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Las celebraciones no solo estaban destinadas a producir una interpretación alterada del pasado sino a establecer para el futuro una memoria colectiva única sobre la propia historia de la comunidad nacional.
Desde el comienzo del Alzamiento el discurso religioso funcionó como recurso propagandístico para movilizar a la población y sumarla al empeño colectivo de la victoria. En la retaguardia las pautas de conducta frente al hecho bélico fueron establecidas mediante un conjunto de ceremonias político-religiosas de adhesión a la causa franquista. Los actos de desagravio y reposición de crucifijos , las celebraciones de Vírgenes y Cristos, los funerales de mártires y héroes, las reposiciones de Sagrados Corazones, y las “manifestaciones patrioticas” por las tomas de ciudades extendieron un patriotismo religioso de marcados componentes belicistas. Estos actos sirvieron para construir un modelo de propagada en el ámbito del espacio público, modelo que, inicialmente ensayado en las localidades de la retaguardia, a medida que se fue desarrollando la guerra fue implantando en toda la España Nacional. El conflicto bélico le permitió a Franco comprobar la capacidad movilizadora de los actos político-religiosos. El gobierno franquista, fortalecido por la eficacia de la dictadura militar, pudo poner en práctica una eficaz política propagandística de masas en la retaguardia. Esa política obedeció a los principios doctrinales del nacionalcatolicismo pero también fue fruto del empirismo desideologizado de un gobierno militar que supo ver el potencial movilizador y creador de consenso social de este conjunto ceremonial.
Propaganda ideológica e historia
Las ceremonias religiosas celebradas durante la guerra son una enorme inversión en la extensión social de los fundamentos doctrinales del nuevo régimen. La triada patria, religión y ejército quedaban indisociablemente unidas en el imaginario popular mediante estos espectáculos . La plena identificación entre discurso religioso y discurso patriótico también contribuían a reforzar los lazos comunitarios. No sólo resultaba necesario construir la identidad ideológica del régimen, sino extenderla a toda la población. Había que crear un ambiente social de Cruzada y convencer a la población que la guerra era necesaria porque era justa y era justa porque a través de las armas se estaba defendiendo la Religión y la Patria que habían sido puestas en peligro durante el gobierno republicano. El fervor religioso contribuyó a potenciar el ánimo patriótico y éste a su vez ayudó a incrementar el primero, produciéndose una intensificación emocional mutua, sin la cual resultaba imposible imponer en la retaguardia una moral de victoria, moral en la que no cabían restricciones ni desacuerdos. El discurso religioso queda así convertido en un recurso propagandístico para sumar la población al empeño colectivo de la victoria . Esta identificación entre Iglesia y Estado, componente fundamental del nacional- catolicismo, inició su andadura durante la Guerra Civil con este abundante y variado conjunto de ceremonias. La Guerra sirvió para reactivar el catolicismo, para sacarlo de la situación de atonía institucional en el que lo había puesto la segunda república. Las celebraciones político-religiosas contribuyeron a que la iglesia recuperase el espacio de influencia perdido. Como señala G. Di Febo “La compenetración de poderes entre Estado e Iglesia, constituye una peculiaridad del régimen franquista, transciende la dimensión puramente política, afecta a toda la organización de la sociedad” y tiene su expresión en el ámbito de las celebraciones político-religiosas que con motivo de la Guerra empezaron a hacerse en las provincias de la retaguardia. Mediante estos ritos la conjunción del poder religioso y político adquiría una presencia que eliminaba su carácter abstracto y la incardinaba en el espacio concreto del día a día, facilitando así su comprensión . Esta intencionalidad populista de todo el conjunto ceremonial es reconocida por los propios jerarcas de la dictadura. José Pemartín, uno de los ideólogos del régimen, recoge en ¿Qué es lo Nuevo? – texto destinado a configurar los elementos definitorios del Nuevo Estado franquista: “El pueblo cree lo que ve como previo paso para creer lo que no ve; y si ve a las autoridades rindiendo culto a Dios, si ve a las fuerzas armadas presentando armas al santísimo sacramento, si ve el esplendor del culto católico Español, avalorado por la intervención pública y aparatosa de la autoridad civil y militar, cree efectivamente que aquello a lo que se rinde culto es la verdad”.
