Denuncian un sistema de inteligencia interno montado para manejar a sus integrantes; la defensa de la Obra
La noticia fue un cimbronazo, pero amenaza con ser solo el inicio de una crisis con múltiples frentes que golpea a una de las organizaciones más poderosas de la Iglesia. En agosto de este año, el papa Francisco cercenó el poder y la independencia del Opus Dei mediante una norma que, además, degradó el estatus de su líder. La novedad sacudió al ambiente eclesiástico. Detrás de esa decisión, en apariencia administrativa, se vislumbran problemas más de fondo que impactan la esencia misma de una institución a la que cada vez le cuesta más reclutar y retener aspirantes. La Obra, como también se conoce al Opus Dei, enfrenta en la Argentina acusaciones de abuso de poder que la institución habría ejercido sobre sus propios miembros, incluyendo la manipulación psicológica y la facilitación de antidepresivos y otras drogas recetadas por un profesional de la organización. Los 19 exmiembros –numerarios, numerarias, supernumerarios y numerarias auxiliares, las diferentes categorías de pertenencia– que se animaron a hablar de la Obra frente a LA NACION, describen un sistema de inteligencia interno montado para manejar a sus integrantes. Este mecanismo se sustenta en la figura de los directores espirituales, que ejercen una tutoría sobre sus pares de menor rango. Según los testimonios, además de orientar, los directores espirituales vuelcan la información íntima que recogen en sus charlas en fichas secretas que elaboran de cada miembro. Los entrevistados coincidieron en la descripción del proceso de quiebre y manipulación al que se vieron sometidos cuando entraron en crisis con lo que ahora consideran un modelo de vida opresivo. Ya dejaron el Opus Dei, pero dicen que la mayoría de las prácticas siguen vigentes. Dos exnumerarios, tres exnumerarias y siete exnumerarias auxiliares accedieron a difundir su nombre. El resto de los exintegrantes de la Obra consultados pidieron resguardarlo. Muchos de ellos reconstruyeron su vida fuera del Opus Dei y prefieren no exponer su pasado. La secuencia de quiebre, psiquiatra de la Obra, drogas que adormecen y manipulación de conciencia es muy similar en todos los casos.
“Yo fui uno de los procesados por esa trituradora psicológica”
Manuel Izquierdo Brown
“Yo fui uno de los procesados por esa trituradora psicológica”, dice Manuel Izquierdo Brown a LA NACION, desde Bruselas, donde vive. Izquierdo Brown es porteño, tiene 46 años, una mujer belga, Laurence, y dos hijos, pero durante diez años –entre 1993 y 2003– fue numerario del Opus Dei. Marcelo Possidente, numerario y responsable de los alrededor de 900 hombres que viven en celibato dentro de la Obra en la Argentina, Paraguay y Uruguay, fue el encargado de responder las acusaciones. En una entrevista con LA NACION explicó que las salidas traumáticas y con denuncias de abusos psicológicos de exmiembros representan un “fracaso” para el Opus Dei. “Somos conscientes de que hay experiencias malas y traumáticas y nos causa mucho dolor. Pero no es algo sistemático ni general. Incluso me animaría a decir que no es algo mayoritario”, dijo. –¿Consideran que son casos puntuales? ¿O hay algo en la propia dinámica de la organización que genera estas salidas traumáticas? –Pienso que son casos puntuales. De todos modos, hacemos autocrítica. Nos gustaría conocer los testimonios de estas personas para mejorar. Pueden tener que ver con errores puntuales, humanos, que los hubo y los sigue habiendo. No somos un club de santos, sino de personas que buscan a diario convertirse. El Opus Dei fue fundado en 1928 por Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote español canonizado durante el papado de Juan Pablo II. Los numerarios y las numerarias son la pieza central de la Obra, la que los distingue de otras organizaciones religiosas. Viven con compromisos de castidad, pobreza y obediencia en residencias del Opus Dei, pero la idea es que, por sus profesiones, estén insertos en la sociedad. Desde ese lugar, cumplen su tarea evangélica difundiendo la prédica de la Iglesia. Muchos se desempeñan en cuestiones internas de la Obra y algunos, en las organizaciones que fundó y administra. La más importante es la Universidad Austral, con sede central en Pilar, de la que dependen el Hospital Universitario y el IAE, la escuela de negocios. Son instituciones de mucho renombre y responden al estándar de excelencia que atraviesa las acciones del Opus Dei. Las acusaciones contra la institución no abarcan a la totalidad de sus miembros. La Obra mantiene fieles que la defienden y están convencidos de su accionar y su prédica. Incluso muchos de los que se fueron lo hicieron con procesos sin conflicto. Sin embargo, las rupturas traumáticas son significativas, aunque, al momento, no incluyen denuncias judiciales.
