¿Colar, de nuevo y por la puerta de atrás, Religión para todos?
La corriente o lobby interno del PSOE, “Cristianos socialistas”, acaba de hacer público un documento titulado “El hecho religioso en la Escuela” de cara al Pacto educativo en ciernes.
Como para tantos otros, la «sustitución» de la LOMCE -que todos propugnan- no parece ser la oportunidad para elaborar una nueva ley educativa verdaderamente democrática, sino para preservar, de una u otra manera, los distintos intereses privados hace mucho tiempo enquistados en la enseñanza. Su propósito, apenas disimulado, es asegurar la continuidad de la Religión en la enseñanza oficial y de los actuales 20.000 profesores designados por los obispos, que cuestan al erario público más de 600 M€ anuales. Una situación anómala que reforma tras reforma se ha mantenido en contra de la exigencia democrática de la laicidad del sistema público de educación.
De un lado, el documento se reclama del «proceso histórico de la separación de los ámbitos secular y religioso” que, en coherencia, debería conducir a un verdadero Estado laico y su correlato: una Escuela laica, como institución pública. Pero, de otro, se buscan subterfugios para mantener la presencia de la enseñanza de la Religión en las aulas. Una herencia del nacional catolicismo franquista, apuntalada en los Acuerdos de 1979 con la Santa Sede, y que ningún gobierno se ha atrevido a desmontar. Ese es el reto democrático a día de hoy, que no cabe eludir con falacias y confusiones interesadas, como entraña el documento presentado a debate.
Haciendo malabarismos conceptuales, “Cristianos socialistas” defienden la continuidad de los profesores catequistas, “en condiciones laborales y estatus académico equivalente al resto del profesorado”, por la necesidad de introducir una asignatura obligatoria y evaluable (“El hecho religioso”) para todos los alumnos. La presentan como una asignatura con un “currículo no confesional” y al margen de los acuerdos vigentes tanto con la Iglesia Católica y otras confesiones religiosas; acuerdos que, por cierto, no cuestionan ni proponen de forma explícita su denuncia y derogación.
Es más, aunque el contenido de la asignatura lo determinen las autoridades educativas, repiten que siempre “contando con la colaboración de las autoridades religiosas respectivas” (¿?).
La justificación de la nueva asignatura y su obligatoriedad se remite al art. 27.2 de la CE (“La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana”), que, en su opinión, no debe excluir la “competencia espiritual”. Una competencia que, según afirman, además de contribuir a una “formación integral” de los alumnos, serviría para favorecer la “necesaria convivencia en el espacio público desde diversas cosmovisiones”, y como “herramienta frente a los fundamentalismos”. Una visión sesgada y de parte que no todos estamos obligados a compartir.
Partiendo de esa valoración positiva del papel que han cumplido y cumplen las religiones, los objetivos de la enseñanza religiosa que proponen con la nueva asignatura son: (1) familiarizar al alumno con su propia religión y con la tradición espiritual del país; (2) introducirle en el conocimiento de otras religiones; (3) ayudarle a entender el significado cultural y humano de las religiones; (4) educarle en la vida ética y ayudarle a entender la dimensión ética de la religión. Claro está, defienden “Una asignatura de Religión cuyos contenidos tengan en cuenta las raíces cristianas, católicas, de nuestro país y el hecho de que sea esta la religión profesada por nuestros ciudadanos”. Dan por supuesto que todos los alumnos tienen como propia la religión católica, debe ser el referente de la tradición espiritual del país y base para su educación ética. Un enfoque, a la postre, poco neutral y laico del “hecho religioso”, en el que se mantiene un claro sesgo confesional y de adoctrinamiento contrario al respeto a la libertad de conciencia del Niño, cuyo “interés superior”, defienden los declaraciones de derechos y tratados internacionales. Ese “tener en cuenta las raíces cristianas”, suena muy parecido a la aconfesionalidad del Estado afirmada en el art. 16.3 de la misma CE, para a renglón seguido obligar a los poderes públicos a mantener una particular «cooperación» con la Iglesia Católica en consideración de “las creencias religiosas de la sociedad española”, que ha servido de excusa para dejar en papel mojado la proclamada aconfesionalidad.
Hay un primer concepto a aclarar: el de “espiritualidad” y “competencia espiritual”, que se supone deben adquirir todos los alumnos. Si por dimensión espiritual nos referimos a la capacidad de pensar, de generar conocimiento, valores morales, arte, … cultura en definitiva, estamos hablando efectivamente de algo común y consustancial a todos los seres humanos. Si se trata de un concepto restrictivo de espiritualidad, la “espiritualidad religiosa” fundada en creencias en seres y relaciones trascendentes a nuestro mundo, evidentemente no es un valor hoy generalizable, sino particular, sean muchos o pocos los individuos que la profesen y la hagan suya.
En una sociedad crecientemente secularizada y en consonancia con el esfuerzo histórico de la humanidad por el conocimiento y el saber científico, en modo alguno se puede postular la espiritualidad religiosa como elemento obligado del desarrollo de la personalidad del individuo. A no ser que se asuman las aberrantes posiciones ideológicas recogidas en el actual currículo de la asignatura de Religión, diseñado por las «autoridades religiosas»: las personas no creyentes están humanamente disminuidas, no pueden alcanzar por sí mismas la felicidad ni tener una conducta acorde con los auténticos valores morales (¿?).
