La fijación de horarios de baño sólo para mujeres en varias ciudades de Francia reabre el debate sobre el laicismo del Estado
Hay momentos en que algunas piscinas públicas de la Francia republicana y laica admiten sólo a mujeres. A la hora convenida, se tapan las ventanas, los empleados y el público masculino se marchan y sólo se permite la presencia de mujeres en los recintos, velados al resto de las miradas.
Asociaciones musulmanas y judías batallan para extender esa posibilidad, en ocasiones con éxito. Así ocurre en Lille, una ciudad industrial del norte del país, con una fuerte comunidad musulmana. Una de las cuatro piscinas municipales ha sido habilitada para recibir sólo a mujeres los viernes por la tarde. Una treintena de ellas usa la piscina más o menos regularmente. «Antes no iban nunca», resaltan en el centro social de Lille Sud, defensor de la iniciativa.
El número de beneficiarias es pequeño en relación no ya con la población total (200.000 habitantes), sino con los 30.000 afiliados a las asociaciones o clubes deportivos de la ciudad. Los partidarios de la medida destacan que esa misma piscina tiene horarios reservados para clases de aprendizaje infantil, hacer natación sincronizada o jugar al waterpolo. Así que ¿por qué oponerse a un horario reservado a mujeres si hay demanda? Pero la polémica crece. En pleno debate sobre la preservación del laicismo, la alcaldesa socialista de Lille, Martine Aubry, ha sido muy criticada por la derecha por conceder el permiso para los baños exclusivamente femeninos. No hay que olvidar que Aubry, políticamente menos relevante que en la época del Gobierno de izquierda, sigue siendo una auténtica bestia negra para la derecha en el poder. «¿Y por qué no vagones separados para hombres y mujeres, o playas reservadas para unos y prohibidos a otros?», se pregunta Alain Juppé, presidente del partido gubernamental, UMP. «Este sistema tiene un nombre: apartheid», martillea el ex primer ministro y alcalde de Burdeos.
Las autoridades de Lille no creen que sea para tanto,ya que el permiso de baño sólo para mujeres se reducea un día a la semana, con un horario limitado. Y además, porque, en una comunidad fuertemente machista,habilitar un lugar donde las mujeres puedan reunirse sin incurrir en las iras de sus familiares supone una válvula de escape, «una emancipación», según Aubry. No se trata de atacar la esencia laica de la República,sólo de dar «un pequeño rodeo» para evitar problemas mayores.
El comunitarismo en las piscinas no es cosa sólo de musulmanes. El alcalde de Sarcelles, un pueblo de laperiferia de París, permite una doble discriminación: un tramo del domingo está reservado a los hombres y otro a las mujeres, a petición de una asociación de judíos ortodoxos. Y la alcaldesa de Estrasburgo, del partido del Gobierno, ha tomado una medida similar.
Pero el alcalde socialista de Trappes ha dicho que nopermitirá horarios especiales para mujeres y su colega conservador de Marsella rechaza siquiera considerar la posibilidad por temor a una explosión de reivindicaciones particulares en un mosaico de comunidades.
La polémica forma parte de un debate más amplio sobre si debe legislarse contra la exhibición de signos comunitaristas. Hace tres meses, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, fue abucheado en un congreso de la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF), al recordar al auditorio que todo el mundo debe aparecer con la cabeza descubierta, no sólo en las fotos de los documentos de identidad, sino también en los controles posteriores de identidad.
Cada vez más chicas se cubren la cabeza con un pañuelo o velo en las escuelas, convencidas del deber de proclamarse musulmanas. No son mayoría, pero representan una minoría en ascenso frente a la discreción de la generación anterior de mujeres inmigrantes magrebíes.