“El principio de laicidad que defiende la educación francesa quiere dejar claro que debe existir una separación entre el saber y la creencia.”
Este docente ha pasado por diferentes instituciones francesas, dio clase en un instituto en los suburbios de Lyon y fue asesor de François Mitterrand
“Los políticos quieren utilizar la escuela para sus fines, pero los maestros deben ser lúcidos y formar para la libertad”
“Las familias más exigentes quieren que sus hijos estén en escuelas que pueden parecer de izquierdas, pero se convierten en guetos sociológicos que impiden la democratización del colegio”
El pedagogo francés Philippe Meirieu ha estado esta semana en España, invitado por el Colectivo Infancia, para dar varias conferencias sobre democracia y educación. Este docente ha pasado por diferentes instituciones francesas, dio clase en un instituto en los suburbios de Lyon, ha dirigido el Instituto Nacional de Investigación Pedagógica y durante el gobierno de François Mitterrand fue asesor educativo. En una entrevista con eldiario.es reflexiona sobre políticas educativas y docencia.
¿Considera que la educación es una prioridad para las democracias occidentales?
Es una prioridad publicitada, anunciada y que cuenta con un presupuesto muy importante en casi todas las democracias occidentales. Desde el punto presupuestario, sí que es una prioridad. ¿Es también una prioridad para la sociedad? ahí no estoy tan seguro. En este caso, cuando hablo de sociedad me refiero a los padres, a la sociedad civil, al tejido industrial y comercial. Los gobiernos destinan mucho dinero a la enseñanza pero la sociedad no está muy sensibilizada con todos los temas educativos, está más atenta al bienestar de los adultos que a los intereses de los niños.
Está claro que en las democracias occidentales el Estado le dedica un presupuesto muy importante a la educación. Al mismo tiempo, el acceso y el derecho a la educación de forma igualitaria no es realmente una prioridad. Actualmente estamos viendo un aumento de las diferencias entre los colegios que forman a la élite y los que acogen a los alumnos con dificultades. Las democracias actuales se enfrentan a ese problema, aumentan las diferencias entre las clases sociales que siguen el recorrido educativo de forma eficaz y las clases populares en las que el éxito escolar se da rara vez. Es un desafío para las democracias occidentales. Y ese desafío consiste en la introducción de la justicia en el sistema educativo.
¿Cómo se puede introducir esa justicia en el sistema educativo?
No hay muchas posibilidades de hacerlo. Los gobiernos no terminan de demostrar tener el coraje o valor suficiente para poner en marcha aquello que sería necesario, un sistema proporcional en los presupuestos. Aquellos colegios en los que los alumnos están en dificultades y les cuesta más alcanzar el éxito escolar tendrían que tener más medios. En cambio, los colegios prestigiosos, a los que llevan las clases burguesas a sus hijos, recibirían menos dinero.
Los gobiernos están empezando de una forma insuficiente a gestionar esta diferencia creciente entre distintos colegios. De hecho, estamos asistiendo a un movimiento en la mayoría de los países occidentales, que fue anticipado en Estados Unidos, que es la degradación de la escuela pública. Los estados están subvencionando de forma progresiva la educación en las escuelas privadas para favorecer el desarrollo de instituciones que se crean de forma paralela a la enseñanza pública y satisfacer a los padres más exigentes o de clase alta. Estos progenitores quieren que sus hijos estén en escuelas que pueden parecer progres, de izquierdas o alternativas, pero que se terminan convirtiendo también en guetos sociológicos porque no permiten la democratización del colegio.
La democratización requiere una mezcla social, eso también lo determina la arquitectura de la ciudad porque dependiendo de cómo esté creada la sociedad se hará un reparto de alumnos por colegios. También está ligado a otro fenómeno, el entre-soi. Una especie de comunitarismo sociológico, como si solo quisiéramos estar con gente que es como nosotros. Solo se puede conseguir esa democratización cuando hay una mezcla de clases sociales, cuando niños de distintos medios están sentados en los mismos bancos del colegio, trabajando juntos y ayudándose. Para alcanzarla falta que se vea esa voluntad en las políticas educativas de los países de occidente. La OCDE dice en su último informe que la mezcla social de los alumnos en las clases será la bomba de relojería que hará explotar el sistema educativo occidental.
