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Boom de fieles en Estados Unidos

No deberían ser buenos tiempos para ser católico en Estados Unidos. Los escándalos de pederastia de los años 90 que obligaron a la archidiócesis de Boston a cerrar 65 parroquias tuvieron un gran impacto. La beligerante oposición al aborto, al divorcio y al matrimonio homosexual sitúa al catolicismo en el punto de mira de todo el mundo progresista ateo o laico
 
. Y en cambio nunca había habido tantos, tantísimos católicos en Norteamérica. Van para 68 millones, uno de cada cuatro ciudadanos estadounidenses, y siguen creciendo. Y, sobre todo, siguen llegando.
El boom católico americano siempre ha tenido mucho que ver con la inmigración. La traza primigenia fueron los primeros enclaves españoles en Florida y California. En la América británica, sólo la excepcionalmente tolerante Maryland acogió en 1634 una gota de catolicismo rodeada de un mar protestante embravecido. Aún así, los católicos representaban un 1% de los habitantes de las Trece Colonias.
Empiezan a ser muchos más con las grandes oleadas migratorias europeas de los siglos XIX y XX. Irlandeses, alemanes, polacos y hasta franco-canadienses bañan de catolicismo toda Nueva Inglaterra, se hacen fuertes en Nueva York… Ya entonces surgen las primeras crisis en que el miedo al católico se confunde con el miedo al inmigrante. El Ku Klux Klan los persiguió por épocas. Hay que llegar a los años sesenta para que un católico como John Fitzgerald Kennedy pudiera jurara como presidente de Estados Unidos. Y aún así, tuvo que dar antes explicaciones a la nación, asegurando que sería el presidente de todos, no sólo de los católicos. Un discurso parecido acaba de hacer el primer aspirante mormón a la presidencia, el republicano Mitt Romney.
Cuando Kennedy llegó a la Casa Blanca los católicos ya eran todos estadounidenses de clase media, como mínimo. Ya no asustaban por inmigrantes sino por otra cosa. No olvidemos que la nación americana se crea a la fuga, huyendo de Europa en sus peores momentos de persecución política y religiosa. Hay en el ADN americano un posible gen anticatólico que coincidiría con el gen anticomunista: desconfiar de todas las religiones de Estado. Hay quien aún se imagina al Vaticano actual, y un poco a toda Europa, funcionando como en tiempo de los Borgia.
Dean Hoge, profesor de sociología en la Universidad Católica de América, cree que Kennedy, con aquel discurso, se puso casi a la altura de Enrique VIII de Inglaterra: no llegó a fundar una religión propia, pero sí a dejar claro que no estaba a las órdenes de Roma. La independencia americana seguía a salvo. Hasta el atentado de Dallas, por lo menos.
Desde entonces el catolicismo no ha parado de expandirse en Estados Unidos, pero a partir de los años ochenta lo hace en progresión geométrica. El nuevo boom católico es otro boom migratorio, ahora de raíz indiscutiblemente latina, hispana: hay quien ya llama «Mexifornia» al Estado de California. En este momento son oficialmente católicos el 26% de los ciudadanos norteamericanos -que todos juntos equivalen oficialmente el 6% de los católicos del mundo-, pero si entraran en el cómputo los indocumentados, quién sabe en qué quedaría la proporción. Quizás sería entonces el Vaticano el que debería dar garantías de que nunca ondeará la bandera americana sobre la cúpula de San Pedro.
«Sólo en Los Ángeles hay un millón de católicos oscuritos secretos, que cualquier día van a explotar», promete el padre Michael Gutiérrez, pastor católico en Santa Mónica, el barrio hispano de Los Ángeles, y líder del movimiento Nuevo Santuario, que no se para en barras a la hora de defender a sus fieles de las redadas de inmigración. Tristemente famoso se hizo el caso de Elvira Arellano, mexicana, inmigrante ilegal perseguida que se refugió en la iglesia de Nuestra Señora Reina de Los Ángeles. Cuando no tuvo otra que salir, la policía la separó de su familia y la deportó.
