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¿Criar hijos sin religión?

Más niños están creciendo “sin Dios” que en ningún otro momento de la historia de los Estados Unidos. Son los retoños de una población secular en expansión que incluye a una aburguesada y relativamente nueva categoría de estadounidenses llamada los “Nones,” así apodados porque ellos se identifican a sí mismos como creyentes en “nada en particular” según un estudio del año 2012 realizado por el Centro de Investigaciones Pew.

El número de niños estadounidenses criados sin religión ha crecido de manera significativa desde la década de 1950, cuando menos del 4% reportaron haber crecido en hogares no religiosos, de acuerdo a varios estudios nacionales. Esa cifra entró a los dobles dígitos cuando un estudio de 2012 mostró que el 11% de las personas nacidas después de 1970 dijo haber sido criado en hogares seculares. Esto puede ayudar a explicar por qué el 23% de los adultos en los EE.UU dicen no tener religión, y más del 30% de los estadounidenses entre las edades de 18 y 29 años dicen lo mismo.

Entonces ¿qué tal funciona la crianza de niños honestos y con buenos valores morales sin recurrir a oraciones durante los alimentos y lecciones de moral en la escuela dominical? Parece que bastante bien.

Lejos de ser disfuncionales, nihilistas y desorientados en ausencia de la seguridad y rectitud de la religión, los hogares seculares proveen una segura y sólida base para los niños, de acuerdo a Vern Bengston, un catedrático de gerontología y sociología de la USC.

Durante casi 40 años, Bengston ha supervisado el Estudio Longitudinal de Generaciones, el cual ha llegado a ser el estudio más completo sobre familia y religión conducido a través de varias generaciones en los Estados Unidos. Cuando Bengston se dio cuenta de que el crecimiento de estadounidenses no religiosos era cada vez más pronunciado, en 2013 decidió añadir familias seculares a su estudio en un intento de entender cómo funciona la vida familiar y las influencias intergeneracionales entre los que no tienen religión.

Le sorprendió lo que encontró: altos niveles de solidaridad familiar y de cercanía emocional entre los padres y la juventud no religiosa, y fuertes estándares éticos y valores morales que habían sido claramente articulados cuando se impartieron a la generación siguiente.

Bengston me dijo: “Muchos padres no religiosos fueron más coherentes y apasionados acerca de sus principios éticos que algunos de los padres ‘religiosos’ en nuestro estudio.” “La gran mayoría parecía vivir vidas llenas de metas, caracterizadas por tener una clara dirección moral y un sentido de propósito en sus vidas.”

Mi estudio de investigación en proceso y entre estadounidenses seculares —tanto como los de un puñado de otros científicos sociales que solo recientemente han vuelto su mirada a la cultura secular— confirman que la vida familiar no religiosa está repleta con sus propios valores morales que sustentan y enriquecen sus preceptos éticos. Capital entre ellos: solución de problemas de manera racional, autonomía personal, independencia de pensamiento, alejamiento del castigo corporal, un espíritu de “cuestionamiento de todo” y, muy por encima de todo, empatía.

Para la gente secular, la moral se predica sobre un principio simple: reciprocidad empática, ampliamente conocida como la regla de oro. Tratar a la otra persona como a ti te gustaría ser tratado. Es un antiguo  y universal imperativo ético y no requiere de creencias sobrenaturales. Como una madre atea que quiso ser identificada solamente como Debbie me dijo: “La forma en que me enseñaron lo que está bien y lo que está mal formó en mi un sentido de empatía… cómo otras personas se sienten.  Ya sabes, solo intentando darles el sentido de cómo sería estar del otro lado de sus acciones. Y no veo la necesidad de Dios en ello…”

“Si tu moralidad está atada en Dios,” continuaba ella, “¿qué si en algún momento comienzas a cuestionarte la existencia de Dios? ¿Eso significa que tu sentido de moral se desmorona repentinamente?  De la manera que estamos enseñando a nuestros niños… no importa que escojan creer más tarde en la vida, aún si llegan a ser religiosos o lo que sea, seguirán teniendo un sistema.”

Los resultados de esa manera secular de educar a los niños son alentadores. Las investigaciones han encontrado que los adolescentes seculares son menos susceptibles de preocuparse por lo que los  “muchachos populares”(“cool kids”) piensan, o a expresar la necesidad de encajar con ellos, que sus iguales religiosos.  Cuando estos adolescentes maduran en adultos “sin Dios”, exhiben menos racismo que sus contrapartes religiosos, de acuerdo al estudio de 2010 de la universidad de Duke. Muchos estudios psicológicos muestran que los adultos seculares tienden a ser menos vengativos, menos nacionalistas, menos militaristas, menos autoritarios, y más tolerantes, en promedio, que los adultos religiosos.

Una investigación reciente también ha mostrado que los niños criados sin religión tienden a permanecer sin religión cuando crecen—y son tal vez más incluyentes. Los adultos seculares están más inclinados a entender y a aceptar las preocupaciones científicas del calentamiento global, y de apoyar la equidad de los derechos de las mujeres y de los homosexuales. Un dato que habla desde el campo de la criminología: los ateos estaban casi ausentes en la poblaciones carcelarias hasta finales de los noventa, conformando menos del 1% de aquellos que se encontraban tras las rejas, de acuerdo con más de un siglo de estadísticas de la Oficina Federal de Prisiones—los no afiliados y no religiosos están involucrados en mucho menos crímenes.

Otro hecho significativo relacionado: los países democráticos con los menores niveles de creencias y participación religiosas de hoy día —como Suecia, Dinamarca, Japón, Bélgica y Nueva Zelanda— tienen algunos de los más bajos índices de criminalidad violenta en el mundo y disfrutan de muy altos niveles de bienestar social. Si las personas seculares no pudieran criar niños con buen funcionamiento moral, entonces la preponderancia de ellos en una sociedad dada significaría el desastre. Y es precisamente el caso opuesto.

Como padre secular y como un experto en cultura secular, conozco bien la ansiedad que algunas personas experimentan cuando no pueden evitar preguntarse: ¿estaré haciendo un error al criar a mis hijos sin religión? La respuesta inequívoca es no. Los niños criados sin religión no tienen escasez de rasgos positivos ni de virtudes, y tienen que ser afectuosamente recibidos como una corriente demográfica creciente.

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