Entrevistamos a Consuelo García del Cid, escritora, investigadora y activista, que ha sacado a la luz la realidad de los reformatorios del Patronato de Protección a la Mujer, en libros como “Las desterradas hijas de Eva” o, recientemente, en “La niña del rincón” y “Dolores”.
Cuando Consuelo García del Cid (Barcelona, 1958) se despidió de sus compañeras, en el patio del reformatorio, en 1976, hizo una promesa con ellas y consigo mismo, “esto lo voy a contar, el país entero se va a enterar de lo que nos han hecho”. Pasaron los años y Consuelo fue recopilando información sobre el Patronato de Protección a la Mujer, un organismo franquista que había perdurado en la democracia (estuvo activo desde 1941 hasta 1984), donde se internaba a las “descarriadas”, a las jóvenes que se alejaban de la estricta moral franquista, un capítulo más de la guerra contra las mujeres, de la dura represión que el régimen fascista ejerció contra ellas, porque, fueran del bando que fueran, todas las mujeres perdieron en el franquismo.
Primero Consuelo acudió a las enciclopedias, a las hemerotecas, con poco resultado, “allí no había nada, era como si no hubiera existido”, más tarde, con la aparición de internet, empezó a tirar de los hilos, “ahí comenzó un trabajo de muchos años, porque yo no quería contar un cuento, quería presentar pruebas, y necesitaba documentación que lo acreditara.” Durante los años 70 y 80 colaboró con varias publicaciones como Ajoblanco, Ozono o El Viejo Topo, y en 2012, finalmente, recogió en “Las desterradas hijas de Eva” el fruto de su trabajo, donde sacó a la luz el brutal sistema penitenciario que sufrieron las menores internadas en los centros del Patronato.
“Tenía claro que esto lo tenía que hacer, no entendía como nadie estaba hablando de esto porque eramos muchísimas, no miles, sino decenas de miles, y entre estas decenas de miles, ¿sólo era yo la que estaba obsesionada con contarlo? Bueno, me tocó a mí dar el primer paso, y lo volvería a hacer.”
No fue un camino fácil, ya que cuando decidió sacar a la luz el fruto de sus investigaciones, sufrió numerosas amenazas de muerte, “te vamos a coser la boca, cállate, puta”, era lo más habitual, estaba convencida que algún día le iban a dar una paliza en la calle. Fue Charo Vega, la nieta de Pastora Imperio, sobre la que estaba escribiendo su biografía, la que la animó a que contara su historia en televisión, y la que consiguió que la entrevistaran en Espejo Público, en 2012: “Yo no había salido en la tele en mi vida, y ahí comienzo a largarlo todo, a sacar los documentos que llevaba, y hay un intermedio y me dicen que tenían muchísimas llamadas, que estaban bloqueando la centralita.”
A partir de allí comenzó a descubrir las verdaderas dimensiones del Patronato,“un sistema absolutamente nazi, una Gestapo española contra las mujeres, de la que nadie ha hablado,” con siniestros personajes como el doctor Vela, que ejercía en la maternidad de Peñagrande, y daba clases de Auxiliar de Clínica en el reformatorio de las Adoratrices de Madrid, donde su familia había ingresado a Consuelo, “yo le veía llegar todos los días con su bata blanca, y las monjas lo recibían como si fuera un dios.”
En medio del revuelo mediático, dormía cada noche en una casa distinta, convencida en que podía acabar en una cuneta, incluso el aeropuerto de Berlín -Consuelo vivía entonces en Salzburgo- unos hombres trajeados se acercaron a ella, sin identificarse, le dieron el susto de su vida, “¿Consuelo García del Cid? Queremos hablar un momento con usted”, tal vez agentes del CNI, ella no quiso saberlo, “en ese momento no era consciente de lo que estaba haciendo.”
