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Cultura Laica, 1

?rgano oficial del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos Argentinos (ILEC ARGENTINA)

Editorial

Lanzamos ante la opinión pública el primer número de “Cultura Laica”, una revista argentina de estudios culturales, sociales y políticos. Se trata, por cierto, de una iniciativa colectiva que tiene por objeto difundir y, a la vez, incorporar los valores del laicismo, del humanismo y del librepensamiento en la agenda de debate de los asuntos públicos.

Comencemos por precisar que el laicismo no es una aventura intelectual agotada en el pasado. Tampoco es una veleidad pequeñoburguesa, sino que el laicismo es una lucha política y cultural que siempre permanecerá vigente mientras en nuestra república no concluya el proceso de secularización; proceso que, luego de su fuerte impulso inicial hacia fines del siglo XIX, ha quedado largamente trunco desde hace, al menos, cincuenta años.

Repitamos esta idea, que consideramos central: el laicismo es una lucha que se produce y despliega en los campos de la política y de la cultura. Es por esta razón que la acción laica no puede quedar exclusivamente circunscrita a los pormenores de la política educativa, sino que debe extenderse a todos aquellos aspectos que hacen a la creación y expansión de una ciudadanía libre y responsable. Y esos aspectos que mencionamos involucran, además de la instrucción pública, a las políticas sanitarias y de sexualidad responsable, de distribución del ingreso, medioambientales, de género y de igualación de oportunidades. No se trata, por cierto, de negarle a la educación su centralidad en cuanto al desarrollo de las funciones cognitivas de los sujetos, sino de rescatar la importancia de extender esta centralidad a otros aspectos que hacen igualmente a la construcción de una sociedad más democrática y plural.

De allí que hemos elegido como epígrafe la breve cita de Cornelius Castoriadis: “Si queremos ser libres, debemos hacer nuestro nomos. Si queremos ser libres, nadie debe poder decirnos lo que debemos pensar”.

No ha sido ociosa ni antojadiza la elección, precisamente porque el fin último de toda confrontación política y cultural en las variadas formas que esta puede asumir consiste, sin más, en la lucha por fijar el nomos (νομος): la ley, la norma general que estructura y orienta las acciones y las conductas de una comunidad.

La lucha por el humanismo y el librepensamiento, de la que el laicismo es apenas una entre sus vastas herramientas y expresiones, es la lucha que emprenden los sujetos y las comunidades para liberarse de las reglas impuestas y naturalizadas por ciertos particularismos que pretenden para sí la representación del Todo social. El laicismo estimula a los sujetos a abatir esas reglas para que puedan crear las propias, basadas en el libre examen. Para que cada sujeto tenga la posibilidad de construir su propia idea acerca de todo aquello que considera bueno, justo y bello.

En definitiva, la lucha que emprendemos desde el laicismo tiene por objeto la creación de sujetos autónomos, es decir, sujetos capaces de fijar con responsabilidad y libertad sus propias normas morales, su propio νομος.

En el prólogo del “Dieciocho Brumario (…)”, Karl Marx apunta este brillante apotegma: “Los hombres hacen la historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.

La presencia de las tradiciones religiosas en el espacio público es, aunque muchas veces imperceptible y naturalizada, una de las pesadillas que más oprime el cerebro de los vivos. Pesadilla en tanto que condiciona e impone una visión del mundo, transformando lo particular en universal.

No se trata, por cierto, de negarles a todas las personas la posibilidad de reflexionar sobre el sentido que cada cual tenga acerca de su propia trascendencia, sino que el laicismo propugna que tal reflexión se circunscriba al ámbito privado y de la conciencia individual, donde, según lo señala y garantiza el artículo 19 de nuestra Constitución Nacional, queda exenta de la autoridad de los magistrados.

Aun así, la batalla cultural que ha emprendido desde siempre el laicismo en Argentina ha tenido por fundamento ampliar los límites, las interpretaciones y las garantías que impone ese mismo artículo 19, al señalar: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservadas a Dios (…)”.

En este sentido, el laicismo insiste en interpelar al poder público y a la representación política respecto de: (i) qué acciones consideradas “privadas” pueden ofender a la moral pública; (ii) cómo y sobre qué bases filosóficas se constituye esa “moral pública”; (iii) cómo se materializa en términos de derecho el “tercero damnificado” por una acción de consecuencias privadas; y, sobre todas las cosas, (i) quién actúa en el espacio púbico como el único y verdadero intérprete de la voluntad de “Dios”.

Como vemos, hay mucho para tallar en esta batalla cultural que hoy emprendemos desde “Cultura Laica”.

La autonomía del sujeto que promovemos desde el laicismo implica que cada hombre y mujer tenga el absoluto control de su conciencia y de su cuerpo, que pueda construir y someterse a su propio nomos; en definitiva, que haga de sí mismo, parafraseando a Sartre, un ciudadano libre, responsable y sin excusas.

Para acceder a la revista abrir el archivo adjunto o pulsar sobre la imagen:

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