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Creacionismo, imposturas, creencias

Sólo 4 de cada 10 mexicanos considera que el ser humano es producto de la evolución, tal y como ha demostrado la ciencia, y no resultado de una creación divina. La discrepancia entre evolucionismo y creacionismo expresa la identificación con la racionalidad o con los dogmas. En nuestro país el laicismo ha  garantizado que en las escuelas se enseñe la teoría de la evolución sin limitaciones religiosas. Lamentablemente el debilitamiento de las convicciones laicas, la incursión de grupos religiosos en el corazón de la llamada cuarta transformación y el insuficiente interés de la sociedad por estos temas podría propiciar que tanto la enseñanza como la propagación de los principios científicos sean erosionados.

Una encuesta nacional de El Financiero realizada por el especialista Alejandro Moreno encontró, en un sondeo telefónico, que el 52% de los ciudadanos opina que el ser humano “es creación de Dios como dice la Biblia”. Para el 40% los humanos somos “producto de la evolución, como propone la teoría científica” y el 8% declaró que no sabe.

Esos datos expresan un fracaso de la educación y del compromiso laico del Estado, de los esfuerzos para difundir el conocimiento científico y, de esa manera, también de los medios de comunicación. La versión del creacionismo es resultado de creencias religiosas. La cantidad de personas adultas —más de la mitad— que antepone sus convicciones religiosas a la explicación científica no es mayor que en otros países pero no deja de ser inquietante.

En Estados Unidos la empresa Gallup evalúa con regularidad la adhesión al creacionismo o al evolucionismo pero les ofrece a sus entrevistados tres opciones. En la encuesta más reciente, en junio pasado, el 40% consideró que los seres humanos son creación de Dios y el 33% opinó que hubo un proceso evolutivo pero con orientación de Dios. Sólo el 22% comparte la idea de la evolución sin intervención divina. Hace dos décadas únicamente el 9% de los estadunidenses se adhería a la tesis científica de la evolución sin Dios.

Posiblemente el 52% de partidarios del creacionismo que registra la encuesta de El Financiero hubiera sido menor si la pregunta no hubiera incluido la figura de autoridad que constituye la Biblia. En 2014 el Pew Research Center, en una encuesta sobre la religiosidad en América Latina, preguntó: “Pensando acerca de la evolución, ¿qué resulta más cercano a su apreciación? Los seres humanos y otras cosas vivas han evolucionado a través del tiempo, o los humanos y otras cosas vivas han existido en su forma actual desde el inicio del tiempo”. A ese dilema el 64% de los mexicanos eligió la evolución. La misma respuesta fue respaldada por el 74% de los uruguayos, 71% de los argentinos, 69% de los chilenos, 66% de brasileños, 51% de peruanos y 44% de bolivianos.

Todas las personas tienen derecho a las convicciones religiosas con las que mejor se identifiquen, o a no profesar ninguna. Pero nadie tiene derecho a pretender que sus creencias religiosas sean forzosamente compartidas por los demás. La defensa del creacionismo ha sido bandera de la ultraderecha entremezclada con grupos religiosos, especialmente de orientación protestante, en Estados Unidos y en otros países.

Quienes reivindican la tesis de la creación divina consideran que en las escuelas no se debería enseñar la teoría darwinista de la evolución, o que en todo caso se tendría que mencionar en iguales circunstancias la versión de la Biblia. Una modalidad del creacionismo ha sido la tesis del “diseño inteligente” que acepta rasgos de la teoría de la evolución pero como resultado de la acción de Dios. El “diseño inteligente” es una modalidad de seudociencia que busca adaptar el dogma creacionista a las demostraciones científicas.

