Atacado desde numerosos frentes, el corazón del islam político, que históricamente estaba centrado en el mundo árabe, especialmente en el Egipto de los Hermanos Musulmanes, está experimentando una traslación hacia países no árabes. Turquía, Paquistán y Malasia cooperan para defender y expandirla esa ideología religiosa y política allá donde se les permite.
Hace unos meses el arabista François Burgat fue a la Franja de Gaza y charlando con dirigentes de Hamás comentó que Occidente está en un proceso claro de decadencia. En su opinión, el futuro de Europa debería buscarse en el islam político.
Autor del libro Para comprender el islam político, Burgat es un verso casi suelto en la constelación de expertos islamistas franceses. En estas coordenadas, los más populares son Olivier Roy y Gilles Kepler, mucho más mediáticos que Burgat. Aunque Roy y Kepler no están de acuerdo en muchos asuntos cruciales sobre el islam actual y su proyección futura, sus diferencias con Burgat son abismales.
Burgat viene a decir que la represión constante del islam político en los países árabes, apoyada por Occidente, es un error colosal que no conseguirá su objetivo puesto que ignora el arraigo que esa religión tiene entre los musulmanes. Aunque no cita al imán Khomeiny, parece estar conforme con su famosa proclamación de que «el islam o es político o no es nada».
La cuestión es quizás ahora más central que cuando la suscitó Khomeiny. El islam político, sin embargo, tiene muy mala prensa en Occidente, donde se ve como una amenaza para los valores que han construido Europa desde la Ilustración y que han salido del continente en muchas direcciones.
Aunque a menudo se le vincula con la violencia, esta ideología se ha esforzado en apartarse de las armas en los últimos lustros. Es cierto que en el pasado y de manera periódica ha recurrido a la violencia, pero también es verdad que hace tiempo que la ha repudiado en la mayor parte de lugares donde está presente, por ejemplo en Egipto.
Conviene distinguir entre el islam político y el yihadismo, una excrecencia radical del islam que aspira a imponer su credo sin importarle los métodos. El islam político, cuya principal emanación son los Hermanos Musulmanes, ha tonteado a veces con la violencia pero, como en el caso de Egipto, se ha apartado de ella a pesar de la persecución sistemática que sufren sus adeptos.
La persecución del islam político se da tanto en Europa como en el mundo árabe. En las dos regiones se le equipara, a veces por error y a veces por mala fe, con el yihadismo contemporáneo, un fenómeno dentro de la religión de Mahoma que nació mucho después.
En Oriente Próximo el islam político se ha ocultado casi totalmente. Se le combate sin limitaciones desde los gobiernos en países cuyos mandatarios lo consideran peligroso y amenazante para con el poder que ostentan. Ocurre en los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Egipto principalmente, pero también en otros países.
El único país árabe de la región que en la actualidad mantiene una relación amistosa con el islam político es Qatar. Pero fuera de Oriente Próximo, en Turquía y varios países musulmanes asiáticos, están bien representados en las instituciones. Ahora mismo, Turquía es su principal valedor debido al esfuerzo personal que hace en esa dirección el presidente Recep Tayyip Erdogan.
El célebre clérigo indio refugiado en Malasia Fakir Naik, muy influyente en el islam asiático, señaló con acierto en 2017 que «uno de los pocos líderes musulmanes que tiene coraje para apoyar abiertamente el islam» es Erdogan.
Precisamente esta circunstancia ha hecho que Turquía se convierta, junto con Irán, en el objetivo central de desestabilización de Oriente Próximo para los líderes de los Emiratos y Arabia Saudí. Para ese fin, tanto los Emiratos como Arabia Saudí cuentan con el respaldo abierto o tácito de Europa, que teme como nunca al islam político. El líder europeo más vocal es el presidente Emmanuel Macron, cuyas palabras con frecuencia no distinguen entre el islam político y el yihadismo, y se aferra a los valores de la Ilustración que cada día ignoran más de sus compatriotas y europeos en general.
Los valores del islam político contradicen, aunque no siempre, los de la Ilustración, pero eso no quita que esta Europa decadente, que ha perdido gran parte de los valores que le permitieron llegar hasta lo que ha sido, afectada no solo por nacionalismos y populismos, se esté tambaleando sin saber definir sus sendas de futuro. En esta situación, puede decirse que en el mundo compiten hoy tres civilizaciones: la china, la musulmana y la occidental, esta última en claro retroceso.
Algunos analistas observan que la referencia de poder musulmán, que tradicionalmente se ha centrado en los árabes de Oriente Próximo, esté ahora transfiriéndose a regiones no árabes, e insisten en que países como Turquía, Paquistán y Malasia juegan cada día un papel más central en el impulso del islam político, sin descontar por supuesto a Qatar.
Esos países no árabes defienden una orientación conservadora del islam suní que en gran parte se asienta sobre los valores que a partir de la primera mitad del siglo XX está representada por los Hermanos Musulmanes, evidentemente desechando la violencia, una visión que continúa siendo repudiada y combatida desde Occidente, India, China, Israel y sus aliados árabes.
En una ocasión, cuando a un líder chino le pidieron que valorara las consecuencias para el mundo de la Revolución Francesa doscientos años después de 1789, respondió que todavía era demasiado pronto para hace un balance.
En ese mismo sentido es difícil determinar si François Burgat tiene razón o no, es decir si el islam político es el futuro de Europa. Sus razonamientos recuerdan con frecuencia la parodia que su compatriota Michel Houellebecq describió en la novela distópica Sumisión. Este tipo de vuelcos no suelen producirse de la noche a la mañana y es preciso dejar pasar tiempo hasta que las cosas se ven con mayor claridad.