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Blair quiere meter a Dios en la campaña

Laboristas y conservadores utilizan la religión para apelar a pequeños grupos de votantes que pueden ser decisivos

Tony Blair quería a toda costa concluir uno de sus discursos sobre la guerra de Iraq igual que hace Bush, con la expresión "Dios os bendiga". Pero los estrategas de Downing Street se llevaron las manos a la cabeza y finalmente convencieron al primer ministro de que habría sido una locura, en un país donde tan sólo un diez por ciento de la población tiene -según las encuestas- un "interés activo" por la religión. Todo lo contrario, en suma, que en Estados Unidos, donde la mitad de la ciudadanía va a misa al menos una vez por sermana.
    El líder laborista, con las elecciones del 5 de mayo a tiro de piedra, ha vuelto sin embargo a la carga y rendido una visita altamente simbólica a la sede del llamado Movimiento para la Fe, lo más parecido
 que existe en Gran Bretaña a la corriente evangélica norteamericana y esa llamada /mayoría moral /que, azuzada por el partido republicano, contribuyó de modo importante a la victoria de George W. Bush el pasado noviembre.
    Tony Blair tiene un doble interés, personal y político, en meter de alguna manera a Dios en la campaña electoral británica. Personal, por el celo mesiánico que tan bien exponen los caricaturistas de la prensa de Londres cuando lo dibujan como un predicador subido al púlpito, y político, porque sustituir la ética por la religión le solucionaría buena parte de los problemas derivados de Iraq. Su /plan Z /para recuperar la confianza de los votantes, visto el fracaso de todos los anteriores, es que puede que la guerra no haya sido "legal", pero en cualquier caso ha tenido un resultado "bueno" y no tiene sentido andarse con "tecnicismos".
    El /premier /es como un abogado defensor que poco a poco se ha dado cuenta de que el cliente al que defendió con tanto ahínco y poder de persuasión -la invasión de Iraq- no era a fin de cuentas inocente sino
 culpable, como le advertía desde el principio el fiscal de la opinión pública. Blair, un hombre capaz de convencerse a sí mismo de cualquier cosa, ha encontrado la manera de dormir tranquilo con la vieja excusa de que el fin justifica los medios. Pero vender esa línea argumental a sus conciudadanos no le va a resultar tan sencillo.
    Uno de los fuertes de la democracia británica, como recordaba el analista Simon Jenkins en un reciente artículo para /The Times/,es su tradición de racionalismo, moral individual, tolerancia, sentido común y
 respeto a las opiniones de los demás, valores más importantes si cabe ante la falta de una Constitución escrita y de una separación de poderes tan clara como la de Estados Unidos, donde el judicial puede parar los pies a los excesos del ejecutivo y el legislativo con más facilidad que en Gran Bretaña (el caso Schiavo y la manera en que se movilizó todo el aparato federal para contentar a los fundamentalistas cristianos y pasar por alto las leyes del estado de Florida son dos buenos ejemplos).
    El empeño de Blair de introducir la religión en la campaña constituye una bomba política en un país donde hasta ahora cuestiones tan delicadas como el aborto, la eutanasia y la investigación con células   madre han permanecido al margen de la disciplina de los partidos y el dogma religioso, al albur de la conciencia individual de los diputados. La ultraderecha religiosa no tiene ni mucho menos el peso que en Estados Unidos -una sociedad cada vez más teocrática-, pero está empezando a dejarse notar con ataques y boicots a académicos, organizaciones caritativas, compañías de teatro e instituciones como la BBC.
    El interés en /globalizar /la moral, como la política o la economía, no es exclusivo de Blair. El líder del principal partido de oposición, el conservador Michael Howard, lo comparte plenamente y ha hecho ya lo
 posible por convertir el aborto en un tema de debate, consiguiendo que la Iglesia católica de Inglaterra y Gales entre al trapo.Tan sólo los partidos nacionalistas y los liberal demócratas se niegan a entrar en el
 juego.
    Para laboristas y conservadores, al margen de la "relación especial" de sus líderes con Dios, se trata de fría estrategia política. El sistema mayoritario que impera en el Reino Unido hace que decenas de millones de votos sean irrelevantes, y tan sólo cuenten los cientos de miles que deciden de un lado u otro las circunscripciones reñidas. De ahí el empeño en apelar con todas las armas -incluso la religión si hace falta- a los cristianos integristas o a cualquier otro grupo (los que quieren un estadio de fútbol, o cerrar una base militar, o un hospital nuevo, o menos impuestos a la gasolina…) capaz de inclinar la balanza en Hull Norte o Southampton Sur. Esta política de /boutique/,o de menú a la carta, es un paso -advierten numerosos analistas- hacia la "americanización" de la política británica y el triunfo de los lobbies y los grupos particulares de interés, el gran cáncer de la democracia estadounidense. Y, tal vez, también hacia la victoria del dogma sobre la razón y el sentido común.

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