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Declaración de Principios del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos (ILEC) en Argentina

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DEL INSTITUTO LAICO DE ESTUDIOS CONTEMPORANEOS

A los fines de la  debida  comprensión  de  nuestro pensamiento  deseamos dejar sentados en este documento los conceptos referidos a lo que constituye el objeto central de la actividades del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos “ ILEC Argentina: la difusión de los ideales del laicismo y su inserción en el mundo actual.
Para ello, es nuestro firme propósito:

  1. Propiciar  estudios culturales de inspiración laica y su divulgación.
  2. Crear y administrar centros de estudio y de investigación, Bibliotecas, Centros de documentación y bases de datos relacionados con la problemática del laicismo, al nivel nacional, regional e internacional.
  3. Realizar encuentros, seminarios, simposios, cursos y eventos.
  4. Editar, imprimir, distribuir folletos, boletines, revistas, periódicos y libros y en general producir y hacer uso de todo tipo de medios audiovisuales.
  5. Otorgar, sin cargo alguno,  atención profesional especializada individual y grupal en la temática laica
  6. Promover la organización y participación ciudadana en sus diversas formas o niveles.
  7. Asociarse, en forma transitoria o permanente, con otras instituciones nacionales, extranjeras, regionales y/o internacionales que persigan fines análogos.
  8. Colaborar con instituciones públicas privadas y municipales, en materias que les sean comunes.
  9. Proponer a las autoridades competentes el dictado y la modificación de disposiciones legales y reglamentarias que propendan al desarrollo social, en el ámbito propio de la competencia de la Organización.

Por cierto que estamos a plena disposición de todos aquellos que nos consulten o nos hagan llegar sus inquietudes o trabajos, a través de nuestra  página digital (http://ilec-argentina.org/) y en nuestra sede, sita en la calle Boedo 1115, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Así detallados los  campos de acción y de contacto que poseemos,  precisaremos seguidamente algunos aspectos de nuestro ideario.

LAICISMO Y CIUDADANÍA 

El Laicismo es un concepto eminentemente político, en tanto constituye una forma de entender y de construir la esfera de lo público. El laicismo, como forma de intervención social, tiene por principal objeto la ampliación y el fortalecimiento de los espacios de ciudadaní­a.
Por un lado, el laicismo expresa una voluntad explícita de crear y apuntalar todas aquellas instituciones y prácticas que permitan a todas las personas acceder a los beneficios de una sociedad más libre, equitativa y solidaria,  con total prescindencia de las opciones confesionales de aquéllas, las que quedan exclusivamente reservadas al ámbito de su intimidad.
En una segunda acepción, el laicismo expresa la necesidad de garantizar a cada individuo la elaboración personal de sus propias concepciones acerca de la vida, basadas en el libre pensamiento y exámen y despojadas de toda alusión dogmática o sobrenatural.

LAICISMO Y SECULARIZACION

La secularización es el proceso de completa escisión entre orden político y adscripción confesional. Al respecto debe señalarse que la secularización en nuestro país es la historia de un proceso inconcluso. A las primeras acciones de separación funcional entre Gobierno e Iglesia, llevadas a cabo con un grado aceptable de eficacia por aquellas generaciones que tuvieron a su cargo la creación del estado moderno en Argentina, le siguieron movimientos de flujo y reflujo, marchas y contramarchas, que impidieron que tal proceso pudiera verse concluido con un éxito definitivo. Desde entonces -y con mayor o menor grado de ascendencia, según las épocas y las circunstancias- la Iglesia ejerció (a la par de sus tareas estrictamente confesionales), un significativo papel de presión sobre el sistema político, sea como actor directo de sucesos históricos bien conocidos, sea aplicando su poder de veto sobre decisiones que son de exclusiva competencia de los poderes públicos legítimamente constituidos.
La acción del laicismo no trata, por cierto, de agitar perimidos sentimientos antirreligiosos, sino de remover los obstáculos, pequeños o grandes, que impiden la construcción de una sociedad auténticamente republicana, pluralista y tolerante, en donde las creencias religiosas y sus instituciones confesionales vuelvan a circunscribirse a su ámbito natural, que es el de las esferas de las acciones privadas.
Es por ello que, hasta tanto persista la injerencia real o potencial de cuestiones confesionales y dogmáticas en los asuntos públicos, el laicismo (como corriente de reflexión y acción) habrá de mantener su vigencia y actualidad.

