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Belén de Sárraga, librepensadora, anarquista y feminista

El anticlericalismo se desarrolló en Chile durante la segunda mitad del siglo XIX*. Historiadores conservadores, como Gonzalo Vial Correa (1981), sostienen la hipótesis de que el siglo XX se inaugura con tres grandes rupturas del consenso que se había alcanzado en la época de los decenios: el primer quiebre se produjo cuando Chile dejó de ser unánimemente católico y se impuso el liberalismo laico; posteriormente, vino la crisis política, en el período parlamentario; luego, con la matanza de Santa María de Iquique, rompió el movimiento obrero con los oligarcas.

Para los decadentistas espenglerianos, como Encina, el siglo XX fue para Chile una continua decadencia originada por la democracia social, cuya expresión más catastrófica fue el proyecto de transición al socialismo de Salvador Allende. Sin embargo, este pretendido consenso está sólo en la mente de los historiadores conservadores y no corresponde a ninguna realidad. Por lo demás, Portales había impuesto, con procedimientos dictatoriales, un orden precario el que no tardó en derrumbarse en el periodo de Manuel Montt (1851-1861), prueba de ello es que hubo dos guerras civiles y el quiebre del peluconismo, hechos contundentes que me ahorran largas argumentaciones.

La ruptura de la alianza liberal-conservadora, durante el gobierno de Federico Errázuriz Zañartu, se produjo porque éste, sin ningún problema, abandonó a sus antiguos aliados, los conservadores, dirigidos por Abdón Cifuentes. Como ministro de instrucción pública, éste había impuesto la famosa libertad de examen, evitando el control de los profesores de la Universidad de Chile sobre los colegios conventuales y particulares. Desde la expulsión de Abdón Cifuentes del gabinete, el partido conservador clerical centrará toda su acción política en la defensa de la iglesia. Como hecho anecdótico, puedo referir que las principales preocupaciones de mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, un líder conservador de 1910 a 1938, consistían en la defensa del estado de derecho frente a las continuas intervenciones militares a partir de 1924 y, sobre todo, la protección de la iglesia frente a los ataques de la masonería. Incluso, publicó un folleto, El deber político (1933), pidiendo a los católicos que no sólo se preocuparan de la cuestión social, sino que votaran por el partido conservador, único paladín del catolicismo. En la casa de mi abuelo se reunía la directiva del partido conservador, compuesta por importantes clérigos, quienes estaban mucho más interesados en la política, que en el buen servicio al Salvador. Varias pastorales llamaron a votar por el partido conservador. Incluso mi bisabuelo, Rafael Benigno Gumucio Larraín, junto con el entonces sacerdote -posteriormente cardenal-, José María Caro, publicaron una carta titulada “Votar por Germán Riesco es un pecado”, pues éste estaba apoyado por la alianza liberal que incluía los radicales, aunque el pobre Riesco era tan religioso como su rival, Pedro Montt. El obispo de Concepción, Monseñor Fuenzalida, era un fanático conservador, y no pocas veces desobedeció al arzobispo, Crescente Errázuriz, que propiciaba la no participación de la iglesia en política.

En el siglo XIX ocurría algo parecido: la acción central del partido conservador era la defensa de la educación católica frente al avance del estado docente y, en lo político, se oponían a todo proyecto presidencial, pues no tenían ninguna posibilidad de llegar a la presidencia de la República por la intervención electoral, y apenas lograban elegir unos pocos diputados y senadores, para salvar la apariencia democrática de Chile. En el plano político, los conservadores eran, aunque parezca paradójico, los más liberales. Eran partidarios de la libertad de enseñanza y de la libertad de debate, la cual impedía poner fin a la discusión de una ley hasta que no hablara el último parlamentario, evitando así la aprobación de los proyectos contrarios a la educación clerical. Incluso, las caricaturas de los diarios en 1891, motivados por el viaje de Luisa Michel, gran comunera, la compararon con el marqués Irarrázabal, quien aparecía como los revolucionarios parisienses de 1871. Este patriarca tenía la obsesión de imponer, en nuestro país, la famosa comuna autónoma, copiada de Suiza, la nación más democrática de Europa, en esa época. Estar fuera del poder tiene a veces efectos liberadores como fue el abandono al culto de la tiranía de los decenios. Lamentablemente, la unión sagrada de la oligarquía contra Balmaceda hizo posible que los conservadores se convirtieran en mayoría parlamentaria, pero ya no era posible reproducir el autocrático gobierno portaliano. Como lo sostiene Alberto Edwads Vives (1923), los temas llamados teológicos eran los únicos que entendía la gente en “la república veneciana”.

El combate entre laicismo y catolicismo se envenenó durante el gobierno de Domingo Santa María, gobernante autoritario que se indignó con la negativa del Vaticano para nombrar al candidato del gobierno, según lo estipulaba el patronato. Esta institución heredada de la monarquía española aseguraba la dependencia de la iglesia respecto del Estado, pues el Presidente de la República podía postular una terna de candidatos a obispos. Santamaría propuso como arzobispo de Santiago al liberal sacerdote Taforo. El Papa, en desacuerdo con la propuesta, envió con plenos poderes, a un clérigo bastante apasionado y sectario, Monseñor Del Frate. Al poco tiempo, el carácter irascible del presidente lo llevó a expulsar al famoso enviado por el Pontífice. Las señoras de Santiago, indignadas ante acción tan diabólica, pusieron sus cuerpos para que las atropellara el carruaje del deportado delegado papal. Por suerte, no ocurrió ninguna desgracia.

Estos incidentes dieron inicio a las famosas leyes laicas; la prohibición de enterrar personas en los cementerios parroquiales dio lugar a escenas patéticas: los “pacos”, policía no armada de esa época, como aves de carroña, vigilaban las casas de los moribundos para evitar que los parientes los sepultaran en secreto, en las parroquias, incluso, se simulaban entierros con ataúdes llenos de piedra. El olor y las ep-Idemias dominaban la ciudad de Santiago. A la ley de cementerios laicos le sucedió la ley de matrimonio civil, que entendía el matrimonio como un contrato ante la ley. Los católicos siempre han comprendido el sagrado vínculo como un sacramento, válido para toda la vida. La curia indignada se opuso al matrimonio civil y validó solamente el eclesiástico. Como se comprenderá, muchos varones avispados aprovecharon esta lucha para practicar la bigamia y la poligamia, consiguiendo los favores de las damas contra un matrimonio religioso, en distintas provincias.

El combate más violento se produjo en el campo de la educación. Desde fines del siglo XIX hasta gran parte del siglo XX, la enseñanza fiscal estaba dominada por el partido radical; muchos maestros fueron masones y, posteriormente, anarquistas. Quizás el líder más importante del estado docente fue Valentín Letelier quién, en su libro, Filosofía de la educación (1891), defiende el papel central del Estado en la enseñanza. En su folleto Los pobres (1913) sostiene que los miserables necesitan del Estado para defenderse de la ambición de los ricos, y que la justicia debe practicarse como San Luis, rey de Francia, debajo de un árbol escuchando los pleitos de los desamparados. En el partido radical, Letelier defendió un socialismo tipo alemán, de cátedra, mucho menos avanzado que la lucha de clases marxista. Algunos liberales fundaron escuelas nocturnas para obreros y difundieron el socialismo alemán de cátedra: es el caso de Manuel Rivas Vicuña, quien dictó, a comienzos del siglo XX, una serie de charlas sobre educación popular proponiendo la ley de enseñanza obligatoria y gratuita. Claudio Matte trajo de Prusia un nuevo método para aprender a leer y escribir, llamado analítico sintético, silabario en el cual muchos de nosotros aprendimos las primeras letras. Abelardo Núñez, conocido educador, de principios del siglo pasado, importó de Alemania,-muy admirada a causa del triunfo contra Francia en 1871, atribuido a la educación primaria universal-, una nueva concepción de la enseñanza normalista.

En 1889 se formó una importante generación de profesores egresados del Instituto Pedagógico, la mayoría fuertemente anticlericales, como Enrique Molina, futuro rector del Liceo de Talca y, posteriormente, de la Universidad de Concepción. Alejandro Venegas, autor de unas cartas a Pedro Montt denunciando la inconvertibilidad del billete de Banco, quien alertaba a la opinión pública sobre la inflación que empobrecía al pueblo. En 1910, bajo el seudónimo de Julio Valdés Cange, escribe otra serie de cartas, esta vez dirigidas al Presidente Ramón Barros Luco, con ocasión del Centenario de la Independencia, mostrando la cara fea del Chile de la época. Otro de los críticos, Tancredo Pinochet, denuncia la explotación de los campesinos en Camarico en el fundo de “Su Excelencia”, don Juan Luis Sanfuentes, y postula la nacionalización de nuestras riquezas en La conquista de Chile en el siglo XX (1912). Otros eran francamente enemigos del clero como Diego Barros Arana, rector del Instituto Nacional y luego, de la Universidad de Chile, seguidor del modelo pedagógico y cultural de Francia, quien era considerado por las señoras de Santiago como la encarnación misma del demonio, según ellas olía a azufre. Sin embargo, Barros Arana conocía de memoria el breviario de los curas que recitaba en los conventos, escondido, durante la “dictadura” de Balmaceda. Otros eran más originales como Puelma, que se llamaba a sí mismo “el enemigo personal de Dios”; el ex sacerdote Julio Elizalde, (el pope Julio), quien decepcionado del catolicismo por su relación con los oligarcas, se convirtió en el más enconado enemigo de los curas predicando el anticlericalismo por todo Chile; Voltaire Lois vivió siempre renegando de la religión, y murió rechazando la extremaunción; el profesor Alejandro Venegas, en Chile íntimo 1910, critica ácidamente a las escuelas católicas y, al igual que Belén de Sárraga, denuncia la explotación de los trabajadores pobres por los padres salesianos.