El Cudes, en Recoleta, es la principal residencia de los numerarios; en Conde 1620, Belgrano, y en Sanchez de Bustamante 1220, Barrio Norte, funcionan dos de las sedes de las numerarias y numerarias auxiliares
“El sistema tan estricto de control de voluntades es bueno para generar instituciones de prestigio, pero malo para el desarrollo de las personas. En el Opus Dei hay gente buenísima, convencida, que hace cosas fantásticas, pero también hacen mucho daño. Hay mucho fanatismo. Hacen mal creyendo que es lo que Dios quiere”, afirma Izquierdo Brown. Él mismo, siendo parte de la institución, admite que “hizo mal a otros”. Dolores Castaños tiene 54 años, tres hijos y un pasado de numeraria. Entró a los 14 años y se fue a los 27. Se crió en San Isidro, en una familia muy ligada al Opus Dei –sus padres son supernumerarios y estudió en el Buen Ayre, el colegio de la Obra para mujeres–, pero hoy vive en Ohio, Estados Unidos, y coincide con Izquierdo Brown. “No creo que haya malicia, pero la gente del Opus Dei está con el cerebro tan lavado que ni siquiera se da cuenta del daño que está haciendo”, dice. Ella misma, agrega, debería pedir disculpas por algunas de las cosas que hizo siendo numeraria. “Explotan personas, las tratan como si fueran objetos y las ponen al servicio de la institución, las deshumanizan”, señala. Gabriela Petrone entró a la Obra a los 14 y se fue a los 29. Tiene 56 años y vive en San Isidro con su marido, un exnumerario, y sus cinco hijos. “El Opus Dei es un monstruo de mil cabezas que se dedica al lavado de cerebro puro y duro. Es una milicia en la que hay que obedecer o marcharse”, acusa. Los numerarios son egresados universitarios y trabajan en su profesión, pero entregan sus salarios a la institución y reciben dinero para sus gastos. Ingresan muy jóvenes al Opus Dei –en la jerga se llama “pitar” al acto de pedir la admisión– y llevan una vida de mucho sacrificio. Castaños y Petrone ingresaron a los 14. Izquierdo Brown, a los 17. “Son las 5.45 A.M. El sonido del teléfono despertador me llega desde el pasillo del cuarto piso. Abandono mi cama de un salto y voy derecho con mi boca al piso. Beso el suelo, digo ‘Serviam [serviré, en latín] y ofrezco mi día a Dios”, así narra lo que era el inicio de su jornada una exnumeraria. El resto del día estaba igual de regimentado y la idea, explica un exnumerario, era replicar el concepto de vida monacal, pero aplicado a personas integradas en la sociedad.
“No creo que haya malicia, pero la gente del Opus Dei está con el cerebro tan lavado que ni siquiera se da cuenta del daño que está haciendo”
Dolores Castaños
Con el correr de los años, muchos de los miembros del Opus Dei consultados entraron en crisis con el compromiso asumido en su juventud. La causa de este quiebre, indica un exmiembro, es la esencia misma de la Obra. Las exigencias y normas de la organización interna que recaen sobre los numerarios y las numerarias son similares a las de un fraile o una monja, pero no se asumen como tales porque la idea es que se inserten en la sociedad y desde ese lugar evangelicen. “Te insisten con que sos laico y convivís con otros laicos en tu trabajo, pero tenés el régimen de un fraile. Esa contradicción te tensiona, te convierte en un ser raro”, dice un exintegrante que prefirió no revelar su nombre. Esa tensión, y las exigencias que la organización pone sobre las personas para que no se aparten del camino señalado, es la que, en muchos casos, termina generando el quiebre. Según los entrevistados por LA NACION, la respuesta de la institución fue calcada. Los mandaron a un psiquiatra perteneciente a la Obra que los medicó con antidepresivos y ansiolíticos, les restringieron aún más el contacto con familiares, les advirtieron sobre lo infelices que serían si decidían irse y a algunos los terminaron aislando en centros apartados. “Los veías en los pasillos, caminando como zombis por la medicación”, dice un exmiembro del Opus Dei. “Eran juguetes rotos”, coincide Izquierdo Brown. Él estuvo cerca de convertirse en uno de ellos, pero se escapó a tiempo. Según Izquierdo Brown, cuando entró en crisis con su vocación de numerario lo mandaron a un psiquiatra. “Siempre es