El primer testimonio directo que recabó para su estudio del Patronato fue el de Loli Gómez de Benito, “yo estaba en Salzburgo, y estuve hablando con ella mucho rato”, al acabar, “abrí una ventana, caía una nevada monumental, y empecé a gritar, porque tenía una rabia dentro de todo lo que le habían hecho a Loli, lo que me habían hecho a mi, de lo que nos habían hecho a todas.” Ahí abrió otra puerta al infierno, encontrando documentos como en el que se especificaba “dado que los procesos de adopción están sometidos a largos plazos de espera, solicitamos urgentemente un niño a Peñagrande.”
Consuelo García del Cid abrió la caja de Pandora y puso sobre la mesa las terribles condiciones a las que eran sometidas las internas del Patronato, “en Adoratrices -Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad de Barcelona- había celdas de aislamiento, y a veces te metían allí un botijo y un orinal, yo fui varias veces por ayudar a compañeras a fugarse”, porque la fuga estaba siempre en la mente de aquellas jóvenes que sentían que “entraban en otro planeta” al que lo llamaran como lo llamaran “era una cárcel, era un sistema penitenciario de menores que dependía del Ministerio de Justicia, donde no teníamos derechos, ninguno, hasta teníamos que entregar la correspondencia abierta, con lo que nuestra intimidad se reducía al water.”
Niega que las jóvenes que ingresaban en el Patronato fueran todas prostitutas, más bien al contrario, “era el Patronato el que inducía a la prostitución, porque si tu vivías en Madrid, te llevaban a Barcelona, si vivías en Cuenca te llevaban a Andalucía, para desvincularte totalmente de tu entorno, y en caso de fuga, tu no tuvieras donde ir, no tuvieras quien te diera una mano en la calle, y cuando alguna se fugaba, se prostituía de forma ocasional, para poder dormir bajo techo y para poder comer y otras también robaban”.
Pero la institución no solo inducía al delito y a la prostitución, sino también al suicidio, “porque muchas se quitaban la vida porque no podían seguir soportando esto.” Incide en la diferencia con otras víctimas del franquismo, al señalar que “no tenemos muertas en las cunetas, a nosotras nadie vino a darnos un tiro en la nuca, pero te llevaban a eso. La cadena no tenía fin, tú te escapabas, te pillaban siempre, te volvías a escapar, te llevaban a otro centro, y ya te aplicaban peligrosidad social porque habías robado, o porque te habían visto en un club nocturno, ya eras una delincuente, ya lo había conseguido el sistema. Porque si tu ves un expediente de alguna chica que al final termina quitándose la vida, es porque el Patronato le inducía a ello.”
Consuelo cuenta el caso de una chica que se fugó repetidamente, y en una de esas fugas se unió a una banda de atracadores, aunque la detuvieron en el primer atraco y “la ingresaron, con 17 años, en la Cárcel de Mujeres de Alcalá de Henares, en el año 75, una prisión franquista”, y cuando volvió al reformatorio dijo que eran mejores las condiciones de la cárcel, “porque podía hablar con todas, nadie les prohibía nada, no la obligaban a trabajar, y la correspondencia no estaba censurada”.
También señala Consuelo que tras el franquismo y la transición, las congregaciones religiosas que servían al Patronato, “se reconvirtieron en ONGs, y están cobrando las subvenciones”, algo que siente como una puñalada, “porque la sensación que tenemos es que aquí no ha pasado nada, y luego, te dicen, por algo sería, no se mete en un reformatorio a cualquiera por nada”. No era por nada, porque en aquellos centros “había de todo, desde chicas que habían pasado una noche fuera de casa, chicas violadas por el padre -se castigaba a la víctima, pero no al agresor-, hijas de presos y de presas, huérfanas que se estaban comiendo toda la cadena institucional, desde el Auxilio Social al orfanato, del orfanato al reformatorio.”
