La presente tesis se sustenta en la trilogía: ilustración, laicismo y razón que, como tal, constituye una unidad inseparable, pues de nada sirve ser ilustrado si no se tiene una actitud frente a la vida, como lo es el laicismo, o si no se hace uso de la racionalidad para obedecer a la razón y actuar de la justa manera que la razón insinúa.
Un tema como este es muy fácil de alambicar con complicadas citas, pensamientos, nombres y opiniones de muchos e importantes filósofos que se han preocupado seriamente de estas materias, pero no es nuestro propósito hacerlo de esa manera, más bien queremos usar un lenguaje sencillo, claro, basado fundamentalmente en las definiciones del diccionario de habla hispana, básico pero entendible para todos, para que esta exposición pueda llegar con la mayor facilidad a conciencia, y ojalá al corazón de esta audiencia compuesta por libre pensadores con ideales y principios.
Para entrar en materia intentaremos precisar algunos conceptos que se manejan en esta línea de ideas, y que parece importante dilucidar, para saber de qué estamos hablando con ocasión del empleo de cada una de las siguientes acepciones:
ATEISMO:
¿Qué es el ateísmo? “Doctrina u opinión del ateo”, y ¿qué es un ateo?: “persona que niega la existencia de dios”.
Podemos deducir de estas definiciones que el ateo es lo contrario del creyente y que, con la misma convicción que el creyente afirma la existencia de dios el ateo la niega.
AGNOSTICISMO:
Se la define como “la doctrina filosófica según la cual es inaccesible al conocimiento humano toda noción de lo absoluto, y la ciencia queda reducida al conocimiento de lo fenoménico y relativo”.
El agnóstico no acepta la concepción de “lo supremo”, entendiendo la expresión “supremo” en cuanto existencia: “ser supremo”, “el altísimo”, ni acepta las cuestiones “sacras”, “o “sagradas”, que puedan ser objeto de veneración por las personas, y no atribuye, por ejemplo, esa condición a la Biblia, a la cual considera y analiza como un texto escrito de narraciones y leyendas, por hermosas, ingeniosas, imaginativas o creativas que ellas sean. Es un relato al que puede buscarse explicación por la vía de la historia, para entender por la razón el contexto en el cual fueron creadas.
El agnóstico tiene frente a las cuestiones “supremas”, “sacras” o “sagradas”, una actitud de reflexión, de duda filosófica que insta a investigar, a buscar la explicación.
CREYENTE:
Creyente es el que cree, y creer es :”tener por cierto algo, dar fe y firme asenso a la revelación divina, estar persuadido de algo que se tiene por verosímil o probable”.
El alimento del creyente es su fe, su convicción absoluta de que es así porque es así, sin explicar la razón de su creencia ni aceptar las razones que se le presenten para admitir la posibilidad de dejar de creer.
De allí que la creencia del creyente se transforme en un dogma, que es “la proposición que se considera como principio innegable en una ciencia”, “verdad revelada por Dios”; “fundamento de todo sistema, ciencia, doctrina o religión”.
Cada persona es libre de identificarse y/o definirse en cualquiera de estas posiciones frente a la concepción de la divinidad, de lo divino, de la existencia o inexistencia de Dios, del origen de la vida, del cosmos, del universo, de las leyes que regulan a esto o a las de la naturaleza en la tierra, en sus ciclos eternos y maravillosos.
Para hacer uso de cualquiera de estas opciones el hombre tiene la facultad de usar de su libre albedrío.
ALBEDRIO:
“Libertad de la voluntad humana, potestad de obrar por reflexión y elección, facultad para elegir lo bueno o lo malo, de que pende el mérito o el demérito del hombre”. Se manifiesta o expresa como “libre albedrío”.
Nuestro interés es hoy mostrar, de una manera sencilla, algunas condiciones esenciales que requiere el ser humano para tener la posibilidad cierta de hacer uso de su libre albedrío, de su razón. En este sentido nos motiva una frase del gran filósofo racionalista, Kant, que fue todo un lema durante el llamado siglo de la ilustración: “SAPERE AUDE”, que se traduce “TEN EL VALOR DE SERVIRTE DE TU PROPIA RAZON”
Consideramos como la más noble misión del libre pensador decirle a un hombre que es un hombre, y a una mujer que es mujer; que en el cumplimiento de ese deber es nuestro propósito despertar la conciencia de las personas con quienes nos encontremos en nuestro quehacer, para recordarles que tienen todas las condiciones como seres humanos para decidir de acuerdo a su libre albedrío, en todas las circunstancias de la vida, antes que las cúpulas de los partidos políticos o las jerarquías eclesiásticas o religiosas en general, lo hagan por él.
CONDICIONES PARA HACER USO DEL LIBRE ALBEDRIO:
I) ILUSTRACION.
