La apertura de algunos archivos de la Iglesia Católica sobre el período 1976/83 es un nuevo intento por exhibir bajo mejor luz su conducta durante la dictadura. La omisión y mutilación de textos es la técnica que Primatesta y Aramburu usaron en 1982 y Bergoglio en 2006 y que se repite ahora.
Ni las gestiones privadas por algunas víctimas ni las partidas de bautismo entregadas equilibran el apoyo público a la masacre. De nuevo, los demonios de la reconciliación, sin reconocer ni detestar nada.
El presidente de la Iglesia Católica argentina, José María Arancedo, vaticinó que con la apertura parcial de archivos aparecerán más luces que sombras en la conducta episcopal durante la última dictadura, y el vicepresidente Mario Poli reveló que el objetivo es “la reconciliación”. Arancedo agregó que la apertura fue iniciada por el propio Jorge Bergoglio como presidente de la Conferencia episcopal cuando decidió publicar el libro Iglesia y Democracia. En esa obra, de 2006, se afirma: “No debemos tener miedo a la verdad de los documentos”, una expresión gemela a la que empleó Poli ahora: “No le tenemos miedo a los archivos, que contienen la verdad de la historia”. El antecedente no es alentador, porque aquel libro, que según Bergoglio se proponía “primerear” a los organismos defensores de los Derechos Humanos al cumplirse tres décadas del golpe de 1976, ignoró textos fundamentales, mutiló otros en los que los obispos comunicaban su adhesión a la dictadura y encomiaban la “imagen buena de las supremas autoridades”; organizó todo el material en orden cronológico sin indicar qué piezas fueron públicas y cuáles secretas y sólo resumió en pocas líneas los encuentros de camaradería entre eclesiásticos y militares. Poli agregó que “no está ausente el mea culpa y el pedido de perdón por lo que no se hizo”, lo cual reitera que los prelados mantienen una extraordinaria autoindulgencia. En 2014 Arancedo grabó el spot “La fe mueve hacia la verdad”, en el que se limitó a pedir que informen lo que sepan quienes tienen datos sobre entierros clandestinos o robo de bebés, como si la Iglesia Católica fuera un tercero neutral que observa los hechos y exhorta a los responsables. Ya hace cinco siglos, en el Concilio de Trento, fijó las condiciones de la reconciliación la penitencia o el perdón, que es uno de sus sacramentos: el reconocimiento de los yerros, su detestación y la búsqueda de posibles caminos de reparación. Lo que le sigue costando es llevarlas a la práctica cuando se trata de yerros, o crímenes, de alguno de sus jerarcas, porque no parecen arrepentidos. Eso es muy humano. En los hechos, a nada le temen más que a la verdad. De ahí la constante hipocresía de sus manifestaciones, un tributo que el vicio rinde a la virtud, según la definición del Marqués de Sade.
Demonios
El año pasado, cuando las dirigentes de Familiares de Detenidos Desaparecidos Angela Boitano y Dora Salas insistieron con la apertura de archivos vaticanos, el Papa las remitió al monseñor de la Secretaría de Estado Giuseppe Laterza. El encuentro comenzó muy mal, cuando Laterza dijo que era hora de dar vuelta la página y reconciliarse. Primero adujo que el Vaticano no tenía mucha información, sólo las denuncias de los propios familiares. Boitano le explicó la utilidad de esos documentos para armar un rompecabezas, y Laterza pasó al otro extremo: tenían demasiada información y escaso personal para ordenarlo y digitalizarlo. Cuando de los archivos pasaron al pedido de autocrítica, Laterza mencionó al ex nuncio Pio Laghi, de quien algunos hablan mal y “otros hablan bien”. Expuso el concepto de la memoria completa, que Bergoglio le transmitió a fin de siglo al ex jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, complementario de la doctrina de los dos demonios. Contra lo que se supone, esa doctrina recién fue acuñada por el episcopado en el documento “Dios, el Hombre y la Conciencia”, en abril de 1983, cuando el Estado Terrorista se desintegraba. Hasta entonces sólo veía de un lado a los Soldados del Evangelio, cuyas armas bendecía y a quienes se permitía señalar en forma reservada algunos “errores y excesos”, y del otro al Enemigo Absoluto del que abominaba. Las confesiones del ex capitán de la Armada Adolfo Scilingo en 1995 desquiciaron a los obispos. El marino de la ESMA dijo que el vuelo para arrojar prisioneros aún con vida al mar fue aprobado por la jerarquía, porque lo consideraban “un modo cristiano de muerte”, sin sufrimiento, y que cuando volvió consternado