alguien de confianza total de ellos y tu director espiritual está sentado a tu lado en las devoluciones», afirma. El psiquiatra lo diagnosticó como maníaco depresivo y le dijo que tenía trastorno de déficit de atención. Le recetó Ritalina y Valcote. Como las drogas no solucionaron el problema, le subieron la dosis. “Las drogas me dejaban calmo y con poca energía. Me quedaba dormido en el colectivo y babeaba el saco”, recuerda. Luego de un largo proceso de amenazas, un viaje para estudiar en España que se frustró cuando confesó que había besado a una compañera de trabajo, Izquierdo Brown logró juntar el valor para llamar a su padre e irse del Opus Dei. “Me enfermé y empecé a bajar de peso”, relata Castaños sobre su proceso de quiebre. Como en el resto de los casos, fue a una psiquiatra y una psicóloga, que también eran numerarias y que le fueron asignadas por la Obra. Le dijeron que estaba deprimida y le dieron un cocktail de pastillas. Cuando se lo contó, su madre reaccionó indignada, pero Castaños le pidió que no se enfrentase a las autoridades de la residencia donde vivía. En su caso, fue la propia psiquiatra la que la ayudó a salir. “Iba cruzando la avenida 9 de Julio después de una sesión y, cuando llegué del otro lado, me di cuenta de que me tenía que ir del Opus Dei para recuperar la salud mental”, recuerda. Dice que desde la Obra la trataron de disuadir, advirtiéndole que tendría una vida miserable fuera de la institución, pero que logró mudarse a lo de sus padres y a los pocos meses se fue de vacaciones con su hermana y su cuñado. Rodeada de las montañas de Bariloche, comenzó a dejar las drogas que le habían recetado y empezó a recomponer su vida. La única noticia que recibió de su antigua residencia del Opus Dei fue una llamada de la secretaria reclamándole que tenía que pagar el exceso de gastos de mensualidad que había significado la compra de sus medicamentos. “Todavía lo debo”, se ríe desde Ohio. Petrone también tuvo una mala experiencia cuando entró en crisis. “Fui a una médica del Opus Dei, acompañada por mi directora espiritual. Me recetó unas drogas que me dejaban dormida, sin fuerzas”, señala. Desde el Opus Dei dicen que el proceso de ingreso es largo y siempre consensuado. “Dura por lo menos cinco años”, explican. La salida, argumentan, es fácil. Basta con una carta a la máxima autoridad. “El Opus Dei como tal nunca impone su voluntad”, afirmó una autoridad que prefirió mantenerse en el anonimato. En Opuslibros, un sitio en internet muy consultado que recoge críticas contra la organización, fundado por una exnumeraria española, hay decenas de relatos de salidas traumáticas. “En el Opus Dei llega un momento en que tenés problemas físicos o mentales”, dice Castaños. Eso se debe, considera, al “estado de esquizofrenia existencial” en el que viven numerarios y numerarias. “Hablás de libertad, pero tenés que pedir permiso para tomar un café. Hablás de la importancia de la amistad, pero tus amistades están supeditadas al objetivo de reclutar miembros del Opus Dei”, describe. Jacinto Choza es un filósofo español, catedrático de la Universidad de Sevilla, profesor honorario de la Universidad del Salvador, en Buenos Aires, y autor de decenas de libros y ensayos sobre filosofía, antropología y evolución del cristianismo. También tiene un largo pasado en el Opus Dei. Hoy tiene 77 años y es muy crítico de la Obra, pero durante más de tres décadas, entre sus 18 y sus 52 años, fue numerario. Él también ve la tensión entre lo que debe ser un numerario y lo que de verdad siente o piensa. Choza considera que eso genera una escisión en la personalidad que termina haciendo daño y generando “gente de plástico”. “Son personalidades ortopédicas, con sonrisa ortopédica y cara de asentimiento ortopédica. Personalidades troqueladas y talladas por un rígido sistema de normas internas”, considera. El Opus Dei, sigue Choza, es una institución voraz: “Consume casi el 100% del tiempo y la energía de sus miembros. Las congregaciones religiosas no son ni la mitad de voraces que el Opus Dei”. Por sus métodos, la Obra, dice, “está dentro de la categoría de secta”. Petrone y Castaños están de acuerdo con esa clasificación.