Julio Heisse, en su historia El período parlamentario relata, con lujo de detalles, las verdaderas batallas campales entre alumnos de los liceos fiscales y los colegios particulares que, no pocas veces, terminaban en contusos y heridos (1974: 239). Gonzalo Vial cita, con cierto asco, algunos de los panfletos anticlericales que se burlan del celibato eclesiástico, sosteniendo que los curas célibes son gordos y fofos y, aquellos que no cumplen el celibato, como los jesuitas, son flacos y de nariz aguileña (1981: 79). Nuestra Belén de Sárraga dedica un capítulo completo a lo que ella denomina el antinatural celibato, que lleva al sacerdote al delito de estupro (1914). Al parecer, los actuales obispos de Boston, el Monseñor de la Serena, el cura Tato, y otros, tuvieron ilustres predecesores. Los estudiantes de la universidad simularon una manifestación a favor del conservador Abdón Cifuentes, a quien apenas apareció al balcón, le tiraron el huano de caballo de las calles, en ese tiempo transitadas por carros de sangre. Los más fanáticos líderes religiosos en forma dramática mostraban el crucifijo ante el más leve ataque a la fe. A Luis Emilio Recabarren se le retiró el mandato de diputado por negarse a jurar por Dios, de rodillas. El diputado radical Agustín Palazuelos tuvo que contraer matrimonio ante sus amigos, como testigos, a causa de la negativa del párroco acusándolo de vida licenciosa y concubinato. La iglesia negó las honras fúnebres al tranquilo y pacífico ex presidente Aníbal Pinto; a su vez, los laicos no lo hacían nada de mal en cuanto a sectarismo: los examinadores fiscales eran despiadados con los alumnos de colegios particulares. Sobre las monjas se difundieron las peores historias: Belén cuenta que la congregación de las Hermanas de María, además de hacer negocios con las costuras de las niñas, tenían altares en cada sala de clases, obligándolas a orar varias horas al día.

En el plano internacional, el anticlericalismo se había impuesto en Italia, con el triunfo de Garibaldi que expulsó de Roma al Papa cumpliendo el deseo de Maquivelo; en Francia, con la escuela laica de Jules Ferre, en Alemania, en el proceso de unidad, con Bismark. Sólo quedaba la reaccionaria y católica España de Alfonso XIII; incluso, en Uruguay, José Battle y Ordóñez separó la iglesia del Estado, a comienzos del siglo XX; y en México, la revolución persigue a los curas durante el gobierno de Calles.

Anticlericalismo y movimiento obrero

Un sector del movimiento mutualista entendió los intereses de los artesanos como diferentes a los de los partidos políticos de avanzada: liberales, radicales y demócratas. Siguiendo a Arcos, sostenían que los sectores populares nada pueden esperar del laicismo, y era mejor centrarse en el cooperativismo y en el socorro mutuo. Esta tendencia apolítica se manifestará, con mucha mayor radicalidad, en el anarquismo predominante en las huelgas obreras de comienzos del siglo XX. Otro grupo estuvo mucho más cercano, tanto del liberalismo, como del radicalismo e, incluso, presentaron candidatos obreros en las listas de estos partidos; por ejemplo, en el inicio de la campaña electoral para la elección presidencial de 1875, un sector de las mutualistas apoyó la popular candidatura del liberal democrático intendente de Santiago, Benjamín Vicuña Mackena. Sólo la tardía adhesión de los conservadores determinó el abandono de este sector de obreros de su apoyo a la candidatura del intendente.Las mujeres, en San Felipe, aprovechando que la Constitución de 1833 sólo hablaba del derecho a voto de los chilenos, alfabetos y mayores de veintiún años, pretendieron sufragar, pero la oligarquía reformó inmediatamente el artículo señalando claramente el sexo masculino, y excluyendo a las mujeres de la ciudadanía, en compañía de los condenados por pena aflictiva –cinco años y un día–, los dementes y analfabetos.

Tarapacá (atribuida a Osvaldo López), describe la realidad de Iquique a comienzos del siglo XX. El personaje principal, Juanito Zola, cuyo nombre no es ninguna casualidad, pues lo toma del autor de Germinal, Émile Zola, era visto por sus admiradores como un verdadero santo laico, una especie de Jesús proletario. Al igual que Recabarren, su autor pretendía moralizar al pueblo criticando el alcoholismo, la sífilis y, además, combatiendo el fanatismo religioso, así como lo hacían los primeros socialistas utópicos, Cristo era un revolucionario, traicionado por el fariseísmo de los curas. El socialismo cristiano era presentado como el principal enemigo del socialismo verdadero, “los frailes odian a muerte toda evolución en el sentido de inculcar a las masas ideas que les enseñan a distinguir la verdad de la mentira. El catolicismo es hermano del feudalismo, del despotismo y de la plutocracia. El poder de ese elefante blanco llamado el Papa” (cit por Guerrero 1999: 147). Los religiosos eran astutos comediantes y mercaderes. Juanito Zola, al fin de sus días, al igual que Zaratustra, decide huir a la montaña del altiplano boliviano. “Juan Pérez, después del grato encuentro con su hija Genoveva, se sintió poseído de una especie de misantropía que lo hacía huir de los lugares animados, para entregarse en los parajes solitarios, a la meditación sobre el plan de redención del proletariado y sobre el bienestar de su hija” (Ibid 149).

Luis Emilio Recabarren es visto como otro santo laico que lucha por la liberación obrera en el mismo paisaje desértico de Juanito Zola: al igual que al personaje de la novela Tarapacá, combate los vicios de la clase obrera: el alcoholismo, que favorece a los apellidos vinosos y, sobretodo, la falta de respeto a la mujer. Recabarren siente que la mujer es una verdadera compañera de lucha del hombre, más que persona encadenada por el contrato del matrimonio; por lo demás, el concubinato era algo frecuente en la época. Parte importante de la obra de Prensa de Recabarren está destinada a la crítica a la iglesia; por ejemplo, en el diario El Libertario, de Ovalle, el 25 de agosto de 1907, responde a una carta pública dirigida a Julio Elizalde, el famoso “pope” Julio, sobre la religión de la humanidad, comparándola con el credo marxista en el sentido de considerar mucho más avanzada la filosofía del pensador alemán, que la religión de la humanidad positivista.

Posteriormente, Recabarren en El despertar de los trabajadores, de Iquique, 12 de abril de 1913, defendiendo a Belén de Sárraga, a quien había invitado al norte, critica al clero que “ha dicho de la conferencista tales barbaridades que conviene que el pueblo conozca la calidad moral de la canalla clerical. Ha dicho que la señora Belén es una estafadora, una farsante, divorciada, sin hogar, sin hijos; impía, ha dicho ridiculeces como que es vieja y fea, insípida; la ha calificado hasta de prostituta. ¡Ha sido el colmo de la indecencia clerical. Toda esta campaña inmunda y obscena no sólo se ha dicho en la prensa de Antofagasta, sino que se ha dicho en toda la prensa católica del país”. En El Bonete, de Iquique, 18 enero de 1913, se burla de la frase que sostiene que el que no cree en Dios es un animal. Recabarren dice que ha recorrido los prostíbulos, descubriendo a las niñas envilecidas por sus propias madres. “ ¿Qué dice Dios de tanta injusticia? ”. En otro artículo, de enero de 1913, critica a los liberales que sostienen que las escuelas de frailes son las mejores y, contradiciendo su ideología laica, envían a sus hijos a los colegios de religiosos como el San Ignacio y los Sagrados Corazones. Los liberales eran anticlericales en el club, pero llegando a la casa su mujer los obligaba a rezar el rosario. Mi abuelo Manuel Rivas Vicuña era liberal. Una vez quiso ingresar a la masonería, pero mi abuela se lo impidió, y terminó escribiendo El Cristo del Maestro (1936),una novela corta hoy desconocida.

El catolicismo, antes de la Encíclica Rerum Novarum, (1891), comenzaba a reaccionar contra lo que el papa León XIII llamaba la “apostasía de las masas” abandonando el extremo monarquismo del Syllabus (1864), y paso a paso fue acercándose a un catolicismo liberal, cuyo líder, en Chile, era Zorobabel Rodríguez. A diferencia de la iglesia que condenó a Lammenais, el Partido Conservador chileno comenzó a crear organizaciones obreras cristianas, como las conferencias de San Vicente de Paul y los Josefinos, compuestas todas ellas por obreros devotos y apatronados. Sin embargo, cuando apareció la Encíclica Rerum Novarum, el Partido Conservador no la difundió y los ejemplares quedaron olvidados en una bodega. Muy diferente fue la actitud del Arzobispo Casanovana, quien hizo reproducir dicha encíclica, acompañándola de un prólogo suyo donde se muestra como ferviente partidario de la Doctrina Social de la Iglesia. Con el apoyo de algunos empresarios y terratenientes, especialmente de Melchor Concha y Toro, dueño de la viña del mismo nombre, creó la Fundación León XIII. Esta hizo construir en Santiago, en el barrio Bellavista, la población León XIII para los empleados y obreros de dicha viña, a partir de una donación de dicho empresario (Arribas 1998).