de asesinar así a 30 personas, el capellán naval lo confortó con parábolas bíblicas. La Comisión Permanente dijo que si algún miembro de la Iglesia “hubiera avalado con su recomendación o complicidad alguno de esos hechos, habría actuado bajo su responsabilidad personal”. Ese mismo año, en respuesta a una nota sobre el rol de Laghi, a quien el jefe de la Armada Armando Lambruschini le consultó si dejar en libertad o matar a los detenidos desaparecidos que sobrevivían en la ESMA, cinco obispos amigos del diplomático (entre ellos Oscar Laguna, Alcides Jorge Pedro Casaretto y Carlos Walter Galán Barry, quien era Secretario de la CEA y vivía con Laghi en la Nunciatura) preguntaron: “¿Para qué debemos conocer toda la verdad? ¿Para volver a enfrentarnos o para reconciliarnos?”. En 1996 la asamblea plenaria del episcopado defraudó las expectativas, en una Carta Pastoral sobre “el terrorismo de la guerrilla” y “el terror represivo del Estado”. Rechazó “responsabilidades que la Iglesia no tuvo en esos hechos” y sólo admitió que unos católicos intentaron tomar el poder político en forma violenta y establecer una nueva sociedad marxista y otros les respondieron ilegalmente. En conclusión imploró perdón a Dios por los crímenes cometidos por “hijos de la Iglesia”, ya fueran “guerrilleros, militares o policías”.
¿Yo, Señor?
En setiembre de 2000, en respuesta a la orden del Vaticano de que cada episcopado hiciera un mea culpa al iniciarse el tercer milenio, el argentino organizó una liturgia nocturna que se denominó “la reconciliación de los bautizados”. El presidente de aquel episcopado, Estanislao Karlic, dijo que la violencia guerrillera y la represión ilegítima enlutaron la Patria. Luego siguió una oración a Dios: “Te pedimos perdón por los silencios responsables y por la participación efectiva de muchos de tus hijos en tanto desencuentro político, en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación, en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas y las guerras, y la muerte absurda que ensangrentaron nuestro país”. Una vez más, colocaba en un mismo plano a la guerrilla y al terrorismo de Estado. Los obispos pidieron perdón a Dios y no a las víctimas, por los actos ajenos y no por los propios. Entre los invitados estaba Brinzoni pero ningún representante de las víctimas. Como esa liturgia sugería una cierta voluntad de enmienda por parte de una nueva conducción episcopal, el CELS solicitó a su presidente Estanislao Karlic la apertura de los archivos eclesiásticos. Respondió que la Conferencia sólo tenía el folleto de 1982 Iglesia y derechos humanos, con “extractos de algunos documentos”. Todos los párrafos lisonjeros para la dictadura, aquellos que encabezaban los documentos y que dieron título a los diarios de la época, fueron censurados en esa edición, mientras se incluían aquellos del tramo final, encabezados por algún “sin embargo” o “tampoco puede omitirse que…”. En cambio se editaron como si hubieran sido documentos públicos las cartas con críticas y reclamos que la Iglesia entregaba a la Junta Militar en el mayor secreto. Con esa técnica la carta pastoral colectiva “País y bien común”, firmada menos de dos meses después del golpe, quedó reducida a cuatro breves párrafos, separados por líneas de puntos suspensivos. El episcopado suprime la justificación de los procedimientos ilegales que sí se difundió el 15 de mayo de 1976, cuando afirma que no es razonable “pretender un goce del bien común y un ejercicio pleno de los derechos”. Otro pedido de comprensión hacia el gobierno militar que se esfumó en la edición de 1982 decía que los organismos de seguridad no podían actuar “con pureza química de tiempo de paz, mientras corre sangre cada día”. Esa pastoral de guerra sostuvo que “el bien de los individuos” debe “estar supeditado” a un abstracto bien común, que “exige la existencia del Estado con la autoridad necesaria aun en el plano coercitivo”. Ese documento fue elaborado durante la Asamblea Plenaria del episcopado, entre el 10 y el 15 de mayo de 1976, en la que cada obispo informó sobre los secuestros, torturas y desapariciones en su diócesis. Como no hubo acuerdo fue sometido a votación si denunciar o no esos gravísimos acontecimientos: 19 obispos se pronunciaron por difundirlos, pero el doble, 38, se opuso. Los obispos corrigieron tres sucesivas versiones del borrador preparado, cada una más complaciente que la anterior. Por eso. En 1982 sólo encontraron unos pocos párrafos que no fueran vergonzosos.
