Arahmaiani, una internacional artista indonesia que estuvo amenazada y desterrada por su lucha contra el islamismo radical, enfrenta con su arte y voz el dogmatismo religioso del sudeste asiático
Arahmaiani Feisal viste unos pantalones vaqueros y una camiseta. Nada reseñable si no fuera porque en aquella sala de un hotel de lujo de Bangkok es la única que no lleva chaquetas brillantes, trajes largos, gomina o tacones. Es un cóctel de ART SG, la feria de arte más importante del sudeste asiático. Ella ha venido a presentar una nueva exposición en la ciudad. Lleva décadas recorriendo el planeta y mostrando sus multifacéticas obras en los museos y galerías más destacados del mundo. Se presenta con calidez, sin aspavientos, algo inusual en un entorno donde tantos decoran el cuerpo y la voz. «El extremismo me ha perseguido siempre», afirma con tono moderado. Y ahí empieza una historia.
Una artista indonesia, refugiada política por su arte, que ha vivido años en la calle, con comunidades del Tíbet, con grupos indígenas del sur de Tailandia… Feminista sin etiqueta, dice ella, y luchadora por la libertad, dicen sus actos. Arahmaiani es un ejemplo para entender la lucha entre extremismo religioso y libertad en una parte del mundo llamada a ser clave en los próximos años. La lucha se agudiza. En su patria, Indonesia, se acaba de aprobar a inicios de diciembre una ley que prohíbe el sexo extramarital, la cohabitación entre parejas no casadas o la apostasía, entre otras normas que hacen saltar por los aires derechos adquiridos las últimas décadas.
La imposición de la ‘sharía’
El fantasma del islamismo radical amenaza la estabilidad del sudeste asiático. En las pasadas elecciones celebradas en Malasia, que dejaron un resultado abierto en la composición del Parlamento por el reparto de escaños en tres diversas coaliciones, ha habido un inquietante ganador individual: el Partido Islámico de Malasia (PAS). Un partido ultraconservador que apoya al régimen talibán y que pretende imponer una república islámica en Malasia, ha obtenido 49 de los 73 escaños ganados por su coalición conservadora sobre un total de 222 escaños en juego. En 2018, la misma formación radical había obtenido 18. Ideológicamente, además de querer imponer la sharía, tiene una retórica nacionalista muy marcada que ataca a otros grupos étnicos del país que no son malayos. Especialmente los de descendencia china, que suponen casi un 25% de la población.
Finalmente, el rey de Malasia, ante la fragmentación parlamentaria y la enorme crisis social y política, ha encargado el Gobierno al líder de la coalición progresista —con 82 escaños—, Anwar Ibrahim. El primer ministro es un político que ha pasado tres años en la cárcel, entre 2015 y 2018, acusado de sodomía y corrupción. Su caso, según la mayoría de analistas, estuvo lleno de irregularidades.
Malasia es solo un escenario más donde se reviven las tensiones religiosas en el sudeste asiático. Indonesia, el país con mayor número de musulmanes del mundo, lucha por contener el empuje de un islamismo radical que ha cobrado especial fuerza en provincias como Aceh, al nordeste, donde de facto se practica la sharía y se castiga con latigazos públicos las relaciones homosexuales o a las mujeres que no llevan velo.
Parte de ese islamismo radical encuentra su germen en estudiantes influenciados por el wahabismo(corriente integrista y conservadora musulmana) que aprenden en becas de estudio que les ofrecen países como Arabia Saudí. En todo caso, el brazo político de ese islamismo, el Partido Justicia Próspera, obtuvo en las elecciones de 2019 (¿solo?) el 8,2% de los votos.
En Tailandia, Filipinas, Bangladés, Myanmar, China… hay un reguero de conflictos de diversa intensidad. Los choques culturales emergen dentro de un entorno geográfico que está pasando por un periodo de asentamiento democrático y crecimiento económico desigual. El regreso a ideas autoritarias y dogmatismos religiosos es un reto.
La simbología de un falo o una compresa
Esa lucha necesita emblemas, líderes, y una de ellas es Arahmaiani Feisal, una artista indonesia que sufrió el destierro por sus ideas. Su arte, multidisciplinar y universal, es una provocación visual e intelectual a muchos dogmas sagrados.
PREGUNTA. ¿Por qué tuvo que huir de su país y se convirtió en una especie de refugiada artística?
RESPUESTA. En 1983, fui arrestada por la autoridad militar en Indonesia y luego encarcelada por mi trabajo de performance en la calle. Cuando me soltaron, también me echaron de la escuela de arte. Fui puesta en libertad porque recibí ayuda de alguien que trabaja en la oficina militar y logré que el médico declarara que padecía un problema mental. Pero no podía hacer ninguna actividad, especialmente en áreas públicas.
P. Luego la amenazaron de muerte por dos obras.
R. En 1994, cuando realizaba una exposición individual en Yakarta, recibí una amenaza de muerte del grupo islamista radical porque dos de mis obras de arte, Lingga-Yoni (una pintura con un falo y una vagina, que representa un símbolo de copulación cósmica del hinduismo, con alfabeto hindú y árabe-malayo de fondo) y Etalase (una vitrina en la que hay un buda, el Corán, condones, una Coca-Cola…), se consideraban un tipo de trabajo blasfemo. Aunque traté de explicar la idea detrás de las obras, no quisieron escuchar o no entendieron.
P. Después del 11-S, estuvo también detenida durante horas en el aeropuerto de Los Ángeles porque los agentes no creían que una mujer musulmana pudiera ser una artista que iba a presentar su obra a Canadá. ¿Se siente siempre señalada?
R. Sí, más o menos así. Me siento como un luchadora en solitario.
P. El creciente antioccidentalismo y rechazo al periodo colonial se está convirtiendo en el germen de movimientos nacionalistas que en ocasiones se mezclan con el extremismo religioso. Para alguien como usted, que ha recorrido el mundo con su arte, ¿Occidente entiende a Oriente y viceversa?
R. Creo que el problema, incluso hoy en día, es una especie de brecha cultural entre Oriente y Occidente. Y con la historia colonial, esta brecha se hace aún más amplia. Esto no es algo fácil de explicar dentro del contexto del sistema global, porque el tema de la cultura no es un tema importante. La mayoría de las personas en el este o en el oeste están ocupadas con un estilo de vida que es consumista y materialista. Así que ahí hay similitudes y también hay diferencias, pero hay más gente pobre y menos educada en Oriente.
P. Para el islam radical y los ortodoxos religiosos, usted representa todos los males. Una mujer artista que dibuja falos con letras árabes de fondo, coloca una Coca-Cola y condones junto a una estatua de Buda y el Corán o aparece en una foto rodeada de compresas con un frasco de sangre en el centro y un mensaje que dice «No impidan la fertilidad de la mente». ¿Es una obra así una provocación, un grito de libertad o una simple expresión artística?
R. Seguramente no es una simple expresión artística. Existe un problema serio con respecto a la libertad de pensamiento. El sistema económico global dirige el estilo de vida hacia el consumismo y la codicia, lo que ha convertido cualquier aspecto de la vida en una mercancía en venta. Además, la religión manipula en aras de un mayor poder y ganancias económicas.
P. Su carrera profesional, multifacética y en la que incluso ha trabajado como periodista con columnas de opinión, es también una lucha contra el extremismo religioso en su propia tierra. ¿Los artistas tienen la obligación de luchar por la libertad?
R. Sí, también soy escritora y solía tener una columna de opinión en el periódico Suara Merdeka. Perdí la columna cuando el editor y yo recibimos una amenaza por algo que escribí en 2010. Eso tiene que ver con la historia del desarrollo cultural híbrido-sincrético en el archipiélago. La lucha por la libertad del artista, o de cualquier ciudadano, comenzó durante la época del régimen militar (1966-1998). Tras la caída del régimen militar, hubo un poco más de libertad, pero también desde entonces el movimiento radical islamista se ha visto reforzado. Otro problema hoy es el poder de los oligarcas entre la élite.
P. En Malasia, el Partido Islamista radical, cercano a los talibanes, ganó recientemente 49 de 222 escaños. En Indonesia, su país, todavía existe un islamismo radical que cree que se debe imponer una república islámica. ¿Existe un riesgo real de islamización radical de países como Indonesia, Malasia, Bangladés…?
R. El movimiento del islam radical se está fortaleciendo en las últimas décadas a medida que aumenta su número de seguidores, gracias a la comprensión dogmática de la enseñanza religiosa y la manipulación por parte de aquellos que están obsesionados con el poder. Pero hoy en Indonesia también hay cada vez más personas conscientes, especialmente los jóvenes, de esta situación problemática y sus riesgos. Eso ha hecho que, por ejemplo, las dos organizaciones islámicas más grandes, Nahdathul Ulama y Muhammadiyah, se hayan aliado y se apoyen mutuamente.
P. En muchos países musulmanes, ha sido en el descontento social y la pobreza, junto con un nacionalismo emergente, donde crecieron las ideas radicales. ¿De dónde viene el apoyo a este islamismo radical en el sincretismo cultural y religioso del sudeste asiático?
R. El apoyo proviene principalmente de aquellos que están obsesionados con el poder, ya sean algunos de los llamados líderes religiosos o políticos. Los musulmanes pobres reciben fondos de grupos radicales para sobrevivir.
P. Muchos la etiquetan como feminista por ese grito de libertad que es su propia vida, pero he leído que en alguna ocasión rechaza esa etiqueta por ser un estereotipo simplista. ¿Por qué?
R. Porque quiero referirme y volver a conectarme con la filosofía de la herencia antigua sabia de mis antepasados, que tiene una comprensión más profunda sobre la vida y la relación y la posición igualitaria entre hombres y mujeres en particular. El principio de equilibrio entre la energía femenina y la masculina no se está simplificando y simplemente se está convirtiendo en un sistema de oposición binaria y una forma de pensar que carece de comprensión espiritual y conectividad. En realidad, todo en la naturaleza está conectado, aunque parezca diferente o incluso opuesto. Yo trato de reinterpretar esta filosofía y principio dentro del contexto moderno de hoy.
P. ¿Ser feminista en un país musulmán es diferente a ser feminista en un país occidental?
R. Creo que sí. En Occidente, la lucha de la mujer por la igualdad se ha desarrollado bien y es aceptada y respetada por los ciudadanos. Mientras que en los países musulmanes en general sigue siendo un gran desafío. Pero seguramente no puedo generalizar, porque en algunos países musulmanes hoy en día hay cierta apertura para que las mujeres decidan qué tipo de vestido quieren usar, por ejemplo.
Arahmaiani Feisal viste unos pantalones vaqueros y una camiseta. Nada reseñable si no fuera porque en aquella sala de un hotel de lujo de Bangkok es la única que no lleva chaquetas brillantes, trajes largos, gomina o tacones. Es un cóctel de ART SG, la feria de arte más importante del sudeste asiático. Ella ha venido a presentar una nueva exposición en la ciudad. Lleva décadas recorriendo el planeta y mostrando sus multifacéticas obras en los museos y galerías más destacados del mundo. Se presenta con calidez, sin aspavientos, algo inusual en un entorno donde tantos decoran el cuerpo y la voz. «El extremismo me ha perseguido siempre», afirma con tono moderado. Y ahí empieza una historia.