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Apostasía colectiva en Argentina: por qué creció el interés de renunciar al catolicismo y qué interpretación le da la Iglesia

“Soy el único acá que tiene chapa para separarse”, dice Hugo Iglesias y larga una carcajada. El hombre, de 65 años, bromea sobre su apellido mientras espera que avance la cola que hay sobre avenida Corrientes para abandonar la Iglesia católica, en una apostasía colectiva organizada a través de las redes sociales por la Coalición Argentina por un Estado Laico (CAEL).

Desde el rechazo del Senado a la legalización del aborto, el 8 de agosto último, al menos 4500 bautizados optaron por renunciar al catolicismo: lo hacen con el argumento de que cumplió un rol clave para que se cayera el proyecto, y a un nivel más general, porque creen que la religión no debería tener vínculos con el Estado.

Apostatar es sencillo. Se solicita por escrito, personalmente o por correo, que se elimine cualquier información personal (fecha aproximada y parroquia de bautismo, entre los datos clave) de los registros eclesiásticos, al amparo de la Ley 25.326 de protección de datos personales, y la Iglesia debe enviar una confirmación de que la desafiliación se realizó con éxito.

CAEL organizó la primera apostasía colectiva en 2009 y durante el último mes coordinó apostasías en varias ciudades del país, en las que juntó 4500 peticiones de renuncia, en el marco de un interés creciente sobre el tema. El 24 de agosto entregó 3000 en la sede de la Conferencia Episcopal Argentina, pero la ola de apostasías colectivas sigue: la semana pasada se hizo una en la ciudad de La Plata y realizarán otra marcha por el Día Latinoamericano del Aborto el 28 de septiembre.

Una cuestión de representatividad
Celeste también espera para apostatar. Es bibliotecaria, tiene 35 años y cuenta que aunque la bautizaron en la infancia, nunca fue practicante. “Lo del aborto se tendría que haber legislado por salud pública y no por creencias religiosas, y la presión que hizo la Iglesia fue lamentable: ver a los diputados y los senadores mencionando a Dios me pareció una falta de respeto. No quiero estar involucrada en acciones que no me representan”, dice.

“La Iglesia se arroga una representatividad grande, basada en el número de bautizados. Pero cuando te ponés a ver el discurso de la Iglesia y las acciones del común de la gente que se dice católica, la coincidencia es muy baja -sostiene Andrés Miñones, miembro de CAEL-. Es una representatividad muy inflada: el 76% de los argentinos no está en contra del aborto o las relaciones prematrimoniales, ni cree que la homosexualidad sea una enfermedad”.

El 76% del que habla Miñones es el porcentaje estimado de católicos que hay en el país, según un estudio del Conicet realizado en 2008. No hay investigaciones sistemáticas más recientes porque los censos nacionales no incluyen preguntas sobre religión y los registros eclesiásticos están descentralizados.

La Secretaría de Culto y la Iglesia, mantienen reuniones para definir formas alternativas de financiamiento al culto católico

El doctor en Sociología Fortunato Mallimaci, quien dirigió ese estudio, asegura que los números no variaron en una década, aunque la mayoría de los que se definen católicos “tienen muy poca presencia institucional”. El interés actual por desafiliarse, dice el académico, es una respuesta a la sobrerrepresentación de discursos religiosos entre los legisladores durante el debate en el Senado, algo que “ya pasó durante el gobierno de Alfonsín” con la ley de divorcio.

Para el especialista, la apostasía es importante como hecho simbólico, pero “no resuelve el problema de fondo sobre cómo se relacionan los grupos religiosos, políticos y el Estado”.

La postura de la Iglesia

“El Estado argentino ya es laico desde hace mucho tiempo: en Italia o España se puede enseñar religión en las escuelas públicas. La apostasía es un tema ideológico y político”, opina el presbítero Mario Beverati, párroco de San Nicolás de Bari.

“Interpretan que no haya salido el aborto como un hecho que tiene que ver con la Iglesia, pero no se trata de un problema religioso o de fe, sino de un problema antropológico: la cultura de la vida está en contra de la cultura de la muerte, de la que forma parte el aborto, y la Iglesia es la única que defiende a través de forma proféticas la cultura de la vida”, agrega.

La posición de la Iglesia en el debate legislativo sobre el aborto generó un interés en la apostasía

Sobre la apostasía, el sacerdote relata que a su parroquia se acercaron dos personas para preguntar, pero no volvieron: “Lo que hacemos es escuchar los motivos, para ver y contener. Si persisten, el tema pasa al obispo”.

Para el derecho canónico, la apostasía implica la excomunión automática. “Uno puede decir «yo no quiero participar de la Iglesia», pero bautizados están todos”, dice por su parte el presbítero Alejandro Russo, rector de la catedral porteña.

Hay localidades, sin embargo, donde se denuncian trabas, demoras o resistencias. A fines de agosto, se presentaron en la catedral salteña 80 cartas de renuncia que no fueron recibidas bajo el argumento de que se trataba de un trámite personal. “No creo que haya inocencia. Sabían que estábamos organizando la apostasía, salieron a decir que era una moda y una persecución, y no quisieron recibirnos. Atienden de 9 a 12 y no todos pueden ir en esos horarios”, relata desde Salta uno de los participantes.

Financiamiento y educación

Según el presupuesto 2018, la Iglesia recibe 130 millones de pesos de las arcas públicas, en forma de asignaciones para 140 obispos y arzobispos, 600 sacerdotes y 1200 seminaristas. Es una cifra que no depende de la cantidad de bautizados, como se suele creer, ni del artículo 2 de la Constitución que sostiene el “culto católico apostólico romano”, sino que está reglamentada por leyes y decretos de la última dictadura militar. Significa el 6% y el 7% de lo que la Iglesia necesita anualmente para sostenerse.

Se conformaron equipos técnicos del Gobierno y de la Iglesia para evaluar alternativas -dice el secretario de Culto, Alfredo Abriani-. “Buscamos un cambio de paradigma: pasar de la idea de que el Estado sostiene a la Iglesia al hecho de que facilite mecanismos para que los fieles la sostengan”.

La Coalición Argentina por un Estado Laico (CAEL) organizó apostasías colectivas en ciudades de todo el país

“No tenemos un Estado confesional ni hay una religión oficial. Desde hace 140 años, la Corte Suprema en diversos fallos entendió que el sostén del culto debe ser solo económico, pero muchas constituciones provinciales refrendan la educación religiosa en el ámbito público. Tener clases de religión en la currícula oficial es violatorio de un montón de tratados internacionales”, opina César Rosenstein, abogado y miembro de CAEL.

Pasado y futuro

La cuestión de fondo, según Mallimaci, es algo propio de la Argentina, donde el vínculo entre la religión y la política empezó a crecer a partir de la década del 30: “Lo que distingue a la Argentina es la cantidad de dirigentes, del oficialismo o la oposición, que mantienen relaciones estrechas con la Iglesia porque fueron formados en sus filas”.

Mario Astutti, un diseñador industrial de 44 años porteño que apostató recientemente, opina, en cambio, que la relación está destinada a cambiar. “Soy un bautizado por default, porque mis padres son creyentes, pero yo no. Las nuevas generaciones empiezan a tener otra mirada con respecto a la fe y a las religiones”, sostiene.

Por eso, relativiza haber llamado a su hijo Cayetano, un nombre muy asociado al catolicismo: “No lo bauticé. Después, él verá que hace, si le interesa acercarse a alguna religión o algo que tenga que ver con la espiritualidad. Me parece que así tiene más sentido”.

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