El escritor malagueño narra en ‘Sacramento’ la vida de don Hipólito Lucena, sacerdote malagueño que seducía a sus feligresas para celebrar ritos sexuales colectivos en el altar.
Antonio Soler (Málaga, 65 años) ha dado en Sacramento (Galaxia Gutenberg) la luz de su literatura (Sur, El camino de los ingleses, Apóstoles y asesinos) a la insólita vida sacerdotal de don Hipólito Lucena, un sacerdote malagueño que en los años cincuenta del pasado siglo desafió a la Iglesia de Roma seduciendo en el confesionario a feligresas suyas a las que luego juntaba con otras (que a sí mismas se llegaron a llamar hipolitinas) para celebrar ritos sexuales colectivos en el altar de una parroquia que él regentaba. Murió en Málaga, tras pasar 20 años preso en una cárcel vaticana. Su desafío a las leyes religiosas duró años. Tanto cuando ocurría como en el tiempo de su cautiverio. Y después hubo, en su pueblo y en la propia Iglesia, un silencio sepulcral.
Pregunta. Le costó hacer el libro. ¿Ya se ha dado cuenta por qué?
Respuesta. No, pero he reflexionado mucho sobre eso. Es el libro que más me ha costado. Quizá no contemplaba la posibilidad de contar meramente la historia de don Hipólito, también quería contar cómo esa persona se fue convirtiendo en personaje dentro de mí desde que lo descubrí hace 35 años. El resultado ha sido un desafío que comprende narración, crónica y ensayo para poder explicar por qué una historia así tuvo efecto sin que saltaran las alarmas. He escrito, pues, historia real e increíble sobre un cura insólito.
P. Ese mundo que rodea a la historia de don Hipólito acompaña con su silencio la perversión del cura…
R. Por eso quería hacer un retrato del tiempo, al que llamo el mapa, en el que se va a mover este individuo. La vía más directa fue la hemeroteca. Ahí encontré un mundo de fantasía, de irrealidad. Las fake news de ahora estaban allí expresadas por otros medios. Ahí estaban la fantasía política que quería vender el régimen y el mundo de la Iglesia con un concepto muy reaccionario de sí misma y de su dogma. Un mundo ilusorio en el que el ciudadano de la época está expuesto a creencias más que a datos y a hechos. Era una época llena, en la prensa española, de noticias sobre platillos volantes o sobre perros tratados en Hollywood o Los Ángeles por la perturbación que les causaban la televisión y el jazz. La gente que leía eso era la que luego iba a misa y oía rumores de lo que estaba ocurriendo en la iglesia, pero que no tenía elementos para interpretar esa fábula que había a su alrededor. Uno de los componentes de esa fábula era don Hipólito y el mundo que creó.
P. El franquismo de las caras de Bélmez…
R. Que tenía bajo control a la ciudadanía, sumida en un espejismo en el cual era difícil orientarse, donde el rumor se convierte casi en lo oficial, historias como las actuales de los negacionistas y que en tiempos como la Transición no tenían cabida en el periodismo serio y riguroso. Ahora estamos otra vez, por cierto, en manos del rumor, de lo que no se sabe, de las fabulaciones, aunque con menos intensidad que entonces.
P. Lo llevaron a esta historia Rafael Ballesteros y Rafael Pérez Estrada, escritores que querían hacer, hace 35 años, una revista progresista. ¿Ahora entiende su insistencia?
R. Pensé: “Están heridos por algo que les hundió la juventud, y esto que me encargan tiene aire de resarcimiento”. No me gustaba ser la herramienta que llevara a cabo ese proceso habiendo sido mi familia republicana también víctima de todo esto. Con los años se convirtió en germen de literatura. Había que poner un foco sobre ese tiempo tenebroso, una infección que había contaminado a toda una sociedad.
