No saben si atacan a estadounidenses o a españoles. Sólo les importa luchar contra “los extranjeros”. Lo dicen jefes talibanes entrevistados por un periodista español, al que aseguran que combatirán a las tropas españolas hasta que abandone
El talibán se sienta en la cueva, despacio. Cruza las piernas. Acuna el Kalashnikov en su regazo, lo acaricia, casi con ternura. Se ajusta el turbante que le cubre la cara. Fateh Mohamed, el mulá que ordenó la muerte de dos soldados españoles en noviembre de 2008, no quiere que su rostro quede registrado en la cámara.
Llevamos un rato esperando. Barba larga y atuendo tradicional afgano. Es lo convenido. Llamar la atención lo menos posible porque la cita no es en una montaña remota ni en un valle perdido. La cita es en plena ciudad de Herat, la capital del oeste afgano, a menos de diez minutos de la base donde viven más de 500 soldados españoles. Así de impunes se sienten hoy los talibanes. El lugar escogido para la entrevista es una pequeña cueva que sirve de capilla a los fieles. Un lugar santo para los islamistas, en los límites de un parque al que acuden mujeres con burka y sus hijos. El mulá Fateh no parece sentirse amenazado. Para nada.
No tenemos que esperar mucho antes de que nos hable de aquella mañana del domingo 9 de noviembre, el día en que España sufrió sus dos últimos caídos en territorio afgano. "Temprano por la mañana recibimos un informe de que un convoy de fuerzas extranjeras se acercaba. Fuimos para allá. Trajimos al suicida y lo preparamos", explica.
El suicida se llamaba Habibullah y tenía 18 años. El propio mulá Fateh lo había reclutado y entrenado. Era de su mismo pueblo. Una comarca de Herat llamada Shindand, uno de los lugares más azotados por los bombardeos de la OTAN en todo el país. Más de 200 civiles han muerto allí bajo unas bombas que buscaban talibanes y encontraron mujeres, ancianos y niños. La de Afganistán es una guerra sucia. Los insurgentes pelean la mayor parte de las veces desde lugares poblados, utilizando a los civiles como escudo. Saben que si al final las tropas internacionales atacan y los inocentes mueren, la población culpará a los extranjeros.
Desde luego, el suicida Habibullah lo hizo. Se lo dijo a su familia antes de morir matando: tenía que vengarse. "Estábamos contentos. Él se reía. Rezamos y lo lanzamos contra el objetivo", cuenta su comandante.
La venganza fue ciega. Ni Fateh Mohamed ni el suicida supieron que sus víctimas iban a ser españolas. De hecho creyeron que eran estadounidenses. Al fin y al cabo, los vehículos que usan son casi idénticos. El talibán nos cuenta que vio con sus propios ojos la explosión que mató al brigada Juan Andrés Suárez y al cabo primero Rubén Alonso Ríos. No le importó demasiado la confusión.
"No, no sabíamos si eran españoles o de otro país. Y no es importante para nosotros. Lo importante es que eran extranjeros. Tengo un mensaje para los españoles, en especial para las familias de los dos soldados que murieron. Deberían pedirle al Gobierno español que se retire de Afganistán porque este es un país musulmán, un país islámico, y estamos en contra de los extranjeros. Si no se van, continuaremos atacándoles", dice.
El mulá Fateh es un buen ejemplo de la nueva remesa de jefe talibanes. Treinta y pocos años de edad, pastún, educado en el rigor de las escuelas coránicas y en la mitología de la guerra santa contra los soviéticos que mantuvieron ocupado su país. Obtuvo su bautismo de fuego cuando era casi imberbe. Su ideario es tan básico como atractivo a los ojos de un afgano. Divide el mundo entre los musulmanes y los infieles, los afganos y los extranjeros. Una dialéctica en la que sólo cabe la guerra.
El de Fateh es un mundo consagrado a la lucha, que hace de la simplicidad, fuerza; de la ignorancia, determinación. Un mundo que no busca explicarse ante nadie, que se presenta a esta entrevista más como un desafío que como una necesidad de contarle a España por qué mata a los soldados. Cree que los atentados del 11-S fueron un invento de los norteamericanos para invadir Afganistán y que Osama Bin Laden es un buen musulmán. Y no cree que eso le convierta en terrorista. "Nosotros no somos terroristas de Al Qaeda. Nosotros estamos peleando por nuestros derechos. Si nosotros vamos a otros países y los invadimos, esa gente pelearía en nuestra contra y no podríamos calificarlos de terroristas", dice.
