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Crisis de las vocaciones religiosas (1): Contexto y testimonios

Las vocaciones religiosas en España podrían estar más cerca de su extinción que nunca. Los datos hablan por sí solos, pero todavía existe un grupo reducido de personas que decide dedicar su vida a Dios. Este reportaje es el Trabajo de Final de Grado, TFG, de Paula Márquez, alumna de periodismo de la UV, muy bien valorado por el tribunal . Se entrega en dos partes. 

Para Lucas, Jaume y Aída, sus respectivas familias fueron las que les enseñaron el cristianismo ubicándoles en un entorno, también educativo, que cimentó su creencia. Los padres de Lucas le inculcaron a él y a sus dos hermanos los valores de la fe. “Yo iba a misa, rezaba y creía en Dios por tradición, porque mis padres me lo decían”, explica Lucas. Igual que a él, a Jaume y a Aída les ocurrió lo mismo: llegaron a conocer la existencia de Dios a través de sus progenitores. A partir de estas bases, recibirían posteriormente la denominada «llamada».

Fue el “sistema” por el que desarrollaron sus vocaciones, su voluntad de entrar de lleno al servicio de la Iglesia Católica. De esta forma, se cumple una tradición milenaria que en el pasado formó parte de la herencia de muchas familias, la de tener un hijo sacerdote o hija monja, pero que hoy casi parece una anomalía. Sus casos son, a día de hoy, una crítica excepción. 

Las vocaciones religiosas disminuyen cada vez más en España

Al contrario que el milagro realizado por Jesús en el que, según la Biblia, este multiplicó los panes y los peces, las vocaciones religiosas disminuyen cada vez más en España. Tan solo hace falta observar el número de religiosos y sus edades para confirmar el descenso de personas entregadas a la Iglesia Católica.

Según un informe de marzo de 2020 del Vatican News, en 2018 el número de católicos en el mundo era de 1.329 millones, 75 millones más que en 2013. Sin embargo, estas cifras se deben particularmente al incremento de la cantidad de creyentes en África y Asia, ya que en Europa se encuentran únicamente el 21,5% del total de católicos. A partir de este informe, se concluyó que los católicos representaban el 18% de la población mundial, una cifra considerablemente baja.

En España concretamente el número de católicos es del 59,8% de la población, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS, publicado en febrero de este año. De ese número, únicamente el 19,9% eran practicantes. Entre los españoles que se declaraban creyentes, el 54% confesaba no ir casi nunca a los actos religiosos.

Solo un 19,9% de los católicos españoles (el 59,8% de la población)  es practicante

Las misas del domingo se han convertido en el escaparate perfecto de esta realidad: los asistentes, sumergidos en el silencio sepulcral de la eucaristía, ocupan las primeras filas de la sala. Los últimos bancos se mantienen sin un cuerpo que los ocupe, vacíos, ante la falta de practicantes católicos.

El barómetro de 1978 fue el primero en el que se preguntó acerca de la religión en nuestro país. En ese año, la población católica constituía el 90,5%, hasta la fecha esa cifra ha disminuido en 30,7 puntos porcentuales. Es decir, la religión católica sigue teniendo un papel importante en nuestro país, aunque existe una tendencia a la baja. “¿Un joven rezando por su propia voluntad? ¡Qué disparate!”, pensarían algunos, pero las cifras llevan a usar este razonamiento. 

Mujer pidiendo limosna a la puerta de una iglesia
Mujer pidiendo limosna a la puerta de una iglesiaPaula Márquez

El Centro Benedicto XVI para Religión y Sociedad arroja algunos datos a la luz sobre la religiosidad de la juventud en su estudio Jóvenes Europeos Adultos y Religión publicado en 2018. A través de una serie de encuestas a personas de entre 16 y 29 años, se puede observar cómo estas, en su mayoría, no se identifican con ninguna religión. “Se observa un cambio grande en las creencias de la juventud, dejan de creer”, comenta Javier Carballo, director de la Facultad de Teología de San Esteban y profesor de Fenomenología de la Religión en la misma.