La narrativa apologética que el poder franquista hizo de las causas del conflicto, centró su esfuerzo en presentar la guerra como una nueva cruzada contra los enemigos de la Patria y la Religión. Una parte importante de los militares alzados contra la República compartían la mitología del nacionalismo conservador decimonónico que veía en el concepto de una Cruzada de gran potencialidad movilizadora. La conversión de la Guerra Civil en una guerra Santa proporcionó un gran potencial dinamizador a los rebeldes y dotó de impulso transdencentalista al empeño bélico de la retaguardia. Para los militares rebeldes conservadores y la mayor parte de la iglesia del momento, la identidad histórica de España estaba ligada a la religión católica. Durante la etapa de gobierno republicano se rompió esa identificación y la Iglesia pretendía recuperar la ligazón histórica perdida. La identificación pública entre iglesia y Estado-componente doctrinal fundamental del nacional catolicismo- reinició su camino durante la guerra civil y adquirió visibilidad en este variado conjunto de ceremonias. Las celebraciones político religiosas contribuyeron a que la iglesia recuperase ese espacio de influencia social perdido durante la etapa anterior . La iglesia, de la mano del Alzamiento y mediante estas ceremonias volvía al espacio publico. Pero el nuevo estado dictatorial también salió beneficiado : las ceremonias político religiosas tenían entre sus objetivos crear un tipo de movilización que anulase la cultura de participación política democrática del régimen republicano.
Con las ceremonias se buscaba crear una memoria colectiva de la guerra civil. Las constantes menciones a hechos históricos y gloriosos de la “ España Imperial”, la lucha contra el Infiel, la Reconquista, la colonización de América, las luchas contra los protestantes europeos y la guerra de independiza contra el invasor francés, son presentados por la propaganda como los hitos fundamentales que no solamente forjaron el espíritu marcial católico definitorio de la nación española sino que servían como paralelismos históricos para justificar el golpe de estado y la ayuda propagandística proporcionada por la iglesia. Las celebraciones no solo estaban destinadas a producir una interpretación alterada del pasado sino a establecer para el futuro una memoria colectiva única sobre la propia historia de la comunidad nacional, agotando así la posibilidad de que se desarrollasen otras vías memorialísticas alternativas susceptibles de integrar acervos discrepantes de la ideología nacional católica . Se estableció así una pauta de impositiva unidad para que los españoles del futuro tuviesen una única vía de acceso para configurar el conocimiento de los hechos del pasado.
El dinero patriótico
Las conmemoraciones político-religiosas también se convirtieron en un artefacto de creación de adhesiones. La imagen pública creada por las ceremonias era un inmejorable elemento de propaganda en una retaguardia que tenía entre sus objetivos proporcionar todo el esfuerzo, en hombres y en dinero, para que la guerra terminase en victoria. Las ceremonias tuvieron una indudable repercusión en la activación del esfuerzo económico para la provisión de víveres con destino a los frentes de batalla y en la captación de dinero y oro para sufragar el esfuerzo bélico. Los actos sirvieron para amparar propagandística todo un complejo armazón de recogida de fondos públicos. Las llamadas“ suscripciones patrióticas” fueron suscripciones de dinero, recogida de alhajas, víveres y oro para la Junta de Defensa Nacional. Estas “aportaciones» formaban parte de lo que algunos autores han llamado «hacienda de guerra franquista». Cubrían las necesidades recaudatorias que iban surgiendo a medida que la guerra se desarrollaba: Aguinaldo del Combatiente, “ Suscripción a favor del Ejercito Salvador de España”, “Suscripción para vestuario del ejército”, “Suscripción pro aviones y armamento”, “Subsidio Pro Combatientes,” “ Auxilio a Poblaciones Liberadas” y recogidas de fondos para cubrir la financiación de la organización de beneficencia falangista Auxilio Social. Fueron realizadas en un contexto de “guerra total” y estimuladas por un relato propagandístico que alentaba la vinculación emocional de la retaguardia con el frente, y la sociedad civil con las fuerzas militares. En este hecho insistía frecuentemente la propaganda que no ahorra explicaciones para presentar la guerra como fenómeno cuyo éxito precisaba la unión de los dos brazos de la nación: el civil y el militar.
