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Exorcista abusador

Cómo Ana se enfrentó al cura exorcista que abusó sexualmente de ella durante siete años: “Tú no puedes estar como si nada”

A sus 44 años, por primera vez esta mujer está dispuesta a denunciar el infierno disfrazado de salvación que vivió entre 2007 y 2013, y relata para “ayudar a otras mujeres” lo vivido en aquellos años y cuando se atrevió a escribirle al religioso, que le contestó justificándose: “La Iglesia puso en mis manos un instrumento para hacer el bien a los demás”

“Tú has cometido un abuso sexual, un abuso de poder y un abuso en la confianza que tenía en ti”. Ana es una de las centenares de víctimas de los exorcismos del padre E.G.G., y una de las pocas que se atrevió a confrontar con él los abusos sufridos. Durante casi siete años, entre 2007 y 2013, fue sometida a “exorcismos” que en realidad eran agresiones sexuales. A sus 44 años, y por primera vez, quiere contar su historia, y asegura estar dispuesta a denunciarlo, civil y canónicamente, para “ayudar a otras mujeres” a sacar a la luz lo que ella sufrió. Incluso, junto a unos amigos, ha lanzado la web https://www.padreenriquetestimonios.com/, para “compartir en un espacio seguro sobre lo que hemos vivido”.

En julio de 2020, en plena pandemia, Ana se armó de valor y escribió a su presunto abusador. “Yo confié en ti, fuiste un padre espiritual y un apoyo muy importante. Me ayudaste mucho (…) Sin embargo, cometiste abusos y pasaste una línea que no hay que pasar de ningún modo”. Tres semanas después, el sacerdote, que pese a haber sido sancionado con la prohibición de realizar este tipo de prácticas, así como a confesar o predicar por un período de diez años, sigue siendo cura, contestó a la carta de Ana: “La Iglesia puso en mis manos un instrumento para hacer el bien a los demás, que tal vez por mi inexperiencia no supe usar adecuadamente, al menos en todos los casos. Tampoco creo haberme querido servir de las oraciones como un instrumento de poder, para hacer creer a las personas que tenían el demonio dentro y que sólo yo podía sacárselo, para establecer así un vínculo de dependencia respecto de mí. Al menos nunca fue ésa mi intención”, se justifica el clérigo en la carta enviada a Ana. 

E.G.G llamaba a Ana su “hija espiritual querida”. Conoció al sacerdote en 2007, cuando tenía 23 años, a través de unos amigos que la invitaron a una peregrinación por Europa. “Cuando volvimos empecé a tener una dirección espiritual con él”. Era una época en la que la joven se sentía “un poco perdida y sola” y, aunque nunca dejó de hacer terapia con una profesional, el sacerdote le propuso ayudarla “con los exorcismos”.

Estaba tumbada en el suelo, sobre una moqueta, y él se ponía al lado, arrodillado. Utilizaba agua bendita, cruces de diferentes tamaños que ponía sobre mí, un óleo que extendía sobre mi cuerpo, y su aliento, que introducía en mi cuerpo poniendo su mano en mi boca y soplando dentro

“Cuando yo accedí ya estaba dentro de ese grupo de seguidores, porque el padre E.G.G. ayudaba a todo el mundo, todos querían confesarse con él, y tenía un albergue detrás de La Almudena, llamado La Casita de los Pobres, donde se ayudaba mucho a personas inmigrantes y a todo el que lo necesitaba”.

“Estaba empeñado en que era más eficaz sin ropa”

¿Cómo se producían los exorcismos? “Al principio estaba presente una monja, pero en el siguiente exorcismo ya nos quedamos solos. Yo estaba tumbada en el suelo, sobre una moqueta, y él se ponía al lado, arrodillado, vestido con su clériman y con una estola. Yo cerraba los ojos y él rezaba pidiendo expulsar al demonio con el Manual de Exorcismos en la mano. Utilizaba agua bendita, cruces de diferentes tamaños que ponía sobre mí, un óleo que extendía sobre mi cuerpo, y su aliento, que introducía en mi cuerpo poniendo su mano en mi boca y soplando dentro”, relata Ana.

Después de varias sesiones, “me propuso hacerlo sin ropa” porque “estaba empeñado en que era más eficaz, y que la gente se curaba, o pasaban cosas (gritos, mareos, vómitos) si se hacía así”. Esto le generó dudas, pero acabó aceptando. “Yo quería seguir siendo una hijita suya”, reconoce con dolor. “Me ponía una sábana, y al comienzo de la oración la quitaba, y ponía el óleo sobre mi pecho desnudo, lo extendía y colocaba las cruces…”, recuerda la mujer sobre lo que sucedía a puerta cerrada en La Casita de los Pobres, pero también en otros edificios de la Iglesia en la Berzosa o San Agustín del Guadalix.

En la carta que dirigió al sacerdote, Ana le explica lo que le provocaron aquellas prácticas. “Yo creo que un sacerdote no tiene que verme desnuda, ni poner sus manos en mi cuerpo, ni untarlo de aceite, ni ponerme cruces sobre mis pechos, ni pasar la luz de un flexo por todo mi cuerpo, ni echar su aliento en mi boca para que yo lo respire, ni tocar mis pezones como si fueran dos botones a los que agarrarse”, le dice ella.

