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“Centrémonos en impedir la guerra nuclear en lugar de debatir sobre la ‘guerra justa’”

Los líderes de la OTAN anunciaron el miércoles que la alianza planea reforzar su frente oriental con el despliegue de muchas más tropas –incluidas miles de tropas estadounidenses– en países como Bulgaria, Hungría, Polonia y Eslovaquia, y el envío de “equipos para ayudar a Ucrania a defenderse de las amenazas químicas, biológicas, radiológicas y nucleares”. Y aunque la propia alianza de la OTAN no está suministrando directamente armas a Ucrania, muchos de sus Estados miembros sí están enviando armas entre las que se incluyen misiles, cohetes, ametralladoras, etc.

Con toda probabilidad, el 24 de febrero, cuando ordenó una invasión en el país vecino tras un largo y masivo despliegue militar en la frontera, el presidente ruso Vladímir Putin creyó que su ejército tomaría Ucrania en cuestión de días.

Sin embargo, un mes más tarde, la guerra continúa y varias ciudades ucranianas han sido devastadas por los ataques aéreos rusos. Las conversaciones de paz se han estancado y no está claro si Putin sigue queriendo derrocar al gobierno o si, por el contrario, pretende ahora una Ucrania “neutral”.

En la siguiente entrevista, Noam Chomsky, académico de renombre mundial y principal voz disidente, comparte sus pensamientos y percepciones sobre las opciones disponibles para poner fin a la guerra en Ucrania, y reflexiona sobre la idea de la guerra “justa” y sobre si la guerra en Ucrania podría provocar la caída del régimen de Putin.

Noam, ya llevamos un mes de guerra en Ucrania y las conversaciones de paz se han estancado. De hecho, Putin está intensificando la violencia mientras Occidente aumenta la ayuda militar a Ucrania. En una entrevista anterior, usted comparó la invasión rusa de Ucrania con la invasión nazi de Polonia. ¿Así, la estrategia de Putin es la misma que la de Hitler? ¿Quiere ocupar toda Ucrania? ¿Intenta reconstruir el imperio ruso? ¿Por eso se han estancado las negociaciones de paz?

Hay muy poca información creíble sobre las negociaciones. Algunas de las informaciones que se filtran no parecen muy optimistas. Hay buenas razones para suponer que si Estados Unidos aceptara participar seriamente, con un programa constructivo, aumentarían las posibilidades de poner fin al horror.

El que sería un programa constructivo, al menos en líneas generales, no es ningún secreto. El elemento principal es el compromiso de neutralidad de Ucrania: no pertenecer a una alianza militar hostil, no acoger armas que apunten a Rusia (incluso las que llevan el engañoso nombre de “defensivas”), no realizar maniobras militares con fuerzas militares hostiles.

No se trata de nada nuevo en el ámbito internacional, incluso aunque no se reconozca de forma oficial. Todo el mundo entiende que México no puede unirse a una alianza militar dirigida por China, colocar armas chinas apuntando a Estados Unidos y realizar maniobras militares con el Ejército Popular de Liberación.

En resumen, un programa constructivo sería todo lo contrario a la Declaración Conjunta sobre la Asociación Estratégica entre Estados Unidos y Ucrania firmada por la Casa Blanca el 1 de septiembre de 2021. Este documento, que recibió poca atención, declaró enérgicamente que la puerta para que Ucrania ingrese en la OTAN (la Organización del Tratado del Atlántico Norte) está abierta de par en par. También “concluía un Marco Estratégico de Defensa que crea una base para la mejora de la cooperación estratégica en materia de defensa y seguridad entre Estados Unidos y Ucrania”, lo cual proporciona a Ucrania armas avanzadas antitanque y de otro tipo, junto con un “sólido programa de entrenamiento y maniobras acorde con el estatus de Ucrania como Socio de Oportunidades Mejoradas de la OTAN”.