El Opus Dei fue fundado en 1928 por Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote español canonizado durante el papado de Juan Pablo II
Las secuencias de quiebre y reacción de la institución coinciden con lo que narraron siete exnumerarias auxiliares en una nota publicada por LA NACION en mayo de 2021. Son parte de un grupo de 43 mujeres de origen humilde que acusan al Opus Dei de haberlas hecho trabajar gratis durante años como empleadas domésticas. La denuncia de las exnumerarias auxiliares luego se reprodujo en decenas de medios extranjeros, incluyendo The Washington Post. Las 43 mujeres no presentaron una demanda en la Justicia. “Preferimos que sea la misma Iglesia la que aborde esto. Por eso, aún no hicimos una presentación judicial”, explica Sebastián Sal, su abogado, que también es un exnumerario distanciado de la institución. Sí llevaron el caso ante el Vaticano. El 7 de septiembre de 2021 la denuncia de 30 páginas se presentó ante el Tribunal para la Doctrina de la Fe. Luego de la nota de LA NACION, Un grupo de exnumerarias, entre los que está Petrone, publicó un video respaldando los reclamos de las 43 mujeres. “Lo que ellas dicen es cierto. Las traían de las familias pobres para ser la mano de obra gratis del Opus Dei”, afirma una de ellas. Petrone asegura que durante muchos años tuvo miedo a las posibles represalias que, acusa, toma la organización contra los que los denuncian, pero que el testimonio de las exnumerarias auxiliares la impulsó a hablar. “Ellas hicieron una movida ejemplificadora para todas”, considera.
“El Opus Dei es un monstruo de mil cabezas que se dedica al lavado de cerebro puro y duro”
Gabriela Petrone
¿Cuánto influyó la denuncia publicada por LA NACION en la degradación del Opus Dei decretada por el papa Francisco? Establecer una relación de causalidad es difícil, pero la secuencia de hechos es llamativa. La noticia se publicó en mayo del año pasado y la norma del Papa salió en agosto de este año. Quince meses es muy poco en la eternidad de los tiempos que maneja el Vaticano. “El Papa dio un aviso importante al Opus Dei haciéndole ver que no está de brazos cruzados. Ha aprovechado el revuelo de las auxiliares para mandarle un mensaje a la Obra”, sostuvo en diálogo con LA NACION Agustina López de los Mozos, la exnumeraria que dirige Opuslibros. En el entreverado lenguaje eclesial, el motu proprio “Ad charisma tuendum” (Para tutelar el carisma), la normativa de Francisco en relación con el Opus Dei, establece varios asuntos que degradan su categoría. Uno de ellos es que desde ahora responderá al Dicasterio del Clero y no al de los Obispos, como hacía antes. Esto implica una pérdida de poder. Además, su líder no será distinguido con el cargo de obispo, ni podrá ostentar el anillo ni las vestiduras episcopales.
