?rgano oficial del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos Argentinos (ILEC ARGENTINA)
Sumario:
El nuevo reglamento general de las instituciones educativas bonaerenses / Carlos Cebey
Pluralismo: signo de los tiempos que corren / Mario Corbacho
¿Cuánto asigna el gobierno argentino a los obispos católicos? / ILEC Salta
El triste presente de la educación pública argentina / Agustín Gómez Augier
Aborto: debates y puntos de vista / Marcelo Laserna
El laicismo en Argentina y el mundo
Editorial: EL PENSAMIENTO LAICO Y LA TRISTE HISTORIA DE LA EROTOMANÍA CLERICAL
Una definición sencilla: el laicismo no es una doctrina, es un método. Un método que consiste en usar la razón humana para dirimir las cuestiones humanas. Hablar de razón humana es un pleonasmo, como si dijéramos círculo redondo: la razón es humana, no conocemos otra.
Existen o han existido incontables dioses; dioses gigantes y minúsculos, materiales e inmateriales; vivos, muertos y resucitados. Son (o fueron) tantos, que hasta han existido dioses ateos. Pero la razón es siempre la misma: el pensamiento evoluciona, las certezas se acumulan, se suceden, a veces es preciso rectificarlas, nuevas dudas surgen. El método (el camino) es invariable: preguntar, indagar, confrontar, dialogar.
Ese camino eminentemente humano es nuestro derecho y nuestra más alta aspiración. Cuando se acalla la pregunta, cuando se obstaculiza la indagación, cuando se rehúye la confrontación o se censura el diálogo, aparece el clericalismo. Hay clericalismo cuando la casta que detenta el poder impone sus reglas a los demás.
El truco es viejo como los dioses: coerción, imposición, prohibición y, en el horizonte, la muerte. El clericalismo es el guardián de la muerte: la esgrime, la agita, la celebra. Su lema es tristemente eficaz: ¡Viva la muerte! Que el clericalismo es la principal causa de muertes en la historia es una evidencia sencilla e incontrovertible.
Lo que no suele ser tan visible es que el clericalismo tiene una fijación: el sexo. El Index librorum prohibitorum basta para convencernos. Esta obsesión no es exclusiva de las sotanas. Uno de los primeros actos de la barbarie nazi fue la quema de la biblioteca del Institut für Sexualwissenschaft y la persecución de sus investigadores.
El clericalismo es tan siniestro que puede hermanar a un nazi con un rabino ortodoxo, a un senador republicano con el presidente de Venezuela, y a todos con un cura de provincia o un imán de periferia. Si la revista Der Eigene justificaba, en 1928, la persecución de los homosexuales porque “(…) recha-zamos todo lo que castra a nuestro pueblo, que lo convierte en pelota de nuestros enemigos, porque sabemos que la vida es lucha (…)”, el rabino Yehuda Levin se lamenta, en 2006, de la creciente “homosexualización” de Israel porque da pasto (¿razón?) a los ataques terroristas musulmanes. Como se ve, el argumento es el mismo. El rabino llega al extremo de sostener que la “homosexualización” es incluso peor que el Holocausto: "Hay algo peor que tomar a una persona inocente y exterminarla del mundo, y es tomar a una persona y exterminarla de este mundo y del siguiente. Esto se hace llevándola al pecado licencioso”.
El clericalismo está dispuesto a abrazar la muerte, pero nunca el sexo. De Caetano Veloso a Oscar Wilde, de Madame Bovary a Lady Chatterley, de los libertinos franceses del siglo XVIII a las feministas rusas del siglo XXI, el sexo (o el deseo sexual) es el auténtico enemigo. Porque el deseo supone al otro, y esa diferencia es inconveniente.
El otro es, fundamentalmente, la otra. De allí que el clerica-lismo persiga y sojuzgue con fruición a las mujeres. Les dice cómo vestirse, cómo gozar (o mejor, cómo hacer gozar), qué estudiar, cuándo trabajar. Y hoy en Venezuela, inspirado por un pajarito que revolotea sobre cierta cabeza, el clericalismo (¿progresista?) le dice incluso cuándo amamantar. El proyecto de ley que prohíbe las mamaderas en Venezuela está ahí, vivito y piando.
Violencia familiar, bullying, maltrato infantil, aborto, bulimia, anorexia, homofobia, misoginia: detrás de cada intoleran-cia acecha la erotomanía clerical dispuesta a dar la vida (y, sobre todo, a quitarla) antes que aceptar la diferencia.
La vida: el clericalismo se opone a la eutanasia pero suele apoyar la pena de muerte. El problema no es la vida sino que alguien se permita tomar una decisión sobre su propio cuerpo. La pena de muerte es aceptable porque se decide en nombre de Dios, de la Revolución o del Estado. La eutanasia no, porque equivaldría a aceptar la libertad.
El laicismo es la aceptación de la libertad, la mía y la del otro, en tanto que es otro que desea otra cosa. Pero si bien hay profesionales del clericalismo (teólogos, ideólogos, censores, comisarios), no hay profesionales del laicismo. Laica es la razón humana que aspira a vivir esta vida, la única, la propia, en libertad.
Libertad como método, es el lema de la razón. Mayoría de edad. Emancipación. Y humor: a nada teme tanto el clericalismo como a la risotada. Prefiere la guerra a la burla, la indignación a la sátira y el grito a la carcajada.
Porque la risa es la inteligencia humana liberada del temor. Nos reímos cuando perdemos el miedo. De Epicuro a Hitchens, de Rabelais a Henry Miller, el laicismo es la ligereza de la vida que rechaza la gravedad de la muerte.
Este número de Cultura Laica está ilustrado por El Grito, de Oswaldo Guayasamín: es el grito alegre que debemos dar-nos frente al espejo cada vez que nos descubramos siendo intolerantes, irracionales, pesados o, lo que es lo mismo, clericales.
Porque todos somos, en cierta medida, clericales. La iglesia, el estado, la televisión, los scouts, la escuela, las peluqueras, los profesores de gimnasia y las familias contribuyen a eso. Los padres (y las madres) suelen servir el machismo, la homofobia y la intolerancia con cada sopa. Y todos hemos tomado esa sopa que llamamos buenas costumbres o normalidad.
El ejercicio de emancipación es nuestro, mío, tuyo antes que de los demás. λ
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