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¿Bombardear el Vaticano?

En los últimos días, algunas voces sucias han pedido que se bombardee Somalia porque unos piratas de aquel país violaron a una chica. Ese planteamiento obsceno y descerebrado nos llevaría a gasear Alcasser porque Anglés era de allí o a arrasar Madrid con napalm porque docenas de violadores son madrileños.

Sin duda, esas llamadas al odio y la muerte, sea para procurarse una notoriedad canjeable en euros o para liberar furiosos demonios del subconsciente, estomagan a cualquier persona digna.

Y siguiendo aquel “razonamiento” (es un decir), las recientes agresiones sexuales perpetradas por la iglesia nos abocarían, indefectiblemente, a bombardear el Vaticano, triturar sus escombros y arrojarlos a la fosa de las Marianas tras sembrar de sal gruesa el solar en que se transformaría la Plaza de San Pedro y aledaños.

Sin embargo, no pedimos una venganza ciega, esos tsunamis de ira fanática que tanto gustan a la derecha pero que siempre perjudican a los más inocentes. No, lo que reclamamos es justicia y mano dura contra las agresiones sexuales de la iglesia católica. Simplemente.

Así, hace unos días, hemos sabido que la iglesia católica encubrió más de trescientas denuncias de agresiones sexuales perpetradas, durante décadas, por sacerdotes en Irlanda.

Entre 1975 y 2004, varios arzobispos dublineses recorrieron comisarías y despachos para ocultar aquellas acusaciones sobre violaciones a niños.

Los jerarcas católicos conocían la ley penal, pero no parecía importarles la justicia. Y, lo más grave, encubrían a delincuentes sexuales a sabiendas de que reincidirían en sus crímenes contra otros niños y adolescentes…

Ciertamente, la reincidencia era lo habitual. Hasta un sacerdote confesó haber violado durante veinticinco años. En todos estos casos, la policía miraba hacia otro sitio, en negra connivencia con la iglesia de Irlanda.

La iglesia católica, conocedora de estos crímenes, se limitaba, como mucho, a trasladar al sacerdote quien enseguida reanudaba sus aberraciones sexuales sobre otros inocentes pequeños.

El informe que ha desvelado estos delitos denuncia que “mantener el secreto, evitar el escándalo, la protección de la reputación de la iglesia… y la preservación de sus fondos económicos” era más importante para la iglesia que la justicia y la integridad de cientos de niños cuyas vidas han quedado marcadas para siempre.

como el dinero es lo que importa a la iglesia, el arzobispo Kevin McNamara había ya suscrito seguros en previsión de futuras indemnizaciones por aquellas agresiones sexuales. Salvaguardado el riesgo económico, no dudó el arzobispo en devolver a su puesto a algún que otro sacerdote que había confesado ser violador.

Por supuesto, la iglesia no sancionó a ningún cura por estos hechos, y hasta algunos de aquellos religiosos fueron ascendidos a importantes puestos en los tribunales eclesiásticos.

La comisión que destapó estos crímenes solicitó, en 2006, a la “Santa Sede” que les remitiera información que pudieran poseer de la iglesia irlandesa. El Vaticano no contestó. Un año después, se preguntó al nuncio si conocía algún documento sobre este caso, que todavía no hubiera salido a la luz. La callada fue la respuesta.

Solo pedimos justicia. Pero de seguirse otros “razonamientos”, tras descubrirse más de trescientas denuncias de violaciones a niños encubiertas por la iglesia católica, habría también que preguntarse: ¿bombardeamos el Vaticano?

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor

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