Según ese mismo estudio, en nuestro país el número de jóvenes católicos se reducía al 37%. La frecuencia con la que este grupo asistía a misa semanalmente o en más ocasiones era del 10% y tan solo un 22% rezaban todas las semanas o con mayor frecuencia. Javier Elzo, sociólogo especializado en la religión y los jóvenes, nos informa de que “la práctica religiosa en los jóvenes entre los 18 hasta los 28 años es prácticamente residual”. La expresión “es un capillita” puede que tenga los días contados.

Los seminarios y conventos “bautizan” en la vida consagrada cada vez a menos religiosos

Si volvemos a nuestra estampa de la misa del domingo, podremos contar muchas más cabezas con canas que sin ellas. El envejecimiento de la población creyente es un hecho que solo podría solucionarse con un milagro. 

Los datos hablan por sí solos. Los seminarios y conventos “bautizan” en la vida consagrada cada vez a menos religiosos. El número de católicos desciende, especialmente en las nuevas generaciones y, por lo tanto, también lo hace el número de jóvenes que deciden dedicar su vida a la vocación religiosa.

Según los datos que nos proporciona la Conferencia Episcopal, en el curso de 2002-2003 (año del primer informe realizado sobre esta cuestión) los nuevos ingresos en seminarios mayores del total de España ascendían a 353, mientras que en el curso de 2020-2021 el número se reducía a 215. Si analizamos el resto de documentos, podemos observar una tendencia discreta a la baja.

Fernando Ramón, rector del Seminario Mayor de la Archidiócesis de Valencia, nos confirma esa observación basándose en el centro que dirige: “Las estadísticas van evolucionando (…) yo recuerdo hasta un año que entraron veinte nuevos y el año pasado fue uno de los que menos [con diez seminaristas]”, expresa. 

Consecuencias

Los sacerdotes no dan abasto para atender a todas las parroquias

Aun contando con la existencia de jóvenes que se adentran en la vida consagrada, las cifras siguen suponiendo un problema. Existe un número alarmantemente escaso de sacerdotes en Europa. Según el informe de la Agencia Fides (asociada al Vaticano), el número de católicos por sacerdote aumentó en 26 personas en 2020 respecto al año anterior, lo que conlleva ciertas dificultades. “Un problema podría ser que los ministerios se vean recortados y haya un menor apostolado”, nos explica la hermana María José Tuñón, directora del departamento de Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal.
​La intermitencia es el nuevo formato de las misas en algunas regiones de España. Fernando Ramón comenta que, en la provincia de Valencia, el número de misas se está reduciendo en pueblos pequeños y lugares más alejados de la capital. Los sacerdotes no dan abasto para atender a todas las parroquias. “Igual hay misa un domingo sí y uno no, o en algunos casos un domingo al mes”, añade. Según Ramón, “la falta de vocaciones va en contra de la atención de las comunidades cristianas, especialmente de las más pequeñas, y también de la evangelización en sí”.
​El término “crisis vocacional” para referirse a la falta de vocaciones religiosas ya es habitual en la Iglesia. El Papa Francisco ha mencionado en varias ocasiones su preocupación por este fenómeno. “Es necesario pedir vocaciones al Señor y hacer lo necesario para que vengan vocaciones”, comentaba el Santo Padre en un acto de 2015. “Les confieso que me cuesta mucho cuando veo el decrecimiento de las vocaciones”, decía en otra ocasión. La Iglesia es consciente, por tanto, del peligro al que se enfrenta: el desvanecimiento de ella misma ante la falta de nuevos religiosos.

Volvamos a los casos de Lucas, Jaume y Aída, tres veinteañeros que decidieron dedicar su vida a Dios y que forman parte de los cimientos, ahora temblorosos, de la institución eclesiástica.

Lucas Blanes dice que la llamada no ocurre de forma espectacular. Lucas tiene 24 años y acaba de ser nombrado sacerdote en la Catedral de Valencia.