En no pocos países, las sociedades se dividen entre la pretensión de que las creencias definan la orientación de la enseñanza y el discurso público y la reivindicación de la ciencia y el laicismo. En un alegato sobre esas diferencias, el biólogo y divulgador científico Richard Dawkins explica:

“Es demasiado fácil confundir el fundamentalismo con la pasión. Puede que parezca apasionado cuando defiendo la evolución frente al creacionismo fundamentalista, aunque esto no se debe en sí a una rivalidad fundamentalista. Se debe a que la evidencia de la evolución es tan abrumadoramente fuerte que, de manera apasionada, me sobrecoge el hecho de que mi oponente no pueda verlo —o, más habitualmente, que se niegue a verlo porque contradice a su libro sagrado. Mi pasión aumenta cuando pienso en cuán perdidos están los pobres fundamentalistas y todos aquellos en quienes ellos influyen” (El espejismo de Dios, Espasa, 2007).

La encuesta de El Financiero encontró que en México el 57% de las mujeres comparte la idea del creacionismo frente al 46% de los hombres. Entre los mayores de 50 años el 66% son creacionistas pero entre los mexicanos de 30 a 40 esa creencia la comparte el 50% y entre los jóvenes de 18 a 29 únicamente el 39%.

La educación, o su ausencia, contribuyen a esa expresión de fundamentalismo. Son creacionistas el 64% de quienes solamente tienen educación básica, el 43% de los que cuentan con enseñanza media y el 29% de los mexicanos con educación universitaria. Más educación implica más información pero no en todos los casos. El 62% de quienes tienen educación universitaria se inclinó por el evolucionismo pero un 9% no contestó. A nuestras universidades tendría que preocuparles el hecho de que el 38% de sus egresados o sus estudiantes desdeñe la teoría de la evolución. Todos estos datos fueron difundidos en la cuenta de Twitter de Alejandro Moreno.

Entre los mexicanos que son cristianos evangélicos, el 84% defiende al creacionismo. En cambio, esa convicción la tiene el 53% de los católicos. En Estados Unidos la encuesta Gallup también ha identificado mayor creencia en el creacionismo ortodoxo entre protestantes (56%) que entre católicos (34%).

En México, de las personas que van a la iglesia más de una vez por semana son creacionistas el 84%, lo mismo que el 65% de quienes asisten cada semana, el 41% de los que van pocas veces y el 25% de quienes nunca van a la iglesia. La sociedad mexicana ha sido cada vez más laica y el conocimiento se propaga hoy de manera más amplia. Sin embargo también circulan con mayor intensidad supercherías y fanatismos de toda índole. En las nuevas circunstancias del país hay al menos tres motivos de preocupación acerca de estos temas.

Por una parte, el desprecio del gobierno por la ciencia y los expertos tiende a debilitar los recursos para la investigación y la divulgación pero además erosiona la autoridad pública del conocimiento científico. En segundo lugar, la deliberación de asuntos fundamentales queda abrumada ante la abundancia de temas que circulan a diario, a menudo sin ton ni son y que acaparan el interés de la sociedad y los medios. En tercer término, la religiosidad en el discurso y según se ha anunciado en decisiones del gobierno, favorece los intereses de distintas iglesias e incluso la propagación de falsedades como el creacionismo.

En este espacio ya nos hemos referido al señor Arturo Farela, el pastor favorito de la 4T. Ese personaje, que se ufana de tener derecho de picaporte en Palacio Nacional, además de gestor de docenas de iglesias, es promotor del creacionismo. El 31 de octubre de 2013, en su espacio en Facebook, comentó una conferencia del Dr. Antonio Lazcano Araujo sobre la teoría de la evolución. Lazcano, que es un científico muy destacado y con sólida vocación por el debate público, se había referido con desasosiego a la amplia adhesión que alcanza el creacionismo en Estados Unidos. Farela replicó: “No puede desdeñarse a aquella sociedad por el resultado de la encuesta, por el hecho de que aquella nación que conoce ambas teorías (creacionista y evolucionista), aun así prefieran creer que existe un Dios, Creador de todo el universo que lo sustenta y que se ha revelado a toda la humanidad haciéndose hombre, ofreciendo su vida para la salvación de todos los que creen en él a creer en la teoría de la evolución”.

No se trata de creer, sino de reconocer las evidencias y la autoridad del conocimiento científico. Es sorprendente que a estas alturas del siglo 21 tengamos que decir tales obviedades. No son tiempos fáciles para la razón y sus causas.

Raúl Trejo Delarbre

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