Apenas se enteraron de esta trama, los obispos se reunieron rápidamente con el Presidente Evo Morales y el plan oficial quedó en agua de borrajas. Aún más, el Presidente, el Vicepresidente y varios ministros y viceministros se vieron en la necesidad, en los días siguientes, de proclamar su fe católica ante las cámaras de televisión. El ministro de Educación retiró su idea de eliminar las clases de religión y las canonjías clericales. Tanto el MAS como los principales partidos de oposición manifestaron estar sumamente de acuerdo con la condición “especial” del culto católico, es decir, se disputaron entre sí el dudoso honor de enterrar antes que nadie la idea ilustrada de un Estado laico.
Durante el zafarrancho, la mayoría de los medios de comunicación mostró que la libertad de culto se aclimata mal a las alturas andinas. Preguntaron a diversas autoridades gubernamentales por su fe, lo cual es impertinente de hecho, pero además algunos lo hicieron con la pretensión de recibir una respuesta correcta (“soy católico”), y otra incorrecta (“no soy católico”). Y listos para abuchear a quienes no acertaran.
Esta actitud, que podemos denominar “autoritarismo religioso” es también la de la mayor parte de la sociedad. No por otra cosa el Presidente Morales tuvo que llamar a los reporteros para autocalificarse como un católico casi ortodoxo, que sólo profesa un “gran respeto” por la Pachamama. (¿Y quién no?).
El momento fue incómodo para los protagonistas, pero revelador para el observador. Muestra un primer fracaso de la corriente ilustrada, en su versión marxista, dentro del MAS. Histórica y teóricamente, tanto el marxismo como el liberalismo han apostado siempre por un Estado laico. Pero hoy los marxistas no gobiernan, o lo hacen al margen de su marxismo (como parece ser el caso del vicepresidente García Linera y del viceministro Rada, que aparecieron muy místicos en la TV).
Sin embargo, lo más importante no es esto, sino saber que, en este Gobierno, el indigenismo tampoco tiene la manija en las manos. Esta es la conclusión que corresponde sacar de la pública adhesión del Presidente a una fe judeo-cristiana y romana, clavada en el centro mismo de la experiencia occidental. Y de su expreso distanciamiento del discurso que su Ministro de Educación pregona. La Pachamama se respeta, pero su culto no se enseñará en la escuela, o en todo caso no tendrá el mismo rango que la educación católica.
Esto confirma nuestra hipótesis de que el indigenismo del MAS tiene más de formal, de acomodo ante las corrientes históricas, que de identidad auténtica. Al hablar de su fe, Morales se ha manifestado como lo que realmente es, saliéndose del papel de “primer presidente indígena” que han confeccionado para él. Se lo vio entonces como un típico mestizo, católico, hispanohablante y, antes que nada, pragmático, que no quiere pelearse con los curitas.