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Ángel Hernández, el hombre que ayudó a morir a su mujer: “Si la hubiera dejado sufrir, habría sido un torturador”

El marido de María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple, ha sido acusado de un delito de cooperación al suicidio. Su caso está en manos de un Juzgado de Violencia sobre la Mujer, una decisión que según él criminaliza a los defensores de la muerte digna y desprestigia tanto la lucha feminista como los propios juzgados especializados en agresiones machistas.

“Empecé a ser conocido ahora, tras el suicido asistido a mi mujer, pero desde mi adolescencia he luchado por los derechos civiles”. En un parpadeo, Ángel Hernández (Alcalá de Henares, 1949) ha envejecido y teme que una enfermedad neurodegenerativa lo postre en el limbo de la desmemoria, donde la vida no es vida, pero la muerte tampoco puede ser llamada muerte. Él no tendrá quien lo cuide, por lo que, ante la falta de una ley de eutanasia, cree que estaría abocado a dejar este mundo mientras esté lúcido. Es decir, a ayudarse a morir antes de tiempo.

mientras esté lúcido. Es decir, a ayudarse a morir antes de tiempo.
Su mujer, María José Carrasco (Madrid, 1957), tuvo la suerte de tenerle a su lado. Padecía esclerosis múltiple y, durante tres décadas, él fue su voz, sus ojos, sus brazos y sus piernas. Ángel —que podría escribirse en minúscula sin incurrir en una falta de ortografía— cree que antes de la entrevista es necesario ver los treinta vídeos que ha grabado para documentar el sufrimiento de su pareja, quien ya no podía más, pese a estar atiborrada de morfina.

Las imágenes, dramáticas, reflejan su dolor y son el mejor argumento a favor de la muerte digna. Sin embargo, acusado de un delito de cooperación al suicidio, su caso fue trasladado a un juzgado de violencia de género. Para demostrar que cuidó con mimo a su compañera hasta que la situación fue insostenible, decidió grabar el vídeo Mi violencia de género, al que ha tenido acceso Público. Su irónico título rebate la interpretación de la Audiencia Provincial de Madrid, cuyo auto ha sido cuestionado por la Fiscalía y recurrido por su abogada.

Ángel no maltrató a su mujer, sino todo lo contrario, por lo que considera que ser juzgado por ese tribunal no sólo lo criminaliza a él, sino que también desprestigia la lucha feminista y los propios juzgados de violencia contra la mujer. Militante izquierdista durante el tardofranquismo y la transición, este “antifascista republicano” conoció la cárcel y el exilio antes de conocer a la mujer de su vida, a quien tanto amó, de quien tanto aprendió, a quien tanto echa en falta. Ya sólo le queda la lucha por los otros, Ángeles que sobrellevan en silencio la tortura que padecen las Marías de cuerpo desahuciado.

A sus setenta años, él quiere seguir viviendo precisamente para batallar por un derecho que le negaron a su esposa y que sigue provocando el sufrimiento de tantos enfermos incurables. Podría charlar cómodamente en su casa, que adaptó para poder atender todas las necesidades de María José, pero no quiere personalizar la causa. Por ello, opta por conversar en la sede de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, cuyo objetivo es despenalizar la eutanasia y que los afectados no tengan que recurrir a la clandestinidad para poder librarse de su dolor y, al fin, descansar en paz.

Resulta sorprendente que la jueza que instruía el caso se inhibiese en favor de un juzgado de violencia contra la mujer.

Determinados magistrados no tienen ningún interés en conocer la verdad. Es más, cuando se presentaron en nuestra casa los agentes de policía y les demostré que yo le había suministrado a mi compañera el pentobarbital sódico para ayudarla a suicidarse, me preguntaron con qué había grabado los vídeos. Yo les entregué mi teléfono para que extrajeran toda la información. Sin embargo, estuvo tres meses retenido en el juzgado y no volcaron los datos. Según mi abogado, no llegó a ser objeto de investigación y, al devolvérmelo, han roto la cadena de custodia. Como yo ahora podría manipularlo, ya no vale como prueba. Eso refleja la falta de interés, porque en ese aparato está la verdad.

¿Cuál es esa verdad?