Las buenas damas de sociedad católica visitaban las poblaciones realizando obras de caridad; tampoco faltó una millonaria, como Juana Ross de Edwards, que hizo votos de pobreza, es decir la viuda que dejó su herencia a los desamparados. Esta caridad permitió al Partido Conservador presentarse como uno de los primeros paladines de las leyes sociales, incluso Marín fundó la FOCH, (Federación Obrera de Chile), dando inicio al social cristianismo predecesor de la democracia cristiana. Juan Enrique Concha, los sacerdotes jesuitas Guillermo Viviani, Fernando Vives Solar y, posteriormente, el padre Alberto Hurtado serán los líderes de esta nueva visión social del catolicismo, por lo cual fueron muy cuestionados por los sectores conservadores (Magnet 1954). Muchos de ellos formaran sindicatos cristianos en abierta competencia con los marxistas.

El socialismo cristiano tenía la rara cualidad de desesperar al fundador Carlos Marx, quien no podía soportar esta mezcla de socialismo con agua bendita. En el siglo XX, las mejores páginas de Belén de Sárraga están destinadas a denunciar la hipocresía jesuítica, que pretendía adecuar el cristianismo a la ciencia y mostrarse compasivo con la situación de los pobres. Sus burlas estaban dirigidas a las organizaciones de San José y San Vicente de Paul. Según Belén, el catolicismo se valía de los hombres y mujeres pobres para elegir diputados y senadores conservadores que defendían los intereses de los ricos.

Cuando Belén de Sárraga vino a Chile, en 1913, el movimiento obrero había avanzado enormemente: desde fines del siglo XIX, la actividad huelguística adquiría cada vez más fuerza. En 1890, en plena disputa entre Balmaceda y el congreso por la hegemonía política, los obreros se declararon en huelga, en todo el país, y esa fue la primera huelga general. Balmaceda, acosado por la aristocracia intentó, por medio de un telegrama, evitar la represión, sin embargo, a posteriori, permitió la aniquilación, por las armas, del movimiento sindicalista. Se inauguró, así, el viejo método por el cual los patrones simulaban ponerse de acuerdo con los obreros a la espera de la llegada por sorpresa de las fuerzas militares; este modelo sería aplicado en todas las huelgas, hasta 1907. Al inicio del siglo XX, se declararon en huelga los obreros de la Sudamericana de Vapores: los obreros buscaron la mediación del Almirante Fernández Vial, quien fue recusado como árbitro por los patrones. Posteriormente, se emplea la fuerza y el asesinato en masa, cuyo testigo principal, desde el punto de vista literario, fue Joaquín Edwards Bello. En 1905, la famosa huelga de la carne, provocada por los ganaderos, que subieron el impuesto a la carne argentina; durante prácticamente un día, Santiago fue dominado por la indignación obrera; en Antofagasta los obreros aprobaron la huelga por la petición de una hora para almorzar y, en Iquique, en 1907, cerca de tres mil obreros fueron masacrados en la Escuela Santa María, con la anuencia del entonces presidente, Pedro Montt.

En la época de la visita de Belén de Sárraga, en 1913, gobernaba Chile uno de aquellos “reyes holgazanes”, que asolaron la república parlamentaria, nada menos que Ramón Barros Luco, que tiene nombre de sandwich y de un famoso hospital. Su vida está plagada de anécdotas: la del billete falsificado que entregó a un tendero; su pregunta, inocente, sobre quién ganó una batalla entre obreros y policía. Decía que los problemas se solucionan solos o no tienen solución; y el presidente octogenario dormía una casi permanente siesta. Se rumoreaba que firmaba los decretos con los pies. Demás está decir que muchas de estas anécdotas son inventadas, pero don Ramón era un personaje cómico y nunca se supo cómo se salvó del hundimiento del Acorazado Blanco Encalada, en Caldera. Se inventó que se había sujetado a la cola de una vaca, pues no sabía nadar.

Los parlamentarios se repartían las propiedades salitreras y las tierras magallánicas y, como hoy, existían escándalos diarios tapados en nombre de la solidaridad parlamentaria. ¿No les parece historia conocida? Un año antes, (1912), se había dividido el Partido Demócrata y Recabarren fundaba un partido socialista. La educación pública estaba en manos del Partido Radical y la masonería penetraba en el ejército, pagado tarde mal y nunca y, claramente, descontento con el parlamentarismo; y, pocos años más tarde, el anarquismo se organizaba en la IWW.

La mujer de clase alta estaba consagrada, aún, al ámbito privado del hogar: muy pocas se atrevían a estudiar en la universidad; los casos de Ernestina Pérez y de Eloísa Díaz, quienes postularon a medicina, en 1883, eran muy raros. La mayoría de sus compañeros se burlaban de ellas, en las clases de anatomía. Algunas podían estudiar pedagogía, como prolongación de la maternidad. Intelectuales como Martina Barros, eran despreciadas por sus congéneres, pues traducían obras como la de John Stuart Mill, La esclavitud de la mujer. A las amantes se les llamaba “las cachetonas”; al igual que ahora, en el período de la Concertación, predominaba la hipocresía. Como lo sostenía Belén de Sárraga, la mujer era la mejor aliada del cura, mientras que la mujer que pensaba o escribía era considerada casi como una prostituta. Las intelectuales tenían que usar seudónimos y si rompían con la hipocresía ambiente eran condenadas al manicomio. Así ocurrió con Teresa Wills Montt, quien se enamoró del primo de su marido, Gustavo Balmaceda, el bohemio Vicho Balmaceda, personaje de las obras de Joaquín Edwards Bello, doncella que huyó después con Vicente Huidobro a la Argentina, muriendo en París por sobredosis de cocaína. La escritora Martina Barros relata que todas las tardes, a partir del angelus, se rezaba el rosario con todos los misterios: gozosos, dolorosos y gloriosos; y el cura era el consejero predilecto de la dueña de casa.

La mujer de clase alta era muy ignorante: apenas leía novelas pías, vidas de santos y misales. No faltaría la que, a escondidas, leyera novelas de subido color, confesándolo avergonzada al cura. Inés Echeverría se admira de la cultura de la mujer de clase media comparándola con la ignorancia de las patricias: algunas seguían las modas de París y se paseaban por la Alameda de las Delicias luciendo elegantes vestidos. En suma, la mujer era un objeto a mostrar, en esa pasión del chileno de la época, de aparentar riquezas, poder y títulos, comprados en el último remate de Europa. Personajes como Gabriela, de la novela de Orrego Luco, La casa grande, constituyen una pintura muy realista del afán de aparentar. La mujer de clase alta era la ama de casa discreta, pero que a veces, impulsada por vientos de pasión, se convierte en la amante, pero la hipocresía la salva de todos los bochornos.

La vida de la mujer proletaria era muy distinta: en general, el matrimonio se constituía en un lujo, casi siempre se vivía en concubinato. El hombre no era un proveedor y no pocas veces abandonaba la casa, dejando a la mujer con varios hijos de corta edad. Más de un 30% de la población infantil moría antes del año de vida, lo cual hacía que la relación entre padre e hijo fuera muy distante, para no encariñarse con un ser querido que iban a perder prontamente. Las profesiones más respetadas eran aquellas que garantizaban la independencia de la mujer, por ejemplo, las costureras, pues trabajaban en la casa, no tenían jefe e, incluso tenían libertad para moverse en el centro de la ciudad y promocionar sus productos. No es extraño que fueran las primeras en organizarse en mutuales: la de Valparaíso de mujeres No.1, de 1887, prohibía el ingreso de empleadas domésticas y personal dependiente a la organización. (Salazar y Pinto 1999: 153). Otro aspecto importante de las organizaciones obreras de mujeres eran las famosas filarmónicas. En 1888, el pueblo bailaba, se producían encuentros amorosos y se compartía sanamente en las oficinas salitreras, casi la única forma de sociabilidad en la soledad del desierto salitrero.

Las otras profesiones estaban constituidas por las famosas cobradoras de los carros de sangre, conducidos por caballos, que, como en Inglaterra, tenían dos pisos, los cuales eran aprovechados por los señoritos para mirar las piernas de las cobradoras. Las compañías, ante ese escándalo, contrataban a inspectores llamados los judas, como hoy ocurre con las empleadas de los Cafés con Piernas: las pobres cobradoras eran consideradas casi prostitutas. Estaban también las lavanderas y las cigarreras, muy mal miradas, y las empleadas domésticas, generalmente violadas por los patrones o sus hijos y, en manifiesta esclavitud por la dominación de la patrona, o la infantilización, por el cuidado de los niños. La nana no tenía ninguna seguridad social, ni permisos para salir, salvo los que buenamente le ofreciera la señora; muchas veces la empleada doméstica envejecía en la misma casa, siendo sepultada en la tumba de los señores, según el testimonio de Matilde Ladrón de Guevara.

Para Salazar y Pinto, una de las principales profesiones era la más antigua del mundo: la prostitución: la joven de provincia, inocente e ingenua, era rápidamente introducida a una casa de tolerancia. En la mayoría de los casos, era la única y mejor forma de ganar dinero; incluso, estos autores llegan a cuantificar el número de prostitutas, a comienzos del siglo XX: más de 8.500 declaradas y un número incuantificable de clandestinas. En total, más del 20% de la población activa femenina (Salazar y Pinto 1999: 160).

