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Apostatar en Granada y en Tombuctú: ¿por qué es tan difícil?

Es poco sensato entrar donde puede ser difícil salir. Para superar esta reticencia natural de todo ser animado las llamadas sectas buscan prosélitos entre aquellos que temporal o permanentemente tienen disminuidas su voluntad o capacidad de evaluar correctamente las consecuencias futuras de sus actos. Cuando un miembro de una familia se inicia en una de las sectas denominadas “destructiva”, es motivo de sufrimiento y provoca graves crisis en su seno.

Casi todas las sectas han sido calificadas de destructivas en sus comienzos y perseguidas por los jerarcas de los cultos ya establecidos. Sin embargo, puesto que convertir a un adulto maduro es engorroso, cuando una de estas nuevas sectas alcanza arraigo y respetabilidad adquiere nuevos miembros mediante el expediente de iniciar en su organización a los neonatos y exige a los tutores de éste que se comprometan a adoctrinar al retoño en las “verdades” de la secta, aprovechando que el infante tiene efectivamente una reducida voluntad y capacidad de raciocinio.

Esto se basa en dos principios que todo culto religioso ha de inculcar en las maleables mentes infantiles, si quiere tener éxito: primero, que el mero pensamiento de abandonar la secta es una traición que ha de auto-reprimirse, y segundo, que todas las demás sectas propagan ideas cuando menos erróneas sino peligrosas, y que es por ello imposible pertenecer a dos sectas diferentes. Estos principios son metarreligiosos, es decir, previos a cualquier otro dogma, y a pesar de su irracionalidad, si son inculcados con éxito en los niños permiten a la secta sobrevivir y crecer incluso si los demás principios religiosos que propugne son contrarios a la razón y a la felicidad del ser humano.

Quienes tras una lucha psicológica, familiar y social más o menos cruenta consiguen recuperarse de la mutilación de opciones vitales que la secta le inflingió en su más tierna infancia, se encuentran en ocasiones como los protagonistas de la película “Los ladrones de cuerpos”, rodeados de personas racionales y amables pero temporal o permanentemente incapaces de ejercer plenamente su pensamiento crítico, y que están muy preocupadas, obsesionadas, por retornar al apóstata a la paz del conformismo y el redil de la aquiescencia. Para estas bienintencionadas personas que rodean al apóstata la libertad de conciencia se reduce a reproducir las consignas que conformaron su cerebro infantil.

Los administradors de las entidades religiosas no tienen obligación en España de establecer un mecanismo de baja voluntaria de sus afiliados, a diferencia con lo que ocurre con las asociaciones normales, de modo que por el principio de supervivencia comentado, dificultan enormemente la salida formal de aquellos que lo demandan, que se suma a las citadas presiones psicológicas, emocionales, sociales e incluso económicas que ejerce su entorno sobre el “renegado”. Estas presiones pueden ser determinantes a la hora de que un apóstata in pectore evite hacer efectivo su derecho a darse de baja de un culto poderoso, sobre todo en entornos socialmente cerrados y homogéneos.

No es posible por ello encontrar en el Chilam Balam, la Biblia, la página Web de la Cienciología, el Corán, el Libro de Mormón, etc, un apartado, un versículo, una sura, que explique el procedimiento para solicitar la baja voluntaria de las organizaciones respectivas, aunque los ritos de iniciación suelen estar prolijamente descritos. Por el contrario, en algunos cultos la apostasía se retribuye con la muerte, y en otros se administra como castigo cuando el poder de dicho culto es suficiente para que la expulsión implique perjuicios de tipo social, económico e incluso familiares.

En consecuencia, aunque es “importante no perder la capacidad de apostatar” como afirma el teólogo Jaime Vázquez Allegue (Apostatar en Granada, IDEAL 25-10-2007), más importante aún es el reconocimiento efectivo de esta capacidad, o lo que es lo mismo, el reconocimiento de la libertad de conciencia por aquellos que se dedican a  tiempo completo a moldearlas. Hoy en España este derecho ha de ser reclamado por vía judicial frente a los administradores de algunas entidades religiosas (entre ellas la Iglesia Católica), que utilizan todos los recursos legales a su alcance para obstaculizarlo, lo que implica un gran costo personal y económico para el apóstata. Lo importante entonces no es mantener la mera “capacidad de apostatar”, sino la fortaleza de aquellos ciudadanos cuya integridad les lleva a superar los obstáculos que las entidades religiosas quieren imponernos a todos, y cuyos logros nos permitirán en el futuro ejercer sin cortapisas nuestro derecho a elegir de acuerdo con nuestra conciencia.

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