La amputación social del disidente y el oponente político realizada por la represión violenta precisaba complementarse con medios de movilización de masas aplicadas a la otra parte de la población, a la que no era necesario eliminar, sino dinamizar e incorporar al Estado Nuevo. La represión no llegaba, era preciso complementarla con otras medidas ; las ceremonias político-religiosas cumplieron un papel de primer orden en este sentido. Todo el ruidoso y aparatoso dispositivo celebratorio sirvió para poner en sordina y ocultar el intenso drama represivo de los asesinatos cometidos en la retaguardia en el verano de 1936. Las celebraciones del día ocultaban los asesinatos nocturnos. Los desfiles, tambores y trompetas, las solemnes festividades religiosas acallaban y privatizaban el sufrimiento de las familias de los ejecutados.
Legitimidad y consenso
Las ceremonias son un eficaz mecanismo de acción social para que la población reciba un discurso ya elaborado, un precipitado de slogans y consignas sobre los que no cabía ninguna posibilidad de discrepancia. Las manifestaciones patrióticas y las ceremonias político religiosas fueron el único mecanismo de movilización social aceptado por el franquismo. La dimensión de la participación en las movilizaciones tenia que adquirir una presencia contundente y plebiscitaria para así rubricar con rotundidad la legitimación política de la que carecían los militares sublevados contra el legal régimen republicano. Peman es quien caracteriza las movilizaciones como mecanismo sustitutivo de la legalidad democrática: “ ni en los pueblos que eligen sus presidentes por sufragios directos y plebiscitarios se ha logrado jamás por el mero mecanismo de la elección, rodear al poder de una aureola representativa, que lo haga cosa del pueblo y sirva de estimulo de amor, respeto y contención de rebeldías. Cuando ha logrado esto algún supremo magistrado- como Hitler o Mussolini- lo ha logrado al margen de la elección , por un vibrante y tumultuario estado de opinión publica, diluido en el ambiente y que ha encontrado múltiples órganos de expresión: la prensa y la tribuna, el grito, la manifestación y el desfile”.
La asistencia masiva a estos actos es expresión de que la pertenencia a la nueva comunidad ciudadana franquista se entiende construida sobre la sociabilidad de la participación en estas ceremonias. Las ceremonias fueron un inclusor social que sirve para discriminar entre población afecta y desafecta. En este sentido resulta difícil discriminar entre las motivaciones de la participación. La diferenciación entre consenso voluntario- manifestado en forma de adhesión- y consenso forzado , expresado de manera dirigida y obligada, es una tarea difícil y compleja. El término “ consenso social” produce discrepancias entre los especialistas: algunos historiadores no aceptan su oportunidad aplicada al régimen franquista , prefieren su uso en contextos donde la libre opción a la hora de movilizarse es una respuesta no condicionada por mecanismos de presión social . Un sistema político como el que se estaba imponiendo en la retaguardia, basado en el uso sistemático de la violencia como forma de coerción social, dificulta la delimitación que separa los campos en los que la movilización está motivada por la adhesión o por la presión psicosocial ejercida por el espectáculo de la comunidad masivamente volcada en el seguimiento de los rituales de participación. Lo cierto es que entre la presión de arrastre psicológico que ejercían los actos masivos y los mecanismos de coerción empleados para condicionar la asistencia se dejaba un margen prácticamente inexistente para la disensión pasiva. El seguimiento de una mínima pauta de prudencia evitaba “ significarse”- término usado en la conversación social del momento para referirse a la desafección o disidencia – ya que al hacerlo el individuo estaba desligándose de las pautas de participación establecidas como elemento de presión social con el que activar la participación de los indiferentes. Los expedientes de depuración están llenos de sanciones basadas en desafecciones mostradas en estos actos: no colocar la bandera nacional en un balcón, no levantar el brazo en alto o no gritar Viva Franco, fueron muestras de disidencia que servían- según se decía en los textos propagandísticos del momento- para “desenmascarar al enemigo de la patria” e imponerle castigos.
