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Bertrand Rusell y los juicios morales

En la obra de Bertrand Russell, aunque tal vez no se alude a ello con demasiada frecuencia, ocupa un lugar muy importante el estudio de los valores y tuvo al respecto diferentes posturas en su larga vida. Si entendemos que para Russell la ética está muy vinculada a la política, puede decirse que esta cuestión está presente en toda su obra.

Como es sabido, este autor se preocupó no solo de teorizar, sino de buscar una solución práctica a los problemas de la vida, por lo que además de filósofo es posible calificarle de militante de sus ideas sociales, morales y políticas. Como hemos dicho, su opinión sobre la ética sufrió diversas modificaciones a medida que entraba en una edad más madura, ya que de muy joven simpatizaba de un modo elemental con el utilitarismo, ya que pensaba que el fin de las buenas acciones era el fin de la humanidad; si esa postura sufrirá, como es lógico, una evolución, de alguna manera continuará confiando en el utilitarismo como una ética laica ajena a lo trascendente y capaz de favorecer el desarrollo de la sociedad.

Es la lectura de la obra de G.E. Moore, especialmente de Principia Ethica (1903), la que le conducirá a Russell a transformar su postura inicial. La obra citada se considera la primera que realiza un planteamiento sobre la metaética, rama que se ocupa del análisis del lenguaje moral; según la misma, no es posible asimilar lo que es “bueno” a una cualidad natural (la llamada “falacia naturalista”) y es posible que hablemos entonces de una cualidad simple y no natural. Así, no es posible percibir la cualidad de lo bueno a través de los sentidos y Moore concluye que se conoce a través de una intuición moral. Russell vivirá una etapa de defensa del intuicionismo (una forma de objetivismo) y llegará a afirmar que la ética es una ciencia, por lo que su fin es evidenciar proposiciones verdaderas sobre la conducta buena o mal. Más adelante, renegará de esta postura intuicionista, objetivista y cognitivista, ya que no es posible un acuerdo general sobre qué tipo de actos hay que llevar a cabo ni sobre quién tiene la razón en una polémica; aquella postura se convierte en la práctica en una suerte de dogmatismo en la que una parte impone su postura a la otra.

Es a partir de la publicación en 1935 de su ensayo “Ciencia y ética” (incluido en la obra Religión y ciencia, editado por Fondo de Cultura Económica en 2004), cuando Russell evoluciona hacia posturas no cognitivistas. A pesar de ello, en alguna otra obra posterior, e insistiendo entre la conexión de lo bueno y lo deseado, tratará de tender un puente hacia cierto “conocimiento ético”. En cualquier caso, Russell deriva hacia lo que se conoce como emotivismo en el terreno de la metaética; al parecer, se suele trazar en la metaética una línea de separación entre los cognitivistas, que consideran que las proposiciones morales describen algún tipo de realidad, y los no cognitivistas, que sostienen que los juicios morales no describen nada y no son, por lo tanto, verdaderos o falsos. El emotivismo es la más importante teoría no cognitivista, y sostiene que los juicios de valor, además de no afirmar nada sobre algún objeto del mundo, tampoco lo hacen sobre el estado de ánimo personal (como sostiene el subjetivismo); se limitan a expresar ciertas emociones.

Russell aporta su propia originalidad al emotivismo y en “Ciencia y ética” separará el conocimiento científico, del que fue un defensor a ultranza, de un conocimiento ético incapaz de regirse por los parámetros de la ciencia: “…los que sostienen la insuficiencia de la ciencia apelan al hecho de que la ciencia no tiene nada que decir sobre los ‘valores’. Admito esto; pero cuando se infiere de aquí que la ética contiene verdades que no pueden ser probadas o refutadas por la ciencia, estoy en desacuerdo”. Así, Russell mostrará en su obra que lo que se presenta como un conocimiento ético independiente de la ciencia no es tal, por lo que su posición pasará a ser no cognitivista. No es posible encontrar una definición del Bien con mayúsculas, algo que ya le condujo al intuicionismo moral, y ahora rebajará la elección de una postura u otra al nivel de las emociones:

“Cuestiones como `los valores’ -es decir, lo que es bueno o malo por sí mismo, independientemente de sus efectos- se encuentran fuera del         dominio de la ciencia, como los defensores de la religión lo aseguran enfáticamente. Pienso que están en lo cierto, pero saco la siguiente conclusión que ellos no sacan, a saber: que cuestiones tales como `los valores’ están enteramente fuera del dominio delconocimiento. Es decir, cuando afirmamos que esto o aquello tiene “valor”, estamos dando expresión a nuestras propias emociones, no a un hecho que seguiría siendo cierto, aunque nuestros sentimientos personales fueran diferentes.”

