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Blasfemia y libertad

«Primero, Mila fue insultada por los más tontos, después amenazada por los más fanáticos, y finalmente abandonada por los más cobardes». Estas palabras las ha escrito Riss, director de la revista Charlie Hebdo, sobre la niña ‘condenada’ a muerte por criticar el islam. El problema no es la existencia de bárbaros. Nunca lo es. En realidad, lo preocupante es que en el país de Voltaire, la ministra de Justicia diga sin empacho que el insulto contra una religión es un atentado grave a la libertad de conciencia y lo equipare a las amenazas a una menor. La equidistancia, el relativismo, la falta de altura o el miedo son una mancha en cualquiera, pero en la persona que debe defender los ideales de la República es una vergüenza. A las fieras no se las amansa acariciándolas el lomo, y la libertad —qué triste que haya que recordarlo— es siempre la libertad del otro. Hace algunos años, en febrero se habrán cumplido seis, Fernando Arrabal me invitó a la ceremonia en la que la Sociedad de Autores Teatrales de Francia le impuso su Medalla de Honor. De una de las paredes del palacio en el que se celebró el homenaje colgaba un lienzo del dramaturgo sobre la matanza en el semanario satírico. Junto a él destacaba Y pusieron esposas a las flores, la historia de la cárcel y el encierro que sumergió a un huérfano en el misticismo.

Cuando la fiesta terminó, subí la colina de Montmartre hasta el Sagrado Corazón y me senté en las escaleras para contemplar París iluminado por la oscuridad. No es un pleonasmo. Nunca como durante la noche es posible sentir de verdad la luz del corazón de Europa.

Son tiempos inciertos en los que lo blanco parece negro y lo negro se agazapa detrás de sofismas para disimular la intolerancia, el nacionalismo y el crimen. Con los malos siempre podemos contar, pero lo que nunca deja de sorprender es porqué hay tantos necios que asisten al espectáculo con la complacencia del pusilánime y la sonrisa canalla del oportunista. Estamos a un momento de que la escena se oscurezca y la luz nos diga dónde está la verdad.

Cristina Fanjul

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