La de Fateh fue nuestra primera vía de entrada al mundo clandestino de los talibanes. El encuentro se produjo en mayo. Hemos viajado durante dos meses y medio por Afganistán rastreando a los hombres que atacan y matan a españoles. Hemos hecho entrevistas y hemos introducido cámaras en esos grupos. (Cuatro ofrecerá este reportaje el próximo viernes).
Lo que nos hemos encontrado es una sociedad de guerreros. Un mundo que ha hecho de la interpretación más extrema del Islam una forma de sobrevivir a la eterna tragedia afgana. Un mundo tribal que se agarra a su código de honor con tanta o más fuerza que al Islam. Un mundo donde sólo se respeta al que lucha. Y las mujeres no luchan. Dice un dicho pastún: "Todas las mujeres son despreciables, incluidas tu madre y tu hermana". Un mundo de hombres, donde hasta los amores son entre hombres. Un mundo que engendra prácticas que uno no espera encontrarse entre los talibanes. Hemos visto a los fieros comandantes de la insurgencia disfrutando de los bailes eróticos de niños que danzaban por unas monedas.
España lleva ocho años desplegando soldados en Afganistán. Hace casi cinco decidió extender su misión a la zona oeste. Desde 2006, las tropas sufren ataques en esa parte del país, de manera más o menos regular. Poco se sabe sobre la naturaleza y la motivación de los hombres que aprietan el gatillo -o el detonador- para matar a españoles.
Cada vez que las tropas españolas han sufrido un ataque, el Ministerio de Defensa ha hablado de "criminales", "mafiosos", "milicianos motivados por intereses tribales", "bandidos"… El jueves pasado, después de que los insurgentes mantuvieran un combate de cinco horas contra una columna española de 25 vehículos blindados, la ministra Carme Chacón utilizó el término "delincuentes comunes" para describir a los que se enfrentaban a los españoles. Pocas veces se ha pronunciado con rotundidad la palabra "talibán". Tampoco se quiere utilizar el término "enemigo". La definición del conflicto y de quién son los adversarios es un terreno minado políticamente. La ambigüedad es tal que a veces alcanza hasta a los propios soldados españoles. En las 14 horas que pasamos en su base preguntamos a varios militares si consideraban a los talibanes su enemigo. Unos dijeron que sí. Otros, que no.
Los talibanes no tienen ese problema de definición. "Los españoles vinieron con los norteamericanos e invadieron nuestro país. Queremos que se vayan tan pronto como sea posible". El que habla ahora es Sayed Sha Moshlé, uno de los principales comandantes talibanes del oeste de Afganistán. Se encarga de gestionar la administración paralela que la insurgencia ha puesto en marcha. Cuentan con sus propios gobernadores, jefes de policía y jueces.
La historia del mulá Moshlé es un buen retrato de cómo los hombres del mulá Omar [jefe histórico de los talibanes, aliado con Bin Laden] han conseguido resucitar de sus cenizas e instalarse en el oeste de Afganistán, una región que al principio les era hostil y que celebró como pocas su caída del poder. Moshlé fue jefe de distrito en la provincia de Ghor durante el reinado talibán. Tras el colapso de este régimen, se escapó a Pakistán, como la mayoría de sus correligionarios.
"Cuando recibí ayuda en Pakistán, regresé a formar la escuela en la que preparaba gente para la yihad, bajo la idea de conseguir nuestra independencia e implementar las leyes y la religión islámica en nuestro país", cuenta el mulá Moshlé. Lo hizo en el norte de Herat, en el distrito de Koskhi Khuna, muy cerca de donde combatieron los españoles esta semana. Llegó a entrenar a un centenar de jóvenes y los dirigió en varias acciones. Afirma que luchó contra los españoles en Badghis. Se jacta de que incluso llegó a destrozar dos de sus vehículos.
