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De cómo Vladimir Putin utiliza a la iglesia ortodoxa rusa para consolidar su imperio

Cuando Vladimir Putin llegó a la presidencia de Rusia en el año 2000, heredó el remanente del otrora temido Estado imperial, de índole ateo-comunista. En los diecinueve años posteriores, el líder ruso transformó a Rusia en una potencia imperial con ambiciones globales. Una de sus herramientas clave en aquella transformación ha sido la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Con frecuencia, Putin invoca a la Iglesia Ortodoxa Rusa en sus discursos públicos, otorgándole a la congregación un sitio prominente en la vida política del país, mucho más de lo que lo hicieron sus predecesores. Pero tales invocaciones difícilmente se presentan sinceras, en sentido religioso. Antes, bien; ha utilizado a la iglesia con el objetivo de justificar la expansión rusa, y para intentar desacreditar a la influencia occidental en la Europa Oriental.

Numerosas figuras del espectro conservador en los Estados Unidos, incluyendo a Pat Buchanan y a Franklin Graham, se han visto atraídos por la retórica de Putin, habida cuenta de su énfasis en los valores cristianos occidentales y a su aparente rechazo de la cultura de ‘degradación y primitivismo’, sobre la cual Putin sentencia que ha dado lugar a una ‘crisis moral en Occidente‘.

Inteligentemente, Putin se presenta como un factor beligerante en la guerra cultural. Al hacerlo, ha apelado a algunos conservadores estadounidenses que se han vuelto cada vez más escépticos frente a la tradición libertario-democrática heredada del iluminismo, sobre la que creen contiene la simiente de la caída espiritual y cultural de los Estados Unidos. Putin, en tal sentido, se muestra a sí mismo como defensor de un sistema de moralidad tradicionalista -por ejemplo, al oponerse a la homosexualidad, al penalizar el divorcio y al respaldar a la ‘familia tradicional‘. Vladimir Putin ama las fotografías junto al Patriarca Ruso Kirill, e incluso ha publicado calendarios con su propia foto, en ocasión de celebrar encuentros litúrgicos.

Pero el reciente conflicto en Ucrania sugiere que la afinidad pública de Putin por la cristiandad podría tener más que ver con cuestiones geopolíticas que con una sincera religiosidad. Luego de que Rusia anexara a Crimea en 2014, Putin buscó justificar sus acciones, respaldándose en una historia cultural y religiosa compartida:

Todo en Crimea tiene que ver con nuestra historia y orgullo compartidos. Este es el sitio de la antigua Khersones, en donde el Príncipe Vladimir fuera bautizado. Su inniciativa espiritual al adoptar la Ortodoxia, predeterminó sus cimientos vinculados a la cultura, la civilización y los valores humanos que unen a los pueblos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia.

La Iglesia Ortodoxa Rusa se ha emparentado íntimamente con Putin, y de hecho ha sido instrumental en promocionar sus objetivos. Un ejemplo está dado por la posición con la Iglesia Ortodoxa Ucraniana. Desde el año 1686, la congregación ortodoxa ucraniana se ha posicionado bajo la jurisdicción del Patriarcado de Moscú. Pero, en octubre pasado, la iglesia ucraniana anunció que, tras 332 años, se separaría del Patriarcado de Moscú, en un intento por ganar independencia frente a Rusia. Este cisma se vio facilitado por el presidente ucraniano Petro Poroshenko, y sería aprobado por la cúpula de la Iglesia Ortodoxa, en la figura del Patriarca Ecuménico Bartolomeo -con base en Turquía.

Con todo, la Iglesia Ortodoxa Rusa protestó, afirmando que el cisma observaba un carácter ilegítimo. Aquélla insiste en que el Patriarcado de Moscú mantiene su jurisdicción más allá de las fronteras de Ucrania y Bielorrusia.