Tema diferente es que desde un punto de vista histórico y social no se puede ignorar la existencia de las religiones y su influjo -de consecuencias muy diversas- en el desarrollo de las distintas culturas. Las interpretaciones religiosas de los fenómenos naturales y sociales (animistas, antropomórficas, trascendentes, identitarias, …) han sido y son elementos que han influido en la evolución de la humanidad y en el desarrollo de los hechos históricos. Para bien y para mal, porque lejos de limitarse a la esfera “espiritual”, no se puede desconocer su participación activa en la justificación de sistemas sociales injustos, guerras, persecuciones, violación de derechos, apoyo a poderes políticos opresores, resistencias empedernidas al avance de las ciencias, …
Pero, incluso con un tratamiento histórico y neutral, que es el único congruente con el marco escolar común y su carácter laico, ¿tiene sentido una asignatura específica sobre “el hecho religioso” dentro del currículo del sistema público de enseñanza?
Hay quienes lo proponen como «mal menor» al actual adoctrinamiento confesional dentro de la Escuela. Una opción muy discutible y con serios peligros de colar por la puerta de atrás lo que se quiere dejar fuera desde presupuestos simplemente democráticos.
Como tantos otros factores a considerar para la comprensión de los fenómenos sociales, no cabe aislar las expresiones religiosas de su contexto histórico: no hay un «fenómeno religioso» al margen de las creaciones humanas y su evolución, de ahí el carácter «transversal» de sus expresiones (relaciones sociales, valores morales, filosofía, arte, literatura, …). y la necesidad de su estudio en relación al resto de los elementos que configuran una sociedad y un periodo histórico concretos. En coherencia, esa consideración dentro de los currículos de historia, filosofía, arte, literatura, … no demanda una asignatura específica de «el hecho religioso», a no ser que se parta de un sesgo particular contrario al enfoque objetivo y científico que se exige a los conocimientos y capacidades comunes que debe proporcionar la Escuela como institución pública.
En todo caso, difícilmente los actuales profesores-catequistas de sus respectivas religiones pueden convertirse en neutrales docentes que, haciendo reserva de su credo particular, aborden los hechos históricos -incluidos los más nefastos impulsados desde fanatismos religiosos y su larga connivencia con los poderes establecidos-, para la formación científica y crítica que la institución escolar debe proporcionar al conjunto del alumnado.
Sólo desde la perspectiva de las ciencias sociales y humanas cabe una “Ciencia de la Religión”, a la que alude la propuesta de “Cristianos socialistas” para la formación de dicho profesorado. No puede elaborarse ninguna “ciencia” desde la mera “creencia” particular, desde presupuestos trascendentes y recurriendo a factores extra-naturales. Hace tiempo que ciencia y religión caminan separadamente: la comunidad científica no admite una «ciencia ‘religiosa` de la Religión»: otro oxímoron como el de catequista confesional pero neutral.
La propuesta, por otra parte, se incluye sin reparos en la llamada “laicidad positiva”. Un intento recurrente de pervertir la exigencia democrática de un Estado aconfesional y laico en su contrario: la multiconfesionalidad tácita o expresa. La laicidad «positiva», inclusiva», «integradora», … quiere disolver la laicidad sin adjetivos, es decir, la separación clara de Estado e iglesias, de lo público y lo privado, el interés general y el particular. No hay mejor instrumento de integración, incluso para quienes provienen de contextos culturales diferentes, que el reconocimiento de la igualdad de derechos y deberes, para compartir y participar en un proyecto común de ciudadanía. Entre esos derechos que nos igualan, sin privilegio ni discriminación, está la libertad de conciencia de todos los individuos, para cuyo respeto es necesario que no se impongan las particulares convicciones -religiosas o no- en el espacio público y común, con especial precaución en el marco escolar. Todo lo contrario de lo que se argumenta en el documento aludido.
Finalmente, al pedir “una solución laboral, negociada y pactada por todas las partes, que no puede negarse a miles de docentes que dan y han dado lo mejor de ellos por la educación de nuestros hijos e hijas”, «Cristianos socialistas» manifiestan una preocupación por el porvenir de los «profesores de Religión» que no parece haya sido la misma por los 30.000 profesores de otras materias fundamentales y comunes suprimidos con los recortes a cuenta de la «crisis». Recortes, por cierto, que no han afectado a los catequistas escolares ni a los millonarios fondos públicos destinados a la financiación de la Iglesia.
Los «profesores de Religión» -herencia prolongada de un pasado confesional- son efectivamente designados por los obispos para cumplir su misión evangelizadora en los centros escolares. Deben quedar «al margen de los vaivenes políticos» como dice el documento, pero el problema es de raíz democrática antes que laboral y, por tanto, en su solución debe primar el respeto y desarrollo de principios universales como la laicidad exigida al Estado y a sus instituciones. En un país donde se ha procedido sin escrúpulos a la reconversión de sectores enteros, públicos y privados, abogando por el reciclaje necesario de miles de trabajadores, no se deberían levantar obstáculos insalvables para conciliar exigencias democráticas del ámbito de lo público y los derechos laborales dentro del sector privado. Los profesores catequistas, en su mayoría delegados diocesanos, pueden efectivamente continuar su labor y ser recolocados dentro de sus respectivas organizaciones. Solución que es responsabilidad de las «autoridades religiosas». Pero la propaganda y proselitismo religioso, en cualquiera de sus formas, debe correr a cargo de sus propios recursos y quedar fuera de la Escuela.
Una última reflexión de los que no somos nuevos en política: ¿las corrientes socialistas lo son en función de posiciones y legítimas diferencias políticas sobre lo que el socialismo debe garantizar a la sociedad en su conjunto o se constituyen en lobbies dentro de su partido en defensa de intereses particulares de cristianos, musulmanes, budistas, … de ateos, agnósticos,… o de cualquier opción ideológica o material, respetable en el terreno de lo personal, pero ajena al programa social y político que el socialismo debe proponer en función del interés general?
Fermín Rodríguez Castro. Coordinador Grupo Educación de Europa Laica