Pocos colectivos me resultan tan deprimentes como los del fanatismo religioso. No me importa si con ese ‘religioso’ nos referimos a musulmanes, católicos o adoradores de la new age. Y es que el éxito de estos grupos dice mucho de nuestro fracaso como sociedad. A muchos niveles, no solo económicos y culturales. Pero más me deprime una administración que prohíbe opinar a golpe de ‘justicia’. Mucho más.
Me parece algo que supera con creces lo que pudiéramos calificar de simple error el prohibir la manifestación de una opinión, por absurda que sea. Nunca prohibir ha resultado ser mejor idea que debatir y razonar. Y nunca nos hemos arrepentido tanto de haber apoyado una prohibición que cuando más tarde hemos visto censurada la opinión propia.
No se debe bajo ninguna circunstancia intentar homogeneizar la expresión del pensamiento por la fuerza, porque estancado, el pensamiento se pudre, y corremos el riesgo de transformar simples imbéciles en auténticos monstruos. La represión tiene, entre otros, este indeseable pero previsible efecto.
¿Que un colectivo quiere dar rienda suelta a sus complejos y hacer propaganda sobre que los niños tienen pene y las niñas vulva? Pues que lo hagan y se oxigenen. Si apoyamos que se evite por decreto, además de darles la publicidad que buscan, estamos fomentando mártires y dando pie a que vean reforzadas sus obsesiones. Y quizá mañana con el mismo argumento tengamos que aceptar que se prohíba la opinión contraria, por más que sea sensata y justa, porque ‘la ley es igual para todos’.
Corrijo. En realidad no hace falta esperar a mañana, porque con las medidas que se están tomando contra la propaganda de la asociación ultracatólica HazteOir, lo que se intuye es un intento de equilibrado en falso (sin consecuencias legales ni ingresos en prisión); un lavado de imagen que justifique, igualando por la vía represiva, los excesos punitivos y atentados totalitarios que se han cometido contra las expresiones políticas o culturales de izquierda, sean las de tuiteros, raperos, titiriteros o activistas.
Pues que no sea en mi nombre. Yo no compro esta solución, venga de reaccionarios o de presuntos progresistas. Y quiero que esta fauna fanática pueda mostrar sus vergüenzas, en autobuses o en naves espaciales, y ya decidiré yo qué me parece su mensaje.