Es una pregunta importante: ¿debe un policía ateo tener que recitar el himno de esa institución pese a que allí hay frases de carácter religioso? ¿Y qué ocurre si es un uniformado musulmán, o de cualquier otro credo distinto al catolicismo/cristianismo? La respuesta es que la institución no debería forzar creencias sobre sus miembros ni discriminarlos por la religión que profesan, así como si son ateos.
El patrullero Sergio Andrés Ramírez Campos presentó una tutela contra la Policía. Según su relato, fue sancionado por un mayor cuando se rehusó a cantar el himno de esa institución y recitar el Código de Ética. El motivo para su negativa es que él es ateo y ambos contienen frases de implicaciones religiosas como “dedicándome ante Dios a la profesión escogida” o “que Dios y la patria os lo premien”.
Según la Policía, la actitud del patrullero el día en cuestión fue “displicente, irrespetuosa y falta de decoro”, y eso es lo que estaban sancionando, no sus creencias. Sin embargo, queda la duda: si hay un miembro de esa institución que es ateo, o que pertenece a otra religión, ¿cuál es el protocolo de comportamiento para esos momentos? ¿Está obligado a recitar el himno y el Código sin ninguna modificación? ¿No es eso una violación a sus creencias? En ese contexto, una sanción por “indisciplina” es una manera de discriminación velada.
Algo similar concluyó el Juzgado Segundo Civil del Circuito Especializado en Restitución de Tierras de Villavicencio. Al estudiar el caso, la jueza dijo que “sin desconocer la disciplina castrense que inspira las fuerzas de policía, se debe reiterar que las entidades oficiales no podrán imponer a sus funcionarios la asistencia obligatoria a ceremonias religiosas, por nobles que sean sus ideales, lo que de suyo implica la profesión de fe en himnos y juramentos institucionales, pues de hacerlo, el Estado estará vulnerando los derechos a la libertad religiosa y de cultos que contempla la Carta Política”.
El laicismo del Estado existe no como un juicio de valor en contra de una religión, ni como la negación de que en Colombia la mayoría de personas profesan alguna versión del catolicismo y el cristianismo, sino como una salvaguarda contra las imposiciones indebidas. Separar todas las instituciones oficiales de un credo particular tiene sentido cuando se piensa que ellas sirven a todos y cada uno de los habitantes de Colombia, sin distinción de sus creencias (o ausencia de ellas). ¿Acaso un ateo debe empezar a creer en algo o pronunciar palabras que van en contra de su libertad de conciencia, como condición para servir en la Policía? Por supuesto que no, por eso estos casos son importantes.
Como dijo la Asociación de Ateos de Bogotá, “la Policía debería establecer unas normas que no vulneren la libertad de culto y conciencia de los uniformados que no profesen ninguna religión o que hayan elegido libremente no creer en ninguna religión”. Es lo mínimo. También hay que evaluar si el lema de tantos años, “Dios y patria”, no está enviando mensajes incorrectos sobre dónde está la lealtad de las autoridades. Los símbolos importan.