La auténtica verdad es que nosotros, María José y yo, nos propusimos que la ayudaría cuando llegase el momento. En 2018, estaba en un estado irreversible y ya no podía seguir con ese dolor y sufrimiento, por lo que me hice responsable de la situación a la que me había comprometido.

Ella ya se lo había pedido mucho antes.

Y muchas veces. Incluso quería suicidarse para que no llegase el momento en que tuviese que ayudarla. Y en una ocasión lo intentó…

¿Por qué lo evitó?

Porque la quería recuperar. Todavía estaba en condiciones, a pesar de su situación, de vivir dignamente. Entonces, la persuadí para que no lo hiciera. Ella me quería demasiado para permitírselo. Hablan del amor hacia mi mujer por ayudarla a que dejara de sufrir, pero ella me dio mucho más amor. En el fondo, yo era un egoísta, pues quería mantenerla conmigo todo el tiempo posible. Y ella accedió, hasta que el año pasado se puso peor y fue terrible. Creo que empeoró cuando le denegaron una plaza temporal en una residencia para que me pudiesen operar de una hernia umbilical.

Ya la había solicitado años antes.

Sí, en el 2007, pero no tenía la suficiente edad para estar en una residencia de mayores y rechazaron la solicitud para ingresar en un centro especial para enfermos con esclerosis múltiple.

¿Se puede matar por amor? Aunque procedería usar otro verbo.

Ayudar a morir debido al sufrimiento que está padeciendo una persona. Si yo hubiera seguido viéndola sufrir, habría sido un torturador. Lo que pasa es que en este país al torturado se le premia con el mito del cielo y al torturador se le ponen medallas. Sabemos cómo funciona la moral religiosa en España.

¿Es ateo o agnóstico?

Totalmente ateo. Y mi mujer también lo era.

¿En qué cree usted?

Yo creo en ti. Sé que existes…

¿La sociedad católica valora el sufrimiento?

La jerarquía eclesiástica vive del sufrimiento de los demás. Del mito de la muerte del hijo de Dios. Y le encanta vivir en ese fango.

Lo que importa es la vida y ya luego… ¿hay algo más?

Para mí, sí. Para María José, no. Su vida y su historia se acaban en el momento que muere. Lo que queda es la memoria de esa persona.

Uno podría estar en contra de la muerte digna hasta que le toca, o sea, hasta que lo sufre en carne propia.

O no. Hay fundamentalistas que lo llevan hasta las últimas consecuencias y consideran que haber sufrido va a suponer un premio. De hecho, la jerarquía eclesiástica le dice a la gente —sobre todo a los más humildes, para que no se rebelen— que cuanto más sufra, mejor. Porque una persona no sólo sufre por una enfermedad, sino también porque no llega a fin de mes, no puede darle de comer a sus hijos, la echan de su casa o es agredida por ser homosexual.

¿Respeta que una persona sana decida suicidarse si atraviesa una situación extrema?

La libertad está por encima de todo. Ahora bien, si está en buenas condiciones, insistiría en que no lo haga. Si se quiere suicidar, adelante, pero nadie la va a ayudar. Ese caso no tiene nada que ver con la ley de eutanasia.

¿Qué encierra detrás la oposición férrea a la eutanasia desde una perspectiva moral o religiosa? 

Unas creencias arcaicas que están incrustadas en la sociedad. Las catedrales deberían servir para predicar la sabiduría y no para promocionar la mentira.

¿Quiso edificar una catedral de la muerte digna documentando el proceso de la muerte de María José para concienciar a la sociedad, a la políticos y a los jueces?

Nosotros fuimos improvisando, aunque llegó un momento en el que había que hacerlo, porque ella estaba en un estado bastante precario. Si tenía una mosca en la frente, no podía rascarse. Entonces, nos planteamos dos opciones: la que llevó a cabo Ramona Maneiro con Ramón Sampedro y la que finalmente elegimos, que fue dar la cara. Cuando el Congreso no aprobó los Presupuestos el pasado febrero, supe que el Gobierno socialista no aguantaría más. Entonces, esperé a que Pedro Sánchez disolviera las Cortes en marzo para decirle a María José que no había ninguna posibilidad de que se tramitase la ley de regulación de la eutanasia. Ella no quería que yo diera la cara, pero como la norma no iba a salir adelante, decidí hacerlo.

