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De la Inquisición como policía burocrática · por Federica Spotorno

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La idea más divulgada sobre la Inquisición, sobre todo en el imaginario popular protestante anglosajón,  la coloca como un obscuro aparato de represión de la Iglesia Católica en contra de librepensadores en materia religiosa como Giordano Bruno.

El revisionismo histórico revela que sus orígenes y su funcionamiento la aproximan más de un Tribunal Administrativo racionalista para castigar a los defensores de doctrinas irracionales y para limitar la arbitrariedad de los tribunales civiles.

Por otro lado, otras inquisiciones han estado y siguen funcionando como policía administrativa al servicio del poder político y financiero de turno. Inclusive en contra de los intereses y valores que dicen representar.

Roma y Persia

Entre los antecedentes conocidos de inquisiciones podemos contar a los del imperio Sasánida, sucesor del imperio Persa, en el siglo III y de Diocleciano, emperador romano entre los siglos III y IV, contra el maniqueísmo. Diocleciano decretó la hoguera contra los maniqueos junto con la de sus libros sagrados, supuestamente por considerar que los maniqueos sostenían que el mundo era creación de una divinidad negativa y que merecía ser destruido.

No por azar, la persecución romana de los maniqueos coincidió con un reparto imperial de granos en Egipto y la expropiación de tierras a beneficio del tesoro imperial. Esto manifiesta un carácter económico similar al de las expropiaciones de tierras tribales por inversores privados en la actualidad, también por tecnicismos burocráticos: los nativos no suelen tener títulos de propiedad y son generalmente equiparados jurídicamente a menores de edad.

Diocleciano también emprendió una persecución contra los cristianos, presionado por el pagano devoto Galerio, a partir del 302, probablemente con el objetivo de favorecer una purga militar a favor de determinados grupos. La represión romana contra los cristianos acabó con el edicto de Milán en el 313, convirtiéndose el cristianismo en religión oficial en el 324.  

La Mihna

Un antecedente históricamente más cercano fue la Mihna, o persecución por delito contra la fe musulmana instituída por el califa abasí al-Mamún en el 833. Los perseguidos por dicho tribunal fueron los eruditos religiosos (ulemas) que rechazaban la doctrina Mutazilí o racionalista, considerada oficial en el 827. 

Como puede observarse a continuación, la Mihna está más asociada con la tolerancia religiosa y la protección de la libertad de pensamiento racional contra las ortodoxias emergentes. En política internacional, recordemos que los abasíes estuvieron en buenos términos con el emperador Carlomagno, protector de los Santos Lugares.

Para los mutazilíes, el bien y el mal eran categorías racionales que podían establecerse por medio de la razón y no por escrituras reveladas. También afirmaban el caracter histórico del Corán, en contra de los partidarios de su increación, como si el Corán hubiese existido desde siempre. En éste último grupo se encontraba Ahmed bin Hanbal, fundador de una de las cinco grandes escuelas de jurisprudencia suní. De su escuela, conocida como hanbalí, se habrían nutrido algunas de las corrientes más extremistas y ortodoxas del Islam, como la del reformador Ibn Taymiyya o el wahhabismo, doctrina prevalente en Arabia Saudita y, en menor medida, en Catar.

En el 851, el califa Al-Mutawakkil renunció a la pretención de decidir sobre asuntos religiosos y revocó el edicto de la Mihna. En su lugar, asesinó al principal imán chiíta, Ali al-Hadi, ordenó la destrucción de iglesias nestorianas y sinagogas construídas luego del establecimiento del Islam, obligando a judíos y a cristianos a vestirse con atuendos y marcas que los identificasen. Once siglos más tarde, una política similar fue adoptada por el régimen nacional socialista de Alemania contra sus ciudadanos judíos.

A principios del siglo XI, el califa fatimí de Egipto Al Hakim repitió la política de restricción de vestuario para judíos y cristianos, obligó a las mujeres a permanecer en casa, mandó ejecutar a los visires cristianos y destruyó la iglesia del Santo Sepulcro en 1009, precedente de las persecuciones de judíos en Europa y de las cruzadas de oriente. Cabe recordar que los fatimíes eran una dinastía magrebí enriquecida con el comercio transahariano del oro y de esclavos, con el apoyo de tropas de origen turco y de esclavos libertos.

