Quién quiere ser millonario?”, se preguntaba a la audiencia desde un famoso concurso de televisión. La idea ha dado título a una película, bastante menos risueña, basada en una novela. Pero las vacas gordas se han terminado, estamos en plena crisis y hete aquí que la Iglesia católica española lanza un vídeo para preguntar al personal quién quiere hacerse cura. Los sueldos no son buenos y cabe contar con ciertos condicionamientos —el celibato, no tener descendencia—, que económicamente se truecan en ventajas: el cura mileurista no tiene que gastarse el dinero en esposa ni hijos. Además, “tu riqueza será eterna”. Pero garantiza trabajo fijo —ahí es nada, en tiempos de tanta precariedad— y amplias perspectivas: “una vida apasionante”, “te prometo que nunca te arrepentirás”.
Cierto que el ofrecimiento eclesial excluye a la mitad de la población. El sacerdocio es cosa de hombres y, por tanto, el vídeo de la Iglesia no concierne a las mujeres. Pero descubre un nuevo yacimiento de empleo para los varones, un salvavidas en el naufragio de la construcción y otros sectores…
Lo mejor es lo que no se explica: se trata de una profesión muy segura, porque está subvencionada. Este año corresponden 248 millones de euros a la Iglesia en concepto de recaudación por la casilla del IRPF de 2011, una suma que en su mayor parte va al sostenimiento del clero. Las arcas públicas están semivacías —la oferta pública de empleo se ha reducido de forma drástica—, pero la mayoría del arco parlamentario estaba y está de acuerdo en detraer de la recaudación del impuesto lo bastante como para que la Iglesia, gracias a los contribuyentes, pueda presentar su oferta de empleo. Además, el Estado paga a los profesores de religión.
Para poner fin a la crisis crónica de vocaciones sacerdotales, a la Iglesia se le ha ocurrido jugar con la crisis económica. De ocurrencias también se vive. Si 1.278 seminaristas ya están en ello, quién sabe cuantos más tras la campaña. Así que vale de excusas y quejumbres: varón, ¿dice usted que no encuentra trabajo, que no hay nada? Pues ¡hale!, al seminario.
Ay señor, ¿y la fe?
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