Belén de Sárraga

Nació el 10 de julio de 1873. Sus padres, intelectuales, vivían en Puerto Rico, por ese entonces colonia española. Belén estudió en la universidad de Barcelona y se graduó como doctora en medicina; uno de sus profesores fue Francisco Pi Margall, difusor del federalismo de Prudhon, en España. Belén simpatizó con el partido republicano federal y admiró las feministas Olimpia Gouges, Mme. Stäel, George Sand, Luisa Michel, la famosa comunera, y otras, quienes la inspiraron en la lucha por la emancipación de la mujer. A fines del siglo XIX, el anarquismo era la principal fuerza obrera campesina en Cataluña, Aragón y Andalucía. Belén lee a Bakunin y La conquista del pan, de Kropotkin, ideólogos que la acercan a los famosos ácratas. En España sufre varios atentados contra su vida, por parte de grupos ultra clericales. En 1900, Belén decide radicarse en Montevideo; cuando gobernaba la república oriental Battle y Ordóñez, famoso por sus políticas liberales. Uruguay y Costa Rica eran prácticamente los países con menor influencia religiosa, terreno fértil para que Belén pudiera difundir su pensamiento libertario. Por ese entonces el famoso conferencista, Enrique Ferri sostenía que la mujer era inferior al hombre, física e intelectualmente: Belén le recuerda que el movimiento obrero también fue considerado, en el pasado, como una clase inferior y que se necesitaron generaciones para ir superando esa situación. El órgano que no se usa, se atrofia y la mujer está enferma por los consejos de los curas y la dominación patriarcal.

Durante su estadía en Uruguay dirigió el diario El liberal, en el cual escribía artículos en defensa de los niños ilegítimos, de la educación laica y de la separación de la iglesia y el estado. A fines del siglo pasado, España perdió la guerra con Estados Unidos cediéndole Filipinas, Puerto Rico y la isla Guantánamo, en Cuba. Aprovechando la escisión de la provincia de Panamá, empezó a construirse el famoso Canal, cedido por Colombia por una irrisoria suma de dinero. No contento con lo anterior, el imperio invade las repúblicas de Centroamérica y del Caribe, Haití y Santo Domingo, e interviene en la revolución mexicana. Por esos años, Belén de Sárraga se radica en América Latina: visita México, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Perú, Brasil, Argentina y Chile. Describió cada uno de estos países en su obra El clericalismo en América, a través de un continente, publicado en Lisboa, en 1915.

En 1913 Belén de Sárraga llega a Chile, invitada por el diario radical La Razón, publicación dirigida por librepensadores, encabezados por los radicales. En Santiago dictó una serie de conferencias que crearon gran escándalo en los sectores clericales, incluso los fanáticos llegaron a golpear a los seguidores de la oradora. La Revista católica difamó a Belén acusándola de divorciada, de ser una mujer sin hijos, de recorrer el mundo falseando la historia, y finaliza sosteniendo “¡este es el tipo de mujer sana, sin sentimentalismos religiosos!” (Vitale y Antivilo 1999:73). A estas conferencias asistieron los famosos escritores José Santos González Vera y Manuel Rojas; el primero relata en su libro Cuando era muchacho el ambiente de efervescencia que despertaban las palabras de la famosa intelectual. Según González Vera, fue tal el amor y entusiasmo que despertó Belén que los hombres desataron los caballos y arrastraron, a viva fuerza, su carruaje hasta el hotel Oddó. Sólo había ocurrido algo parecido con Sara Bernard, que visitó Chile durante el período de Balmaceda.

A las conferencias asistían también obreros y artesanos, vestidos como caballeros que, según González Vera, parecían dominar las materias de la charla; no faltaban los gritos de ¡viva el comunismo anárquico, mueran los curas o mueran los católicos cagaleche! Recordaba Belén que en el concilio de Nicea se decidió si las mujeres tenían alma o no y sólo por dos votos se resolvió que el sexo débil tenía alma. Hubiera bastado que cualquiera de los dos votantes estuviera impedido de votar, para decretar que la mujer no tenía alma. Los cristianos siempre despreciaron a la mujer: “la mujer es la puerta del infierno”, San Ambrosio-, “la mujer no puede enseñar, no puede juzgar ni ser testigo” decía San Agustín. El abate Gaón dice que el infierno está enlozado con lenguas de mujeres. El padre Coloma, en su libro Pequeñeces pone en boca de una de las protagonistas que las mujeres descienden del rabo inquieto de una mona (Vitale y Antivilo 1999: 73). Posteriormente, Belén se embarca desde Valparaíso para cumplir una invitación de Luis Emilio Recabarren a visitar las salitreras. En Iquique es recibida por numeroso público, que la aplaude. En el pequeño pueblo de Negreiros se instalan arcos de triunfo, similares a los que recibieron al ejército triunfador de la Guerra del Pacífico. En el norte se empiezan a formar organizaciones de mujeres, llamadas “Centros de Mujeres librepensadoras Belén de Sárraga”. Luego la gira se prolonga al sur, esta vez no en barco, sino en tren, visitando Talca, Chillán, Temuco y Valdivia, ciudades donde dicta varias conferencias, que logran aglutinar a hombres y mujeres, seguidores del pensamiento de Belén. Además, es recibida apoteósicamente en Concepción y Talcahuano, cuna de las universidades laicas. Los referidos centros luchaban por el laicismo, contra “la carestía de la vida”, por el derecho al descanso dominical de las obreras, contra el alcoholismo en los sectores populares, y por la emancipación de las mujeres y contra el machismo. Hacia 1918 decaen estos centros, por la crisis y cesantía en la zona salitrera y con la aparición de los partidos populares y los sindicatos.

En su segundo viaje a Chile, en 1915, la situación ha cambiado: los radicales, cada vez más comprometidos con el sistema político, han abandonado sus posturas anticlericales. En las elecciones presidenciales de ese año se presentó como candidato de una coalición con los conservadores, el viejo especulador de la Bolsa y marrullero de la política, Juan Luis Sanfuentes. De los ideales de Balmaceda ya no queda nada. La recepción de Belén fue mucho menos efusiva que en 1913 y sólo quedaba la lealtad y el entusiasmo de los anarquistas. Nuevamente, Belén visita el norte y es recibida por los nuevos centros femeninos que llevan su nombre: se canta la marsellesa y la estudiantina germinal. Por último, visita Magallanes denunciando el abuso de los misioneros salesianos con los indígenas en las islas del Estrecho.

Posteriormente, se le pierden los pasos. Vitale y Antivilo suponen que Belén pudo haber venido otra vez a Chile, pues consta que dio una serie de conferencias en Mendoza, en los años treinta. De su muerte, según estos autores, nada se sabe. Sin embargo, en un artículo de El Tarapacá de 1951 se informa que: “completamente olvidada de los públicos de España y de América, acaba de morir en el país azteca a la edad de 77 años, llena de achaques propios de una senectud prolongada, doña Belén de Zárraga (sic), cuya palabra encendida pastosa y cálida, escuchó en varias ocasiones la Provincia de Tarapacá, allá por los años 1912 y 1915. Ha muerto ahora en el más completo olvido. No dejó nada detrás de ella” (Guerra 1951). Como dijo Leopoldo Castedo, Franco se las ha arreglado para que se pierda la memoria. De Belén sólo quedan sus obras y el recuerdo de algunos escritores. De sus obras Chile, y De la vida,no hay mayores rastros. Se conoce también la publicación de sus conferencias en Chile por el diario La razón que, según Vitale, alcanzó más de 10.000 ejemplares. Sólo queda la lucha de la memoria contra el olvido, única forma de pervivir en la historia de los pocos rebeldes que se niegan a aceptar el reino del conformismo ambiente.

El clericalismo en América

Este libro de Belén está dedicado a José Batle y Ordóñez, presidente de la República Oriental del Uruguay, editado por Lux, en Lisboa, Portugal. La autora comienza desmistificando la concepción que los europeos tienen de América: ya no es el territorio para enriquecerse rápidamente a costa de los indígenas, tampoco es un continente atrasado, al contrario, la constituyen un crisol de países llenos de posibilidades; sólo Brasil es un verdadero continente que abarca varios países europeos. América está abierta a la emigración extranjera, sin embargo, sin embargo aún se mantiene el desprecio al “gringo” y un cierto resentimiento al español, que se le llama, en Argentina, “gallego”, en Perú, “godo” y en México “gachupín”. Belén analiza la historia de la conquista española y la colonización. Según ella, la dominación española se basó en la explotación de los indígenas; la evangelización estaba al servicio de la espada sanguinaria del conquistador. Al indio se le obligaba a aceptar la fe, bajo pena de ser condenado a muerte, era la España de la Contrarreforma, de la inquisición, medieval y jesuítica, de los audaces crueles y ambiciosos Cortés y Pizarro, que con engaños asesinaron a Monctezuma y Atahualpa. La iglesia y los aventureros españoles se apropiaron de las tierras reduciendo a los indios a la esclavitud: donde existía un santuario a la Pacha Mama, madre tierra, instalaron una iglesia consagrada a la virgen, la Señora se les aparecía a inocentes indígenas como la Guadalupe o convertía a la Tirana en la dulce amante de un conquistador. En base al sincretismo religioso, el catolicismo conquistaba al mestizo. El Papa fue enemigo de la independencia, y Belén incluye un documento del Santo Oficio que denigra a Morelos e Hidalgo como herejes.