Usted habla sobre la degradación de la escuela pública, ¿por qué lo permiten los estados? ¿hay interés en democratizar la educación?
Creo que sí que existe el interés por parte de muchos gobiernos. El problema es que tendríamos que ir en contra de aspiraciones sociológicas que están muy enraizadas, que no se dan solamente en el sistema escolar. Se da también en la vivienda, la salud o la justicia. Aspiramos a buscar la protección en la comunidad, buscar la proximidad en un mundo que nos resulta individualista. Es como si en lugar de interesarnos por el bien común, queremos una comunidad sociológica e ideológica, una seguridad afectiva y personal en gente que es como nosotros. Haría falta mucho valor político para que los gobierno dijeran de forma clara que la mezcla social es una prioridad.
Se ha acusado a la LOMCE, la ley de enseñanza que está en vigor en nuestro país, de introducir carga ideológica en el currículum. Durante el conflicto político catalán, también los docentes y la escuela han sido criticados y acusados de adoctrinamiento. ¿Cómo se consigue que el sistema educativo no sea un instrumento político y se garantice su independencia?
Creo que todos los gobiernos tienen la tentación de utilizar en su beneficio la influencia que supone el sistema educativo. Es una preocupación constante de los sociólogos desde el sigo XIX. La cuestión no pasa tanto por pedir a los estados que no lo hagan, más bien por conseguir que en la escuela el trabajo pedagógico permita a los alumnos tomar distancia frente al fenómeno de la propaganda. Tenemos que enseñarles a emanciparse, hay que ayudarles a que las cosas conciten su curiosidad y que tengan un espíritu crítico. Se debe trabajar para que se puedan resistir ante las influencias, no solo del gobierno, también de la publicidad, de las teorías del complot o de los radicalismos religiosos.
En definitiva, consiste en formar a los ciudadanos y al final no son los estados los que les forman, son los maestros. Es un tema central de la pedagogía. Obviamente los políticos quieren utilizar los colegios para sus fines, pero los maestros deben ser lúcidos. Es cierto que los gobiernos les pagan su sueldo pero los maestros se deben a la exigencia de formar para la libertad y no dejar que caigan en el adoctrinamiento. Es un desafío en el mundo entero. No solo hablamos de colegios públicos, la formación a la ciudadanía se tendría que dar en las escuelas coránicas, religiosas o en colegios en los que se difunden doctrinas políticas. Por ejemplo, en centros del sudeste asiático donde a los niños se les mete una ideología muy fuerte y a la que no se pueden resistir.
La tasa española de abandono escolar temprano duplica la de la UE y el porcentaje de alumnos repetidores triplica la media de la OCDE. ¿Contribuye la repetición de curso a combatir el fracaso escolar?
El hecho de repetir no garantiza la eficacia escolar, ni tiene un impacto positivo. Solo en algunos casos permite recuperar el retraso. Según los estudios es más beneficioso para las niñas que para los niños. También es más fructuoso para jóvenes que han pasado por situaciones muy particulares, como problemas de salud, familiares o estudiantes que no estaban pasando por un conflicto de gran fracaso escolar y que tenían una base suficiente para continuar. Estadísticamente es complicado que para los alumnos sea beneficioso, en ocho de cada diez casos penaliza al alumno porque aumenta su retraso escolar.
La repetición es un problema que hemos generado para enfrentarnos a dos adversidades. En primer lugar, los países de Occidente no han explorado otros métodos de enseñanza. Solo tenemos las clases de nivel y hay otras propuestas. Por ejemplo, las fórmulas por ciclos de dos o tres años, los alumnos no estarían en una sola clase, estarían en un circuito de tres niveles y habría clases de tres niveles diferentes. Se contaría con distintos métodos de trabajo que nos permitirían que los alumnos fuesen más rápido en algunas disciplinas y más lento en otras. Para este modelo podemos usar como ayuda la figura de estudiantes más mayores. Esto es algo que subestimamos en los países occidentales, no se potencia una ayuda mutua entre los alumnos.
Otro problema por el que existe la posibilidad de repetir no tiene nada que ver con el nivel escolar de los alumnos. Tiene que ver con la autoridad de los maestros. Hay muchas escuelas y muchos profesores que no tienen autoridad frente a sus alumnos y el único poder que tienen es el de la sanción o la amenaza. Amenazando con esta exclusión, diciéndoles que van a repetir si no les hacen caso, es la única forma que tienen de ejercer su autoridad.
Usted estuvo dando clase en un colegio de un suburbio de Lyon, ¿cómo se consigue en entornos difíciles ganarse el respeto de los estudiantes?
Es un problema con estructura de matrioshka rusa. La primera etapa es la relación entre el colegio y la sociedad. Si los progenitores no respetan al colegio, ni al maestro, si el estatus del profesor no es respetado, no facilita las cosas. Actualmente creo que es así, el estatus del docente está degradado.
En segundo lugar está el centro educativo. Dentro de la institución tiene que quedar claro quién ejerce la autoridad sobre los estudiantes. Cuando entran en el espacio de la enseñanza tienen que sentir que están en un entorno dedicado al trabajo colectivo, que hay comportamientos que no son aceptables. Pero en los colegios solo hay una o dos personas encargadas de la disciplina, tendríamos que crear una comunidad de adultos en la que todos tengan competencias sobre este tema. Los adultos no tienen una responsabilidad solidaria del comportamiento de los menores. Por ejemplo, si un profesor ve una pelea en el patio o en el pasillo, aunque no sean sus alumnos ni sea en su clase, el adulto debe intervenir porque pertenece a esa comunidad educativa.
Llegamos al tercer paso, la clase. A muchos profesores no les han han sabido formar para gestionar grupos de adolescentes que pueden llegar a ser difíciles, piensan que gritando a los alumnos van a conseguir calmarles. Al contrario, gritando van a aumentar el estado de excitación del grupo. No se dan cuenta que igual que hablar con los alumnos es importante, hay otros factores como organizar el espacio de la clase, de dar consignas precisas, de saber lo que se dice y ser coherente con el mensaje lanzado.
En España la asignatura de religión cuenta para la nota media de sus estudiantes. ¿Qué papel cree que tendría que tener esta materia en la educación pública?
La religión pertenece al ámbito privado y no al público. Cada uno es libre de creer lo que quiera, pero pertenece a la intimidad. El principio de laicidad que defiende la educación francesa quiere dejar claro que debe existir una separación entre el saber y la creencia. Los conocimientos se transmiten, las creencias, no. Hay unas diferencias entre unos y otros. Las creencias tienden a dividir a los hombres y son las que les han empujado hacia guerras y violencias. En cambio, el saber nos une a todos en la escuela pública. Ese es el principio, la escuela pública no debe de tratar de abolir las creencias, pero deben quedarse en el ámbito privado.
Esto no implica que los colegios deban desconectarse de la educación cívica y moral, porque estas enseñanzas no son ámbitos en los que deban caer solo las religiones. Esa es una trampa en la que hemos caído. La filosofía es muy importante, hay que trabajar en ella como pensamiento, reflexión y plantearse preguntas sencillas. Por ejemplo, ¿cuál es la diferencia entre una prueba y un ejemplo? Así entenderemos por qué el agua de Lourdes no es igual de eficiente que los antibióticos. Comprender esto sirve para iniciarse en el pensamiento filosófico. La escuela no debería meterse en la religión pero sí en la historia de las religiones, que no es para nada lo mismo.