"Cuando llegué a Herat, yo no era bienvenido. El 85% de la gente apoyaba al Gobierno y a los extranjeros. Tenían fe en ellos, en su promesa de reconstrucción, de seguridad, de respeto hacia nuestra cultura. Poco a poco se dieron cuenta de que no era así. Empezaron a matar a inocentes con sus bombardeos y a promover el cristianismo. No ha habido reconstrucción y no hay seguridad. La gente no puede andar por los caminos sin que le roben. Ahora el 85% de la gente nos apoya a nosotros", afirma.
El 85% es un porcentaje muy elevado, pero es indudable que los talibanes están ganando apoyo popular. No lo dicen ellos, lo reconoce hasta el Gobierno afgano. "Si no contaran con apoyo en la población, no podrían hacer lo que hacen. La comunidad es para los talibanes lo que una pecera para un pez; sin el agua que hay en ella, el pez moriría", dice el gobernador de Herat, el doctor Ahmad Yusuf Nuristani.
Ahora los talibanes se cuentan por miles en la parte de Afganistán donde se encuentra el grueso de los españoles. Un buen ejemplo de este crecimiento es la provincia de Badghis, sobre la que los españoles tienen responsabilidad directa. En 2006 prácticamente nadie hablaba de los talibanes en la zona. El lugar parecía remoto incluso para ellos. En 2007, los servicios españoles de inteligencia dijeron que había 200. Al año siguiente eran 2.000. Ahora las estimaciones del espionaje afgano hablan de más de 2.500 militantes, divididos en 85 grupos. Es decir, que en Badghis hay más de cinco talibanes por cada soldado español.
Los comandantes de la insurgencia conciben Badghis como la punta de lanza de su avance hacia el norte. "Badghis es muy importante para nosotros porque podemos cortar la carretera entre Herat y el norte y nos puede conectar con Irán. Así podremos obtener más apoyo de Irán. Mucha gente nos apoya en Badghis", dice el mulá Moshlé.
Los talibanes de la provincia están bien armados y no les falta el dinero. Les financia el opio que se cultiva en el 50% de las aldeas y los impuestos que cobran. "Todo el que quiere realizar un proyecto en las zonas donde hay talibanes, ha de llegar a un acuerdo con ellos. Si no, es imposible. Es fácil, les pagas el 10% del presupuesto total de la obra y te dejan trabajar", explica Abdel Karim Mashrah, un contratista. Varias de las empresas que ha contratado el contingente español para realizar proyectos en la zona han tenido que pagar a los talibanes.
A eso suman el apoyo de países vecinos. "Nos apoyan Pakistán, Irán y otros, como China, algunos de la antigua Unión Soviética. La ayuda de Pakistán e Irán es conocida por todos. El apoyo de otros países aún se mantiene en secreto. Algunos están dando dinero y otros, armas", nos contó hace algunos meses el mulá Meshr, un comandante insurgente que decidió entregar las armas.
En muchas zonas de esta parte de Afganistán, los insurgentes equivalen al Estado. Proveen lo básico: orden y justicia. A su modo, por supuesto. Brutal como pocos. Jueces talibanes recorren el territorio impartiendo justicia. Los contendientes presentan su caso y se soluciona en cuestión de minutos. Un ladrón pillado in fraganti: una mano cortada. Un asesinato: una ejecución a manos de la familia de la víctima. Intolerable para un occidental, sumamente efectivo para un afgano.
"Nosotros valoramos la reconstrucción que está haciendo el contingente español, pero necesitamos que hagan más en materia de seguridad. Deberían ir a las zonas talibanes, buscarlos y acabar con ellos. Limpiar el área. La reconstrucción sin seguridad no nos sirve de nada. Ahora mismo lo único que controlan el Gobierno de Karzai y las tropas extranjeras es la capital y sus alrededores. El resto es talibán", afirma Mayid Khan, un político de Badghis. Pero las tropas españolas no pueden hacer eso. "Nosotros somos un equipo de reconstrucción. Combatir ofensivamente no es nuestro trabajo", comentaba hace unos meses el entonces jefe de la base de Qala-i-Now, el coronel Emilio Saravia.