A modo de comparación, el tráfico de esclavos y de commodities y la reducción del estatus de la mujer siguen estando asociadas, aún hoy, a milicias religiosas radicales. Los talibanes tienen como principal fuente de ingreso al tráfico de heroína, justificando su producción en el mito que tales drogas se destinan a ser consumidas por infieles. El Estado Islámico, cuyos militantes consumen y trafican captagon, se dedicó igualmente al tráfico de petróleo y obras de arte, así como al uso y comercio de mujeres como esclavas sexuales.

Inquisición vs Justicia Imperial

Ya en 1932, el zoólogo Alpheus Hyatt Verrill consideraba a la inquisición como resultado más de las condiciones de vida y de la política y de la administración en un conexto geográfico e histórico que de la intolerancia religiosa.

La vida humana contaba poco ante los intereses del poder, como lo demuestran las transcripciones de sentencias medievales recolectadas por George Duby. Por violaciones menores de las leyes, uno podía acabar torturado y quemado vivo. Una ley francesa de 1231 declaró que la concubina de un ladrón debía ser enterrada viva. Según otra ley francesa, de 1261, se cortaba una mano a quien robaba un trozo de pan o una jarra de vino. En la Inglaterra de Elisabeth I, segun una ley de 1542, se condenaba a los envenenadores a ser arrojados en aceite hirviendo. El código criminal de Carlos V de Alemania estableció en 1530 la mutilación y tortura de quienes violaban una ley.

Michel Foucault, en Vigilar y Castigar, relata condenas a tortura y desmembramiento en pleno siglo XVIII. Relatos de condenas judiciales atroces pueden encontrarse en los imperios otomano, Ming y ruso ya en la época moderna, desde el desollamiento a los mil cortes y el escafismo.

Las inquisiciones católicas

Es más correcto hablar de inquisiciones cristinas en plural, ya que fueron varias y muy variadas según la época y lugar.

Revisionistas como Henri Kamen o Alessandro Barbero resaltan que los tribunales de la Inquisición y los autos de fe eran extremamente moderados en relación a los tribunales civiles. Barbero llega a afirmar que, de hecho, la Inquisición sirvió para limitar los linchajes y los actos de justicia sumaria.

Desde el bajo medioevo, con el aumento de personas alfabetizadas y de interpretaciones libres del evangelio, los tribunales de la Inquisición apuntan a explicar los errores de interpretación y buscan un proceso justo y el arrepentimiento de los condenados en público más que las hogueras.

El primer desafío, según Barbero, provino de la secta cátara, considerada un movimiento neo-maniqueo de desestabilización del régimen feudal, al promover la prohibición de procrear y de prestar juramento a la autoridad, base de la justicia señorial feudal. La iglesia habría intervenido para evitar que los tribunales civiles se pronunciasen sobre temas de doctrina religiosa, salvando a los arrepentidos y dejando a los obstinados a manos de la justicia civil.

Las torturas eran menos frecuentes que en los tribunales civiles y debían respetar los límites establecidos por el papa: era necesario observar horas de descanso, debía haber un consultor médico y sólo se podía efectuar por algunas horas al día. Los tribunales de la inquisición seguían el procedimiento inquisitorio que incluía la búsqueda y análisis de pruebas, el interrogatorio del acusado, la redacción del proceso verbal, el jurado popular, las reducciones de pena por buena conducta y el arresto domiciliario en caso de enfermedad. La tortura era usada en raras ocasiones porque la confesión bajo tortura era considerada poco de fiar.

En comparación, las torturas ejercida en modernas dictaduras o en prisiones extraterritoriales de países considerados democráticos sobrepasa todos los límites de la inquisición católica.

A fines del siglo XV, Castilla era uno de los reinos europeos más tolerantes en materia religiosa. Tal tolerancia probablemente habría mermado probablemente por dos motivos. El primero fue por endeudamiento de la pretendiente al trono, Isabel de Castilla, con acreedores judíos para financiar su asalto al trono. En lugar de pagar sus deudas, Isabel habría perseguido a sus acreedores con ayuda de un nuevo cuerpo de represión al servicio, no de la Iglesia, sino de la burocracia real.

Como señala Kamen, sin embargo, la Inquisición sólo podía juzgar a cristianos, sin tener potestad sobre judíos o musulmanes. Recordemos que Torquemada era, él mismo, un judío converso.

