los conoceréis”. En este mismo sentido también el sentido de una palabra o de una frase hay que buscarlo en su uso, tal como señaló Wittgenstein. Así que, ¿qué es lo que hacen los curas con esos niños que se acercan a ellos o esos niños a los que ellos se acercan? Pues esencialmente ejercen sobre ellos dos formas de pederastia, la física y la mental. La pederastia física parece que se ha puesto de modo en los últimos años –o al menos el conocimiento de su existencia más que ocasional. En los últimos años se han descubierto una multitud de casos de curas y de obispos que se han obsesionado sexualmente y han abusado de niños que tenían a su cargo en colegios o en otros lugares. Es bastante probable que esa forma de pederastia sea consecuencia –al menos en parte- de la falta de vida sexual a que, según la normativa de los dirigentes católicos, los curas están obligados. También podría estudiarse hast qué punto el hecho de haber elegido la profesión de cura esté condicionado de algún modo por alguna anomalía sexual previa que provoque en determinado tipo de curas el impulso obsesivo de abusar de niños indefensos.

La gravedad de estos hechos es mucho mayor de lo que parece, en cuanto desde las altas jerarquías de la iglesia católica en lugar de condenar estos hechos y de sancionar a sus autores, ha intentado ocultarlos durante mucho tiempo, hasta que se han convertido en un escándalo conocido por todos. Mientras los casos de abusos sexuales contra niños no se hacían públicos, los dirigentes católicos tomaban como medida grave la de trasladar de parroquia al cura pederasta y no daban mayor importancia a los casos que llegaban a su conocimiento, pues lo que necesitaban era curas como mano de obra barata para su labor de proselitismo, al margen de lo que hiciera o dejara de hacer con su vida sexual o con la de los niños que caían en sus manos. Sin embargo, como en los últimos años se ha dado a conocer la existencia de un número de casos de pederastia realmente muy llamativo, los dirigentes católicos han tenido que reaccionar de algún modo de cara a la sociedad, pidiendo perdón por esos casos y aparentando que están realmente preocupados por este problema y que van a tratar de solucionarlo, lo cual es mucho suponer, especialmente si se tiene en cuenta que entre esas altas jerarquías  figura un considerable número de pederastas.

Pero hay otra forma de pederastia, tan grave o mucho más que la primera. Se trata de la pederastia mental. Lo más asombroso de ella es que se encuentra instalada en nuestra sociedad desde tanto tiempo que son pocos quienes la han denunciado a pesar de su carácter tan dañino para las mentes de los niños, que desde esa edad infantil de los seis o siete años queda mentalmente castrada para toda su vida como consecuencia del adoctrinamiento recibido, del lavado de cerebro a que se les ha sometido durante esos años de la infancia en que su cerebro y su inteligencia no han tenido el desarrollo atural necesario para poder ser utilizado en su cotidiano enfrentamiento con los diversos problemas teóricos y pácticos de la vida. Ese adoctrinamiento es el que se pone en marcha a edades especialmente susceptibles de interiorizar de manera irracional pautas de conducta y valores que tendrán una priridad en su vida por mucho que se alejen de la racionalidad.

El adoctrinamiento religioso, la catequesis, la enseñanza dogmática del catecismo y de sus absurdos dogmas de fe representan el modo fundamental de machacar y triturar las mentes infantiles a fin de que nunca se fíen de su inteligencia y depositen su fe, su confianza en todo lo que quieran inponerles sus pederastas, por irracional y absurdo que sea. Siempre se les insistiraá en que, entre la fuerza de la razón y la autoridad de la fe, deben ser humildes y aceptar la autoridad de la fe, pues la razón humana es muy limitada y sólo la fe es la auténtica luz que podrá guiarles en el camino de la vida. Pero, evidentemente, los dirigentes católicos añadirán que ellos son los depositarios de esa fe que les ahorra tener que pensar por ellos mismos y vivir de acuerdo con su conciencia. Se les concederá que utilicen la inteligencia para las Matemáticas y para asuntos más o menos superficiales, pero, cuando se trate de plantear preguntas y respuestas de carácter realmente vita, para eso les dirán que la inteligencia –la suya- no vale nada y que lo que vale es la palabra de Dios de la que ellos son sus depositarios, por lo que lo esencial es que cultiven la fe en esa “palabra de Dios”, que no es otra cosa que el conjunto de consignas con que los dirigentes ejercen su pederastia mental cortando a los niños la posibilidad de desarrollar adecuadamente su inteligencia y de regirse por ella como aténticos seres humanos para convertirlos en simples “corderitos” obedientes a sus “pastores”.