Los medios
La reiteración de eslóganes propagandísticos se vehiculó mediante locuciones en radio y discursos que después de ser pronunciados en los actos eran publicados en prensa . Los elementos temáticos que constituían el fundamento de estos discursos eran simple pero eficaces, demagógicos pero emotivos. Su capacidad para penetrar socialmente es un componente fundamental de lo que se ha dado en llamar “ cultura de guerra”, una cultura en la que resultaba necesario producir una percepción del enemigo de perfiles simples pero fácilmente asimilables: anti-españolidad, marxismo y ateísmo.
Los espacios públicos transformados por las celebraciones urbanas fueron convertidos en un medio de comunicación más para externalizar los componentes ideológicos de la propaganda . Las arquitecturas efímeras de los arcos de triunfo, los gigantescos retratos de Franco en las principales calles, los símbolos religiosos y militares colgados de edificios y farolas, las colgaduras y tapices, las banderas e insignias, los reflectores y procesiones nocturnas con antorchas para celebrar las entradas de las tropas en las ciudades conquistadas, convirtieron a las ciudades de la retaguardia en espacios tomados para el nacional catolicismo. Las ceremonias político religiosas fueron un vehículo para implantar un ritual que difundirá los nuevos gestos patriótico simbólicos: saludos fascistas, himnos y banderas. En las ceremonias, esos signos- enmarcados por la música y los discursos- se combinaron en una retórica persuasiva que creo la embriaguez necesaria para pulsar todos los resortes pasionales de la comunidad.
Bombardeo de la Basílica del Pilar y destrucción del Sagrado Corazón
El mes de agosto estuvo marcado por dos hechos fundamentales para extender un clima de odio religioso anti republicano por las provincias de la retaguardia franquista. La entrada de la indignación católica en la guerra tuvo su punto álgido con dos sucesos extraños todavía no aclarados. El 3 de agosto, antes del amanecer, un avión arrojaba tres bombas sobre la Basílica del Pilar. El ataque no produce ninguna víctima pero causa desperfectos en la bóveda de la basílica. El bombardeo tuvo gran eco e impacto emocional en la España franquista. En las capitales del norte de España se realizaron actos religiosos de desagravio, acompañados de desfiles militares.
Cuatro días más tarde, el 7 de agosto, un grupo de milicianos dinamitan el monumento al Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles y posteriormente fusilan la imagen erigida por Alfonso XIII en 1919, durante el gobierno conservador de Maura. El rey había consagrado España a la imagen del Sagrado Corazón en una ceremonia impresionante que simbolizaba la unión entre el Estado monárquico y el catolicismo. El sacerdote jesuita castellano Bernardo de Hoyos – retomando la práctica de origen devocional francés – tuvo una revelación transcendental en la que el Sagrado Corazón de Jesús le comunica un mensaje conocido como la Gran Promesa: «Reinaré en España y con más veneración que en otras partes». Durante los gobiernos del conservador Maura- influido por las ideas de su amigo Charles Maurras- se llevó a cabo una serie de iniciativas destinadas a producir un proceso de “ sacralizacion de la patria” mediante la creación y difusión de festejos que, ligados al culto católico, extendían la idea de la unión del catolicismo y la monarquía como componente nuclear en la formación histórica de España. La iglesia católica, sabedora que la propagación de ideas nacionalizadoras permeabilizaba socialmente la influencia de la Fe católica, acogió con gusto la colaboración con el poder civil en la promoción de fiestas, símbolos y ritos nacionales. Sus prelados participaban en ceremonias en las que se bendecía públicamente a la monarquía, se realizaban Te Deum por los caídos en los campos de batalla africanos y se pronunciaban discursos señalando la esencia católica de la patria. La expansión del culto al SCJ disfrutó de especial acogimiento en las costumbres religiosas domésticas, con placas colocadas en las puertas y fachadas de las casas y en los interiores de los hogares. Se hicieron entronizaciones de imágenes de sagrados corazones en colegios, asociaciones profesionales, institutos oficiales y se levantaron monumentos en espacios públicos. Durante la restauración alfonsina el SCJ se convirtió en un rito político-religioso contra la creciente cultura política democrática republicana. La consagración oficial de España al Sagrado Corazón en el Cerro De los Ángeles fue una idea surgida en el congreso eucarístico de 1911. Su propuesta es atribuida a una iniciativa “espontánea” de la Unión de Damas Apostólicas del Sagrado Corazón “ aceptada” por el arzobispo de Toledo. Se eligió el Cerro por estar próximo a Getafe , el centro geográfico de la península . Se preveía rematar su construcción en 1918 pero la epidemia de gripe de ese año obligó a retrasar su finalización hasta el 1919.