Otra de las prácticas cuestionadas del Opus Dei son las mortificaciones corporales. Hay dos sistemas, el cilicio y la disciplina, utilizados por todos los numerarios y las numerarias. El cilicio es una especie de collar de alambre con las puntas para adentro que se usa apretado sobre el muslo para generar malestar. Cuanto más apretado, mayor es el dolor. Izquierdo Brown lo usaba unas dos horas diarias, mientras estudiaba. La disciplina es un látigo de varias puntas que terminan en nudo. Izquierdo Brown, igual que el resto de los numerarios, se flagelaba en los glúteos una vez por semana. Lo hacía durante el tiempo que duraba una oración. Cada persona elegía cuál. Algunos abnegados recitaban una Salve Regina. Izquierdo Brown se conformaba con un Ave María. Con el tiempo se formaba un callo en la zona lastimada. A veces, las heridas autoinfligidas sangraban. Las mortificaciones incluían también dormir una vez por semana en el suelo, sin colchón. Según los testimonios recogidos, las numerarias dormían siempre en tablas de madera. Esta práctica es discreta –por eso los azotes son en las nalgas y no en la espalda, así nadie las ve– y su sentido es trabajar la voluntad, dominar el cuerpo e identificarse con los sufrimientos de Jesús en la cruz. El control también incluía los consumos culturales. Los diarios y las revistas impresas llegaban recortados a las residencias, si tenían alguna foto considerada inconveniente. También se censuraban cartas personales, libros, programas de televisión y películas. La crisis se da en tiempos de retracción para el Opus Dei. La rama argentina de la organización tiene muchas deserciones y cada vez le cuesta más reclutar vocaciones. Según las cifras de la propia Obra, en el país tienen 5500 miembros en total. El 15 por ciento son numerarios y numerarias. Possidente, el vocero que eligió el Opus Dei para responder las acusaciones, admite la merma. En 1993, cuando ingresó a sus dos años de formación como miembro del Opus Dei en el Cudes, el Centro de Estudios que la organización tiene en la calle Vicente López, en Recoleta, compartía el curso con unos 30 aspirantes. En el curso de este año hay siete aspirantes. “Tiene que ver con la dificultad para entender el compromiso definitivo. Es muy comparable a lo que ocurre con el matrimonio”, argumenta. En su página web, el Cudes se promociona como una residencia universitaria. En ningún momento aclara que pertenece al Opus Dei. La falta de transparencia sobre el vínculo con las diferentes organizaciones es una constante de la Obra. Sal, el abogado que representa a las exnumerarias auxiliares, detectó 17 sociedades detrás de las diversas instituciones que maneja. Según el abogado, es una manera de blindar el patrimonio del Opus Dei. El otro punto crítico son las donaciones. Todos los exnumerarios y las exnumerarias consultados dicen que jamás obtuvieron un recibo a cambio de los sueldos que entregaban todos los meses. Una de ellas, perteneciente a una familia de mucho dinero, asegura que la instaron a hacer un testamento a nombre del Opus Dei. “Vino una contadora a explicarnos de qué se trataba el trámite”, señala. Según un exmiembro, todos los numerarios y agregados están obligados a hacer un testamento en favor de la institución. Los supernumerarios, que están casados y viven con su familia, por lo general numerosa, también donan. La recomendación es que su aporte mensual sea el equivalente a lo que sería tener un hijo más. “El Opus Dei es una institución que vive del aporte de sus miembros. No hay registro formal de lo que llamamos una aportación. Además, la mayoría de los donantes prefiere mantenerse en el anonimato”, dice Possidente.
La figura de los directores espirituales, que son consejeros de mayor antigüedad o jerarquía asignados para el seguimiento de cada uno de los miembros del Opus Dei, también es un punto crítico. Los entrevistados señalan que son una pieza clave en el control de las voluntades. Las conversaciones con el director espiritual se suelen dar una vez por semana –se llama “hacer la charla”– con la idea de que haya una sinceridad brutal en la información que el numerario o la numeraria brinda, incluyendo detalles muy íntimos de flaquezas de carácter o espirituales. El intercambio es similar a la confesión, pero, como el director espiritual no es un sacerdote, se supone que no está obligado a mantener el secreto de confesión. Muchos de los consultados, sin embargo, consideran que, aunque no hay un secreto de confesión, la ley canónica y el sentido común sí obligan a mantener la confidencialidad de lo que allí se habla. Según los testimonios, ocurre todo lo contrario: el director espiritual elabora una ficha íntima de su dirigido, que queda archivada. “Hacíamos informes de la vida interior, espiritual y el perfil psicológico de las personas a nuestro cargo. Las directoras de los centros accedían a los informes y los utilizaban para orientar la conducta de la persona de acuerdo con los intereses de la Obra”, admite Castaños. Según uno de los exnumerarios consultados por LA NACION, había un sistema muy aceitado para elaborar los informes, con códigos que identificaban a la persona y a sus diferentes debilidades, y un archivo de acceso restringido.
“Ha habido una evolución en ese tema –dice Possidente sobre los directores espirituales–. Hoy se respeta mucho el ámbito de la dirección espiritual. Utilizamos la información necesaria, al estilo de la que maneja el departamento de recursos humanos de una empresa. Es información de conductas observables, externas. Y si hay algo interno que te comentan en el contexto de la dirección espiritual, se busca el consentimiento explícito de la persona antes de informarlo”. El futuro del Opus Dei es incierto. Por pedido del Papa, en pocos meses se reformarán los estatutos. De esa reforma dependerá que lleguen a festejar con cierto optimismo el 2 de octubre de 2028, cuando se cumplan los 100 años de su fundación.