Y, de este modo, la frase

“Dejad que los niños se acerquen a mí”

adquiere un sentido especialmente hipócrita, pérfido y siniestro, pues, lejos de representar una manifestación de amor y un ofrecimiento de auténtica ayuda para el pleno desarrollo intelectual de la infancia en un clima de libertad y de tolerancia, constituye una hipócrita invitación a los padres para que permitan que los curas y catequistas se encarguen de inhabilitar las mentes de sus hijos a fin de evitar que en el futuro, cuando sean adultos, sean capaces de pensar y dirigir sus vidas por sí mismos, encauzándoles a seguir ciegamente las consignas interesadas de la secta del Vaticano, con sus intereses, que nada tienen con la búsqueda de la verdad sino con la lucha por impedir este avance, que finalmente contribuiría a poner de manifiesto la sarta de mentiras y contradicciones en que se basa la religión y daría paso a la denuncia de quienes mediante sus mentiras disfrazadas de “dogmas de fe”, sólo han buscado su enriquecimiento económico y su incremento de poder político a costa de lo que sea y de quien sea a lo largo de toda su historia.    

4. Corolario. Al contemplar la falta de escrúpulos de Yahvé en segar la vida de tantos inocentes niños de pecho, sin miramiento de ningún tipo y sólo como una forma de venganza contra el proceder de sus padres, uno se pregunta: ¿A qué viene, pues, el hipócrita escándalo de los dirigentes católicos cuando aparentan horrorizarse por asuntos tales como el de la legalización del aborto? Si Yahvé asesinaba sin miramiento ninguno a niños recién nacidos o incluso ordenaba que se los estrellase o que fueran devorados por sus padres, ¿qué importancia puede tener que los hombres aprueben leyes que simplemente interrumpan la formación de esos niños en sus fases iniciales? Además, mientras que los niños asesinados por Yahvé ni siquiera tenían la compensación de otra vida, pues son muy pocas las ocasiones en que en el Antiguo Testamento se hace referencia a la existencia de esa otra vida, en la evolución de la religión judía y en las sectas cristianas se acepta como dogma de fe la existencia de la vida eterna, que comienza después de la muerte terrenal. Y así, mientras los asesinatos divinos habrían sido simples asesinatos y muerte definitiva de aquellos niños, en los casos de interrupción del embarazo, aun desde el supuesto muy discutible de que todo aborto lo sea de una vida actualmente humana –y no sólo potencialmente-, tal acción simplemente representaría un simple tránsito de un feto, que, liberado de su condena a tener que pasar por “este valle de lágrimas”, por “este destierro”, atravesando el peligro de ser finalmente condenado al fuego eterno, se le enviaría a gozar directamente de la felicidad eterna, y con mucha mayor seguridad desde que en los últimos años los dirigentes católicos han dejado vacío el famoso “Limbo” enviando al Cielo a sus teóricos habitantes, entre los cuales se habrían encontrado los niños muertos sin bautizar.     


[1] Mateo 19:14.

[2]Éxodo 33:23. Resulta curiosamente antropomórfica la aclaración de que Yahvé tenga espaldas, pues aquí no se habla de Dios hecho hombre sino del propio Yahvé que, en teoría sería inmaterial y simple, por lo que es ridículamente absurdo hablar de Dios visto de frente o visto de espaldas.  

[3]2 Samuel 6:6. Parece que la explicación más lógica de este suceso consiste en que los sacerdotes pretendían que el pueblo permaneciese alejado de la posibilidad de descubrir la comedia montada en torno al carácter sagrado del arca y de la incomunicabilidad de Yahvé con su pueblo, a no ser por la mediación exclusiva de sus sacerdotes, tal como siguen pretendiendo los actuales dirigentes de la secta católica.

[4] 1 Samuel 6:19.

[5] Deuteronomio 21:18-21.

[6] 2 Reyes 2: 23-24.

[7] Éxodo 34:7.

[8] 2 Samuel 12:13-18.

[9]Un aspecto marginal de esta anécdota es que en ella se dice que el niño le ha nacido a David y no a la madre del niño, que, al parecer, no pinta nada. Tal enfoque de esta cuestión es una muestra más del machismo tan absoluto dominante en la sociedad judía de aquella época, del que ya he hablado en otro momento.

[10] Éxodo 21:24; Levítico 24:20.

[11] Isaías 13:1-18.

[12] 1Samuel 15:3.

[13] Jer 14:14.

[14] Jeremías, 16:1-4.

[15]Ezequiel 9:5-6.

[16] Jeremías, 19:9.

[17] Ezequiel 5:8-9.

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