Los valores no son algo que está en el mundo y que el hombre pueda descubrir, sino que están en el sujeto que valora, resultan particularmente analogables a ciertas emociones y los proyecta sobre la realidad. Russell escoge, entre otros componentes que pueden formar parte de la ética, hablar de deseos, con lo que parece destacar el carácter proyectivo de la moral. Las conclusiones subjetivistas de Russell son el resultado de un análisis lo más objetivo posible, lo que constata que parte de los problemas sociales son el resultado del enfrentamiento entre deseos muy dispares entre los diferentes seres humanos. Para Russell, cuando alguien afirma que algo es bueno no está realizando una proposición susceptible de ser buena o mala, sino expresando un deseo que le gustaría ver generalizado. Recordaremos que Russell no era ningún relativista, que las conclusiones a las que llegó fueron seguramente a pesar de sus propios deseos; a pesar de que no es posible que la ética nos presente un conjunto de proposiciones verdaderas sobre el Bien, ya que no existen, Russell se ocupó del contenido de los actos éticos y tuvo la intención de elevarlos al interés de toda la humanidad:

“…la ética está fuertemente relacionada con la política: es un intento de imponer los deseos colectivos de un grupo a los individuos; o, inversamente, es un intento de un individuo para hacer que sus deseos se conviertan en los de su grupo. Naturalmente, esto último sólo es posible si sus deseos no son evidentemente opuestos al interés general: el ladrón apenas intentará persuadir a la gente que le está haciendo bien […] Cuando nuestros deseos son de cosas que todos pueden gozar en común, no parece irrazonable esperar que otros estén de acuerdo; así, al filósofo que valora la Verdad, la Bondad y la Belleza le parece no estar expresando meramente sus propios deseos, sino señalando el camino para toda la humanidad. A diferencia del ladrón, puede creer que sus deseos son de algo que tiene valor en un sentido impersonal.”

La ética queda vinculada a la política cuando trasciende el ámbito de lo personal y los valores logran ser considerados “buenos” por la sociedad. Russell valora especialmente a aquellas personas que van más alla de sus deseos personales, aunque no resulte posible restringir los deseos éticos a tal cosa. Lo que sí podría ser consustancial a la ética es el objetivo de convertir los deseos personales en universales, por lo que sería posible hablar de la creencia en la objetividad de los valores. A pesar de ello, Russell no niega que su teoría forma parte del subjetivismo de los valores, ya que considera que resulta imposible encontrar argumentos para probar que una cosa tiene un valor intrínseco; no existe manera imaginable de decidir una diferencia de valores, por lo que se concluye forzosamente que la distinción es una cuestión de gusto y no respecto a una verdad objetiva.

A pesar de estas conclusiones, aparentemente catastróficas para la base de la moralidad, Russell intentará demostrar lo contrario y fortalecerá la posibilidad de transformar la realidad desde un punto de vista ético:
Cuando se encuentra a un hombre con el que se tiene un desacuerdo ético fundamental, por ejemplo, si se piensa que todos los hombres son iguales mientras que otro considera que sólo una clase es importante, no seremos más capaces de lidiar con él si creemos en los valores objetivos que si no creemos. En ambos casos, sólo será posible influir su conducta influyendo en sus deseos: si lo logramos, su ética cambiará, y si no, no.

Es decir, la discusión es igualmente legítima desde un punto de vista práctico a pesar de que los valores sean objetivos o no, ya que el propósito es influir en los deseos del otro. Russell también se defendió de las acusaciones de irracionalismo, ya que un deseo no es en sí mismo racional o irracional; puede entrar en conflicto con otros deseos, puede conducir o no a la felicidad, pero no es posible calificarlo de irracional solo por no ser posible dar una razón para sentirlo. Así, Russell sostiene la idea de que la racionalidad o irracionalidad de algo solo puede establecerse respecto a la relación entre medios y fines.
“Razón” tiene un significado perfectamente claro y preciso. Significa la elección de los medios adecuados para lograr un fin que se desea alcanzar. No tiene nada que ver con la elección de los fines.
Puede decirse que la teoría emotivista de Russell no reduce la ética en absoluto a la irracionalidad y sí la emparenta con nuestros deseos para vivir en un mundo mejor.

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