El pedido de amnistía
En ocasión del Tedeum del Bicentenario, el 25 de mayo de 2010, cuando Bergoglio comandaba el episcopado, uno de sus miembros, el obispo de Mercedes-Luján, Agustín Radrizzani, entregó al Poder Ejecutivo una solicitud de amnistía firmada por Jorge Videla y otro centenar de detenidos por crímenes de lesa humanidad. La entonces presidente CFK ordenó devolverla sin respuesta. En 2012, perdidas todas las esperanzas por la reelección, Videla reconoció los crímenes en varias entrevistas, se vanaglorió del apoyo y la cooperación de la Nunciatura Apostólica y del episcopado argentino y dijo que había llegado a ser amigo de Primatesta. Uno de los periodistas, Adolfo Ruiz, vio llegar a “un hombre canoso que venía, cáliz y alba en mano”. A raíz de ello un grupo de laicos que se denominaron Cristianos para el Tercer Milenio, solicitaron que la conferencia episcopal hiciera “cesar el escándalo” que implica el “libre y periódico acceso a la eucaristía” del ex dictador, a pesar de haber reconocido “sus acciones criminales, el no arrepentimiento de las mismas, sus manifestaciones relacionadas con que el ‘sinuoso camino que le tocó recorrer’ era parte del plan de Dios para la salvación de su alma y la inexistencia de voluntad reparadora alguna”. El episcopado les respondió sin nombrarlos en una “Carta al Pueblo de Dios”, en la que negó que “nuestros hermanos mayores que nos precedieron” hayan tenido “alguna complicidad con hechos delictivos”. En una nueva configuración de la doctrina de los dos demonios repudió “el terrorismo de Estado” y “la violencia guerrillera”. Los Cristianos para el Tercer Milenio se reunieron luego con Radrizzani, porque había gestionado la amnistía y porque Videla asistía a misa en el penal de Marcos Paz, que está en su jurisdicción.
–Yo sé que ellos están arrepentidos, pero no quieren decirlo para no darle la razón al gobierno– los sorprendió Radrizzani.
–Monseñor, son pecadores públicos responsables de crímenes gravísimos, si se arrepienten deben decirlo en lugar de reivindicar sus crímenes públicamente.
Sus interlocutores argumentaron que “a consecuencia de estas posiciones ambiguas de la jerarquía, comienza a hablarse del golpe cívico, militar y eclesiástico”. Los Cristianos para el Tercer Milenio tenían planeado viajar para insistir ante la Santa Sede, propósito que quedó pendiente cuando Benedicto XVI renunció al cargo y en su reemplazo la burocracia vaticana designó a Bergoglio. Hoy varios de los Cristianos para el Tercer Milenio forman parte del grupo denominado Laudatianos, que celebra cada palabra del papa Francisco. Con Bergoglio en Roma, la Iglesia Católica va por más. Con la anunciada apertura de archivos, que es el enésimo intento de blanqueo de una historia sórdida, ahora pide aplausos.
Sus propias palabras
El archivo de la Conferencia episcopal guarda las respuestas indignadas de los obispos a las denuncias por violaciones a los derechos humanos explicando “la agresión incalificable de elementos que respondían a consignas bien extrañas al ser argentino”.
La Iglesia Católica adelantó que el grueso del material, que sólo se pondrá a disposición de la justicia, de los familiares directos de las víctimas y de los superiores de órdenes religiosas provendrá de unas 3.000 cartas dirigidas a esa institución por los propios afectados. Durante mi trabajo en el archivo de la Conferencia episcopal encontré la Carpeta “Correspondencia sobre la violencia en la Argentina”, que incluye muchas cartas y sus respuestas. La reacción del presidente Raúl Primatesta era defensiva y su actitud glacial incluso hacia quienes encomiaban con ingenuidad los esfuerzos episcopales. Se convertía en furia abierta contra quienes osaban cuestionar a la jerarquía argentina. Primatesta y el secretario de la CEA, Carlos Walter Galán Barry, usaban varias fórmulas establecidas.
– A quienes objetaban las torturas aplicadas a los prisioneros por un gobierno católico, les decían que “dejando de lado algunas inexactitudes en los antecedentes de su proposición, le puedo asegurar que los señores obispos de la Argentina saben actuar, gracias a Dios, de acuerdo a su conciencia a la luz del Evangelio”.
