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Los desafíos constituyentes del laicismo actual
Situación actual
Con el proceso constituyente constitucional ya ad portas de finalizar, tras un arduo e inédito trabajo de casi un año, es posible hacer un balance previo a la situación final en cuanto a la visión o aporte que este documento podría traer a Chile, desde la perspectiva del laicismo y, principalmente, de lo que constituye la consolidación del Estado Laico en pleno siglo XXI.
A veces suena anecdótica e incluso paradójica la necesidad de tener que definir, explicar e incluso diferenciar o aclarar el concepto del laicismo, sus alcances y formalizar las bondades de las características de un Estado Laico en la era que pretende evolucionar del posmodernismo. No son pocos los que han escrito al respecto, desde su propio punto de vista, por ejemplo, la Altermodernidad de Bourriaud, la Hipermodernidad de Lipovetsky, la Automodernidad de Samuels, el Performatismo de Eshelman, el Digimodernismo de Kirby o la Metamodernidad de Vermeulen y Van Der Akken, entre los más nombrados. Si bien son visiones distintas sobre lo que estamos viviendo o lo que viene tras la exacerbación del consumismo y el individualismo característicos del posmodernismo, hay puntos comunes en ellos y los principales conceptos que se mencionan en ellos son: equilibrio y superación. Este último respecto de lo que significa la necesidad e incluso obligación de repensar los pares opuestos culturales, como público-privado, persona-objeto, hombre-máquina, real-virtual, entre otros.
Ese equilibrio del que nos hablan estas “nuevas eras” es una fiel representación de lo que significa el laicismo y su importancia. La revisión continua, desde hace ya más de tres centurias, respecto de lo que concierne a las bondades que significa el hecho de separar definitivamente lo que es el Estado, con su fuerza imponente y desequilibrante, del variopinto y, en ocasiones, heteróclito mundo de las creencias y su subconjunto denominado religiones, es retórico y elocuente. Pero aquí estamos elevando letras para que, con la esperanza de que el concepto permee a toda la sociedad, logremos superar definitivamente este óbice que retuerce las enterradas entrañas de Voltaire, Rousseau, Diderot, d’Holbach, Locke, entre otros. Qué suerte que no exista la reencarnación ni la resurrección, porque sino, vaya reprimenda que recibiríamos como sociedad.
Los efectos de este preludio se sienten no sólo a nivel global, donde incluso hay naciones y países que viven bajo el pesado yugo no sólo de un velado confesionalismo, sino de un atosigante y asfixiante estado religioso, donde la libertad, el respeto e, indudablemente, la tolerancia escasean o son prácticamente inexistentes. Además, son notorios a nivel local en esta apartada y angosta franja de tierra al sur del mundo, como es posible constatar en el libro El Tren del Laicismo. Dejando de lado lo lírico, y abrazando el racionalismo y la literalidad necesarias de este artículo, se hace imprescindible recapitular lo acontecido en este proceso democrático nunca antes visto y que está siendo observado atentamente por varios países del mundo desarrollado. En particular, por supuesto, en lo que concierne al laicismo y la recuperación constitucional del Estado Laico.
A modo de resumen, la época de las Leyes Laicas coronada por la Constitución de 1925, había dado un sello al siglo anterior desde la aparición de la primera de las leyes y los avances que dió la Educación Pública laica en aquel entonces, fueron significativos. No obstante, la dictadura y su Constitución provocaron un ingente retroceso y pusieron la lápida al Estado Laico con la promulgación del Decreto 924 de 1983 que, en la práctica, hizo obligatorio el catecismo en todos los colegios y no son pocas las voces que se alzaron a este respecto durante todo el período de la tiranía y el siguiente tras la vuelta a la democracia, con tal de recuperar aunque haya sido en parte, lo referente al Estado Laico. Aún así, los avances fueron pocos e incluso algunos contraproducentes. La Convención Constituyente se presentó como una gran oportunidad para devolver a la tolerancia, el respeto y la libertad su correspondiente sitial y, aunque la situación estuvo rozando el ideal propuesto, no se alcanzó, eso no le quita mérito a lo conseguido y es posible, en caso de ser aprobado el actual borrador, que se logre llegar a una versión algo liviana de lo que se considera técnicamente un Estado Laico y eso no se puede perder de vista.