El referido cisma sobreviene en medio de un incremento de las tensiones entre Ucrania y Rusia, conforme se ha visto recientemente en oportunidad del arresto y posterior detención de 24 marineros ucranianos por parte de Rusia, en noviembre pasado. Sorprendentemente, Putin culpó a los políticos ucranianos por el cisma religioso, acusándolos de ‘intervenir’ en los asuntos de la iglesia, y minimizando la partida de la iglesia ucraniana, al calificar el episodio de ‘proyecto político secular’. Luego de ello, Putin describió a Rusia como país defensor de la libertad religiosa, afirmando: ‘Nos reservamos el derecho de reaccionar y de hacer lo necesario para proteger los derechos humanos, incluyendo la libertad de culto’.

Lo cual se presenta como un acto hipócrita de parte del presidente ruso. La agencia de noticias Associated Press descubrió recientemente que el gobierno ruso era, en rigor, culpable de ‘interferencia’, tras intentar hackear los correos electrónicos de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana. En apariencia, el ahora infame núcleo de piratas informáticos ruso conocido como ‘Fancy Bear’ ha estado poniendo la mira en la correspondencia de Bartolomeo con Ucrania, escenario que condujera a la decisión de independizarse por parte de la Igleisa Ucraniana.

Vladimir Putin busca afirmar su poder sobre Ucrania y Bielorrusia, así como también ampliar la influencia rusa más hacia Europa Oriental y Europa Central. Sin dudarlo, continúa promocionando la Ortodoxia en el proceso. Se trata, sin más, de un intento con miras a seducir a las ex repúblicas soviéticas para que retornen a la esfera de influencia de Moscú.

El empleo que el Kremlin hace de la Cristiandad Ortodoxa tiene sentido, dadas las tendencias religiosas en la región. La Cristiandad Ortodoxa ha disfrutado de una suerte de reverdecer en Europa Oriental, en las últimas dos décadas. En nueve de los Estados vecinos a Rusia -Moldova, Grecia, Armenia, Georgia, Serbia, Rumanía, Ucrania, Bulgaria,y Bielorrusia—más del 70 por ciento de la ciudadanía se identifica como ortodoxo, de acuerdo a un estudio reciente elaborado por el instituto Pew Research. Este resurgimiento de la ortodoxia coincide con el sentimiento pro-ruso. El instituto Pew observa que, en las nueve ex naciones soviéticas que registra una mayoría de ortodoxos -con excepción de Ucrania-, más de la mitad de los encuestados está de acuerdo en que ‘una Rusia fuerte es necesaria a los efectos de equilibrar la influencia de Occidente’.

Finalmente, el instituto Pew Research concluye:

Numerosos cristianos ortodoxos -y no solo cristianos ortodoxos rusos- han expresado posturas pro-rusas. La identidad ortodoxa se encuentra íntimamente emparentada con la identidad nacional, con sentimientos de orgullo y superioridad cultural, con el respaldo por los vínculos entre iglesias nacionales y gobiernos, y con una cosmovisión que tiene a Rusia como equilibrio frente a Occidente.

Así, pues, muchas naciones de la Europa Oriental se encuentran ahora en una disyuntiva entre dos alternativas: o bien prestarse a una integración potenciada con Occidente y las posturas libertarias, por un lado; o bien alinearse con Rusia y con su formato autoritario, por otro. Mientras Putin busca extender su esfera de influencia sobre estos países, poniendo énfasis en la religió tradicional, ello le sirve para consolidar dos objetivos. Establece un terreno común entre Rusia y Europa Oriental y, más importante, amplía las diferencias que Europa Oriental pueda tener frente a Occidente -especialmente, en una instancia en la que Occidente se aleja cada vez más de los valores tradicionales y la religión.

El empleo que Putin hace de la cristiandad tradicional es calculado a partir de sus efectos en el orden político. Observadores estadounidenses y europeos harían bien en mirar por entre las líneas de la actuación que ejercita el presidente ruso.

Artículo original, en inglés, aquí

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