La espectacular eliminación del Cristo en agosto de 1936 y el ataque a la Basílica del Pilar fueron entendidas como una profanación y una radical manifestación de impiedad. Los ataques contribuyeron a exacerbar el ánimo antirrepublicano y a extender el fervor religioso patriótico-bélico en la retaguardia franquista, muy necesarios en un momento en el que el golpe de estado ya había fracasado y se propagaba la incertidumbre ante la nueva situación de guerra. Sobre la autoría de los hechos planea un cierto desconcierto a la hora de determinar su atribución y sobre todo la intencionalidad; ¿Dos manifestaciones de violencia anticlerical aisladas, o dos sucesos que formaban parte de una intervención planificada puesta el servicio de una estrategia todavía hoy no aclarada? Probablemente estemos ante un episodio de guerra psicológica, lo cierto es que los hechos perjudicaron a la república y beneficiaron a los franquistas. El impacto emocional que los ataques produjeron en el mundo católico fue hábilmente usado por la propaganda de los alzados que supieron convertir los masivos actos de desagravio en recursos para mantener viva la llama del nacional catolicismo popular y estimular, de paso , el victimismo entre la población de la retaguardia.
Los actos celebrados en Zamora como desagravio por el bombardeo de la Basílica del Pilar fueron convocados por el obispo para el día 6: una Salve cantada en la Capilla de la Catedral y un Te Deum . El Boletín del Obispado nos relata el desagravio como un desposorio de la Cruz y de la Espada: “ El sagrado templo del Pilar de Zaragoza había sido objeto de una horrible profanación: Desde un avión marxista fue criminal y alevosamente bombardeado como si fuera lugar nefando, lo que es Casa de la Madre de Dios, cual si fuera refugio de guerreros, lo que es Palacio de la Reina de la Paz, como si fuera padrón de ignominia”. En Plasencia el desagravio también se produce el 6 de agosto. En la misma fecha se lleva a cabo en Vigo, en la Iglesia Santiago el Mayor “ en desagravio a la santísima virgen del Pilar por el cobarde atentado cometido por un traidor aviador de la Generalidad de Barcelona” En Valladolid los actos de reparación tienen lugar en la catedral el 7 de agosto. En Salamanca se hacen el 8 de agosto en la catedral y en la Iglesia de la Purísima, donde se celebran “funciones de desagravio por el atentado de la Virgen del Pilar” oficiados por el obispo Plá y Deniel. En León el desagravio se lleva a cabo el 8 de agosto. Con motivo de los actos religiosos realizados en Tuy en el boletín del obispado podía leerse: “ un avión comunista bombardeó el templo del Pilar de Zaragoza. Este sacrilegio conmovió a España entera” En la prensa gallega con motivo del acto de desagravio llevado a cabo en Lugo se afirmaba: ” no importa quien ha sido el criminal aviador que realizó el bombardeo ( …) el bombardeo de la Basílica del Pilar es la señal más clara de conspiración contra la Patria de marxistas, separatistas y masones”.
En las localidades de la retaguardia al finalizar los actos religiosos se realizaron manifestaciones- procesiones por las principales calles de los centros urbanos. La recepción de la propaganda sobre el bombardeo se reforzó con una estrategia multimedia de merchandising de sellos, escapularios, medallas, fotomontajes explicativos en prensa y estampitas de oraciones. Los masivos actos de desagravio tuvieron su broche final al terminar la guerra, cuando la Basílica del Pilar es declarada templo nacional y santuario de la Raza por una Orden de diciembre de 1939 firmada por el Ministro de Gobernación, el zaragozano Ramón Serrano Suñer.
