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Cómo hacer negocios con Dios

El corazón de la cristiandad mundial se ha desplazado hacia el sur. Pastores y profetas religiosos exhiben en África su riqueza y los creyentes, a menudo pobres, hacen donaciones a iglesias que responden a deseos materiales

La iglesia está llena. Tres mil personas, quizá más, cantan, bailan y rezan. De pie en el altar, con las manos a la espalda, sacando pecho y con la cabeza alta, el ángel Obinim mira a su congregación de fieles. Impecablemente vestido, hace una inclinación de cabeza cuando algunos feligreses se levantan y se le acercan lanzando billetes a sus pies. Se llama a sí mismo “ángel” porque el título de obispo se quedaba corto. Daniel Obinim es uno de los personajes más polémicos de Ghana. Tenía solo 40 años cuando creó su Iglesia Internacional del Camino de Dios, un imperio que exhibe públicamente sin escrúpulos. En una reciente entrevista, afirmaba que Jesucristo le ha concedido más de 20 casas, ocho Range Rovers, cinco todoterrenos ligeros y tres Chryslers, que sus fieles seguidores tienen autobuses que los llevan a las ceremonias religiosas, y que ha construido tres de las mayores iglesias de Ghana en Accra, Kumasi y Tema. Ha estado detenido en más de una ocasión por agredir y golpear a un periodista que se atrevió a criticarlo y por dar una azotaina en la iglesia, delante de miles de personas, a dos jóvenes que tenían una relación.

Pero, a pesar de todo, Daniel Obinim ve cómo semanalmente, tres días a la semana, sus iglesias se llenan de gente que deja generosos donativos, compra botellas de agua milagrosa y presencia los prodigios que realiza: resurrección de personas moribundas, curaciones inesperadas y profecías.

No cabe duda de que Obimi es uno de los personajes de los que más se habla en el mundo religioso de Ghana, aunque no es el único. Tampoco es el único que ha acumulado una enorme riqueza gracias a las creencias, ni el único que tiene miles de seguidores que llenan sus iglesias. De hecho, la religión penetra en todas las clases de la sociedad ghanesa, uno de los muchos países de África en los que el cristianismo se está extendiendo a marchas forzadas.

El corazón de la cristiandad mundial se ha desplazado hacia el sur, y en el continente africano las iglesias evangélica, pentecostal y carismática son las que atraen mayor número de fieles. En todas las intersecciones de las calles de Ghana hay postes con señales y anuncios de iglesias, muchas de ellas creadas y dirigidas por una sola persona, un profeta, un pastor. Son incontables.

Según el Centro Pew de Washington, en el año 2000 había alrededor de tres millones de evangélicos solo en Ghana. En 2015 eran 5,5 millones. Los pentecostalistas y los carismáticos, por su parte, sumaban alrededor de 6,5 millones en 2000 y más de 10 millones en 2015. Y las cifras siguen aumentando. Ghana cuenta con 28 millones de habitantes actualmente.

“Estas iglesias están experimentando un auge porque responden a los deseos materiales de la gente”, opina Akosua Adomako Ampoco, catedrático del Instituto de Estudios Africanos de la Universidad de Ghana, en Accra. “Las personas, en particular la de los barrios más pobres de la ciudad, buscan respuesta a sus necesidades diarias, y por eso la promesa de riqueza junto con la de la curación milagrosa les atrae”. Esta doctrina, conocida como Evangelio de la Prosperidad, es una forma de pentecostalismo que cree que la fe puede traer riqueza y beneficios, además de que tu vida pueda mejorar a través de los donativos y la oración. Así que no es casualidad que los pastores y profetas de estas iglesias exhiban su riqueza y su prosperidad, como tampoco lo es que los creyentes suelan estar dispuestos a hacer donaciones no solo durante las ceremonias, sino todo el año, la mayoría de las veces entregando el diezmo, es decir, una décima parte del sueldo.

“Las diferencias entre las iglesias son casi imperceptibles”, explica Adomako, “y por eso es difícil, si no imposible, clasificarlas como evangélicas, pentecostales o carismáticas. Es más fácil definir algunos de sus elementos comunes, como la lectura literal de la Biblia, el hincapié en la riqueza y el bienestar, un sólido compromiso con la propagación del Evangelio, la fe en el poder divino para curar heridas y enfermedades, y la creencia en los milagros, igual que en los tiempos bíblicos”.

Las actividades de estas iglesias no se limitan a las ceremonias semanales. Todas ellas son muy activas en las redes sociales, y con los años, algunas han creado universidades, hospitales y escuelas que se están multiplicando exponencialmente y, en cierto modo, sustituyendo al Estado donde este está ausente. La región subsahariana se ha convertido en una de las zonas de máximo auge de la universidad cristiana del mundo, impulsado por la importante demanda de acceso a la educación superior, y está decidida a institucionalizar sus logros en las sociedades africanas.

