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Cocinar a Jesucristo y servirlo en su punto al tercer día

El cantautor Javier Krahe ha sido imputado recientemente por un presunto delito de “escarnio de los sentimientos religiosos” al untar de mantequilla un Cristo, introducirlo en el horno y esperar a que salga en su punto al tercer día.

Por lo anterior se le solicita una multa, así como fianza de casi doscientos mil euros. Lo disparatado de este episodio exige unas reflexiones maduras.

Así, en el mundo conocemos cuatro grandes religiones: budismo, hinduismo, cristianismo e islám. Por cuestión de lógica, ya que están en desacuerdo, solo una de ellas podría ser verdadera. Admitamos por un momento que una es auténtica. Esto equivale a que el setenta y cinco por ciento de las restantes creencias serían mentira, pura fantasía, delirios, alucinaciones de profetoides o, mucho me temo, el vómito mental de esquizofrenias sin diagnosticar.

Por otra parte, con muy pocas excepciones, la “religión verdadera” que una persona acepta se corresponde con la de la comunidad donde nace o vive. Resulta así obvio que la adscripción a un credo se suele producir por un hecho aleatorio.

Pues bien, pese a ello, se defiende con el derecho penal, el arma legal de más calibre, un setenta y cinco de errores cuyo fundamento no es mayor que el del colosal—y ya derruido—edificio del politeísmo egipcio o de las religiones precolombinas, nacidas al calor de cogorzas de alucinógenos.

Aún así, a mi juicio, los poderes públicos deben dispensar protección frente al escarnio, si bien el objeto de protección no ha de ser tanto “el sentimiento religioso” como la persona que padece el ataque. En este contexto entiendo que ello debería, a lo más, tipificarse entre las “vejaciones injustas”, es decir, una simple falta del artículo 620.2º
Y no puede ser de otra manera al referirnos a algo que, siendo generosos, tiene un setenta y cinco por cientos de posibilidades de ser un delirio. Eso sí, escojan ustedes que religiones consideran delirantes y cual verdadera. Yo me abstengo aquí de señalar.
Dicho lo anterior, confieso que resulta difícil no burlarse de algunas creencias que, por si mismas, ya representan un insulto a la razón. Y solo desde el respeto que profesamos a los fieles como personas nos abstenemos de la mofa. Aunque solo sea para exhibir una consideración que, muchas veces, ellos no muestran y que, desde luego, no guardarían si acumularan más poder.

Por cierto, entre los individuos que reclaman “respeto por la fe” abundan los que convierten al presidente del gobierno en objeto de escarnio un día sí y otro también. Pero, parece ser, ideas estrambóticas nacidas hace siglos merecen más protección penal que alguien votado por millones de españoles.

No obstante, quiero concluir manifestando que si los Evangelios plasman de manera literal las palabras de Jesucristo, el acto de Javier Krahe solo puede calificarse de pésimo gusto. Un personaje que hubiera predicado esa doctrina ha de ser tratado con una deferencia reverente.

Pero llevar el mal gusto al Derecho penal me parece excesivo. De ser así no encontraría razones por las que Belén Esteban, Esperanza Aguirre, Karmele Marchante o Rita Barberá debieran eludir la cadena perpetua

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