De lo contrario, hubiese hecho como Ramona Maneiro y optado por la clandestinidad, que era la alternativa que prefería mi mujer. En realidad, eso es lo que le hubiese gustado a los fundamentalistas, pero están rabiosos porque le he puesto rostro al sufrimiento.

¿Se considera un valiente?

No, en absoluto. Soy una persona que le ha plantado cara a unas leyes injustas. Es decir, he subvertido una norma que establece que la ayuda asistida a un suicidio sea castigada.

¿Para cuándo la ley de eutanasia?

No se sabe…

Ha cumplido setenta años: ¿la verán sus ojos?

Sí, aunque necesitamos que este país se estabilice políticamente y que haya un Gobierno progresista que plantee la necesidad de tramitarla.

Luego está la hipocresía de los políticos conservadores, que legislan en contra de algunas leyes y, luego, se aprovechan de ellas una vez aprobadas. Del divorcio al aborto, pasando por el matrimonio homosexual.

Más del 50% de los creyentes y más de un 80% de la población están a favor de la despenalización de la eutanasia. Pero hay una minoría que tiene muchísimo poder, porque está incrustada en los sectores más importantes del Estado, como la Justicia o la Iglesia, que tanto presiona a partidos como el PP. Son pocos, pero ejercen más fuerza que la mayoría, como se refleja también en su oposición a la ley de violencia de género.

¿Los partidos llevan retraso respecto a la sociedad e incluso a sus propios votantes?

La respuesta correspondería a un sociólogo… Quizás la mayoría de los dirigentes no estén tan preparados como sus representados. Aun así, los progresistas somos bastante flexibles a la hora de considerar que esas personas que están en nuestra contra cuando defendemos los derechos civiles también pueden ejercerlos. Si Javier Maroto ama a su pareja, no me importa que se case, pese a que el PP nos haya puesto palos en las ruedas.

Además, la consecución de un derecho no implica que todo el mundo deba ejercerlo.

Claro. Nosotros estamos ampliando las libertades. Los progresistas somos muy generosos, porque no solamente pensamos en nosotros, sino también en ellos. Por ejemplo, podría llegar un día en el que quisiesen divorciarse, como ha sucedido. El problema es que en España hay fundamentalismo.

¿Hay un repunte o se ha hecho más visible?

Sí, hay un repunte, aunque ya estaban ahí. Vox es el afluente del Partido Popular, que es de extrema derecha, porque viene de donde viene… Lo que pasa es que se ha aprovechado de la lucha de los progresistas, de la Constitución y de todo lo que le beneficia. Pero, insisto, los progresistas somos muy generosos y no se lo echamos en cara. Al contrario, les decimos: “Venid a nuestro espacio de libertades, porque no tenéis ni idea de lo que es eso”.

Desde Ramón Sampedro, no ha habido un caso tan mediático como el suyo, pero bajo ese estrato visible hay numerosas personas que sufren en silencio.

Nosotros hemos sido muy discretos. Parece que salimos del armario hace poco, con el bloqueo de la ley de eutanasia por parte de Ciudadanos y el Partido Popular, aunque llevábamos luchando tres décadas por mantener la dignidad de María José. En 1989 le dijeron el nombre de la enfermedad que padecía, pero ya tenía secuelas.

Usted grabó a María José y esos vídeos entraron en el salón de cada casa, reflejando su desesperación y el abandono institucional.

A veces es necesario plantearle a la gente la situación de manera cruda para que entre en catarsis. En todo caso, apenas se han difundido los vídeos, porque grabamos más de treinta de una forma descarnada para mostrar el sufrimiento. Son la imagen del dolor. Y lo hicimos así porque días antes el muchachito este, Pablo Casado, tuvo la desvergüenza de decir que el problema no existía. Lo escuchaba mientras veía a María José retorciéndose en la cama. Uf… [Ángel se emociona y guarda silencio]. Fue un miserable al decir eso, cuando algunos de sus representados atraviesan la misma situación.Entonces, decidimos improvisar y, en vez de grabar una declaración en la que mi mujer explicaba por qué quería suicidarse, mostramos su estado con absoluta crudeza.