Ana explica que los abusos fueron a más. “Introdujo su dedo en mi vagina con las bragas puestas” al menos en dos ocasiones, relata. “Decía que si metía sus dedos en mi vagina podía pasar algo en mí, se empeñaba en que había gente que se quedaba medio inconsciente, gente que vomitaba”. Ana entendía que había algo que no estaba bien y no quería continuar con esas prácticas, pero el sentimiento de pertenencia a ese grupo y la confianza en el religioso la frenaban. Finalmente, consiguió frenarlas: “Era muy desgradable y, aunque me costó, acabé diciéndole que no quería que hiciera eso”. El clérigo dejó de hacerlo.

“Ya no he vuelto a rezar por nadie de esa manera”, le cuenta el cura en su carta de respuesta. En 2010, la diócesis de Madrid le retiró a E.G.G. la condición de exorcista tras la emisión de un vídeo con cámara oculta para un programa dirigido por Mercedes Milá. Sin embargo, tanto en el caso de Ana como en el que otra de las víctimas ha relatado a elDiario.es, los supuestos exorcismos se prolongaron al menos hasta 2013. Ana recuerda aquel conflicto del sacerdote con las autoridades: “Cuando se emitió el programa de televisión todos, también yo, le dimos todo nuestro apoyo. Y después de un tiempo, volvió a practicarlos”.

En el grupo de amigos y amigas que seguían al religioso durante aquellos años, el tema de los exorcismos “era un poco tabú”. “Algunas veces le preguntábamos por qué solo lo hacía con chicas y no con los chicos, y nos decía que le daba un poco de grima”, como si “el demonio sólo pudiera entrar en las mujeres”. “Nunca hablábamos claramente, pero sí había risas, o comentarios cuando escuchábamos gritos en la casa o cuando llegaba alguien nuevo”, recuerda. “Éramos muchos en aquella época”. Algunas personas, desaparecían después de una sesión. “Si estabas en ‘el mundo’ (afuera del grupo de seguidores) desaparecías. Si estás con él, todo estaba bien”.

Poco a poco, al ir avanzando en su terapia, y tener más seguridad en sí misma y tras contárselo a su entonces pareja y su psicóloga, sentía menos necesidad de hablar con él y de contar con su apoyo“. Progresivamente, Ana se fue alejando. ”Tuve la fortaleza de decirle que ya no lo necesitaba“. Él reaccionó con respeto. ”Él no se alejó. Simplemente, tú dejabas de ir“. Perdió casi todo el contacto con él, y con su entorno, y fue comprendiendo, paulatinamente, lo que le había ido pasando. Años después, lo hablé con varios amigos de ese grupo fiel a E.G.G. y le conté lo que me había ocurrido. Uno de ellos me acusó de hablar mal del padre, según él era un santo y había ayudado a muchísima gente. Si a mí no me había hecho bien, no era por él, sino por algo mío”. No sentí ningún apoyo y me sentí juzgada.

Durante la pandemia, ella se armó de valor y escribió a E.G.G. lo que supuso esa separación: “Llegué a sentirme culpable por traicionarte y contarlo”. Y le recordó un intento previo de hablar de lo que sucedió. “Fui a hablar contigo y decirte que tus rezos no me hicieron bien y que no estaba de acuerdo en cómo lo hiciste”. “De entrada me dijiste que estabas preocupado por lo que te iba a decir y que alguien te había dicho que tuvieras cuidado conmigo porque quizá llevaba una grabadora escondida. Ya de entrada me hiciste sentir mal, echándome a mí la culpa, como si yo fuera la mala”. Ese día, Ana no se atrevió a ser clara con el cura. Sí lo hizo en el verano de 2020 en su carta: “Eso no se puede consentir. Tú no puedes estar como si nada. Yo no sé qué te pasa y qué tipo de ayuda necesitas. Pero lo que ocurrió no debería haber ocurrido”.

En su carta de respuesta, E.G.G. formuló lo más parecido a una petición de perdón por aquel encuentro, pero no por lo sucedido durante esos siete años. “Siento de veras no haber sabido ser más humilde cuando nos encontramos la última vez […] y comprendo de veras que esto no fuera suficiente para ti, habiéndote sentido dañada por mi actuación”. “Esta petición de perdón no repara si no considera sus prácticas como un abuso sexual y de poder. Siempre se situó por encima del mundo y que él tenía la verdad divina”, sostiene Ana.

Para Ana, “es fundamental visibilizar estas dinámicas que ocurren dentro de la Iglesia y posiblemente en otros ámbitos. La situación es compleja, ya que en muchos casos el abuso se da sin coerción física, sino con consentimiento. Al mismo tiempo, sucede en relaciones jerárquicas de poder, donde resulta muy difícil establecer límites frente a iniciativas que violan las fronteras personales y tienen una dimensión sexual. La intención es de generar conciencia colectiva para que asumamos una mayor responsabilidad y dejemos de normalizar prácticas que implican abuso de poder y confianza”.

“Ningún cura debería introducir los dedos en la vagina de una mujer o untar aceite en sus pechos desnudos. Ni para sacar al demonio ni por ningún otro motivo”, finaliza Ana, quien junto a un grupo de mujeres está creando una comunidad a través de la web https://www.padreenriquetestimonios.com, donde comparten experiencias en un espacio seguro, reconociendo que a veces enfrentar estas situaciones sola es más difícil, y buscar apoyo entre pares puede ser clave.

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