Es cierto que hubo sacerdotes valiosos como el chileno Camilo Henríquez, pero la mayoría del clero estuvo a favor del torpe y reaccionario Fernando VII. Incluso un sacerdote se aprovechó del terremoto de Caracas para clamar al cielo que condenaba a Venezuela por oponerse al bien amado rey de España. Bolívar en una famosa arenga, decía que lucharemos incluso contra la naturaleza si es necesario. En México el clericalismo ayudó, en base a intrigas, a la instalación del imperio de Maximiliano. La iglesia odió a Juárez: cuenta Belén que un niño que escribió “viva Benito Juárez”, fue expulsado del colegio de religiosos, donde estudiaba. A Juárez le sucedió el general Porfirio Díaz, quien gobernó México, dictatorialmente, durante decenios. La iglesia, por su parte, usó la astucia para conquistarlo: lo aduló y lo desposó con una dama muy católica. Los mexicanos se rebelaron en 1910: Maderos proponía la no reelección del presidente y, coincidentemente, se rebelaron Pancho Villa por el norte y Emiliano Zapata por el sur. Sárraga tenía una gran admiración por Francisco Maderos, quien fue engañado por los poderosos militares y asesinado en un complot. Los curas podían estar satisfechos con un dictador complaciente, como Victoriano Huerta. La visión de Belén, respecto al zapatismo era muy negativa: la influencia de la iglesia en los campesinos era incontrarrestable, y los seguidores de Emiliano luchaban bajo los estandartes de la virgen de Guadalupe. Muchos campesinos combatían por Cristo Rey, en la guerra de los cristeros contra el presidente Calles. El anticlericalismo de Belén la llevó a rechazar al zapatismo por su dependencia del fanatismo religioso. Actualmente, el mito revolucionario de Zapata, vilmente asesinado, goza de un amplio atractivo en las guerrillas del sur de México.

 Belén de Sárraga describe la situación política de los distintos países de América y encuentra que los más retardados son Colombia, Perú y Paraguay, este último, aún bajo la influencia de las tradiciones heredadas de las misiones jesuitas. Uruguay y Costa Rica eran las repúblicas más progresistas; incluso, la señora del presidente Battle y Ordóñez era una gran líder feminista. En Ecuador, el gobierno de Eloy Alfaro intenta una serie de reformas laicas, pero las intrigas de confesionario logran derrocarlo instalando a Plaza, quien restaura el dominio clerical. En Chile, el partido radical incluye el laicismo en su Declaración de Principios; y paralelamente se desarrolla un importante movimiento social y surgen organizaciones obreras. En ciudades como Iquique, Antofagasta, Coquimbo, Concepción y Talcahuano existieron connotados centros femeninos de librepensadoras; el liberalismo, por su parte, luchaba contra el clerical Partido Conservador, principalmente en el plano del Estado docente. En Puerto Rico, donde vivió en su infancia, Belén constata cambios importantes en el sentido de conquistas libertarias, a pesar de la ocupación de Estados Unidos. En Cuba ocurre algo similar. En América comienza a adquirir fuerza un movimiento obrero, inspirado en ideas anarquistas y socialistas. En México, los hermanos Flores Magón fundaban los sindicatos obreros anarquistas que tuvieron gran importancia en la revolución de 1910. En Chile se organizaban huelgas donde participan las sociedades de resistencia y las mancomunales. En Argentina se crea la Fora, Federación Obrera Anarquista, encargada de organizar las protestas sociales en la Patagonia. Belén estaba plenamente integrada a la creciente respuesta popular contra la explotación oligárquica, a comienzos del siglo XX.

La escuela laica es una gran conquista del liberalismo en muchos países de América hispana: la enseñanza clerical se bate en retirada, sin embargo, los curas recurren a argucias para mantener el dominio en la formación de los jóvenes, por ejemplo la defensa de la clase de religión en los liceos fiscales y la teología en las universidades. Por suerte, para ellos, aún queda el refugio de las escuelas particulares y conventuales: los colegios de los jesuitas y de los Sagrados Corazones, educaban a los hijos de los ricos, incluso, mantenían para las apariencias, patronatos donde concurrían niños pobres. Una situación, como la descrita por la película Machuca, de integración de pobres y ricos, en el mismo colegio, en Chile de comienzo de los setenta, era impensable en la época. Los salesianos se especializaban, según lo pedía su fundador, San Juan Bosco, en los niños pobres pero, según Belén, los explotaban en los talleres vendiendo los productos de su trabajo a precios mucho más baratos que en el comercio legal. Los salesianos no pagaban impuestos, no cumplían con leyes sociales y sólo remuneraban a los muchachos con la comida y el alojamiento; muchos de estos talleres estaban destinados a la imprenta, saliendo de ella folletos y panfletos en apoyo al clero.

Valdés Cange, el profesor Venegas, dedica importantes capítulos, en Sinceridad,a describir el abuso de los talleres salesianos, respecto de los pobres obligados a trabajar. Relata, además, una visita a un colegio de monjas, donde a las estudiantes se les enseñaba a cocinar dulces chilenos, dividiendo de tal manera el trabajo, para que ninguna supiera la fórmula del producto terminado y así evitar que construyeran su propio taller. Belén cita a Alejandro Venegas, (Valdés Cange), para corroborar la existencia de una separación, en el seminario, destinada a postulantes pobres, llamada los damianos, (por el padre Damián), quien murió sirviendo a los leprosos de la Isla de Pascua.

El clericalismo, en América Hispánica adquierió más virulencia en la relación entre los curas y los negocios: los pobres cuentan en centavos, los ricos en pesos y los curas, en millones. El millón es la unidad de medida del sacerdote. Donde está el clérigo, hay una bolsa y en ella se cotizan las pasiones, se negocian los vicios, se trafican los remordimientos. Así definía el mercantilismo clerical Belén de Sárraga; incluso, la caridad es un negocio. Las monjitas, con voz compungida, piden para los asilos, que luego se convertirán en ricos talleres de producción, donde explotan al indigente. Los santuarios son otra fuente de riqueza: la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe tiene, según Belén, doce kilos de plata pura; en Chiquinquirá, en Colombia, se explota la ingenuidad de los indios creyentes; lo mismo ocurre en Andacollo, en Chile, en Luján, en Argentina y Verdún, en Uruguay. El papado y las congregaciones religiosas se disputan el millón, controlándose unos a otros. En Chile, decía Belén, “las Carmelitas Descalzas de San Rafael, son dueñas de la antigua población de Ovalle. Los franciscanos mendicantes cuentan con un capital de seis millones; su granja, cerca de Santiago, fue valuada en un millón.¡Mendigan y mendigan! hay gustos que merecen palos. Los agustinos y los dominicos son poseedores de dos manzanas situadas en el centro de la capital” (Sárraga 1915: 113).

Además, son poseedores de toda la tierra, que compran barata y venden cara. Los curas se sienten dueños de las puertas del purgatorio y venden caras las misas y demás oficios religiosos para acortar la espera de ingreso al cielo. Belén relata una famosa rifa, publicada en la iglesia del Niño Perdido, en México: “Rifa de ánimas que se verificará en esta iglesia el día 23 de octubre de 1912 – Premios: – veinte misas rezadas – diez id cantadas – tres premios de dos misas rezadas – veinte responsos cantados – diez id rezados – diez misas rezadas – para los que no tengan premio especial – la novena y honras del día 2 de noviembre para todas las inscripciones que no hayan obtenido premio. La acción vale 3 centavos” Como el lector habrá podido observar, todos obtuvieron premio (Sárraga 1915: 138).

Otro tema que hoy día está de actualidad lo constituye el famoso celibato, muy conocido por los casos de delitos sexuales, cometidos por sacerdotes. Belén, citando a Voltaire, comienza diciendo que el celibato es contra natura y que la naturaleza siempre se venga. El sacerdote es un enfermo que, obligado por sus votos, es conducido al delito. La iglesia justifica el celibato basándose en los anacoretas y místicos, pero el sacerdote está en el mundo y rodeado de las múltiples tentaciones de la carne. Belén cuenta un famoso caso del desaparecimiento de Adelina, una niña de un orfanato religioso, ocurrido en Brasil, en 1902. Nada pudo hacer la justicia, sin embargo, la gente escribe en las paredes, “dónde está Adelina”. Otro caso más afortunado fue el de los jacintos, frailes que regentaban el colegio de San Jacinto, para niños de familias pudientes. En 1905, en Santiago, se descubrió que estos religiosos realizaban acciones deshonestas con los niños; la justicia actuó y los curas fueron condenados. En Chile la gente llama jacintos a aquellas personas que realizan actos inmorales y monstruosos.

La iglesia está relacionada directamente con la política: le interesa conquistar puestos en el legislativo, el ejecutivo y en el municipio; para ello se sirven de un Partido Conservador, dirigido por jóvenes formados en los colegios jesuitas, pero es necesario tener la base, la masa católica, que debe ser conquistada en los conventillos, donde la miseria y las enfermedades predominan. Elegantes señoras visitan a los pobres ofreciéndoles ayuda directa, trabajo o asilo en los talleres, así los pobres llegan a integrar asociaciones católicas obreras, como los josefinos o los de San Vicente de Paul. Cuando la iglesia no puede con la ofensiva liberal busca la tregua. En Chile, José Manuel Balmaceda logró imponer las leyes laicas, pero fue obligado a suicidarse por la rebelión de la oligarquía, la “revolución de 1891”. El clericalismo planteó la tregua, que supone suspensión de la lucha religiosa, por ambas partes, pero que es aprovechada por la iglesia, a través de los colegios y obras católicas continuando, solapadamente, con su ofensiva propagandística. Belén consigna el caso de Monseñor Sibilia, delegado papal, quien cometió múltiples atropellos, como colocar sacerdotes peruanos en las disputadas ciudades de Tacna y Arica, cuya nacionalidad no estaba aún definida por el Tratado de Ancón, (1883). Los estudiantes lo persiguieron por las calles y le robaron el sombrero clerical burlándose de tan engolado personaje. La tregua salvó a Sibilia permitiéndole continuar interviniendo en los asuntos del arzobispo de Santiago.