¿La irrupción de Vox empeoró las posibilidades de sacar adelante una ley?

El partido de Santiago Abascal y el PP son la misma cosa. Y Casado es el bufón de Vox.

¿Pero provocó la radicalización de Casado?

Casado es un radical. Aunque su afluente político no fuese por libre, está en contra de la despenalización de la eutanasia.

¿Ha habido una involución en el PP respecto a Rajoy y su equipo?

Son iguales. Rajoy era más moderado en las formas, pero también es un reaccionario: el posfranquista que le quitó el dinero a la Memoria Histórica.

¿Cree que sería necesario que una persona católica y conservadora hiciese lo mismo que usted para…?

No, no, no… Ni cristiano, ni agnóstico, ni ateo. Que nadie más dé la cara, como he hecho yo, porque sería contraproducente. Lo que ha ocurrido ya es suficiente. No es necesario mostrar nada más.

Si persiste esa cerrazón, seguirá habiendo tortura: una persona lúcida, enjaulada en su cuerpo, dolorida e inmóvil.

Ya hay mucha información para saber que otras personas como María José necesitan que se les ayude.

¿Cómo llevó usted el encierro interior de su mujer?

Yo somaticé su dolor y su sufrimiento. Me afectó a la salud y tuve problemas físicos.

¿Lo envejeció?

Bastante. Cuando supe las consecuencias de su enfermedad, en un año se me cayó el pelo. Lo tenía enorme [muestra una foto]. Éste era yo…

Cuando se fue María José, ¿supuso una liberación para usted?

[Suspira profundamente] Sí, respecto al sufrimiento de ella. Pero también fue una gran pérdida. Yo… [Ángel se emociona]. Fue una gran pérdida, aunque había que hacerlo, porque sufría mucho.

¿Ha sido feliz durante estos años? O, mejor dicho, ¿ha vivido momentos de dicha?

Sí, he sentido mucha felicidad junto a ella. Hace años, cuando intentó suicidarse, a mí me apetecía seguir a su lado. Por suerte, llegué a tiempo para librarla del suicidio. Hice que vomitase lo que había ingerido y evité su muerte.

¿Y ella se lo tomó…?

Al día siguiente, le dije: “Tienes toda la libertad de hacer lo que quieras, porque tu vida es tuya, pero me gustaría hablar antes contigo sobre ese tema”. Y le comenté: “No te preocupes, porque yo voy a estar siempre contigo”. Entonces, pedí una reducción de jornada para cuidarla e implicarme en su problema. Más tarde, solicité un permiso excepcional de varios años. Y, finalmente, me acogí a la jubilación anticipada para estar con ella.

¿En qué trabajaba?

Yo ejercía como técnico de imagen y sonido en la Asamblea de Madrid, mientras que ella era secretaria judicial. Una persona muy inteligente y preparada intelectualmente.

La formación ayuda a comprenderlo todo, ¿no?

Claro. La formación incluso ayuda a saber lo que es un mito y lo que no, así como a distinguir la verdad de la mentira.

Decía el filósofo Salvador Pániker: “Quien teme a la muerte es porque también teme a la vida”.

Nosotros éramos una pareja que amaba la vida. Decidimos no tener hijos para vivir nosotros dos, porque de lo contrario hubiéramos dividido nuestro amor por ellos. Estábamos muy compenetrados y queríamos que nuestro amor fuese el de ella hacia mí y el mío hacia ella.

¿Cómo se conocieron?

Yo tenía 32 años y ella, 24. Había estudiado Imagen y, como soy un cinéfilo empedernido, sentía curiosidad por ver cómo trabajaban los actores. Entonces me matriculé en una academia de arte dramático. Y ella, aunque venía de Derecho, estaba allí. Su historia es impresionante, porque su padre era abogado y el 24 de enero de 1977 había sido convocado en el despacho de los abogados laboralistas de Atocha, donde tuvo lugar el atentado ultraderechista. Como María José no se enteraba de la asignatura que estaba preparando para un examen, le pidió ayuda. Aquella noche, él pensó que ya habría suficientes abogados en la reunión y, antes de salir por la puerta de su casa, se quitó el abrigo, lo colgó y se quedó explicándole la materia. Como estaba previsto que acudiese al despacho y una de las víctimas se parecía a él, fueron a su casa a dar la noticia de su muerte y él mismo les abrió la puerta. ¡Su hija le había salvado la vida!

