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«Creer en Dios, quererse los unos a los otros, reunificar el país»

Escuelas cristianas evangelizan a los jóvenes refugiados que huyen del régimen comunista del Norte.

A simple vista se parecen a cualquier surcoreano de su edad: escuchan música Pop, visten a la última moda y están enganchados al teléfono móvil.

Pero los 30 estudiantes de la escuela Yeomyung de Seúl son diferentes. Sólo hay que escuchar su acento para saber que son refugiados de Corea del Norte.

Escaparon de su país huyendo del hambre y hoy viven en una de las sociedades más desarrolladas del mundo. La escuela les permite adaptarse a la vida moderna, con la condición de que acepten una educación cristiana.

"Creer en Dios. Quererse los unos a los otros. Reunificar el país". Los empleados de la escuela visten chaquetas con el lema de Yeomyung estampado en letras naranjas.

"Les hacemos leer la Biblia y rezar juntos una vez por semana", explica Kee Sup Woo, director de Yeomyung. "Pero no les obligamos a convertirse", asegura Kee.

El centro se fundó en 2004 por iniciativa de 20 congregaciones evangélicas, que financian tres cuartas partes del presupuesto anual del centro, de 400.000 dólares. El resto proviene de donaciones privadas.

La escuela -dos pisos de un bloque de oficinas en una calle comercial del sur de Seúl- sólo tiene tres clases y 11 profesores contratados. El resto son voluntarios.

Curso de integración obligatorio

En Seúl hay aproximadamente 12.000 refugiados norcoreanos, y unos 1.100 son jóvenes entre 16 y 25 años. Al llegar a Corea del Sur, el Gobierno les proporciona alojamiento y ayudas mensuales, y les obliga a un curso de integración a la cultura surcoreana de tres meses.

El choque de estilos de vida que encuentran en Seúl es demasiado violento para los norcoreanos, que vienen de un país marcado por el hambre, la miseria y la represión de la dictadura de Kim Jong Il.

Para llegar aquí han sufrido un camino lleno de riesgos: cruzar la frontera con China, dejando atrás a sus familias, y vivir escondidos hasta lograr asilo en una embajada extranjera. Sólo así podrán volar a algún país del Sureste asiático, como Tailandia o Vietnam, y de allí conseguir entrar en Corea del Sur.

Se estima que 300.000 norcoreanos viven en la clandestinidad en China.En Seúl sólo hay cuatro centros como Yeomyung. El último en abrir es un colegio internado financiado por el Gobierno en Hanawon, en las afueras de Seúl. "Allí se sienten aislados", observa Myung.

En Yeomyung las clases son por la mañana y después los alumnos regresan a sus casas. Para la subdirectora, es esencial que los refugiados tengan contacto con el mundo real: que vivan en su propio apartamento, utilicen el metro, escuchen a la gente por la calle. "Están hartos de vivir con miedo y sin libertad", dice Myung.

"Atención psicológica"

Lo que más me gusta de Seúl es la libertad para decir y hacer lo que quiero", dice Hana Shin (nombre inventado), una estudiante del centro, de 19 años. Hana se fugó a China con su madre cuando tenía 10 años. Su madre fue detenida por la Policía china y devuelta a su país, ella fue enviada a un orfanato, donde fue adoptada por una familia local.

Después de 9 años, su madre logró volver a escapar y consiguieron llegar juntas a Seúl. "Un día me gustaría poder volver a mi pueblo. Tengo mucha familia y amigos allí", dice Hana, bajando la mirada hacia el medallón colgado en el cuello, grabado con el rostro de una protagonista de cómic Manga.

"Para ellos es muy duro hablar del pasado", dice Kee. El director no puede evitar emocionarse al recordar las historias trágicas de algunos de sus alumnos.

Según el Gobierno, el 70% de los refugiados necesita ayuda psicológica para superar el Trastorno por Stress Post Traumático (PTSD en sus siglas en inglés).

"Les pedimos que no piensen en Corea del Norte", dice Kee. Y añade: "Aquí han venido a estudiar y a liberarse de la presión emocional". Es básico que se concentren en sus estudios y consigan entrar la universidad para lograr su mejor integración en la sociedad.

"El Gobierno norcoreano no tiene constancia de los que se escapan", dice Kee. La prensa es uno de sus recursos para identificar a los refugiados y tomar represalias contra los familiares que se han quedado en el país. Por eso, la escuela debe proteger el anonimato de sus estudiantes. Los castigos para las familias son todavía peores si los refugiados se convierten al cristianismo. La religión puede desestabilizar el status divino de Kim Jong Il.

Una de las alumnas señala en un mapa de Corea colgado en su clase su pueblo natal, junto al río Tumen, en la frontera con Rusia y China. Hace dos años, esta joven vestida con un moderno top de color negro y con el rostro maquillado se escapó de allí, huyendo del hambre.

La joven recoge su pupitre y baja al comedor. Son las doce y media y todo el edificio huele a la sopa de pescado que preparan las voluntarias. Los alumnos se zampan sus raciones generosas de arroz, tofu, estofado de ternera con setasy una mazorca de maíz, sentados en el suelo, como manda la costumbre norcoreana. Parecen contentos y bromean entre ellos."La mayoría de mis amigos son norcoreanos", dice Hana.

El centro organiza actividades para el fin de semana -ir al cine, al teatro, salir a cenar- pero a los refugiados todavía les cuesta conectar con los jóvenes de la capital. Tienen problemas para aprender el dialecto surcoreano y adaptarse a los valores de la sociedad moderna.

"No están acostumbrados a pensar por ellos mismos", opina Myung. Según la subdirectora, los norcoreanos reciben una educación básica pero sus ideas están demasiado politizadas y no tienen iniciativapropia. "Aquí les enseñamos a prepararse para los exámenes y aintegrarse en una sociedad muy competitiva", dice Myung.

Después de retirar las mesas, el comedor se convierte en gimnasio. La clase de baile está a punto de empezar y los alumnos hacen ejercicios de calentamiento al ritmo de la música que ha traído el profesor, un rapero surcoreano vestido con visera, pantalones anchos y pendientes de plata en forma de cruz. Antes de empezar, rezan juntos una plegaria de Navidad. "El 90% de nuestros estudiantes se convierte al cristianismo", asegura Kee.

"Estos jóvenes son los futuros líderes de la reunificación de las dos Coreas", dice Kee. A diferenciade las élites surcoreanas, los refugiados conocen bien la sociedad de los dos países.

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