Todo el mundo entiende que México no puede unirse a una alianza militar dirigida por China, colocar armas chinas apuntando a Estados Unidos y realizar maniobras militares con el Ejército Popular de Liberación

La declaración fue otra maniobra para provocar a la bestia. Se trata de otra aportación a un proceso que la OTAN (es decir, Washington) ha estado perfeccionando desde que, en 1998,  Bill Clinton violara el firme compromiso que hizo George H.W. Bush de no ampliar la OTAN hacia el Este, una decisión que suscitó serias advertencias por parte de diplomáticos de alto nivel como George Kennan, Henry Kissinger, Jack Matlock, (el actual director de la CIA) William Burns, y muchos otros, y por la que el secretario de Defensa William Perry estuvo a punto de dimitir en señal de protesta, junto con una larga lista de personas que sabían muy bien lo que hacían. A esto hay que añadirle, por supuesto, las acciones agresivas que atacaban directamente los intereses de Rusia (Serbia, Irak, Libia y crímenes menores), llevadas a cabo de modo que maximizaran la humillación.

No es difícil sospechar que la declaración conjunta fue un factor que provocó que Putin, y el reducido círculo de “hombres duros” que le rodean, decidieran aumentar su movilización anual de fuerzas en la frontera ucraniana en un esfuerzo por atraer la atención respecto a sus preocupaciones en materia de seguridad, en este caso con la agresión criminal directa, que, de hecho, podemos comparar con la invasión nazi de Polonia (junto con Stalin).

La neutralización de Ucrania es el elemento principal de un programa constructivo, pero hay más. Se debería intentar avanzar hacia algún tipo de acuerdo federal para Ucrania que implique un grado de autonomía para la región del Donbás, de acuerdo con las líneas generales de lo que queda de Minsk II. Una vez más, esto no sería nada nuevo en el ámbito internacional. No hay dos casos idénticos y ningún ejemplo real se acerca lo más mínimo a la perfección, pero existen estructuras federales en Suiza y Bélgica, entre otros casos, e incluso en Estados Unidos hasta cierto punto. Los esfuerzos diplomáticos serios podrían encontrar una solución a este problema o al menos contener las llamas.

Y las llamas son reales. Se calcula que, en esta región, desde 2014, unas 15.000 personas han muerto en el conflicto.

Eso nos deja con Crimea. Respecto a Crimea, Occidente tiene dos opciones. Una es reconocer que, de momento, la anexión rusa es sencillamente un hecho, que sería irreversible sin acciones que destruirían Ucrania y posiblemente mucho más. La otra es ignorar las muy probables consecuencias y hacer gestos heroicos sobre cómo Estados Unidos “nunca reconocerá la supuesta anexión de Crimea por parte de Rusia”, como proclama la declaración conjunta, acompañados de numerosas declaraciones elocuentes de personas que están dispuestas a condenar a Ucrania a una catástrofe total mientras pregonan su valentía.

Nos guste o no, esas son las opciones.

¿Quiere Putin “ocupar toda Ucrania y reconstruir el imperio ruso”? Sus objetivos anunciados (principalmente la neutralización) difieren bastante, incluida su declaración de que sería una locura intentar reconstruir la antigua Unión Soviética, pero puede que haya tenido algo así en mente. Si es así, es difícil imaginar lo que él y su círculo siguen haciendo. Para Rusia, ocupar Ucrania haría que su experiencia en Afganistán parezca un picnic en el parque. A estas alturas eso está muy claro.

Putin tiene la capacidad militar –y a juzgar por Chechenia y otras correrías, la capacidad moral– para dejar a Ucrania en ruinas. Eso significaría el fin de la ocupación, el fin del imperio ruso y el fin de Putin.

Nuestra atención se centra, como es lógico, en el incremento de los horrores provo cados por la invasión de Ucrania por parte de Putin. Sin embargo, sería un error olvidar que la declaración conjunta tan solo es uno de los deleites que las mentes imperialistas están conjurando en silencio.

Putin tiene la capacidad militar para dejar a Ucrania en ruinas. Eso significaría el fin de la ocupación, el fin del imperio ruso y el fin de Putin

Hace unas semanas hablamos de la Ley de Autorización de la Defensa Nacional del presidente Biden, tan poco conocida como la declaración conjunta. Este brillante documento –citando de nuevo a Michael Klare– aboga por “una cadena ininterrumpida de Estados centinela armados por Estados Unidos –que se extiende desde Japón y Corea del Sur en el norte del Pacífico hasta Australia, Filipinas, Tailandia y Singapur en el sur y la India en el flanco oriental de China–”, con la intención de rodear a China, incluyendo a Taiwán, “de un modo bastante ominoso”.