P. ¿Es consciente de que parece increíble?
R. Me lo pareció desde las primeras noticias. Desde aquel encargo, cada tanto tiempo ha ido apareciendo alguien que me contaba algún hecho nuevo siempre bajo un manto de silencio intencionado por parte del régimen y de la Iglesia. El factor determinante para que me pusiera a escribir fue una serie de documentos privados que me llegan y que a lo novelesco le dieron la certeza de una historia real. El que una persona, un elemento de la sociedad cerrada, tuviera margen para hacer todo lo que hizo don Hipólito en su parroquia durante años, y que no fuera frenado en ningún momento, es muy increíble. Que él tuviera la capacidad de convicción ante determinadas mujeres para llevarlas a donde las llevó resulta muy increíble, pero los hechos son así. Cuando estaba en corrección de pruebas, tuve acceso a un familiar de don Hipólito. “Nos costó mucho trabajo creer que esto fuera posible”, me decía. Era muy inverosímil, en efecto, le dije: “A lo mejor para vosotros, que erais su familia y los veíais todos los días, resultaba increíble que aquella persona que tenía su lado bueno, de colaboración, religiosa y social, con los desvalidos, tuviera ese lado oscuro. Pero hay un juicio en el Vaticano. Eso no lo podéis negar. Y hay 20 años de prisión”. En los años cincuenta la Iglesia no hace eso gratuitamente. Todo es increíble, pero hay documentos.
P. ¿Qué le respondió el pariente?
R. Que era así. Pero que a ellos, íntimamente, les costó aceptarlo. La madre le había dicho: “Vas a oír cosas muy malas de Hipólito, pero no olvides nunca que fue un hombre bueno”. El sacerdote irlandés que lo vigilaba en prisión vino a ver a esos familiares. Fervoroso creyente, les dijo que él mismo tenía dos cosas en el mundo, a Dios y a don Hipólito…
P. Hay silencios: de la Iglesia, de la familia, de las mujeres a las que él llevó a sus ritos sexuales… Y el silencio del régimen. ¿Cómo los explica?
R. La Iglesia reacciona al fin porque lo que hace don Hipólito va contra su dogma, que incluye la castidad. Él toma como referencia a los místicos y al iluminismo para convencer a las mujeres de que la verdadera religión es la suya, de que no están transgrediendo a la Iglesia, sino que están yendo a sus raíces. Les cuenta cómo, siglos atrás, se podían casar los sacerdotes, que fue una imposición falsa de unos padres de la Iglesia que estaban equivocados. “¿No estáis viendo”, les dice, “la expresión de las pinturas de los místicos en el grado máximo de revelación que están en el orgasmo, contemplando a Dios? Tenemos que acercarnos a eso”. Tiene un factor de abuso del poder que está en el confesionario. Una intimidad absoluta, el secreto. Un lugar donde sondea a las posibles víctimas, por así llamarlas; va sabiendo las debilidades de cada una, a quién puede tocar y a quién no, quién es más susceptible de ser incorporada a su secta. Es verdad que cuando a él se lo llevan de España, para ser juzgado en el Vaticano, hay un pacto de silencio absoluto, un silencio blindado.
P. Bendecido aquí por el cardenal Herrera Oria…
R. Claro. Parece que reúnen a las que a sí mismas se llamaban hipolitinas y se llega a ese pacto de silencio que si se rompe puede perjudicar a la Iglesia. A mí me ha costado romperlo 35 años… Todavía hoy hay quien dice: “Esa fue hipolitina… Tengo en el hospital a una hija de don Hipólito”. Unos hijos fueron a parar a la casa cuna y otros tienen nombres y apellidos, porque también hubo mujeres casadas.
P. ¿Le sigue pareciendo increíble?
R. No, porque he tenido acceso y he hablado con personas que lo vivieron en primera línea. Por tanto sé que es así. Se presta a lo novelesco y a la literatura, pero ya tengo la certeza y la convicción de cómo se movió este individuo. Y tengo cientos de fotos de don Hipólito de niño hasta sus años adultos. Lo que dice su historia, ahora mejor conocida, es que fue un hombre que pasó de la mística a una sexualidad cada vez más compleja, más sofisticada, más perversa. Ese es el contraste que me lleva a escribir. Esa fachada detrás de la cual hay un mundo muy inquietante. Hubo abortos, huérfanos, un abuso de poder desde un estatus que él creía invisible y que por tanto era inviolable hacia personas que, en cierto modo, le entregaban lo más íntimo de sí mismas.