Ahí estaba el padre Michael para poner, nunca mejor dicho, el grito en el cielo: «Elvira Arellano es una devota hija, esposa y madre, cuyo marido es ciudadano americano, madre de tres hijos americanos, tiene un trabajo a tiempo completo y carné de conducir, y paga sus impuestos». Nada de eso impide que sea una apestada para los funcionarios federales. Sólo Nuevo Santuario la cuida y la recuerda en sus oraciones. «Lo que intentamos es crear un gran santuario donde todos podamos convivir como una nación donde nadie tenga miedo de nadie por consideraciones de estatus o de raza. Queremos restaurar los valores familiares -madre, padre e hijos viviendo en paz y mejorándose ellos mismos, a sus familias, a sus vecinos y a los Estados Unidos de América-».
¿Teología de la liberación en Los Ángeles? A veces los métodos del padre Michael recuerdan un poco a los de los sacerdotes «rojos» de Vallecas. Cuando el padre Michael se enteró de que la escuelita católica de Santa Mónica estaba a punto de cerrar por falta de fondos, porque no había bastantes niños inscritos en ella, dio un golpe de mano. Se negó a pronunciar sermones los domingos hasta que todo el mundo arrimara el hombro para salvar la escuela. Vaya si lo arrimaron.
Pero tras este contundente desenfado -el padre Michael nos cuenta sus aventuras vestido con un informal jersey a rayas y poniéndose ciego de «fast food» en un «deli» de Nueva York- hay más tradición de la que parece. Michael Gutiérrez se crió en el seno de una familia hispana (legal) en Los Ángeles, donde, como es natural, todo el mundo era católico. A él ni se le pasó por la cabeza ser otra cosa. Para él su familia es su fe y su fe es su familia.
Es ese énfasis en los valores familiares una de las claves del atractivo católico en la sociedad americana, donde los principios más conservadores a veces se viven, en el día a día, con una extrema frialdad. Los hijos mayores viven muy lejos de los padres, las familias se ven poco o nunca, el trabajo devora a las personas. No sólo a los inmigrantes ilegales les falta comprensión y calidez.
Este es uno de los secretos de las llamadas «megachurches», megaiglesias que ofrecen no sólo misas y sermones, sino asistencias sociales de todo tipo, desde instalaciones para practicar deporte o realizar actividades hasta fiestas y cursillos. Hay quien hasta tiene un «starbucks» dentro de la parroquia. Esto atrae fieles ávidos de sentido comunitario.
Mark Chaves, doctorado en Sociología y en Divinidad por Harvard y profesor en Duke University, donde es precisamente especialista en megatemplos, considera natural esta evolución. En Estados Unidos no hay ni ha habido nunca una religión de Estado. El fenómeno religioso no es político de arriba hacia abajo sino de abajo hacia arriba: es la gente la que moldea su religión, en este caso, obligando a los distintos credos, para competir y captar más «clientes», a ofrecerles toda clase de incentivos, desde conciertos de gospel hasta desayunar gratis los domingos.
En el caso de los católicos, el creciente protagonismo del activismo social en defensa de los inmigrantes es, para Mark Chaves, un signo de sensibilidad de algunas diócesis (tampoco todas) a la problemática real de muchos de sus nuevos «clientes». Su efectividad es en algunos casos motivo de envidias entre los defensores de los derechos civiles en el mundo laico.
¿Se encamina Estados Unidos hacia una especie de Vaticano de los desarraigados, una religión de la frontera? Mark Chaves opina que también esta oleada migratoria será asumida, como la anterior, y que los nuevos hispanos católicos espabilarán y aprenderán inglés muy rápido. Dean Hoge coincide en eso. Pero también advierte de que, a su juicio, el catolicismo sumergido real ya equivale al 42% de la población. «La masa ya es lo bastante crítica como para que la integración no pase necesariamente por creer en otra cosas positivas.»

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