Si no fuera por el atuendo de cura, cualquiera diría que Lucas es un “chaval normal y corriente”. Ni siquiera habla con la corrección política que se espera de un cura. Es un chico veinteañero más cuyo camino cambió de dirección cuando decidió seguir a Dios.

Anciana asiste a misa
Anciana asiste a misa – Paula Márquez

A él la llamada a la vocación le llegó de forma inesperada. La religión no era lo suyo, era algo que le había inculcado su familia. Para este joven, el ser cura no entraba en sus planes. En su adolescencia dejó de ser monaguillo, se iba de marcha… “Para mí los curas eran gente rara, no pegaban con mi perfil: me gusta jugar a fútbol, me gustaba la fiesta…”, comenta.

En 2011 tuvo lugar la Jornada Mundial de la Juventud, en la que jóvenes católicos de todo el mundo iban a Madrid para encontrarse con el Papa y vivir la fe. Lucas tenía la intención de ir para ligar y pasárselo bien con sus amigos, algo que hizo. Sin embargo, al acabar el encuentro surgió la pregunta: “¿por qué no ser sacerdote?”.

Rechazó la idea durante los tres siguientes años. “Estuve 3 años huyendo de Dios, diciéndole que no, rebelándome, dejé la Iglesia y me metí en muchas cosas para intentar ser feliz”, explica. Incluso no encontraba sentido a su vida, veía que no valía la pena vivir.

Estuve 3 años huyendo de Dios, diciéndole que no, rebelándome, dejé la Iglesia y me metí en muchas cosas para intentar ser feliz

Finalmente, con 18 años aceptó esa llamada a la vocación y entró en el Seminario Mayor de Valencia. “Es algo que nace de dentro, surge de tu corazón y dices ‘creo que así voy a ser feliz, creo que me voy a realizar en mi vida’”, dice. Su mirada cuando menciona estas palabras es la de alguien que sabe que ha tomado la decisión correcta.

Su familia se sorprendió ante la noticia. Sus padres siempre lo habían visto en el futuro como padre de familia y a su madre le habría hecho ilusión que llevara algún día a su novia a casa y aconsejarles, como hacen con otras parejas de la parroquia. “Aun siendo religiosos, fliparon bastante”, comenta.

De grupo cristiano en grupo cristiano hasta la vocación

Jaume Pastor, tiene 23 años y es de Valencia. Como él mismo dice, tiene un aspecto “peculiar”: pelo largo, barba, una camiseta de V de Vendetta… Nadie que lo viese en persona pensaría que este joven está en su primer año del Seminario Mayor de Valencia y que es fan de Benedicto XVI, persona de la que menciona alguna cita cuando tiene ocasión.

Al igual que Lucas, sus padres son creyentes, algo que traspasaron a su hermana y a él mismo. Desde pequeño ha asistido a varios colegios cristianos, pero su fe siempre la ha vivido en grupos de jóvenes católicos. Empezó asistiendo a un centro juvenil del Opus Dei (del movimiento La Obra), llamado Club Alfambra.

Lucas Blanes
Lucas BlanesPaula Márquez

En 1º de la ESO, Jaume conoció a Don Carlos, un sacerdote que se convirtió en un referente para él y pasó a convertirse en su director espiritual. “Muy poco a poco me ayudó a acercarme a Jesús, proponiéndome frecuentar más mi trato con Dios”, comenta Jaume. A partir de este encuentro, comenzó a tener un hábito de oración, ir a algún día a misa o rezar misterios del Rosario.

Con el paso del tiempo, sus padres le llevaron a la parroquia de San Leandro, en la que pudo sentirse parte de la comunidad: “ese sentimiento de pertenencia sí que lo conseguían, esa conciencia de ser parte de una comunidad que crece y avanza unida o no avanza”, comenta el joven. De forma concreta, en un retiro durante el campamento de La Obra del año 2012, le propusieron que se plantease la vocación. “No quiero que me habléis del tema”, contestó Jaume.