– Una frase habitual reconocía que “sin duda han sucedido en la Argentina cosas bien dolorosas, a partir de la agresión incalificable que elementos que respondían a consignas bien extrañas al ser argentino infligieron a tantas personas e instituciones, provocando a su vez reacciones tampoco justificables en cuanto al modo”. La dictadura no lo decía de otra manera.
– Al obispo de las Islas Faroe, Ejvind Vilhelm, Primatesta le explicó que “las cosas en general no son exactamente cómo se las dijeron a usted, aunque son bastante serias. Sufrimos y seguimos sufriendo las consecuencias de la subversión y el terrorismo, y de la represión”.
– El párroco de un barrio de Londres, Oliver McTernan, envió a Primatesta un folleto de Amnesty y una queja de las Madres de Plaza de Mayo ante la insensibilidad y el rechazo de las autoridades eclesiásticas por su sufrimiento. “¿Qué podemos hacer si somos malinterpretados en el exterior? Sólo confiar que nuestros hermanos a través del mundo confiarán un poco en nosotros y pensarán que conocemos cuál es nuestro deber”, respondió Galan Barry.
– Un periodista británico de origen polaco, colaborador del semanario católico The Tablet, ofreció su ayuda a las personas desdichadas y a la Iglesia argentina. Primatesta le contestó que como periodista “debe saber bien que hay muchas maneras de manejar las noticias, aun las verdaderas, sin entrar a considerar las que no lo fueran”. El periodista, Antoni Pospieszalski, insistió en que no se basaba en el manejo periodístico de las noticias sino en una investigación de Amnesty tan poco tendenciosa que en su último folleto además de la Argentina mencionaba casos de la Unión Soviética. Esta vez le respondió Galán Barry: es evidente que la carta de Primatesta “no ha sido claramente entendida. Queden las cosas donde están”.
– Al dominico belga Ignace Berten, Galán Barry le contestó que su carta mostraba el poder terrible de los medios de comunicación, que lo habían llevado a la simplificación maniquea de un western, cuando “las porciones de bien y mal están mucho más mezcladas”, ya que “la Argentina ha sufrido un asalto marxista con intento de toma de poder y las Fuerzas Armadas se han resistido. Cómo han realizado esa tarea, ya es otra cosa”.
– La católica norteamericana Denise Cancellare sabía que “la situación es peligrosa y reclama gran coraje” pero opinaba que quizá no habría represalias si en vez de los miembros individuales se pronunciaba la propia CEA. Galán Barry le contestó: “Su información no es auténtica, puesto que la Iglesia puede hablar y actuar con entera libertad”.
– “La Argentina está sufriendo las secuelas de una subversión armada y de su represión. Dios Nuestro Señor quiera librar a vuestro hermoso país de problemas semejantes”, escribió Primatesta a tres obispos noruegos.
– “Benditos sean quienes son perseguidos por buscar justicia”, escribió un párroco canadiense. “Las cosas en nuestro país son distintas de lo que le han dicho y no es tan fácil decir quién sufre persecución por buscar justicia”, le respondió Primatesta (subrayado en el original).
– Un feligrés británico que oraba por los obispos argentinos y sus esfuerzos por los secuestrados y sus familias fue informado de que “la situación real y sus orígenes no siempre son entendidos en el exterior; a veces la información que aparece en los diarios no es correcta y en consecuencia la gente aprecia mal los hechos reales”.
– Galán Barry no disimuló su malhumor con los pastores de varias iglesias evangélicas de España, que sólo habían solicitado que la Iglesia argentina pidiera la libertad de los presos políticos y la aparición con vida de los desaparecidos: “Los pastores de la Iglesia en la Argentina conocen su obligación y tratan de cumplirla, pidiendo para ello la gracia de Dios. Por lo mismo, no era necesario que ustedes se molestaran en enviar la carta”.
– Más de dos centenares de sacerdotes italianos exhortaron fraternalmente a los obispos argentinos a perseverar con indómito coraje en la obra que estaban realizando por el respeto de los derechos humanos, a pesar de los riesgos y dificultades. “No se puede creer todo lo que publican los diarios europeos sobre este país. La realidad es que ha habido aquí una guerrilla terrorista a la que las fuerzas de represión han contestado a su vez con violencia. Todo lamentabilísimo, pero que conviene no confundir en su significado”, fue la respuesta.