Podríamos preguntarnos cómo se siente China ante el hecho de que, según se informa, el comando indopacífico de Estados Unidos está planeando reforzar el cerco, duplicando su gasto en el año fiscal 2022, en parte para desarrollar “una red de misiles de ataque de precisión a lo largo de la llamada primera cadena de islas”.

Es para defenderse, por supuesto, de modo que los chinos no tienen por qué preocuparse.

Hay pocas dudas de que la agresión de Putin contra Ucrania incumple la teoría de la guerra justa, y que la OTAN también es moralmente responsable de la crisis. Pero ¿qué pasa con el hecho de que Ucrania arme a los civiles para que luchen contra los invasores? ¿No está moralmente justificado por los mismos motivos que la resistencia contra los nazis?

La teoría de la guerra justa, lamentablemente, tiene tanta relevancia en el mundo real como la “intervención humanitaria”, la “responsabilidad de proteger” o la “defensa de la democracia”.

A primera vista, parece una obviedad que un pueblo en armas tiene derecho a defenderse de un agresor brutal. Pero como siempre en este triste mundo, cuando se piensa un poco en ello, surgen preguntas.

Por ejemplo, la resistencia contra los nazis. Difícilmente podría haber habido una causa más noble.

Uno puede ciertamente entender y simpatizar con los motivos de Herschel Grynszpan cuando asesinó a un diplomático alemán en 1938; o con los partisanos entrenados por los británicos que mataron al asesino nazi Reinhard Heydrich en mayo de 1942. Y uno puede admirar su coraje y pasión por la justicia, sin reservas.

Sin embargo, ahí no acaba la cosa. El primero sirvió de pretexto de los nazis para las atrocidades de la Kristallnacht e impulsó aún más el plan nazi para lograr sus espantosos resultados. El segundo dio lugar a las impactantes masacres de Lidice.

Los hechos tienen consecuencias. Los inocentes sufren, quizá terriblemente. Las personas con valores morales no pueden esquivar estas cuestiones. Es inevitable que surjan preguntas cuando consideramos armar a quienes se resisten valientemente a la agresión asesina.

Eso es lo de menos. En el caso actual, también tenemos que preguntarnos qué riesgos estamos dispuestos a asumir de una guerra nuclear, que no solo supondrá el fin de Ucrania sino mucho más, hasta lo verdaderamente impensable.

No es alentador que más de un tercio de los estadounidenses esté a favor de “emprender acciones militares [en Ucrania] aunque se corra el riesgo de iniciar un conflicto nuclear con Rusia”, tal vez inspirados por comentaristas y líderes políticos que deberían pensárselo dos veces antes de imitar a Winston Churchill.

Quizá exista el modo de proporcionar las armas necesarias a los defensores de Ucrania para repeler a los agresores y al mismo tiempo evitar las graves consecuencias. Pero no debemos engañarnos creyendo que se trata de un asunto sencillo, que se resuelve con declaraciones audaces

¿Prevé usted una evolución política dramática dentro de Rusia si la guerra dura mucho más tiempo o si los ucranianos resisten incluso después de que hayan terminado las batallas oficiales? Al fin y al cabo, la economía rusa ya está asediada y podría acabar con un colapso económico sin parangón en la historia reciente.

No sé lo suficiente sobre Rusia ni siquiera para aventurar una respuesta. Una persona que sí sabe lo suficiente al menos para “especular” –y solo eso, como él mismo nos recuerda– es Anatol Lieven, cuyas apreciaciones han sido una guía muy útil en todo momento. Considera muy poco probable que ocurran “acontecimientos políticos dramáticos” debido a la naturaleza de la dura cleptocracia que Putin ha construido cuidadosamente. Entre las conjeturas más optimistas, “el escenario más probable”, escribe Lieven, “es una especie de semigolpe, la mayor parte del cual nunca se hará público, por el que Putin y sus colaboradores inmediatos dimitirán ‘voluntariamente’ a cambio de que se garantice su inmunidad personal frente a la detención y la riqueza de su familia. Quién sería el sucesor del presidente en estas circunstancias es un interrogante que queda totalmente abierto”.

Y no es necesariamente un interrogante fácil de digerir.

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