En estos tiempos de turbulencias no está de más echar un vistazo a otras alternativas que las de una educación basada en alguna creencia religiosa, por respetable que sea. Dadas las críticas desmesuradas que se hacen y, no pocas veces, contrarias a la razón y al mero sentido común, es bueno conocer qué significa el laicismo, dentro de un pensamiento ilustrado, y porqué se mantienen privilegios a una determinada confesión religiosa, a pesar de que nuestra Constitución proclama la aconfesionalidad del Estado.
En este libro, editado por Europa Laica, quiero resaltar el interesante trabajo del profesor Fermín Rodríguez, pp. 21-69, “Por una escuela pública y laica”, que es una delicia de exposición con un rigor intelectual admirables. Este crítico hubiera comenzado la edición por ese artículo ya que invita a leer y contesta a las dudas que uno pudiera tener sobre el tema. Y hubiera dejado la beligerante Introducción para los Apéndices. Si pretendemos que un libro se lea por alguien no convencido previamente, pongamos el mejor manjar como entrante.
El laicismo no es un añadido eventual sino un elemento consubstancial a la democracia desde su origen, escriben los coordinadores. Defiende la distinción entre dos dominios: el de las creencias, que son personales, libres y variables, y el de los conocimientos, que son comunes e indispensables para todos.
La delimitación del ámbito público determina las competencias legítimas del Estado y sus obligaciones. Esa misma delimitación establece su neutralidad en materia de creencias y convicciones personales para respetar la libertad de conciencia y la igualdad de todos ante la ley. Estos son, según sus autores, los dos ejes vertebradotes de la filosofía del laicismo que debe conformar el Estado laico y de Derecho.
La escuela pública en un Estado democrático ha de ser universal, gratuita y laica.