Retomando la teoría, un Estado Laico tiene dos componentes sine qua non se alcanza su concepto en plenitud y estas son: libertad de conciencia y neutralidad. La primera, como he comentado y explicado en detalle en artículos anteriores, está garantizada tanto en el borrador como en la Carta Magna actual y de hecho es parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por tanto, se parte desde el 50%. La neutralidad en cambio, que estaba textualmente en el segundo inciso del Artículo 13E del actual borrador, no fue aprobado y por tanto, incluido. Sin embargo, tampoco es que no esté considerada en lo que quedó finalmente escrito, sino que lo está de manera implícita y/o explicada con otras palabras. La gracia del segundo inciso no aprobado, es que lo confirmaba y aseguraba de manera textual, sin posibilidad de futura interpretación.
Además, el actual borrador incluye en el Artículo 17, Número 282, en el apartado referente a la educación un inciso bastante potente que permitiría o, mejor dicho, obligaría a derogar el nefasto Decreto 924 del que hemos hablado en reiteradas ocasiones. En particular uno de los incisos, señala: “El Estado deberá articular, gestionar y financiar un Sistema de Educación Pública, de carácter laico y gratuito, compuesto por establecimientos e instituciones estatales de todos los niveles y modalidades educativas. La educación pública constituye el eje estratégico del Sistema Nacional de Educación; su ampliación y fortalecimiento es un deber primordial del Estado”.
En síntesis, no son pocas las opciones que permitiría el borrador constitucional a quienes hemos hecho de la divulgación del laicismo y/o abogado en su nombre en todas las vías posibles, ya sea, a través de la educación, promoción, culturización, etc. ¿Es un escrito perfecto? La respuesta a esa pregunta es inequívoca y negativa, cuyos detalles descansan en lo mencionado. ¿Significa ello que no se avanzó al respecto y/o que no merece ser aprobada? Bajo mi punto de vista, lo rotundo de esta negación es varias veces mayor a la anterior, si es que una negación tuviese magnitud o pudiese ser subdividida en grados de intensidad. Ello, porque la realidad actual, en la cual la palabra “Laico” tiene CERO apariciones y jamás se habla de un Estado Laico o siquiera se esboza alguna referencia al laicismo y su importancia. Así es. Cero veces. Sólo aparece en el Artículo 19, numeral 6 un acercamiento a lo que se denomina Libertad de Conciencia, que arrastra incluso los vicios mal habidos en él de su predecesora de 1925.
Por tanto, en conclusión, para quienes conocemos y propagamos las bondades del laicismo, el actual borrador puede ser considerado infinitamente superior al actual escrito que hoy nos rige. De eso, no hay espacio alguno para dudas, divagaciones o interpretaciones posibles. Parafraseando al psicólogo, científico, lingüista y escritor canadiense Steven Pinker, tratar de indicar lo contrario sólo pondría de manifiesto la aparente irracionalidad humana que hace nata en las pseudociencias o corrientes alejadas de la racionalidad como la astrología, creencias paranormales, teorías conspirativas de turno y el bien conocido mito local del “mal de ojo”, por nombrar algunos. Por tanto, de aprobarse la nueva Constitución, constituye un importante avance para quienes defendemos y abogamos por un Estado Laico.
Desafío laicista actual
Se apruebe o no la nueva Constitución en el plebiscito del 4 de septiembre, la coyuntura debe llevarnos a pensar activamente en los puntos de acción que debiesen venir y eso requiere tener definido o claro el momento en que nos encontramos. Eso sí, si es que se rechaza la nueva Constitución la tarea es cuesta arriba, pues como vimos, el borrador actual avanzó considerablemente al respecto.
Bajo mi punto de vista, los laicistas tenemos tres importantes desafíos que tenemos que reconocer y abordar. Los detallo a continuación:
i) Divulgación: Debemos reconocer que el concepto laicismo o Estado Laico en sí mismo no es conocido cabalmente por la sociedad e incluso entre quienes componen los tres poderes del Estado o los constituyentes. De hecho comentamos en un artículo reciente aquí mismo en la Revista Occidente, acerca de la Constitucional Cantuarias que habló de “Religión Laica”, lo cual en sí mismo es una contradicción y una ostensible falta de entendimiento de los conceptos y alcances de cada uno de los vocablos. Otro error clásico sobre el término es que es asociado a irreligiosidad o antirreligiosidad, cuando es exactamente lo contrario a ello, pues el laicismo lo que busca es justamente el respeto a la propia opinión respecto a las cosmovisiones y cosmogonías, sin la nefasta intervención del actor más poderoso en ese sentido, que es el Estado. Eso debiese ser la primera función de quienes estamos en la promoción o difusión del laicismo y defensores del Estado Laico y en ese sentido la labor que realizan publicaciones como Occidente, Iniciativa Laicista o agrupaciones como la Asociación Internacional de LibrePensamiento (AILP) o de manera internacional Humanists UK, son imprescindibles y muy necesario el que se creen y se aprovechen otros espacios para ello. Vaya, de paso, mi eterno agradecimiento y gratitud a los mencionados por la magna labor realizada y el porvenir de ellas.