Iglesias como la Capilla de la Acción, la Iglesia Central Internacional del Evangelio o la Iglesia de Pentecostés –esta última con más de 15.000 secciones solo en Ghana–, además de fundar universidades y escuelas, también son propietarias de canales de televisión, emisoras de radio y editoriales. Son las que tienen una estructura más organizada, con un solo hombre que se ocupa de todo y ningún control, especialmente sobre las enormes cantidades de dinero que ingresan. “Por desgracia, la difusión del cristianismo en Ghana y en África también tiene algunos aspectos negativos”, afirma el apóstol Opoku Onyinah, número uno de la Iglesia de Pentecostés. “Por ejemplo, mucha gente ha visto en la iglesia una vía rápida hacia la riqueza, así que personas sin preparación teológica ni cultural han tenido la posibilidad de fundar iglesias personales y hacerse ricas con ellas. Esto ha introducido a un montón de charlatanes en la cristiandad”. Un negocio, no hace falta decirlo, libre de impuestos.

Pocos tienen una base de estudios teológicos, mientras que muchos atraen a sus seguidores hablando de curaciones milagrosas de enfermedades e infecciones letales como la hepatitis y el sida. Uno de ellos es Nigel Gaisie, que fundó la Iglesia del Ministerio del Fuego Profético de la Palabra Verdadera en Accra en 2010. A las cuatro de la mañana, Nigel Gisie está delante de los micrófonos de Radio Vision One FM y, acompañado por algunos ayudantes, habla de la Biblia, de dinero, de milagros y de enfermedades. Afirma sin recato que es capaz de curar a las personas aquejadas de hepatitis y sida. Lo mismo repite los viernes cuando, delante de alrededor de mil seguidores, grita durante toda la noche que puede neutralizar cualquier enfermedad.

“Estas doctrinas tienen un impacto directo en el sistema de salud de Ghana, en la vida de la gente, en la cultura”, explica Roslyn Mould, una activista feminista de 33 años, “especialmente en las zonas donde están los pueblos más pobres, en los que las familias prefieren llevar a los enfermos a la iglesia antes que al hospital, y estas decisiones a veces tienen desenlaces trágicos”.

La influencia de estas iglesias y estos profetas en sus comunidades de seguidores es muy fuerte, más que las muertes de las personas que decidieron no ir al hospital o dejar el tratamiento, poniendo su vida en manos de la fe.

Además, debido a su papel en la sociedad, estos profetas y estas iglesias también adquieren protagonismo en la vida política de Ghana y de África. “Aunque no sea en primera persona, los profetas y sus comunidades de fieles se convierten inevitablemente en votantes de los políticos que desean estar en primera fila durante las ceremonias religiosas, listos para entregar sustanciosos donativos y para que les hagan fotos con los líderes de las iglesias”, explica Michael Osei-Assibey, de la Federación Humana de Ghana. Cuando se ocupan de temas como los derechos civiles y LGBT, la maternidad y el aborto, es cuando el papel de los profetas se vuelve político.

Si bien es cierto que existen diferencias entre evangélicos, pentecostales y carismáticos, hay algo en lo que todos están de acuerdo: no hay espacio ni siquiera para mencionar o intentar debatir los derechos LGBT. Mientras algunos afirman que es una cuestión de buenas costumbres, como el reverendo Prince Manu, fundador de la Capilla de los Arroyos del Poder, que opina que en Ghana “los homosexuales y las lesbianas no pueden ser aceptados, no solo por motivos religiosos, sino también culturales, pero estoy dispuesto a acogerlos en mi iglesia para curarlos”, otros, como Nigel Gaisie, no hacen ni tan solo el intento de ocultar su homofobia. “La homosexualidad es abominar de Dios, es un insulto a Dios. Jamás permitiré que una persona homosexual entre en mi iglesia. Ni siquiera los perros del mismo sexo copulan. La cuestión de los derechos LGBT es un asunto occidental, son los países europeos los que quieren que aceptemos una cosa que no nos pertenece con el fin de contaminar nuestra sociedad”. Una manera de pensar no muy distante del punto de vista de Mike Oquaye. Este pastor, que es también presidente del Parlamento de Ghana, puso en marcha una verdadera campaña para cambiar la legislación del país con el fin de convertir la homosexualidad en delito. Actualmente, esta no está prohibida, pero la violencia y las agresiones contra lesbianas y gais no cesan, debido en parte, si no sobre todo, a los sermones que se pronuncian semanalmente en las miles de iglesias del país.

La entrada de la residencia de Obinim, en Accra.
La entrada de la residencia de Obinim, en Accra.
 Esta es la causa de que Michael, un homosexual de 40 años, siga escondiéndose, obligado a vivir con un estigma que lo persigue incluso dentro de su propia familia. “Los líderes de las iglesias atacan a la comunidad LGBT cada semana delante de miles de personas”, denuncia. “Por eso, luego la gente organiza patrullas que van casa por casa persiguiendo a los homosexuales. Ha pasado más de una vez, y la policía no interviene. Al contrario, nos humilla. Nos pegan, nos dan palizas, nos roban. Toda la violencia que emplean contra nosotros es resultado del odio que sale de las iglesias, esas iglesias que se extienden cada vez más y con mayor rapidez y obligan a los políticos a alinearse con los sentimientos más siniestros de la gente”.
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