Tienen razón, seguimos siendo un país sociológicamente católico. Y no porque ilustres socialistas encabecen de vez en cuando procesiones de Semana Santa o porque el crucifijo siga presidiendo las juras de ministros o porque el juez Bermúdez haya expulsado de la sala a una abogada infiel. La salud del catolicismo no se examina en el ABC, sino en los medios de comunicación laicos, en la atención que estos prestan a las declaraciones del Papa y compañía. Sí, soy consciente de estar cometiendo el pecado que censuro. Pero el mío es un pecado venial. Nada comparado con el pecado mortal de los diputados católicos que voten a favor de la nueva ley del aborto. Ellos no podrán recibir la comunión por herejes. Lo ha dicho Camino, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, la sirena que nos alerta periódicamente contra el laicismo intolerante que se impone en el país. Qué tío más optimista este Camino. Si España fuera la mitad de laica de lo que él dice, sus palabras no habrían ocupado esta semana tantos minutos de publicidad gratuita en la radio. Y los periodistas habrían prestado a sus paridas la misma atención que merecían las bufonadas del Papa Clemente, el del Palmar de Troya. Ocurrencias como las de Camino u otras semejantes de Rouco o del propio Ratzinger reciben una atención desmesurada en medios que suponemos laicos. Esto solo puede deberse a tres razones. Una: al morbo de las noticias tipo “Elvis vive”, “Me violaron varios extraterrestres” o “Excomulgado por votar sí”. Dos: a la risa que provocan. O tres: a que el rancio catolicismo franquista sigue enraizado en nosotros, fundido con nuestra carne como un tumor, y nos da cosa no hacerle caso.
Siria, cosas veredes, Sancho, que si creyeres · por Guadi Calvo
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