Una parte significativa de las sociedades occidentales tiene una percepción negativa de los musulmanes, especialmente desde los atentados en Nueva York y Washington del 11 de septiembre de 2001. Se les atribuye simpatía hacia el terrorismo “islamista” (si no se les considera directamente terroristas, o terroristas en potencia), y se cree que quieren imponer “sus costumbres” en los “países cristianos”. Circulan predicciones demográficas según las cuales el porcentaje de musulmanes en Europa iría creciendo en los próximos años, de modo que en nuestros países se impondría una “agenda islamista” que acabaría con la democracia.
Esta percepción está basada en asunciones totalmente simplistas sobre lo que son el islam y quienes lo practican. Muchos creen que los musulmanes son un colectivo uniforme en sus creencias, costumbres y prácticas, y atribuyen a todos ellos ciertos rasgos observados en unos pocos, normalmente no por el contacto directo con personas musulmanas, sino recibidos a través de los estereotipos difundidos en los medios de comunicación.
Cualquiera que se proponga hablar o escribir sobre los musulmanes debe en primer lugar informarse sobre ellos y ellas. Y lo primero que hay que saber es que es un colectivo de más de mil millones de personas en el que existe una diversidad tan grande como la que puede haber, por ejemplo, entre los cristianos (claro que muchos también ignoran que la cristiandad abarca una variedad de corrientes que van desde los tradicionalistas católicos hasta los progres interconfesionales, desde la teología de la liberación hasta la “derecha cristiana”, desde los pacifistas bíblicos hasta el Ku Klux Klan, desde la teología de la prosperidad hasta quienes trabajan por la promoción de los excluidos, etc.).
Bert de Ruiter ofrece en este artículo y en este otro una panorámica de las distintas formas de ser musulmán en Europa (creo que puede extenderse a los musulmanes de Occidente en general). Él identifica once modalidades; no pretende hacer una clasificación cerrada (en general, no existen los “tipos puros”, ni en religión ni en ninguna otra dimensión de la persona), sino mostrar la gran heterogeneidad existente en el colectivo. Según Ruiter, existen musulmanes exaltados, convertidos, “modernos”, críticos, populares, fundamentalistas, liberales, progresistas, reformistas y seculares, además de los ex musulmanes. Leyendo los rasgos de cada uno de estos grupos, cualquiera puede comprobar que muchos de ellos se alejan por completo de los estereotipos dominantes.
Antes de opinar sobre cualquier tema, conviene buscar información sobre el mismo en diferentes fuentes, favorables y desfavorables, y no limitarse a lo que dicen escritos o vídeos panfletarios de una orientación muy concreta.
Pero, ante todo, es imprescindible tener trato personal con las personas implicadas, en este caso las musulmanas, a ser posible de diferentes corrientes. Cuando uno convive con un colectivo, comprando en sus tiendas, hablando con ellos en el patio del colegio de sus hijos, colaborando en ONG, interactuando en las redes sociales, incluso visitando sus lugares de reunión (hay mezquitas que organizan visitas o jornadas de puertas abiertas)… ya no ve a los musulmanes (o el grupo que sea) como una masa abstracta, sino que ve los rostros de personas concretas, con sus virtudes y sus defectos, con aspectos que no nos gustan y que quizá están ligados a su religión o su cultura, pero también aspectos positivos que tienen ese mismo origen.
Tristemente, en el espacio público y en las redes sociales observamos una y otra vez que muchos acompañan la crítica a una ideología o una creencia (algo legítimo, incluso necesario en una sociedad libre) con la descalificación de las personas que la sostienen (algo inaceptable). Es urgente fomentar una corriente de opinión que contribuya a distinguir nítidamente entre la crítica a un sistema de ideas o de creencias, y la actitud hacia las personas con esas convicciones. Las personas más concienciadas debemos poner en práctica el principio: “Rechazo tus ideas, pero no por ello te faltaré el respeto; creo que estás equivocado, pero te acepto por tu condición de ser humano igual a los demás en dignidad”.
Aplicándolo al tema que nos ocupa: uno, desde sus convicciones personales y los conocimientos adquiridos, puede tener en conciencia una opinión negativa del islam y del Corán, pero no por ello debe incurrir en islamofobia (rechazo a las personas musulmanas). Tiene que ser posible dialogar con otros razonando con datos y argumentos sin por ello faltarles el respeto.
Igualmente, hay que promover que las minorías no respondan con la misma moneda, sino que con paciencia, firmeza y dignidad expongan quiénes son y cuáles son sus convicciones. Una tarea difícil, pues es propio de la naturaleza humana reaccionar al insulto o la agresión con más descalificaciones.
He desarrollado este asunto centrándome en los musulmanes y la islamofobia, pero creo que estos principios se deberían aplicar en nuestra relación con cualquier colectivo, especialmente cuando se trata de minorías, que siempre tienen el inconveniente de ser poco conocidas, y como tales objeto preferente del prejuicio y el rechazo.
Imagen de Isa, ‘Diagonal’, 2 de abril de 2015.