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Ateos de Albacete, uníos

Recientemente la Conferencia Episcopal Española ha emitido un comunicado en el que afirma que insinuar que Dios no existe es "una blasfemia y una ofensa a los que creen". ¡Hombre!, ¡tiene gracia la cosa! Ellos pueden sermonearnos, amonestarnos, advertirnos, enviarnos de un plumazo al infierno, saquear las arcas públicas con sus privilegios fiscales y demás derechos de pernada económicos, invadir los centros educativos con sus dogmas y obligar a los alumnos que no aceptan su catequesis a cursar asignaturas innecesarias o perder solemnemente el tiempo, y, para colmo, pueden rompernos los tímpanos todas las Semanas Santas con sus bandas de cornetas y tambores…, que no pasa nada. Pero nosotros, los incrédulos, no podemos ni utilizar unos discretísimos autobusecitos para invitar a la gente a disfrutar la vida sin hacer caso de esa siniestra amenaza llamada pecado, porque enseguida se nos ofende el clero (no incurriremos en el chiste fácil de que ponen el grito en el cielo, o de que últimamente no se encuentran muy católicos). En fin, quizá tengamos que disculpar a estos santos varones. Después de diecisiete siglos de teocracia debe costar digerir esta cosa tan rara y tan moderna de la democracia. De lo de la blasfemia ni hablamos; eso es jerga privada que a nosotros ni nos va ni nos viene.
Y el caso es que los obispos tienen razones para perder los nervios. Ateos y agnósticos niegan o dudan de la existencia de dioses, demonios, espectros, fantasmas y ectoplasmas de cualquier pelaje. Pero, además, ponen en tela de juicio todo el universo moral que acompaña a tales creencias. Los dioses más comunes suelen ser enfadicas, machistas, violentos. Ninguno de los dioses vigentes ríe. Nunca. Nietzsche decía que no podía creer en un dios que no supiese bailar. Pues bien, los dioses castigan, destruyen, condenan, pero nunca ríen ni, por supuesto, bailan. Es terrible: sólo por nacer ya se peca. Los libros sagrados de las religiones monoteístas contienen más violencia que todos los juegos de videoconsola juntos. Y las mujeres siempre salen perdiendo. En consecuencia, ateos y agnósticos desconfían profundamente de los que se proclaman intérpretes o vicarios de cualquier divinidad. La extensión del pensamiento escéptico resulta, por lo tanto, un peligro para los negocios espirituales de las iglesias, pero, sobre todo, para sus componendas terrenales, y la famosa campaña del autobús ha ayudado a que muchos ciudadanos expongan con desenfado su opción por el pensamiento racional frente al pensamiento mágico. Gracias a dichos autobuses, ateos, agnósticos y librepensadores han conseguido una visibilidad que se les había negado durante siglos. Por cierto, el adjetivo "escéptico" viene de un verbo griego que significa buscar. El escéptico duda, no se conforma y busca una verdad que no siempre alcanza. Pero esa búsqueda le perfecciona como ser humano. Y, al respecto, nos hemos enterado de que en Albacete se está comenzando a organizar una especie de plataforma de ateos locales. Evidentemente, nos parece una excelente idea (tan excelente como el pasado trabajo de la asociación Escuela Laica o el presente de Europa Laica). Esperamos que la iniciativa cuaje. Porque una ciudad moderna y próspera como la nuestra necesita gente ilustrada, que no obstaculice la investigación científica; gente racionalista, que consideren que las fuentes del derecho deben ser la razón y el diálogo, y no ninguna supuesta revelación milenaria; gente autónoma, que no se considere predeterminada por ningún plan divino ni acepte el chantaje de los premios y los castigos en el más allá, y que, por lo tanto, obre de forma libre y responsable; gente alegre, que disfrute de la vida sin renunciar a los placeres intelectuales, pero tampoco a los de los sentidos… Desde luego, si la mencionada plataforma decide poner a rodar un piojo verde similar a los que circulan por Barcelona y Madrid, que avisen: seremos los primeros en rascarnos los bolsillos. No cabe duda de que Albacete es una ciudad madura, abierta y tolerante con todos aquellos que, amparados por la Constitución y por la Declaración de Derechos Humanos, expresan públicamente sus creencias o su incredulidad. Además, aunque dicha panda de herejes discuta la existencia de Dios, mientras no dude de la existencia de la Virgen de los Llanos

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