La Inquisición española fue instituída en 1480, en plenas revueltas contra el poder monárquico, y evitó las cazas de brujas y guerras de religión que acabaron con dos quintos de la población alemana durante la guerra de los 30 años y enviaron a unas 100.000 mujeres a la hoguera en los siguientes tres siglos.

De las cazas de brujas y las inquisiciones protestantes

Bien a finales del siglo XIII, la ley canónica del papa Bonifacio VIII determinaba que las brujas y otros culpables del mismo género debían ser juzgadas por tribunales civiles a menos que sus herejías no fuesen manifiestas.

Los análisis post-históricos sobre las quemas y cazas de brujas, como las de Salem en Massachussetts y de Loudon en Francia en el siglo XVII dejaban a entrever una voluntad de expropiar tierras, en el primer caso, o de eliminar adversarios políticos, en el segundo.

En 1554, Sebastián Castellio publica un Tratado sobre la Heresía, en respuesta a la quema en la hoguera de Miguel Servet por orden de Calvino. Castellio proclama que matar a un hombre no es defender a una doctrina, sino matar a un hombre:  no se prueba la fe quemando a un ser vivo sino siendo quemado por ella.

Siguiendo la tradición de tolerancia erasmiana, Castellio será homenajeado por Montaigne y más tarde por Stefan Zweig en El Derecho a la Herejía: Castellio contra Calvino. Zweig, escritor austríaco que sufrirá al ver una Europa abierta y plural despedazada por los nacionalismos en las dos guerras mundiales, rescata el espírito de Castellio contra la dictadura e intolerancia de Calvino. Este último obligaba a los habitantes de su ciudad-Estado a subir al campanario de la Catedral a jurar fidelidad a su interpretación de la Biblia, arrojando de él a quien la rehusaba. También prohibió la danza, los entretenimientos y los instrumentos musicales, eliminó las imágenes de cuerpos descubiertos y favoreció los atuendos negros. En 1513, según Jules Michelet, la Ginebra de Juan Calvino habría mandado a la hoguera a 500 mujeres por brujería en sólo tres meses. Según Chantal Ammann-Doubliez, más de 4.000 mujeres fueron condenadas a la hoguera en los cantones franceses de Suiza entre los siglos XV y XVIII.

En comparación, el Santo Oficio habría condenado a la hoguera a un centenar de personas en Italia, Portugal y España a lo largo de tres siglos.

Es interesante destacar la postura económica de Calvino: defendió la tasa de interés, atacando la doctrina mediaval contra la usura. Asimismo, defendió el derecho a la propiedad privada, a la libertad de mercado y el derecho de considerar a comerciantes e industriales como buenos cristianos.  

Las inquisiciones modernas

Si bien no fueron eregidos como tribunales religiosos, las burocracias modernas han puesto en práctica maquinarias judiciales arbitrarias contra enemigos “ideológicos”.

La revolución francesa hizo uso de los mismos métodos de la inquisición para juzgar y ejecutar sumariamente a los enemigos de la facción en el poder, empezando por la familia real y los nobles, y siguiendo con todo opositor a la nueva burocracia. La militante por los derechos universales de la mujer y anti-esclavista, Olympe de Gouges, como François-Noël Babeuf, defensor de los impuestos progresivos y de la inclusión de las mujeres en los clubes políticos, fueron ejecutados sin derecho a apelación y sin contar con abogados defensores.

Siguiendo líneas parecidas, la revolución bolchevique y la revolución cultural maoísta pusieron en marcha una maquinaria inquisitoria para controlar toda oposición y expropiar la producción del campesinado, muchas veces en territorios díscolos como la anarquista Ucrania o el Tíbet a favor de la nueva burocracia estatal. Además de los ejecutados, los muertos por hambre se contaron en decenas de millones. El comunismo, también llamado capitalismo central de Estado, es controlado por una jerarquía burocrática que necesita a la inquisición como policía administrativa.