Educar al ser humano es nuestra primera tarea, porque estamos convencidos que el sujeto ilustrado tiene más, muchísimo más posibilidades de acercarse a la verdad que el ignorante que “vive esclavo de las pasiones, los dogmas, el fanatismo”; la ilustración hace al ser humano menos bestia, menos animal, menos lacayo de otros, menos servil, y de contrario, más persona, más humano, más libre, más independiente, más digno, más íntegro.
Y cuando hablamos de ilustración lo hacemos en todo el amplio sentido de la palabra y todo el extenso abanico de la cultura: un ciudadano atento al acontecer de su país, en lo social, político, económico, deportivo, y desde luego a lo que acontece en el mundo, especialmente ahora cuando la globalización nos hace parte, positiva o negativamente, de todo lo que acontece en el ámbito internacional.
II) LAICISMO.
El ser humano culto, instruido, ilustrado, alcanza los más altos niveles de la dignidad, reclama para sí el estrado de la libertad y lo proclama como una necesidad para todos los seres humanos, porque entiende que la vida transcurre en sociedad, en relación con las demás personas, y aplica con absoluta rigurosidad la que tal vez sea la más antigua de las máximas morales en la humanidad: “no hagas a otro lo que no quieras que hagan contigo”.
Juega en esta concepción la idea de la organización social, de la estructura del Estado, de la forma de gobierno de la sociedad, y en la exigencia del respeto mutuo y del ideal de libertad, el sistema democrático como el más cercano al ideario de justicia, de igualdad y libertad.
Igualdad para todos los ciudadanos, ante la ley, sin distinción de raza, credo o religión, la libertad de conciencia y el respeto a todas las creencias: las iglesias entonces, las religiones en general, no pueden intentar atribuirse la facultad de decidir de los seres humanos, y no tienen, por razón alguna, el poder de decidir lo que es bueno y lo que es malo, pues corresponde a cada ser humano hacer esta valoración sublime al momento de decidir entre “el bien y el mal”, tanto desde el punto individual como colectivo o social.
Alcanzar la libertad le ha costado al ser humano largas y penosas guerras fratricidas, revoluciones, vidas de miles de personas y destrucción; reinados, feudos, castas religiosas y políticas se han opuesto a esta aspiración del sujeto, con la única intención de usufructuar del poder, subyugar al individuo, someterlo, expoliarlo, explotarlo.
El laicismo se levanta en el mundo como una bandera de reivindicación del ser humano, de su libertad de pensar y de hacer, de elegir sus gobernantes y la forma de gobierno que mejor represente para él los ideales de justicia, equidad e igualdad, sin constituir jamás una ideología, sino una idealización válida para todos los tiempos y lugares, exacerbando el recíproco respeto entre los individuos, de absoluta autonomía, sin enfrentamientos, y sin que jamás el Estado intente imponer una determinada concepción religiosa o política, sino de contrario, garantizando por la vía de la ley y de la protección estatal el ejercicio de todos sus derechos a todos los ciudadanos.
Se opone así categóricamente el laicismo a la idea de secularización de los Estados, y busca de contrario poner el justo equilibrio entre las instituciones sociales, evitando ese maquiavélico círculo vicioso, por el cual las iglesias buscan poder económico, porque a través de él tienen mayores posibilidades en el ejercicio del poder político, y con éste una mejor posibilidad de imponer el poder espiritual que les trae como consecuencia mayor poder económico, y así sucesivamente.
El hombre laico está atento a todos los acontecimientos de la vida social para detectar en cualquier momento y lugar los intentos de dominación en cualquiera de éstas manifestaciones: políticas, económicas y/o espirituales, y debe ser capaz de evidenciarlas y denunciarlas. El debate sobre educación es tal vez hoy en día la más elocuente demostración de ésta lucha en que vuelve al tapete de la discusión la vieja y antigua lucha entre Estado Docente y Libertad de Enseñanza, pues las iglesias y los grupos económicos afines, han lucrado obteniendo riquezas inmerecidas y control espiritual sobre lo más valioso de una sociedad: sus niños, su juventud, que constituyen el futuro de los países y la futura sociedad que dará identidad a la Nación.
III) RAZON.
¿Qué es la razón…? “Facultad por medio de la cual puede el hombre discurrir y juzgar: la razón distingue al hombre del animal”. Es la más simple de las definiciones que de ella nos entrega el Diccionario de la Lengua Española.
Simplificando esa definición, con la única intención de dibujar a la razón de una manera que resulte aprehensible a todos, digamos aquí que razón es la capacidad que tiene el ser humano para distinguir lo racional de lo irracional; más claro aún, ejemplaricemos esta idea en las siguientes simples cuestiones que están presentes en el diario quehacer de las personas:
Alcoholismo: conocemos los trágicos efectos que produce la ingesta excesiva de alcohol en la conducta del ser humano, y el daño que causa en su organismo la ingesta reiterada y excesiva de alcohol, sin embargo la persona irracionalmente cae en este vicio, con las consecuencias de todos conocidas de accidentes, crímenes, delitos en general, malos tratos; como mínimo destrucción de su propia vida.
