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Carbón y patrimonio

DE muetes, cuando nos obligaban a ir al confesionario con una periodicidad tal que casi no daba tiempo ni de llenar la talega de los pecados, recuerdo que el confesor siempre respondía con una pregunta a nuestras autoinculpaciones: ¿Cuántas veces? No bastaba decir que habías dicho una mentirijilla. Había que concretar el número de veces, ya que de ello dependía la gravedad del pecado y la penitencia posterior. Repetir una misma trola a mucha gente era agravante. Mentir para ocultar culpas mayores (ofensa al séptimo mandamiento por ejemplo) suponía ser reo de penas infernales.

Ocurre que cuando en 1215, en el concilio de Letrán, se impuso la obligación de la confesión, no existían los medios de comunicación masivos. La mentira había que repetirla a mucha gente para que fuera vox populi. Hoy día, si alguien suelta una maliciosa falsedad en televisión y luego va a confesarse, ¿cuántas veces debe confesar que ha mentido? Tantas como televidentes, me imagino, y si no, sería un agravio comparativo con todos los que hemos desgranado miles de avemarías por nuestros pecadicos infantiles.

La otra noche me dormí pensando en estas sinsorgadas después de haber visto en TVE el programa repor Con la Iglesia hemos topado, que Vanesa Benedicto hizo sobre el escándalo de las inmatriculaciones de bienes en Navarra por parte del Arzobispado. En el mismo, frente a las rotundas denuncias de los alcaldes de los pueblos que se han sentido robados, pudimos escuchar a Javier Aizpún, delegado episcopal de asuntos económicos y patrimonio. En apenas dos minutos, el ecónomo de la Iglesia navarra soltó a la audiencia dos escandalosas mentiras con intención de justificar la inmatriculación de 1.087 bienes de los pueblos. Dijo en primer lugar que se habían inmatriculado los bienes cuya propiedad de la Iglesia “era notoria”, confundiendo una vez más el uso con la propiedad. Si hay algo notorio en los pueblos de Navarra ha sido siempre quién construyó las casas de los curas, de los médicos y de los maestros; quién hizo los frontones o los cementerios; cómo se le dejó al cura algún trozo de huerta comunal, igual que al resto de vecinos; o cómo se destinó algún local municipal para actividades parroquiales. De todos los usuarios de estos bienes, sólo a la Diócesis, amparada en ese poder inmoral que le concede el 206 de la Ley Hipotecaria, se le ha ocurrido inmatricularlos a su nombre. Y de las mismas iglesias y ermitas, si algo hay notorio en todos los archivos navarros es que hasta la última campana la pagaron los pueblos. Y que éstas siempre tocaron al son que mandaban los ayuntamientos. De cómo esas propiedades colectivas de los pueblos han acabado en manos de la Iglesia de Roma es algo por lo que Aizpún y su gente tendrá que dar explicaciones en el valle de Josafat, si no les juzgan antes en este mundo, como sería deseable.

La segunda mentira fue cuando la periodista le preguntó sobre los muchos bienes inmatriculados que no eran de uso religioso. Aizpún respondió que se trataba de herencias y donaciones que recibía la Iglesia, algo totalmente falso. Las herencias y donaciones son propiedades de alguien que, generalmente, ya lo tenía escriturado. Nada tiene que ver con lo que denunciamos. Nuestra plataforma jamás ha cuestionado esas propiedades, por más que a algunos nos parezca deleznable cómo se consiguieron muchas de ellas, en los postreros actos de confesión. Tenían un dueño, éste las cedió y punto.

Bien sabía Aizpún que no era eso por lo que se le preguntaba, sino por los cientos de propiedades, casas, arbolados, pastos, huertas y edificios de uso no religioso, que han ido a parar al inventario del ecónomo episcopal por la gracia, no de Dios (el pobre nunca se metió en esos líos), sino del malhadado artículo 206.

El día de Año Nuevo, a las cinco de la tarde, los Reyes Magos, el Olentzero, alcaldes, concejales y vecinos vamos a acudir al Arzobispado de Iruña a entregarles carbón por su comportamiento. Uno de los sacos será, con todo merecimiento, para Javier Aizpún, mentiroso multimedia y administrador de un patrimonio que no le corresponde. ¿Que cuántas veces lo vamos a hacer? Quizás todos los años, hasta que lo devuelvan.

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