LAICISMO, TOLERANCIA Y LIBRE EXAMEN

El libre examen es el valor del laicismo por excelencia. Implica no sólo la ratificación de un derecho primordial del individuo, consagrado y garantizado en nuestras leyes, sino la afirmación del deber de no sujetarse al precepto de ningún dogma o prejuicio procediendo, en cambio, con espíritu crí­tico frente al debate e intercambio de las ideas.
Junto con el libre examen, el laicismo propugna la tolerancia. La tolerancia no implica la aceptación pasiva y aquiescente de ciertas verdades reveladas o impuestas, sino la adquisición de las certezas relativas que surgen de la franca discusión de ideas antagónicas. Significa, en definitiva, admitir el  pensamiento ajeno pero no necesariamente para adoptarlo sino para incorporarlo a nuestro razonamiento y, luego, aceptarlo o dejarlo.
En cuanto concepto político, la tolerancia significa, en primer lugar, el respeto hacia las personas -en tanto como sujetos portadores de ideas, de creencias y de convicciones-, y en segundo lugar, la renuncia explícita a dirimir cualquier controversia filosófica o ideológica a través del ejercicio de la violencia.
El laicismo le asigna un fundamental valor a las diferencias, en tanto que son las diferencias –más que las afinidades- las que enriquecen el común patrimonio de una sociedad. El único límite que el laicismo se impone frente a las diferencias, a las confesionalidades y los particularismos, es que éstos no impliquen ni promuevan un atentado o una degradación de otras personas, ni que puedan ser utilizados como instrumentos que limiten su libertad ni que sirvan para la instauración o mantenimiento de políticas que afecten a la salud pública de la población como es, por caso, lo referido a la lucha contra el SIDA, la planificación familiar o  la paternidad responsable.
El pensamiento laico enarbola esta convicción sobre la base de una creencia que le es liminar y, a la vez, constitutiva: la construcción de una república y una ciudadanía verdaderamente democrática exige el libre pensamiento y examen como principio y la tolerancia como método de relación y convivencia.

LAICISMO E INCLUSION

El laicismo tiene su propia utopía, la de construir una sociedad verdaderamente humanista, donde el Hombre sea el centro, el medio y fin último del progreso moral, material e intelectual. Ello, claro está, como parte integrante de un ecosistema  al que debe respetar y mantener celosamente, pudiendo, dentro de esos parámetros, crecer y progresar hacia límites hasta ahora ignorados.
Una utopía semejante no puede llevarse a cabo en una sociedad profundamente fragmentada entre algunos pocos incluidos y una silenciosa mayoría excluida del disfrute de todo bien.
Que en un país como Argentina, naturalmente dotado para proveer alimentos a más de 400 millones de personas en el mundo, existan millones de compatriotas que padecen hambre, constituye un profundo problema de índole moral, no económica. Que luego de un siglo y medio de haberse creado el más extendido sistema de escolarización de toda América, existan compatriotas que aún no han logrado acceder a los beneficios de la educación, es una cuestión que debe analizarse con oprobio e indignación.
Argentina, crisol cosmopolita abierto a los cuatro polos de la humanidad, recibió en el pasado las corrientes migratorias de Occidente y recibe actualmente las que provienen de Oriente y de África. De estas corrientes surgieron y surgen las jóvenes generaciones argentinas. ¿Qué puente transcultural puede reunir a todos los ciudadanos cuya alianza fundamenta nuestra soberanía? ¿Cómo garantizar la igualdad, la integración y la absoluta libertad de conciencia de los diversos elementos que constituyen la Nación? La laicización y la neutralidad del espacio público ¿no es la única vía para que el Estado argentino pueda cobijar por igual a todos estos hombres y estas mujeres?
El laicismo propugna una sociedad donde todos y cada uno de sus miembros estén incluidos, como sujetos de derechos y responsabilidades, sin importar su condición social, sexual, cultural, intelectual o religiosa. Y la construcción de una utopía semejante se dirime en cada acción y pensamiento que sucede en el aquí y ahora; no en el más allá.

LAICISMO, LIBERTAD Y EQUIDAD.

El laicismo propugna y enfatiza que todo individuo tiene el derecho inalienable de gozar de la libertad de pensar y manifestarse, de asociarse, de gozar de sus bienes materiales, morales e intelectuales, de realizar su vida conforme a su elección.
El laicismo enfatiza la solidaridad social, a la que define como un compromiso de asistencia y responsabilidad mutuas entre todos los seres humanos. Para ello entiende que el poder público debe estar puesto al servicio de garantizar a cada ciudadano las herramientas que sirvan a la consecución de sus aspiraciones, y no actuar como un aparato que permita el sojuzgamiento de muchos por unos pocos.

UNA CULTURA LAICA PARA UNA MEJOR CIUDADANIA

La ciudadanía es un concepto dinámico al que se aspira y el que se conquista cada día. Es la prolongación de la emancipación individual hacia la sociedad, y es la conjunción de la ética de la libertad con la ética de la responsabilidad. Como señalara acertadamente Jean Paul Sartre: “El hombre nace libre, responsable y sin excusas”.
El laicismo propugna la más amplia libertad para todos y cada uno de los hombres, la equidad y el respeto frente a la diferencia, el freno frente al atropello de los poderosos, el reconocimiento de las mayorías con la salvaguarda de las minorías, el equilibrio entre identidad y diversidad, la erradicación de la violencia como rutina de las relaciones sociales, y la liberación del hombre de las ataduras materiales, morales e intelectuales que impiden su realización plena como sujeto.
El ideal laicista es, en definitiva, el viejo sueño inconcluso que nuestros padres fundadores plasmaron en el texto de nuestra Constitución. El sueño de asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.

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