Los jesuitas son un verdadero ejército, el superior se llama general, sus prácticas se llaman ejercicios, los sacerdotes son soldados; los jesuitas son hábiles y preparados intelectualmente, saben disfrazarse y llegan a sostener que no hay contradicción entre la fe y la ciencia; también son capaces de crear obras sociales, educan, en muchos países, a las clases altas y las preparan para el gobierno. Incluso, cuando la congregación fue expulsada por los reyes de Europa, en el siglo XVIII, conspiraron desde la sombra. Fundaron una monarquía dentro de la monarquía: en las famosas misiones del norte de Argentina, sur de Brasil y Paraguay. En estas misiones los indios no manejaban dinero, pero sí el padre general; el poder jesuítico era omnímodo. Ante el éxito de la masonería y de las sociedades secretas, los jesuitas inventaron los famosos caballeros de Colón, que pretendían ser un símil de las sociedades laicas, al servicio de la iglesia.

Por último, el cura utiliza a la mujer: sabe muy bien que tiene un poder de convencimiento respecto de los varones. Según Belén, hay dos tipos de mujeres creyentes: aquellas de fe sincera y las otras que lo hacen por ostentación; a las últimas les gusta lucirse en las misas, las fiestas y las quermeses de caridad, además, visitan los conventillos, poniendo cara compungida y tapándose las narices una vez que abandonan la población. “Por eso el clericalismo usa de la mujer como el aventurero de un arma. Ella es la que lo escuda contra las avanzadas liberales, la que le impone en los pueblos y le mantiene entre las democracias. Por la mujer, el culto se perpetúa en el hogar; por este impera en las costumbres, y por ellas resiste a las innovaciones de la ley” (Sárraga 1915: 229).

En conclusión, podemos señalar que si bien la lucha entre el clericalismo y el laicismo fue superada en Chile, desde la separación de la Iglesia y el Estado con la Constitución de 1925, algunos de los problemas tratados por Belén de Sárraga continúan teniendo actualidad, por ejemplo, el famoso celibato, que actualmente provoca tantos estragos, en casos conocidos por todos. También, pude decirse que la jerarquía de la iglesia católica sigue siendo un importante actor político que interviene presionando moralmente a legisladores católicos en temas como el divorcio, la contracepción, de una parte, y de otra, la jerarquía interviene directamente en problemas políticos contingentes, por ejemplo, como sucedió con la gestión del Cardenal Errazuriz frente a algunos jueces de la Corte Suprema para exculpar al general Pinochet declarando su insaína mental.

El estudio del pensamiento de Belén de Sárraga nos permite descubrir una relación entre los movimientos de liberación de la mujer y las luchas obreras por la justicia social, a comienzos del siglo en Chile y América latina. Como diría Fouriere, la igualdad de las mujeres y hombres son el signo del triunfo del socialismo. En épocas de la dictadura, de la mano invisible del mercado, reivindicar a pensadores libertarios, constituye una tarea de primera magnitud. Ella es, antes que todo, una rebelde, odiada por los reaccionarios de todos los tiempos. Luchar contra el olvido, reivindicar la historia de los vencidos, es una linda tarea de los artesanos de la historia.

A comienzos del siglo XX, ella problematizó sobre temas válidos hoy día para los movimientos libertarios y de justicia social. Hoy, la mujer sigue siendo discriminada, ciertamente no en la forma que al inicio del siglo XX. El ejemplo de Belén de Sárraga puede constituirse en bandera de lucha por una mayor igualdad. Ella fue una anarquista española, movimiento que ha sido olvidado por los historiadores autoritarios, de distintos signos políticos. Sin libertad no hay socialismo. Sus textos nos demuestran que toda tregua doctrinaria u olvido de las utopías lleva al triunfo de la reacción y del conformismo.

Textos escogidos de El clericalismo en América de 1914

Efectos del celibato

Claro es que la gente rica, desocupada y sin hogar necesita proporcionarse distracciones, aunque estas, en semejantes casos, suelen distraer la conciencia lanzándola de bruces sobre las puertas del delito. La culpa no es tanto de quien tropieza y cae, como del que a sabiendas, permite la existencia de lo que a la caída conduce. Mientras la sociedad tolere celibatos forzosos, la ética de los pueblos caminará por entre las encrucijadas del vicio y la depravación.

Bien quisiera no tratar de este asunto; pero ¿acaso las lacras morales como las físicas se curan cubriéndolas con perfumados paños? Seré, no obstante, parca en la materia. Aparte de que sobre los pantanales conviene andar de prisa. ¿Cómo podrían contenerse ya no en un libro sino en varios infolios, los infinitos hechos en que los tribunales de justicia intervinieron para depurar responsabilidades de clérigos? “Cerrad la puerta a lo natural y saltará por la ventana” -decía Voltaire- frase que sintetiza el gravísimo error de la disciplina eclesiástica. El sacerdote, forcejeando a toda hora con la naturaleza, tiene que ser vencido por ella o vencerla, lo que es más grave, estrangulando sus saludables energías con el lazo siniestro de las depravaciones fisiológicas. Por eso los concilios que impusieron el celibato entre las obligaciones sacerdotales, además de crear un peligro terrible para el mundo, cerraron, para el eclesiástico, las puertas de la salud moral y física. Al divorciar en enemigos dejaron al clérigo tan huérfano de soluciones que, si se inclina a un lado, cae transformado en “caso” patológico, y se inclina al otro cae convertido en reo de la vindicta pública.

¿Cómo librarse de este doble peligro en que perecen las mejores y más templadas voluntades? Dice la iglesia que por la oración y el silicio, y cita ejemplos de monjes y santos castísimos que se refugiaron de las tentaciones en el desierto, y eran sostenidos contra las tentaciones del diablo por ángeles, arcángeles y querubines. Mas, por desgracia para los clérigos que se ordenan con buenas intenciones, el desierto ya no atrae a los religiosos; la oración no surte ya efectos en la cueva del anacoreta, donde cuervos adiestrados por Dios llevaban el pan cotidiano, sino en el templo repleto de estáticas devotas, encargadas en nuestro siglo de proveer al sustento del apóstol católico; los ángeles y arcángeles, yo no sé por qué clase de enojo de la Providencia, olvidaron el camino del mundo, los pobres eclesiásticos dejados de la mano de Dios y tentados por la codicia del diablo, caminan muchas veces en estrecha camaradería con los tres enemigos del alma.

Las consecuencias de esto las anotan frecuentemente los tribunales de justicia en las causas incoadas sobre repugnantes delitos y la sufren las costumbres privadas y públicas, viendo en la esposa infamada, en la púber hundida en el vicio y hasta en el niño empujado a la depravación el efecto terrible de ese atentado a la naturaleza que se llama voto de castidad.

Él es tanto más peligroso en América cuando aquí se congregan, por fatales razones, muchos de los eclesiásticos que delinquieron en Europa. Los periodistas del viejo mundo saben ya de memoria la muletilla con que terminan en las columnas de los diarios, los asuntos escandalosos en que interviene algún clérigo: “culpable ha desaparecido; dícese que embarcó para América”…La fuga, así anunciada, priva al asunto de actualidad; la prensa ya no se ocupa de él y la opinión un momento indignada, acaba por olvidarse del suceso atraída por la noticia nueva. Y como el recurso de extradición no existe en muchos casos y en otros es lo mismo que si no existiera, la impunidad acompaña al delito, con grave perjuicio para la moral de los pueblos americanos.

¡Quién no recuerda aquellos bochornosos procesos de Francia que llevaron a monjas y frailes al banquillo de los acusados; aquellas tremendas denuncias del diputado Fourniere y otros, contra los asilos religiosos de Nancy, de Tours y del Mans. La ley de expulsión de las congregaciones puso fin a un estado de perpetuo escándalo que tenía alarmada a la república. Pero América debía sufrir las consecuencias de esa ley; porque aquellas falanges clericales, cuya conducta había puesto sobre aviso a Europa, vinieron a estos países y aquí viven hoy en gran parte dedicadas a la enseñanza. Esto mismo pudiera decirse de las congregaciones expulsadas de Portugal, al instaurarse la República, las que hallaron asilo seguro en algunos de los ricos estados de Brasil.

Tales hechos ¿no son suficientes para servir de previsor aviso a los pueblos americanos?

¡Jacintos!

En 1905 se producían en Santiago de Chile sucesos tan escandalosos como repugnantes. Los tribunales de este país, con más fortuna que los brasileros, comprobaron los crímenes y condenaron delincuentes. Solo que… estos huyeron dejando así inutilizada la acción judicial.

Se trataba del colegio de San Jacinto, fundado para niños de familias pudientes, por los “hermanos de las Escuelas Cristianas”. He aquí los hechos: un niño de ocho años de edad, perteneciente a distinguidas familias, es brutalmente atropellado, sin consideración al pudor y a la inocencia infantiles. Aterrado el pequeño, huye del establecimiento y llega a casa de sus padres, donde, entre lágrimas y sollozos cuenta lo ocurrido. El hermano mayor de la víctima hombre ya, se dirige violentamente al colegio, atropella a quien le cierra el paso y cae, ciego de cólera, sobre el clérigo autor del atentado, al cual abofetea.