Drogadicción: destrucción de neuronas en el cerebro, pérdida de conciencia, alucinaciones, conductas ajenas a lo normal, atípicas, estados de excitación, resistencia artificial a la fatiga y al cansancio, con el consiguiente prematuro deterioro físico; la peor de todas las consecuencias: dependencia física y psíquica a la droga. La irracionalidad del placer ligero no detiene este flagelo.
Gula: la consecuencia es obesidad, exceso del mal colesterol, triglicéridos altos, diabetes mellitus, obstrucciones en el sistema circulatorio, taponamiento cardíaco, la razón nos advierte de todo eso, sin embargo el placer de comer domina en forma irracional, y el sujeto no es capaz de controlar tales excesos, a pesar de saber de sus negativas consecuencias para sí mismo.
¿Qué hay en estas negativas manifestaciones del quehacer, o de la forma de vivir del ser humano? Sencillamente, carencia absoluta de la capacidad de pensar, resistencia a hacerlo, comodidad, indolencia, irresponsabilidad.
Los ejemplos anteriores son banales comparados con otros tremendamente más fuertes en la manifestación de irracionalidad del ser humano, clamando los favores de la divinidad para obtener fortuna, resultados en una empresa, y encomendándose a Dios antes de emprender un viaje, de jugar un partido de futbol, ofreciendo a cambio rezos, oraciones y algunas veces sacrificios inhumanos. No estamos lejos en la historia de aquellos tiempos en que el sacrificio de vidas humanas era indispensable para que “los dioses hicieran llover”, o “permitieran una buena cacería o una mejor cosecha”.
Hay sin duda condicionamientos de carácter social y cultural que inducen a éste tipo de actos, que deben ser materia de estudio para antropólogos, psicólogos, sociólogos, pero no por eso debemos entenderlas como conductas normales o aceptables en nuestra sociedad.
Combatir estas conductas, denunciar lo irracional de estos hechos, es tarea ineludible del hombre laico; el silencio es complicidad, indiferencia, tolerancia mal entendida
El ser humano debe ser capaz de usar su capacidad de raciocinio para distinguir entre las conductas que son normales a las personas de aquellas otras que no lo son.
PALABRAS FINALES.
Preguntaron una vez a Albert Schwaitzer a que atribuía él el tan lento desarrollo de la humanidad, a lo cual respondió: “el hombre es capaz de hacer cualquier sacrificio con tal de no pensar”.
Repetimos, y repetiremos siempre: el ser humano debe hacer uso de su capacidad de pensar antes de decidir, y resolver conscientemente, independiente y libremente en cada acto de su vida, con mucha mayor razón cuando de las cuestiones de carácter social se trata, cuando está de por medio el interés ciudadano, de la comunidad en general, del país, antes que las jerarquías religiosas o las cúpulas de los partidos políticos lo hagan por él.
El ser humano debe tener claridad absoluta del valor que representa LA DIGNIDAD, el respeto a sí mismo y el respeto a los demás.
Sin embargo entendemos que no es fácil enseñarle al individuo a pensar antes de actuar, porque la rutina, el acatamiento sin discurrir por sí mismo, la vulgaridad, la ignorancia, la abulia, la indiferencia son más cómodas que el sacrificio de pensar, y con ellas se elude el riesgo de decidir de acuerdo a su libre albedrío y asumir las consecuencias de esa decisión.
Enseñarle al ser humano a pensar, es la tarea del hombre laico, enseñarle a razonar antes de ejecutar una conducta es hacerlo más hombre y mujer, más humano, más cercano a la divinidad que anida en su propia conciencia y corazón.
La tarea empieza en la familia, con nuestros hijos, nuestros nietos; proveer al niño de una infancia feliz es fundamental; prodigarle al infante una vida afectiva y moral de excelencia es la mejor manera de formar a un ser humano libre: sin temores, sin brujos, sin dogmas, sin explicaciones ambiguas acerca de temas transcendentales como la infaltable pregunta acerca de la existencia de Dios, de vida después de la muerte, de donde vienen los niños.
La personalidad del niño se fortalece si lo respetamos en sus características individuales, si lo formamos con inteligencia sin imponerle la autoridad paterna, explicando el porqué de las cosas antes que la cómoda actitud de “es así porque lo digo yo”, “se hace así porque lo mando yo”.
El proceso educativo continúa después de la familia y el hogar, de manera formal en el colegio, la escuela, la universidad, y allí es donde debemos abogar por una educación integral, que estimule el desarrollo de todas las capacidades y aptitudes del educando, sin castrarlo en sus aspiraciones ni inducirlo por senderos que lo hagan esclavo de una religión o de una determinada corriente de opinión.
El niño, el adolescente, el joven de hoy es el ciudadano del futuro cercano, que si tenemos la oportunidad de ayudar a formarlo libre, estaremos ayudando a formar la sociedad libre de mañana.