Aquel sistema perverso, que condenó a miles de jóvenes, no estaba concebido para reformar a nadie, más bien al contrario, sólo para lograr un beneficio económico a cuenta de ellas, “y ¿que se esperaba de esas chicas?, porque nosotras teníamos solo tres horas de colegio. En un colegio normal no te pasas todo el día trabajando, fregando y rezando, con solo tres horas de clase. La formación académica no era una necesidad para ellas, nos tenían allí acuarteladas, destruyéndonos la vida, y haciéndonos trabajar gratis, porque eran trabajos forzados, y ellas cobraban su dinero. Y no poco, mucho.”
Consuelo también incide en el maltrato psicológico, en la prohibición de relacionarse entre las internas, “las monjas vigilaban hasta con quien hablabas, no podías tener amigas, porque en el momento que ellas veían que tu tenías simpatía o cariño hacia una compañera, automáticamente te separaban de ella”.
Consuelo también denuncia el blanqueamiento que algunas películas, como “Alumbramiento”, de Pau Teixidor, recientemente estrenada, hace del tema, “es una película detergente, llevada a unos extremos ofensivos. Tú no puedes jugar con esto, esto es algo muy serio, que una persona venga a describir Peñagrande como si fuera una residencia de señoritas, como los internados de Torres de Mallory, como en los libros de Enid Blyton, con un saloncito hogareño, velitas en la habitación, fotografías de Lola Flores, fiestas de despedida a antiguas internas…”
Otra película dedicada a las Oblatas, “Si todas las puertas se cierran”, la hizo contactar con su director, Antonio Cuadri, para contarle la realidad del Patronato, “si llego a saber esto no hago la película”, le dijo el director, y le puso en contacto con la Directora General en Europa de las Oblatas, que aseguró no saber nada y que abriría una investigación. Pero lo cierto es que todavía están esperando a que la iglesia les pida perdón.
Con respecto a la religión, también señala que “yo entré siendo creyente, y me desengañé en una semana, si de verdad creían que el adoctrinamiento religioso funcionaba se equivocaban, aquello era una fábrica de ateas, en una semana, al llegar al sábado ya te cagabas en dios, porque todo era en nombre de dios, rezar, rezar, y de ahí salimos todas ateas perdidas”.
Incide en el trato inhumano al que eran sometidas “te hacían sentir culpable, te intentaban convencer de que tu eras una pecadora, a mi la psicóloga me decía, si pudiera, te arrancaría el cerebro, te lo metería en lejía y te lo volvería a poner”. Esa psicóloga, que también era religiosa, al ver que no podía con ella, la encerró en una habitación pequeñísima, con un cuadro enorme de la fundadora de la orden y le dijo, ponte de rodillas, delante de nuestra santa, y jura que te vas a quedar voluntariamente aquí hasta los 25 años”, pero Consuelo le contestó que antes se mataba y se escapó corriendo hasta la terraza, con la determinación de saltar al vacío, se lo impidió otra interna, “no les des el gusto de que tengan otra muerta” le dijo.
El sistema demencial del Patronato tenía un giro de tuerca más en estos casos, “como vieran que insistías en quitarte la vida, o que te autolesionabas, te amenazaban con enviarte al psiquiátrico de Arévalo o al de Ciempozuelos”. Nos cuenta que ni tan siquiera les permitían llorar más que los tres primeros días, y pasado este periodo de duelo una chica la cogió en el pasillo y le dijo, ten cuidado, estás llorando demasiado, si te ven llorando mañana te van a llevar al manicomio, tras lo cual la invitó a que llorara en el cuarto de la limpieza, para que las monjas no la vieran. Hasta que un día dejó de llorar, pero no por dejar de sentir el dolor y la desesperación, sino porque “ya no sentía nada, sobrevivía, conocía el funcionamiento, quebrantaba las normas, sabía como hacerlo para que no me pillaran, pero ya no lloraba”.
Además de esperar que la iglesia pida perdón por los crímenes del Patronato, también esperan un reconocimiento por parte del estado, porque ni tan siguiera son consideradas víctimas, “nosotras no estamos en la Ley de Memoria, no se nos considera parte de la Memoria Democrática.” Se reunieron con el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, que les pidió pruebas, ya que las fotografías, los testimonios de las supervivientes del Patronato le eran insuficientes, “entonces, ¿que tenemos que hacer?”, se pregunta Consuelo, “no saben la suerte que están teniendo con nosotras, que somos súper educadas. Y no decimos otra cosa que la verdad, pero vemos que nos están mandando a la mierda una y otra vez, y están esperando que nos muramos todas, y yo siempre lo digo, que no nos vamos a morir, porque en este momento no nos viene bien”.
Consuelo señala que el Patronato era un sistema que, sobretodo, “buscaba controlar la moral femenina de la época” y donde “contra todo lo que la gente pueda pensar, las de pago, en los reformatorios, eramos las peor tratadas, se cebaban, porque decían que como nosotros veníamos de familias buenas, no teníamos perdón de dios, porque nos habíamos torcido”. Su irreductible rebeldía hizo que la trasladaran al reformatorio de Ávila, donde la monja que la acompañó la vio tan mal que le dio un beso y le dijo, “no te preocupes, que enseguida te vendré a buscar”. No la volvió a ver.
También está la cuestión del trabajo esclavo, “el Patronato no sé si era un negocio, porque en los 70 pagaba por tutelada al mes 2.000 pesetas, y eso no era suficiente, por eso los talleres de trabajo, que eran de las congregaciones, no del Patronato, y eran quienes se enriquecían. Era la Iglesia la que ganaba dinero con nosotras, que no dejábamos de trabajar nunca.” Y es que, el sistema era una máquina perfectamente engrasada para que las internas fueran rentables para las instituciones religiosas en las que estaban internas, cobraban a las familias de las más pudientes, cobraban de la administración y también se quedaban con las ganancias del trabajo de las internas, “Yo si cobraba, cuando, por ejemplo, iba a cuidar niños, pero tenía que entregarlo todo. Hacían que cobraras por semana, porque con el sueldo de una semana tu no te podías escapar, pero con el sueldo de un mes, si. Tu tenías que entregar todo el dinero, y te daban para una tarjeta semanal de metro, y para un paquete de tabaco, el resto se lo quedaban las monjas. Y en los talleres no nos pagaron en la vida.”
Su situación cambió cuando la llevaron al centro Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, en Barcelona, donde entró muerta de miedo, y se llevó una gran sorpresa “tenía una habitación individual, aunque fuera muy pequeña, tenía mi intimidad, no tenia uniforme, no era obligatorio ir a misa, si no rezabas no pasaba nada, la comida era buena y, el primer mes nos dice la monja, poneros en fila que vais a cobrar, y como dijo vais a cobrar yo creí que nos iban a pegar, pero nos dieron 200 pesetas, y le digo a la monja, ¿y esto?, esto es por tu trabajo.” Aunque Consuelo quiere señalar que no dejaba de ser un reformatorio, que el ambiente era de “talego total”, pero lo que no entendía era “que si ellas tenían el mismo presupuesto, es que en el Buen Pastor se comiera tan bien, y en las Adoratrices tan horriblemente mal, porque dependían de la misma institución, del Patronato, y del Tribunal de Menores.” Hasta le daban cinco cigarrillos por día, a pesar de ser menor de edad, “estaba mejor montado, si a ti te dan tabaco, no te vas a esconder a fumar, si comes bien, no vas a robar comida.”
Finalizando nuestra larga charla, Consuelo García del Cid, quiso resaltar que “para nosotras la democracia llegó mucho más tarde”, y nos contaba que una vez vio una revista en un kiosco con una mujer desnuda y pensó que se iba a llenar el reformatorio con estas chicas, pero no, “mientras España tenía tanta prisa de sacar mujeres en pelotas, nosotras seguíamos encerradas, para nosotras no hubo transición, sino post franquismo.”