Laicidad: su contenido más evidente es la separación del poder político y del poder religioso en la comunidad humana
“Aceptamos sin la más mínima duda situarnos en el contexto cultural e institucional de hoy, marcado, entre otras notas, por el principio de laicidad.” ¿Quién hizo esta declaración de principios? ¿Un grupo de masones? ¿De izquierdosos rabiosos? Nada de eso. Emana de la Conferencia Episcopal de Francia, en su reunión plenaria del año 1996, al concluir un largo trabajo de reflexión sobre fe y política. En el 2005, al celebrar serenamente el centenario de la separación entre Iglesia y Estado, el mismo conjunto de obispos católicos volvió a reafirmar su confianza en una práctica de laicidad que a largo plazo no ha traído sino ventajas a la Iglesia de ese país. ¿Qué es, pues, esta laicidad que bajo nuestros cielos parece asustar a tantos y tan buenos cristianos?
Laicidad: su contenido más evidente es la separación del poder político y del poder religioso en la comunidad humana. Esto parece cosa normal; y sin embargo. Desde el siglo IV hasta el XIX, por lo menos, los cristianos estuvieron acostumbrados a considerar que los poderes políticos (sociales, económicos) debían, casi por mandato divino, privilegiar a la Iglesia, o por lo menos favorecer la fe cristiana y su representante “legal”, el obispo de Roma. En ese contexto marcadamente clerical (es decir, dominaban socialmente los “clérigos” sobre los “laicos”), se explica el terror que conocieron los cristianos tradicionales cuando en el año 1870 el futuro rey Víctor Emanuel I y los soldados de Garibaldi terminaron la unificación del nuevo reino de Italia, despojando a los papas de sus “Estados Pontificios”, o sea, de casi un tercio de la Italia actual. ¡Fin del mundo! ¡La “persecución” de los anticlericales contra los papas iba a terminar con la Iglesia! En realidad, dicha persecución nunca tuvo lugar. En cambio, los papas, por fin liberados de esta pesada carga temporal (los Estados Pontificios eran económica y socialmente los más atrasados de la península itálica) y devueltos a su tarea de guías espirituales, crecieron en conciencia evangélica.
Pero cuánto tardaron los cristianos antes de darse cuenta de la gran ventaja de esta situación, felizmente irreversible. Es cierto que ningún papa, ningún obispo, hoy en día volvería totalmente atrás. Sin embargo, la mentalidad clerical de antaño es muy difícil de vencer y sigue haciendo estragos, sobre todo cuando resurge – hoy – una cultura de corte fundamentalista católico.
A partir del siglo XIX, la mentalidad laica se fue extendiendo poco a poco en el mundo. Fracasó en Israel, donde el Estado no ha logrado controlar la ingerencia de los judíos híper ortodoxos en los asuntos del Estado. Y en los Estados islámicos, que en ciertos casos compiten con Israel por la palma del oscurantismo. Y en los Estados Unidos, donde vuelve a dominar el fundamentalismo. En los países de América Latina, por lo general la Iglesia ha hecho algunas concesiones a la conciencia laica. Pero lo común es que, en no pocos países, la postura católica sigue a la zaga de un catolicismo tradicional, que anda de la mano con las fuerzas sociales y políticas menos progresistas del continente.
Sacerdote católico