ii) Acercamiento: El laicismo ha sido desde sus inicios levantado por una élite cultural y/o por grandes exponentes filosóficos y literarios. Luego, con el pasar del tiempo, fue y es discutido a un alto nivel en espacios académicos y tertulias o conferencias del mismo tenor. Al ser así, trae consigo el correspondiente uso de un lenguaje a veces técnico, lo cual es imprescindible en dichos espacios y sano que así sea. Además las estructuras de los escritos al respecto tienen el formato académico, que si bien nos pueda gustar a muchos, no es un formato que tenga como característica, pues no es su foco tampoco, el de atraer la atención de las masas. Sin embargo, para que la sociedad en general pueda hablar con propiedad de laicismo y Estado Laico, es necesario hacer llegar el fruto del hermoso debate académico y teórico a las masas, en una modalidad, lenguajes y formatos apropiados para el consumo a gran escala, eliminando las barreras de entrada que posee el actual. En ese sentido, un lenguaje y formatos “sin barreras” es lo más apropiado para cumplir el objetivo y este sería de una manera sintética, y a veces sinóptica, asequible, franca y directa, que no permita interpretaciones o caiga en la vaguedad ni tampoco en explicaciones latas que terminan distrayendo o provocando que el oyente pierda el foco del asunto que se trata.
iii) Superación del miedo: Muchos laicistas o defensores del Estado Laico, y en particular por las causas emanadas de lo explicado en el punto i) de este artículo, prefieren acallar sus voces o aportar desde el anonimato, para evitar potenciales desencuentros con algunos de sus cercanos y en los casos más extremos con sus empleadores, que muchas veces, al menos acá en Chile, están ligados con prelaturas u otras asociaciones dogmáticas que pudiesen tener represalias contra visiones distintas o de quienes no hacen suyo valores tan importantes como el respeto y la tolerancia. Casos excepcionales o no, es importante que los laicistas dejemos los temores de lado y enfrentemos la situación, como es regla de hecho para nuestra concepción de libertad, bajo un fraterno marco de respeto y de empatía, pero sin perder la noción de la importancia de lo que se discute. Esta situación me recuerda una columna del año 2003 de Daniel Dennett en el NY Post, The Bright Stuff, donde planteó una problemática similar a la que estoy exponiendo en estas líneas y que concluía con un deseo respecto a que los “brights” (personas con una visión del mundo naturalista en lugar de sobrenaturalista) sean reconocidos, en ese caso, por los amigos políticos que normalmente en EUA rehuyen de ello porque los más dogmáticos de sus partidarios pudiesen sentirse ofendidos. En este caso es algo similar, pero ahí es donde debemos educar a nuestros contertulios y fomentar el respeto a las personas capaces de discutir y debatir. Como bien dice Savater, “Quienes son respetables son las personas, no las creencias ni las opiniones” y es justamente el trasfondo de esa cita de este filósofo y escritor español el que debemos difundir, promover y propagar.
Los desafíos están claros y nos resta esperar el desenlace de este inédito y reconfortante proceso democrático en nuestra corta historia. Aún así, no todo está dicho y es probable que este proceso de concientización y educación social respecto al laicismo continúe, a mi pesar, por mucho tiempo más. Aprovechando la cita anterior de Savater, finalizo recordando a todos que es en el terreno de las ideas donde debemos actuar. Exponerlas, sacarlas a relucir y explicarlas de la mejor manera, con respeto y empatía, pero por sobre todo, sin miedo a que nos vean como lo que somos, personas que amamos y defendemos la libertad de conciencia, el respeto y la tolerancia.
Este artículo ha sido publicado en el número 529 de la revista Occidente del mes de julio de 2022: