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El dictador Francisco Franco durante la Semana Santa.

Así se apropió la dictadura franquista de las Fallas, la Virgen del Rocío o los Sanfermines

El libro colectivo ‘El franquismo se fue de fiesta. Ritos festivos y cultura popular durante la dictadura’, coordinado por Claudio Hernández Burgos y César Rina Simón, aborda el impacto de la dictadura en las fiestas populares

La dictadura del general Francisco Franco transformó los ritos festivos y la cultura popular para consolidar el régimen, un aspecto que la historiografía española ha dejado de lado hasta hace bien poco. Una línea de investigación novedosa e interdisciplinar que aporta las claves para entender la influencia del franquismo en las fiestas populares españolas incluso hasta hoy en día. “Un estudio cultural aporta fundamentalmente la visión de cuestiones que se ven de forma intangible, como las emociones, los sentimientos, los miedos y lo simbólico en general”, explica a elDiario.es Claudio Hernández Burgos, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada y coordinador junto con César Rina Simón de El franquismo se fue de fiesta. Ritos festivos y cultura popular durante la dictadura (Publicacions de la Universitat de València, 2022). Se trata de una “movilización emocional para legitimar ideologías”, añade Gil-Manuel Hernández, profesor de Sociología de la Universitat de València y coautor de la obra.

El libro repasa la huella del franquismo a partir de la victoria en la Guerra Civil en fiestas populares como la Semana Santa andaluza, la Virgen del Rocío, las Fallas o los Sanfermines, entre otras. Desde la posguerra hasta la turistificación de la década de 1960, el régimen usó las celebraciones populares para legitimarse también en el exterior.

Las hermandades de la Semana Santa en Andalucía fueron trufadas de adictos al régimen e incluso se fundó alguna en torno a imágenes mutiladas. Una de ellas, la del Cristo de los Milagros, procesionó a hombros de militares durante toda la dictadura e incluso en 1976 llevó en su paso el bastón de mando de Franco. “Durante los años de la Guerra Civil y de la posguerra, se hace una identificación entre la Semana Santa y la victoria franquista”, señala el historiador Claudio Hernández Burgos.

El general Francisco Franco durante la Semana Santa.

Con la coincidencia temporal del final de la contienda, se vende la imagen del “calvario por una parte y de la resurrección el 1 de abril de 1939, una retórica expiatoria muy del gusto del franquismo”, añade. El arraigo popular de la Semana Santa andaluza sirve al régimen “para atraer capas de la población y dotarlas de contenido franquista”. Tras la inmediata posguerra, al igual que en otras fiestas como las Fallas en Valencia, la dictadura aflora la idea del “regionalismo bien entendido y sano que no combate la identidad nacional española sino que la complementa”.

La Virgen del Rocío

José Carlos Mancha Castro, profesor del departamento de Historia, Geografía y Antropología de la Universidad de Huelva, ha analizado en el libro la influencia del franquismo en la Virgen del Rocío, en cuyo traslado en agosto de 1939 se exalta la victoria del bando sublevado como resultado de su decisiva protección divina, un “mito sobre el que el aparato local del régimen comenzaría a forjar su legitimidad sagrada”, escribe. “Empezó a imponerse el saludo a la romana en la salida y en la recogida del paso de la virgen y las oligarquías siguieron controlando el ritual”, explica por teléfono José Carlos Mancha. La celebración fue transformándose en un “ritual de acción de gracias al régimen político que venía a restaurar los imaginarios nacionalcatólicos”, agrega.

Sin embargo, como en muchas otras fiestas populares, la ortodoxia del régimen convivía con el desparrame jaranero: “El consumo de todo tipo de drogas y de alcohol y las conductas de carácter más liberador se seguían sucediendo, algo que la Iglesia y el régimen intentaban ocultar”. El aumento de peregrinos, en paralelo al “proceso de instrumentalización” de las hermandades, propició un incremento de la asistencia de peregrinos, de los 25.000 en la década de 1940 a los 40.000 en 1951.

“Las políticas de turistificación del Rocío”, en paralelo a la declaración de fiestas de interés turístico por el ministro Manuel Fraga, “van enfocadas a un proceso de construcción nacional. El franquismo tiene que construir una identidad nacional unitaria con una imagen de un modelo específico ideológico de fiestas populares en el que se imbrica lo que entendía el nacionalcatolicismo que era España”, apostilla José Carlos Mancha Castro.

Las Fallas de Valencia

La dictadura también moduló a su gusto la fiesta más señera de Valencia. Sólo el 12,25% de los falleros registrados en 1937 continuaba en los censos oficiales de 1943, una “auténtica limpieza política-ideológica de las bases de la fiesta por parte del nuevo régimen”, según el sociólogo Gil-Manuel Hernández, máximo especialista en la transformación de las Fallas. El sociólogo, director del Museu Faller, analiza la creación en 1942 de la falla semioficial de la céntrica plaza del Caudillo (actual plaza del Ayuntamiento), transformada en un selecto club de la clase alta valenciana y, tres años más tarde, coincidiendo con el volantazo nacionalcatólico tras el final de la Segunda Guerra Mundial, de la ofrenda floral a la Virgen de los Desamparados.

Recepción a la hija del dictador en la Capitanía General de Valencia en diciembre de 1946.

“Conforme avanza cada etapa, el franquismo va adaptando el discurso del ritual festivo a sus intereses y llama la atención el énfasis nacionalcatólico”, explica Gil-Manuel Hernández, quien destaca la conversión de las Fallas en una fiesta con fuertes connotaciones religiosas en contraste con la trayectoria histórica anterior a la Guerra Civil. 

Con la creación de la Junta Central Fallera en noviembre de 1939, aparece en la ciudad un auténtico poder en la sombra y un “organismo de nuevo cuño para un ritual de masas y con la misión de disciplinar el mundo fallero, también al gremio de artistas, que en la República se había demostrado de izquierdas”. “Es significativo que en la Transición esa institución no fuera abolida”, apunta el sociólogo. La Junta Central Fallera ejerció también de mecanismo censor del diseño de los monumentos (en 1957, un 93,7% de las fallas fueron censuradas, recuerda el autor). Así, una fiesta de “raíz carnavalesca” fue podada a fondo hasta que se explota todo su potencial turístico, cuando la censura se reduce pero aparece la autocensura convirtiendo la fiesta en unas “fallas blancas, poco agresivas, que no molestan y más formales de contenido, como consecuencia del franquismo psíquico”.

Los Sanfermines

Francisco Javier Capístegui, profesor de la Universidad de Navarra, analiza la llamativa apropiación del escritor Ernest Hemingway y de su relato sobre los Sanfermines en su celebrada obra Fiesta por parte del régimen franquista. “Es una jugada económica y publicitaria de legitimación del régimen en torno a los 25 años de paz y una apuesta decidida por impulsar las fiestas”, explica Capístegui en plena resaca de los Sanfermines.

Mary Hemingway, viuda del escritor, viajó a Pamplona en 1967 para entrevistarse con el alcalde, que había propuesto darle el nombre de una calle al novelista y colocar un busto, acompañada de altos funcionarios del Ministerio de Información y Turismo. Incluso almorzó en Madrid con el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, artífice de la campaña propagandística de los 25 años de paz.

Pocos años antes, la dictadura había puesto en marcha la declaración de fiestas de interés turístico “mediante una ley cuyo objetivo más claro era la centralización y control” de las celebraciones populares, escribe el autor. La primera relación de fiestas incluía tanto los Sanfermines como el Misteri d’Elx, las Fallas, las Fiestas del Pilar o el Rocío, entre otras. Comienza así la “construcción de parques temáticos”, según Capístegui.

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