– Los seminaristas irlandeses Lloyd Bracker y Thomas Walsh, que oraban para que Primatesta pudiera ejercer su liderazgo espiritual en favor de los hombres, mujeres y hasta niños desaparecidos, obtuvieron esta didáctica respuesta escrita por Galán Barry en pasable inglés: “Muchas cosas penosas ocurrieron en este país desde hace diez años, es decir desde el comienzo del cruel ataque de la guerrilla marxista a nuestra comunidad nacional, y su posterior represión por fuerzas militares. Lo sentimos más que ustedes (como fácilmente podrán entender, espero) y la Iglesia en la Argentina hace todo lo que está a su alcance para ayudar a la comunidad y a cada individuo, aunque alguna organización internacional preferiría una acción más política por parte de la Iglesia”.
– Shirley Kidd reconoció que desde su “segura parroquia en Carolina del Sur” no podía evaluar el riesgo personal o institucional que correría la Iglesia argentina por una “oposición abierta a las políticas opresivas del gobierno”, pero si el cuerpo de Cristo “siempre es doloroso, ¿cómo podemos evitar nosotros, que somos parte de ese cuerpo, compartir ese dolor?” Recibió esta indignada contestación: “No le han informado bien. Aquí en la Argentina se ha vivido un ataque de la subversión marxista (entonces nadie por el ancho mundo se preocupaba por las víctimas) y como consecuencia una represión cuyos efectos aun vivimos y lamentamos, en cuanto afectan a la dignidad del ser humano. La Iglesia no ha dejado de dar su enseñanza, hablando claro de cuanto correspondía hablar. Aquí no se ha callado por miedo”.
– Al pastor escocés Peter Bowes, quien se disculpó aclarando que no estaba bajo las mismas presiones que sus colegas argentinos, le respondieron que “la Iglesia en la Argentina tiene toda libertad para hablar y manifestarse y lo hace. It is not under pressures” (en inglés en el original: no está sometida a presiones).
– En enero de 1978, cuando la Unión de Superioras Mayores de Francia pidió que Primatesta usara su influencia en favor de las monjas secuestradas Alice Domon y Léonie Duquet, el propio cardenal contestó que “esperamos que las acusaciones veladas o abiertas de connivencia de sacerdotes o religiosos con asociaciones o movimientos de tipo subversivo inaceptables para el cristiano sean todas aclaradas, y que nadie haya sido culpable de semejante error criminal”. Por algo habrá sido.
– Cuando la Conferencia episcopal de los Estados Unidos ofrece su apoyo ante el arresto de Adolfo Pérez Esquivel, Galán Barry se toma tres meses para responder que Pérez Esquivel no trabaja con la Iglesia argentina “y no lo conocíamos aquí tan bien como parece serlo en el exterior”.
– Una organización católica canadiense comunicó su apoyo al “activo compromiso de la Iglesia argentina en defensa de los desaparecidos y sus familias”. La respuesta, que también se repitió en muchas otras cartas, fue que deberían “evitar interpretaciones no tan adecuadas”.
– Otra fórmula era que “no es fácil, desde lejos, darse cuenta de lo que significa la subversión en un país y las secuelas que deja. Dios haga que nunca la conozcan ustedes en el suyo”.
– También figura la nota de Galan Barry a Primatesta de 1978, en la cual le informa que el cardenal Aramburu estaba de acuerdo en pedir a la dictadura la cesión del edificio de la calle Suipacha para instalar allí las oficinas de la Conferencia episcopal, “con entrada de autos, muchas oficinas y un gran salón de actos” y “mucho más palaciega” que la casa que ocupaban entonces, que podría venderse “y poner el dinero a renta”. En ese edificio, que Videla les donó en 1981, anunciaron ahora la apertura de archivos.
– Durante la Asamblea XXXVI de la Conferencia episcopal, en noviembre de 1978, varias madres pidieron ser recibidas y el presidente del cuerpo se negó, como hacía siempre, sin ofrecerles ni siquiera un techo o una silla, aunque fuera bajo un diluvio. En un manuscrito Galán Barry le informa a Primatesta: “Eminencia, fui yo a recibir los ‘testimonios’. La cosa no terminó bien, porque las pobres son irracionales por el dolor”. Al archivar el documento, Galán anotó que se refería “a las madres de los desaparecidos, a quienes la policía no dejaba pasar la rotonda situada a 200 metros de la Casa de Ejercicios. Fue luego monseñor López, pero ya habían sido dispersadas”.
Será interesante ver si estos textos forman parte de la anunciada desclasificación.