Sin embargo, el día 11 de julio de aquel verano escuchó tres veces de casualidad en diferentes momentos del día la parábola del Evangelio de San Mateo, que dice: “Entonces dice [Jesús] a sus discípulos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Esto le marcó y vio que la palabra de Dios le hablaba. “Jesús es, simple y llanamente, un liante (…) la vida se resume en esto, en un dejarse liar por el mayor liante del mundo, Jesús, en un atreverse a decirle que sí a su plan”, bromea Jaume.

La vida se resume en esto, en un dejarse liar por el mayor liante del mundo, Jesús

Cuando les contó a sus padres la decisión de dedicarse a la vida religiosa, estos no estaban de acuerdo. Intentaron alejarle de la idea, pero Jaume seguía yendo al Opus Dei a escondidas y seguía en su empeño. Cuando entró en la universidad, su padre le propuso dejar el Opus Dei por un año y Jaume accedió, pero su vida espiritual se estancó y cayó en la adicción a los videojuegos. “Fue mi vía de escape para huir de la realidad porque no quería aceptar que estaba sin familia, sin parroquia, sin Opus Dei… sin nadie con quien poder vivir mi fe”, confiesa. En esos difíciles momentos, un sacerdote le hizo ver que Jesús no le había abandonado.

A partir de entonces comenzó a mejorar, volvió a tener una vida de oración, y tras el año de espera volvió a tener contacto con el Opus Dei. Tuvo una gran recaída y se le pasó por la cabeza el suicidio, pero siguió adelante. “Aunque estaba francamente mal, quería seguir estando a su lado [de Dios]”, explica. Pasado el tiempo tuvo claro que el sacerdocio era lo suyo y que, al acabar la carrera de Bioquímica, entraría al seminario. Así lo hizo el 11 de septiembre de 2020 y ahora está en su primer año de formación. “La razón por la que entré al seminario es por decirle a Jesús que sí, que sí quiero seguirlo porque me fio de Él”, comenta.

Jaume menciona que cuando era más joven era muy competitivo, a veces egoísta, una persona angustiada por conseguir ser el que más destacaba, el mejor. Poco queda de esa descripción. Ahora parece un joven sin esas preocupaciones mundanales. Parece haber olvidado esos tiempos difíciles, parece feliz porque ahora está donde pertenece.

La atracción a la vida consagrada

La hermana Aída, de 27 años, prefiere que su identidad sea lo más secreta posible, así que únicamente contamos con sus palabras. Solo por esta postura ya podemos deducir que posee una personalidad humilde y discreta, propia de las religiosas.

Aída creció en un ambiente cristiano y en este empezó a conocer a Jesús y a rezar. “Empecé a tener una relación de amistad con Él, entendí dentro de mí que mi vida era suya, que Él era mi dios y el amor de mi vida”, relata como cualquier joven enamorada.

“Empecé a tener una relación de amistad con Él, entendí dentro de mí que mi vida era suya, que Él era mi dios y el amor de mi vida”

La veinteañera nunca había conocido ninguna monja antes de entrar en el convento, pero sí a mujeres con vocación a la virginidad que viven entregadas a Jesús y a la Iglesia y le llamó la atención cómo estas personas daban su vida por ayudar a otros. “Veía en ellas una belleza y una dignidad que me atraía”, dice Aída. El sentimiento de felicidad tras servir a otros es algo que formaba parte de ella, como una droga, y vio el hacerse monja como una oportunidad de saciar esa sed.

Entró en el convento de Iesu Communio de Godella con 22 años, una vez había acabado la carrera de Derecho. Cuando sus padres se enteraron de la decisión que había tomado, les costó aceptarlo porque les parecía todo desconocido, pero finalmente le acompañaron en su entrada. “Ahora están muy agradecidos”, comenta.

Puedes continuar leyendo la segunda parte de este reportaje de La Vanguardia aquí.

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