Del lado de Estados Unidos, tras la derrota del Imperio Japonés y del Tercer Reich, líderes de ambos imperios fueron juzgados y condenados a muerte por la potencia vencedora, la que no será juzgada por crímenes contra la humanidad por bombardear poblaciones civiles incluyendo en dos ataques nucleares. Lo mismo sucerderá en la llamada guerra contra las drogas, en la que los Estados Unidos juzgaron en Estados Unidos a narcotraficantes extranjeros. Quedan sin ser juzgados los agentes de la DEA por ecocidio al rociar campos de campesinos pobres con agente naranja, tal como había hecho la aviación estadounidense durante la guerra de Vietnam. En este caso, podemos constatar que fue el presidente Richard Nixon quien marcó la transición entre la guerra al comunismo a la guerra contra las drogas, al reconocer a la China Popular y retirarse de Vietnam mientras que declaraba la guerra a las drogas como enemigo número 1 de los Estados Unidos entre 1971 y 1973.

Un tercer enemigo ideológico a ser combatido con métodos inquisitivos aparecerá en esa misma época. El islamismo, incentivado como movimiento anticolonialista contra potencias rivales y contra el comunismo, hace su irrupción con la partición de la India y la creación de Israel al inicio de la guerra fría, y se convierte en una fuerza internacional tras las crisis petroleras de los ’70 y la proclamación de la República Islámica de Irán en 1979. Estos régimenes islámicos instaurarán tribunales religiosos arbitrarios y cuerpos de policía moral contra faltas administrativas menores. Las principales víctimas serán, como siempre, las mujeres, los librepensadores, los ateos y los militantes de los derechos humanos.

Tras la crisis financiera del 2008 y la crisis ecológica en curso, las políticas de salvataje de bancos parecen haber exacerbado la concentración de riqueza y permitido a presidentes de bancos en quiebra retirarse con primas de despido de millones de euros. En España, bancos públicos han sido privatizados a vista de todos siendo comprados con los beneficios de los propios bancos, con el visto buenos de los actuales candidatos a presidir el próximo gobierno. Los perseguidos por la justicia no son los banqueros sino los tomadores de créditos hipotecarios bajo condiciones draconianas, que como señala el economista francés Thomas Piketty, ven alejarse las esperanzas de convertirse en propietarios salvo por herencia. Esto siempre que los impuestos sobre la herencia se los permitieren.

En este contexto, es interesante resaltar, como lo ha hecho el periodista Ángel Munárriz, la alianza entre el movimiento tradicionalista católico, desde el ala dura de la Conferencia Episcopal, liderada por Rouco Varela, hasta movimientos como Hazte Oír, y el ultraliberalismo económico.

La convergencia de estos dos campos históricamente opuestos, conservadurismo religioso y liberalismo, nos lleva a reprensar a otro tipo de convergencia, este vez desde una corriente que se afianza dentro del auto denominado campo progresista, que también converge con el ultraliberalismo económico pese a estar en conflicto directo con el movimiento tradicionalista católico, con los autoritarismos comunistas e islamistas, y con el alt-right o neoconservadurismo evangélico.

Este grupo, teóricamente progresista pero neoliberal, parece llevar a cabo un proceso inquisitorio en el mundo académico con la llamada doctrina de transgénero por auto-identificación. Tal proceso consiste en un intento de imponer una nueva terminología burocrática que está purgando las universidades de profesores que no aceptan dicha doctrina, aún abiertamente homosexuales y librepensadores como la filósofa británica Kathleen Stock.

Los nuevos herejes son quienes sostienen que la doctrina de transgénero permite la mutilación genital de menores, favorece a los laboratorios, pone en peligro la seguridad de las mujeres y los menores, así como generan nuevas categorías de género para quienes no se adapten a una visión estrecha de lo que debería ser un rol masculino o un rol femenino. Parafraseando a John Grey, se refuerza el mito progresista decimonónico de una ciencia capaz de resolver todos los problemas y deseos de los individuos a desmedro de la naturaleza. Un vegano podrá comer un “chuletón con huevos estrellados” producido en laboratorio con proteínas sintéticas de origen vegetal sin que ello le cree un conflicto ideológico.

Estas inversiones de conceptos clásicos, desde el liberalismo y el conservadurismo del Antiguo Régimen, hacen que la opinión pública se reparta entre un nuevo abanico de corrientes extremas y excluyentes que defienden y promueven, con ayuda de las redes sociales y medios de comunicación digital, el mismo orden neoliberal basado en la mercantilización de la naturaleza y del cuerpo humano.

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