Las ceremonias de desagravio por el ataque a la imagen del Sagrado Corazón tienen lugar el 22 y 23 de agosto de 1936 en Zamora. La prensa se refiere a su destrucción como “ una barbarie más del marxismo” El domingo 23 se ofició una misa celebrada por el obispo en la Iglesia de San Andrés y por la tarde se organizó un acto eucarístico. En Valladolid los actos reparadores del “sacrílego atropello del Cerro de los Ángeles” se hacen el 24 de agosto. En Plasencia se retrasan hasta el 6 de octubre. En León se habían celebrado el día 22, en la misma fecha se llevan a cabo en la catedral de Salamanca oficiados por el obispo Plá y Deniel. En Lugo tuvieron lugar el 23 de agosto en la catedral.
En 1937 la procesión del Sagrado Corazón realizada en Zamora estuvo dedicada a la conmemoración del ataque. Los días previos la prensa animaba a la masiva participación recordando los motivos que hacían necesario el desagravio: “El Corazón de Jesús, ultrajado por los hijos ingratos , espera la reparación de los verdaderos y buenos hijos. Desde el Cerro de los Ángeles quería ese Divino Corazón reinar en nuestra patria , pero la indiferencia religiosa y los desórdenes sociales prepararon el camino para el nuevo deicidio del siglo XX (…) la España auténtica debe de mostrar mañana su espíritu religioso (…) ni un solo balcón sin colgadura(…) ni un solo hombre que no forme en las filas de la solemne procesión”.
En 1937 y 1938 se difunde la literatura apologética dedicada a justificar política, jurídica y religiosamente la Cruzada. De Castro Albarrán, Magistral de la catedral Salamanca y uno de los eclesiásticos más activos en este objetivo, se refiere así a la foto del ataque iconoclasta publicada en el periódico D’Avvenire d’ Italia: “La foto es el más satánico cuadro que pueda imaginarse. La imagen del Sagrado Corazón está, todavía, en su pedestal. Frente a ella, a pocos pasos del monumento, una fila de milicianos la apuntan con sus fusiles (…) se adivina el momento en que descargaron sus fusiles sacrílegos sobre los ojos, sobre el pecho, sobre el corazón de Cristo”.
Las advocaciones político religiosas que acompañan los actos del Sagrado Corazón son abundantísimas. Nos centraremos en dos. Las palabras pronunciadas en octubre de 1936 por el arzobispo de Valladolid y principal impulsor de su culto ejemplifican el mensaje dominante en estos actos:
“En esta hora decisiva para nuestra Madre España, cuando frente a las hordas sin Dios y sin Patria ofrendan su vida todos los españoles dignos de serlo, cuando la fe y el patriotismo hacen brotar legiones de héroes en las filas del Ejército sería un crimen de lesa fe y lesa Patria permanecer en actitud expectante, limitándose a admirar los triunfos de nuestras armas, […] España, con su generosa sangre en esta guerra de reconquista contra los precursores del Anticristo, tiene también que hacer honor a su piadoso abolengo en esta cruzada de oración a la que nos invita el propio Corazón Divino y de la que nadie estará dispensado porque a todos alcanza la consoladora promesa “Reinaré en España y con más veneración que en otras partes”.
21 El segundo ejemplo es el texto del acto de consagración al SCJ escrito por el obispo de Salamanca, en junio de 1939, como acción de gracias por la victoria en la cruzada. Abunda en los mismos planteamientos que el anterior:” gloriosa victoria que nos has conseguido […] Suscitaste un invicto Caudillo que liberarse a España del comunismo. Algunas provincias han estado libres desde el primer momento de la Santa Cruzada […] Que, en adelante, Señor, ante el mundo se ofrezca España, Una, Grande y Libre, en donde reines Tú”.
El fervor religioso provocado por los ataques no solo se mantiene durante la guerra, sino también cuando ésta ha terminado. Al finalizar la contienda los restos del monumento al Sagrado Corazón fueron repartidos en relicarios entre los soldados del ejército. En 1944 el régimen necesitaba desfascistizarse para acoplarse a los intereses estratégicos de las democracias vencedoras en la IIGM. La reactivación del nacional catolicismo motiva un solemne acto de desagravio co-oficiado por el arzobispo de Madrid y varios obispos, con asistencia del Nuncio, del propio Franco con su “gobierno en pleno” y una revista militar de tropas rindiendo honores.