El escándalo trasciende al público. La prensa hace denuncias que horrorizan a las gentes honradas. Cuando comienzan sus diligencias la autoridad judicial ¿qué es lo que encuentra en el fondo de sus claustros congregacionistas?

Por la sala del tribunal pasa la triste procesión de víctimas. Niños de diez y once años prestan declaraciones que a todo hombre violentarían, para dejar constancia de inconcebibles actos. Padres indignados acompañan a sus hijos en el triste calvario; y madres doloridas ven, con el mayor de los desconsuelos, cómo aquellas almitas que ellas cuidaran como flor delicada, han sido ya iniciadas en las grandes depravaciones.

Una hacienda de la congregación, ubicada no lejos de la capital, figura en el proceso dedicada a bajos oficios. Era en ella donde pasaban uno, dos y tres días profesores y alumnos.

A estos descubrimientos se agregan denuncias que afectan a otros colegios y congregaciones.

La madeja se enreda. Cada investigación ofrece el hilo de una nueva sospecha.

¿Hasta dónde es posible llegar en este cuadro de abominaciones?, ¿Cuál es el fondo de la sima por donde se despeña la inocencia del niño, confiada por la madre inexperta al cuidado y custodia del célibe religioso? La opinión se pronuncia alarmada y pide por la prensa radical enérgicas medidas.

El juzgado pone fin a su larga tarea. El resumen del fiscal horroriza. Se piden penas condenatorias para algunos “hermanos”. Los delincuentes huyen. Es lo corriente en tales casos. A estas horas, libres de riesgo, estarán en algún establecimiento de la orden ¡quién sabe en qué parte del mundo enseñando a los niños con las virtuosas formas que emplearon en Chile, los virtuosos preceptos de su virtuosa doctrina.

El país que esperaba el castigo de los culpables hubo de contentarse con el cierre de la escuela cristiana, decretado por el superior gobierno. Y ni aún esto surtió los efectos que se esperaban, porque unos cuantos seglares, afines a los hermanos -que de todo hay en la viña del Señor y nunca falta un roto para un descosido, como dicen conocidos adagios- tomaron a su cargo la reaparición de las escuelas con otras nombres y el mismo profesorado, quedando así a salvo los intereses de la comunidad, al par que burlada la autoridad civil y escarnecida la moral pública.

Pero también en este caso el pueblo halló modo de vengar esta afrenta, hecha al decoro, divulgando una frase sangrienta. Cuando designa a esas gentes a quines la ciencia declara anormales y la moral monstruos, las llama ¡¡jacintos!!

La dictadora

Por las páginas anteriores puede advertirse que los pueblos americanos marchan en contradicción consigo mismos. No creen y practican; desdeñan la iglesia y la mantienen; no estiman al sacerdote y lo sustentan; odian al monje y lo enriquecen.

Por consecuencia de esto subsiste una institución religiosa que, sin fuerza espiritual sobre las conciencias, gobierna, sin embargo, imprimiendo su sello en las costumbres. Reprimida por las leyes, influye sobre los mismos legisladores; vencida por el poder civil, se impone a éste; sometida a la igualdad democrática conserva, a pesar de ello, sus absorbentes privilegios.

Sabe que no hay creyentes, la indiferencia le basta. No ignora que murió la devoción, se contenta con la rutina. Conoce que no hay católicos; no le importa en cuanto existan rutinarios. Para ella no es un secreto que el eclecticismo invade las clases ilustradas y el indiferentismo las incultas. ¿En qué puede perjudicarla esto mientras las unas y las otras dejen hacer y sigan la corriente?

Mas, para que tales efectos se produzcan, debe existir, necesariamente, una causa. ¿Cuál es ella? ¿Quién realiza esta represión colectiva? ¿Qué fuerza humana es capaz de dar vida a un cadáver? ¿Qué dictadura desconocida es esa, más fuerte que la ley y superior al deseo de las mayorías? ¿Qué caudillaje moral es el que pesa en la conciencia pública arrastrándola al abismo de las abdicaciones voluntarias? Ese caudillaje, esa dictadura, esa fuerza puede sintetizarse en esta frase: la mujer.

Donde la lógica naufraga, se salva la aberración si ella la guía; donde el poder, con todos sus atributos fracasa, triunfa su voluntad poderosa. Es que en ella reside una fuerza superior al derecho y a la violencia: es la fuerza de la debilidad.

Tiene el hombre las cóleras que hieren y los privilegios del sexo que esclavizan. ¿Qué significan unas y otras ante la esposa que ruega y la hija que besa y la madre que llora? Toda la fuerza masculina es nula ante una lágrima o una caricia de mujer.

La sociedad no ha conocido esta femenina influencia sino cuando ha visto cernerse como una amenaza sobre el mundo. El sacerdote, que la observó sublimando una doctrina en el circo, imponiéndola a la familia patricia y consolidándola por fin cerca del trono, comprendió que en ella residía el secreto de sus futuros triunfos y dedicó su esfuerzo a extraviar en el intrincado laberinto dogmático, la exquisitez de sus sentimientos.

La valiosa y codiciada presa que llegó al cristianismo atraída por el encanto de su espiritualidad, cayó más tarde, impedida por desdenes sociales, en las garras del fetichismo católico; y menos venturosa que el hombre a cuya evolución intelectual concurrieron las aventuras de su vida de lucha, ella, redujo sus aspiraciones a un ensueño de misticismo, y así, imposibilitada para la acción cerebral tornose inútil para la obra educadora, dejó su misión en el mundo sin solución de continuidad.

Por eso el clericalismo usa de la mujer como el aventurero de un alma. Ella es la que le escuda contra las avanzadas liberales, la que le impone en los pueblos y le mantiene entre las democracias. Por la mujer, el culto se perpetúa en el hogar; por este imperan las costumbres, y por ellas resiste a las innovaciones de la ley.

Antiguamente, la iglesia tuvo su brazo secular en las terribles familias del “Santo Oficio”: hoy lo tiene en la voluntad femenina. “Lo que la mujer quiere, Dios lo quiere” -dice un viejo proverbio- sintetizando así la soberanía femenina. Y en efecto ¿qué pedirá ella en vano cuando pone en campaña su ejército de seducciones?

Creyentes y practicantes

Hay dos clases de mujeres católicas: las que creen en Dios y le adoran practicando unas cuantas ceremonias que consideran indispensables para su salvación, y las que, más que a Dios, se adoran a sí mismas y hallan en el culto católico diarios motivos para mostrarse en público, atrayendo, hacia su persona, la adoración de los demás.

Las primeras son almas sencillas que viven engañadas y aún engañándose. Mujeres de sentimientos delicados que huyen por instinto de la beatería y se concretan a oír misa el domingo y confesar por pascua. ¡Cuántas de estas han sido mis oyentes durante la excursión doctrinaria que realicé por América! ¡Cuántas he visto despertar a la hermosa realidad de la vida!

Yo concuerdo con su criterio y, sin embargo, soy católica, me decía una señora chilena, hablándome de su instintiva repulsión hacia ciertas prácticas del culto y del criterio que aplicaba a la educación de sus hijos. Poco me costó convencerla de que ella, sin saberlo, vivía fuera del catolicismo. Como este podría referir muchos casos. ¡Hay tantas ingenuas empeñadas en creer que creen!…

Contrariamente a estas sinceras mujeres están las otras, las exhibicionistas; aquellas de quienes vive la iglesia y a quienes la iglesia mima; las que ocupan cargos en las cofradías y atienden a las cargas del culto; aquellas en beneficio de las cuales se han aristocratizado los ejercicios religiosos, sustituyendo los templos fríos, austeros, entenebrecidos como criptas, en los que hacían penitencia nuestras abuelas, por esos otros coquetones y cómodos donde, en vistosos reclinatorios, se destacan las elegantes siluetas femeninas; donde la luz eléctrica da a los semblantes, interesantes palideces, y en donde han sustituido a las conmovedoras dolorosas y a los cristos agónicos, una graciosa imagen de la inmaculada que, envuelta en claras vestiduras, habla a los sentidos de los encantos juveniles, la de un gallardo Jesús de belleza expresiva y humana, cuyos ojos se entornan para mirar a la penitente y cuyas manos alzadas en actitud dramática sobre el corazón, parecen implorar, como los donceles del romanticismo, un poco de piedad para su pesadumbre amorosa.

Se comprende el efecto de esta humanización del culto (llamémoslo así discretamente) entre gentes de gusto refinado y demasiado dichosas de la vida, para ir a interrumpir voluntariamente esa dicha con espectáculos demasiado tristes y devociones demasiado severas. Puesto que las tendencias del siglo difieren de las pasadas y la mujer tiene más educada su sensibilidad estética ¿cómo podría la iglesia, sin peligro para sus intereses, perpetuar la austeridad del rito? En la moderna casa de Dios, las modernas cristianas, le adoran en elegantísimas poses, rezan, flirtean y murmuran a un tiempo. Así la religión resulta cómoda porque el templo se convierte en un centro social.

Lo malo es que de él salen corrientes que perturban toda obra de progreso. No aparece en las cámaras de cualquier país un proyecto tendiente a afirmar las conquistas democráticas, sin que le siga una campaña obstruccionista emprendida por las damas católicas. Los procedimientos que emplean son varios, pero entre ellos, no falta nunca el de la comisión por grupos y eligiendo para formarlos a las más significativas socialmente, ellas recorren casa ricas, domicilios pobres y establecimientos comerciales, apoyándose en la amistad, la limosna o la influencia de cliente rica para pedir la “firmadita” que así dada, por compromiso, llena la hoja del documento, elevado más tarde a los poderes como en la “formidable protesta nacional” ha levantado tanta resistencia.