Los talibanes lo saben y lo explotan. El que fuera comandante supremo de la insurgencia en Badghis, el mulá Ghulam Dastagir, aseguraba por teléfono, poco antes de que lo mataran las fuerzas especiales estadounidenses: "En Badghis la estrategia es distinta que en el sur. Aquí no necesitamos pelear tanto para expandir nuestra influencia. No nos hace falta". Uno de sus sucesores, el maulavi Jamuladdin Mansoor, aún fue más preciso. "Preferimos a los españoles respecto a otros contingentes. Militarmente no son activos".
El viaje va llegando a su fin. Termina con quien empezó. Otra cita con el mulá Fateh Mohamed. Esta vez no es en una cueva, sino en una casa. Una habitación blanca. Una manta de colores a modo de escenario. La misma cara cubierta, pero ahora no está solo. Al lado de Fateh, un joven que lleva el cuerpo envuelto en explosivos. En la mano, envuelto con papel celo, un detonador. El próximo suicida ya está listo.
La batalla por el paso de Sabzak
El combate que el contingente español mantuvo el jueves pasado en el paso de Sabzak no ocurrió por casualidad. Los talibanes se marcaron esa carretera como objetivo durante el verano de 2008. El mulá Jamuladdin Mansoor, entonces al mando de los insurgentes en Badghis, envió a la zona a uno de sus lugartenientes. Su misión: reclutar milicianos entre las tribus de los dos lados del paso, tanto de Herat como de Badghis, y tejer alianzas con otros grupos de muyahidines que quisieran unirse a la "guerra santa" contra las tropas extranjeras. El hombre enviado por Mansoor no logró reclutar a más de 30 milicianos para su propósito.
El plan era ambicioso: aislar Badghis, la provincia bajo responsabilidad española, y convertirla en uno de sus principales feudos en todo el país. Para eso necesitaban controlar sus dos vías de acceso. La del norte, que recorre los distritos de Gormach y Bala Murghab, ya estaba bajo su dominio. Faltaba la del sur, el paso de Sabzak, un corredor de tierra y baches a 2.000 metros de altura, que es el cordón umbilical que une Badghis con Herat. La Agencia Española de Cooperación construyó parte de ese corredor, el que va desde la cima del paso hasta la ciudad de Qala-i-Now. El resto es un camino de cabras. Unos 140 kilómetros, que se tarda en recorrer más de cinco horas.
Sabzak era entonces pasto de los bandidos. Grupos más o menos armados que asaltaban a los transportistas para robar o exigir un dinero por pasar. No había ataques contra las tropas extranjeras. A los talibanes les llevó unos diez meses imponerse a esos bandidos, pero lo consiguieron a mediados del pasado mes de junio.
Entonces comenzaron a llegar los primeros informes que hablaban de puestos de control talibanes en la carretera. "La cortan cuando quieren y la levantan si ven que llega un convoy muy grande de fuerzas internacionales", comentó entonces una fuente del contingente español.
La situación se agravó en julio. Los convoyes estadounidenses empezaron a ser atacados regularmente y la OTAN temió que la vía quedara cortada definitivamente. Por eso pidió al contingente de tropas españolas que desplegara fuerzas en la zona. Lo hicieron el pasado domingo. Los insurgentes tardaron en reaccionar. Les llevó tres días. Según las informaciones que ha sido posible recoger, varios grupos de talibanes, apoyados por milicianos de otros grupos locales que se han sumado a la lucha pero que no responden directamente a la cadena de mando talibán, se desplazaron al lugar para coordinar un ataque. Lo lanzaron el miércoles. Y volvieron a hacerlo el jueves, en el que murieron 13 de sus hombres.
Poco más de una hora después de cada ataque, Qari Yousuf Ahmadi, el portavoz nacional de los talibanes, llamó a varios periodistas afganos. "Hemos sido nosotros", les dijo. Horas después, la ministra de Defensa, Carme Chacón, calificaba a los atacantes de "delincuentes comunes". En el estamento militar y en la comunidad de inteligencia no salían de su asombro. "No tenemos ni idea de dónde se ha sacado la ministra eso de los delincuentes comunes. No tiene ni pies ni cabeza", dijo una persona que sigue de cerca la situación en Afganistán.