¡Con qué frecuencia sucede esto en América y cuántas veces se ha conseguido así estacionar cuestiones de verdadera utilidad pública! -Qué hemos de hacerle- suelen decir diputados y ministros – el país no está preparado. Ahí tiene usted tal proyecto que ha levantado tanta resistencia.

Ellas no son, en suma, sino las aludidas listas que copian los diarios católicos y aun algunos independientes, agrandándole frases sentenciosas. “¡Cuidado!” – no hay que caer en los extremos -“¡la opinión es sinceramente religiosa!” – “Hay que gobernar con todo”… con cuya campaña y un poco de presión hacia arriba, en las esferas oficiales, por esas mismas comisiones de damas que visitan al ministro o a la señora del ministro, o a un pariente de una amiga del diputado H, o a la madre del senador Z, queda paralizado el asunto y a salvo por entonces, de todo peligro, el interés clerical.

Las comisiones de damas son, a la iglesia los que los zapadores al ejército: van en la avanzada y cavan en las tierras sociales para hacer más seguros los reductos del clericalismo.

Pero eso sí ¡lo hacen con una distinción! Nada de incorrecciones ni de callejeos de mal gusto: en automóvil y envueltas en pieles o sedas, según las estaciones. La comisión aparte de sus propósitos religiosos ¿no es siempre un motivo para lucir toilettes? Ellas suelen preocupar mucho más que el objeto aparente de defensa católica, que en éste, como en muchos casos no es sino una forma de exhibicionismo femenino.

Si se reglamenta la devoción en lo que afecta a indumentaria y… otras cosas…si se obligase a estas fervorosísimas hijas de Cristo a no oír otra misa que la del alba, a acudir a los templos rebozadas en negros mantos y a figurar en las comisiones con hábitos del Carmen, ¿cuántas resistirían la prueba?

Pero no hay cuidado que se haga. La iglesia sabe bien que las vanidades sostienen el moderno fervor, y es precisamente en esa religión mundana en la que funda ella su inmenso poderío.

Un ejemplo

Entre los numerosos casos de tregua doctrinaria está el de Chile. La patria de grandes y valerosos luchadores, la cuna gloriosa de los Gallo, los Matta y los Balmaceda, ha sufrido y sufre las consecuencias de ese error liberal. Cuando Balmaceda quiere desde el gobierno contener la ola impetuosa del ultramontanismo, comienza contra él ese enconado ataque de alfilerazos constantes que lo maltratan sin reducirle y le acribillan sin que las heridas manen sangre. ¡Lucha terrible en que el insecto roe el pie del gigante y se escuda en su pequeñez misma para evitar el castigo!

Invisibles enemigos van minando el terreno que pisa. Las insidias que le rodean, la hostilidad que siente alrededor de su gobierno sin acertar a conocer quién la provoca; el abonado de los unos, la indiferencia de los otros, esa soledad entre muchos que es la más terrible entre las situaciones humanas, vencen su voluntad de hierro, el fuerte prefiere morir a ser juguete de adversarios incógnitos. Balmaceda se suicida. El clericalismo, por el momento, se ha salvado.

Entonces, tras las agitaciones partidarias, tras la tensión nerviosa en que la opinión ha vivido, surge la tregua doctrinaria y el gobierno de conciliación.

No hace mucho, indignábase la opinión independiente del país al saber que la convención de la juventud conservadora, cerraba contra el profesorado de la escuela oficial, declarándolos incapacitados para el desempeño de sus cargos, por saber que pertenecían muchos de ellos a asociaciones masónicas. Y la asamblea fue más allá. Acordó nombrar una comisión de su seno que se acercase a los poderes para hacer la denuncia y requerir medidas rigurosamente coercitivas. Este hecho hable bien alto del espíritu de intransigencia y delación que acompaña frecuentemente al partidismo católico.

El asunto del Nuncio Apostólico, (Monseñor Sibilia), fue uno de los frutos de esta tregua. Tras de los desahogos populares, soportados por el representante del Papa con la tranquilidad del cazador que ve agitarse inútilmente la pieza segura en el coto, siguiendo las discusiones parlamentarias y esas complicaciones imprevistas. Hubo acusaciones contra el Nuncio, en las cuales aparecía éste como enemigo de Chile en cuestiones con el Perú. Se habló de documentos comprometedores… La opinión seguía el debate ávida de justicia.

Entonces…¡Oh poder de la tregua! Las sesiones se declararon secretas ¿era justo exponer a un primado de la iglesia al desprecio de las multitudes?

Mientras tanto los bienes de las congregaciones se vendían a toda prisa. Era preciso hacer dinero antes que surgieran nuevas complicaciones. Y Monseñor Sibilia sonreía entonces pensando en su vuelta al Vaticano. Tal vez sí recordó el incidente del sombrero perdido en la primera y la significativa recepción que le hizo el pueblo chileno; se diría que este sombrero cuesta a Chile un montón de millones.

Tales son los efectos de la política conciliadora.

Afortunadamente el pueblo chileno, cuyo liberalismo ha escrito tan brillantes páginas en su historia nacional, el mismo que en los primeros años de su independencia supo, en defensa de esta, expulsar del territorio de la República al embajador del vaticano, si por exceso de buena fe cayó en la celada de la tregua, se ha dado ya cuenta del actual peligro y lleva en su alma la cantidad suficiente a prevenirlo, volviendo a recoger, como un escudo, sus proverbiales entusiasmos.

Los jesuitas

La Compañía de Jesús es en América el estado mayor de los ejércitos clericales.

Nacida por el empeño de un soldado avariento de gloria, acogido por el papado como arma de combate contre la Reforma, su historia, como su nombre, acusan lo guerrero de su organización. General se denomina su jefe, soldados de Cristo sus miembros, y ejercicios sus prácticas. Es la alta milicia de la iglesia, de la que solo se dispone para las grandes batallas y las difíciles conquistas. Por eso en América dirige las enormes fuerzas que se extienden desde la Patagonia a Bering.

La guerra de guerrillas es la que preferentemente utiliza; es el club, en el hogar, en el ministerio y en la oficina pública, en el municipio y en los parlamentos, donde la escaramuza obtiene triunfos.

Sus diplomáticos se mueven en los medios sociales. Los compromisos de amistad, los contubernios políticos, las transacciones doctrinarias responden a su insinuante labor.

Atrincherada en sus casas provinciales puestas en comunicación con Roma, ella maneja hábilmente los hilos de una complicadísima trama, determinando posiciones, ordenando el avance o las retiradas prudentes y los asaltos y los armisticios.

Actúa, además, sobre la sociedad como los biólogos sobre los cuerpos. Su análisis minucioso, prolijo, inteligente, va hasta lo más recóndito de nuestra contextura moral. Usa de las pasiones como ciertos ácidos en las reacciones químicas. Baraja el escándalo con la santidad; la devoción con la avaricia; las pasiones indómitas con los delirios místicos, amalgama, en fin, inmoralidades y virtudes para extraer de ese monstruoso conjunto el elixir envenenador de la vida. En esa acción, que opera sobre los sentimientos humanos, reside el secreto de su fuerza sugestionadora.

Pero ¿en dónde se encuentran – argüirán algunos – ese generalato, esa dirección y esa fuerza? Apenas sí conocemos otros jesuitas que los dedicados a la enseñanza.

He ahí, precisamente, en lo que consiste el peligro: en el disfraz de que se revisten y la ductibilidad que para fingirse inofensivos poseen. Cierto que el jesuita conocido está en la escuela, desde donde sirve a la “Compañía” preparando la deformación moral de un pueblo por la del individuo; pero contrariamente a lo que muchos creen, él tiene ya invadido otros muy diversos lugares. Ignacianos que pasan por simples sacerdotes hay en las ricas parroquias, en los cabildos catedrales y aun en los obispados. Ignacianos son los predicadores de moda, los confesores de altas damas y los directores espirituales de las ricas familias católicas…

La metamorfosis es su fuerte; por ella se introducen en todos los círculos e influyen en todas las esferas; azuzan secretamente las revueltas para significarse como pacificadores; alimentan de igual modo las opresiones para mostrarse a los oprimidos como consoladores de sus duelos; llegan hasta a combatirse a sí mismos – claro es que bajo riguroso incógnito para atraer sobre sus personas las simpatías que inspira toda víctima resignada.

Actuando de esta forma lo pueden todo, porque, aparentemente, no intentan ni desean nada. Si tomasen una forma tangible para combatir la libertad, sí lo que hacen bajo antifaz lo practicasen con el semblante descubierto; si – según la frase de Michelet – existiesen, no existirían porque hubieran sido ya rechazados. Por el contrario, no existiendo, existen; porque su acción diseminada en el ambiente, como los infecciosos miasmas, destruyen la salud pública, sin que los pueblos contaminados alcancen a conocer, muchas veces, en qué consiste la salvadora profilaxis.

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Notas

*  Este texto y la selección adjunta de artículos de la autora ha sido realizado especialmente para Polis. Agradezco a Jorge Vergara, editor de la revista Polis, por el aporte a este trabajo. En especial, el descubrimiento del texto del diarioTarapacá, del 26 de febrero1951, que informa sobre la muerte de Belén de Sárraga en Ciudad de México y su paciente corrección de los originales. El apellido de la autora suele escribirse con “Z” en vez de “S”. Este es un error, pues en la primera edición de El clericalismo en América, de 1914, aparece escrito su apellido con “S”.

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