Tras la matanza, María José dejó de estudiar Derecho, porque tenía la intención de hacer prácticas allí. Entonces, se metió en mi academia de arte dramático y nos conocimos de casualidad en una cena. Hablando de política, un compañero le dijo: “¿Sabes que Ángel ha estado en la cárcel?”. E, inmediatamente, se interesó por mí.

¿Y a usted que le gustó de ella?

Su inteligencia y su preparación. En muchos aspectos, me desasnó. En otros, no, porque yo siempre he sido feminista y defensor de los derechos sociales. Pero, intelectualmente, tenía un origen más humilde. Yo me hice a mí mismo.

¿Qué hacían sus padres?

Mi padre trabajaba de peón en una fábrica. Y mi madre, sus labores.

Y antes de los treinta años de enfermedad, ¿cómo era su vida?

Fueron pocos años, aunque muy interesantes. Lo nuestro no fue un flechazo, propio de unos adolescentes con las hormonas en ebullición. Ambos teníamos pareja y cada uno hacía su vida, por lo que todo surgió poco a poco.

¿Una pasión racional?

Una pasión racional que se convirtió en un amor de impresión. Fue mucho más fuerte que el flechazo, un amor que puede venirse abajo cuando se termina el deseo sexual o cuando conoces a la persona y ves sus defectos. En nuestro caso, al contrario, la flecha se iba haciendo cada vez más grande y resistente.

¿Cómo era aquel joven que pasó por la cárcel?

Siempre he sido un rebelde. En el buen sentido de la palabra: un rebelde con causa.

Antes de luchar por la muerte digna, usted ya había bregado…

Contra el franquismo. Desde la adolescencia había sido un luchador antifranquista, aunque se me podría considerar un antifascista republicano.

¿En qué organizaciones militó?

Yo estuve en un partido político, pero lo dejé porque no estaba de acuerdo con ellos. De eso hace cuarenta y tantos años… Hicieron mucho daño, por lo que prefiero omitir su nombre. Mis mejores amigos proceden de aquella militancia, bastante republicana y revolucionaria. Había gente muy maja y buena, pero los dirigentes… Los de arriba, no.

¿Corren los viejos partidos el riesgo de ser fagocitados por los nuevos?

Parece que hablas de Izquierda Unida y Podemos… El desarrollo de la sociedad es inexorable y no podemos pararnos en el siglo XX. Por experiencia, cuando un dirigente toma una decisión, sé si es un buen estratega o no. Por ejemplo, Pablo Iglesias no es un buen estratega.

¿Quién lo sería?

Ninguno, porque no tienen experiencia. En la izquierda, pueden tener la experiencia de los años de bonanza democrática, pero una persona se brega cuando lucha contra las injusticias. Ahí es donde nace la estrategia, no en los partidos. Por eso sería interesante que los jóvenes progresistas, que no tienen ni idea de estrategia política, contasen con el consejo de algunos veteranos luchadores antifranquistas, ahora relegados.

¿Cuánto tiempo estuvo en la cárcel?

Tres años y un mes.

¿El motivo?

Bueno, estás hablando con un terrorista… Yo fui acusado de terrorismo por el Tribunal fascista de Orden Público. ¿Qué es lo que hice? Me acusaron de apedrear una sucursal bancaria que no apedreé. Solicitaron una pena de siete años y me condenaron a cinco.

¿Qué edad tenía?

Veinticuatro. Hacía tiempo que no estaba en el partido ni había participado en la acción por la que me acusaban, pero eso no importaba. Sabían que yo era republicano y que mi familia había defendido la Segunda República con las armas. Y que algunos habían muerto fusilados o en la batalla.

Me remito a su afirmación anterior: ¿se consideraba un terrorista?

¿¡Pero qué terrorista es una persona que apedrea una entidad bancaria!? Lo decía irónicamente, porque nos acusaban de cualquier cosa. Terrorista era el Tribunal fascista de Orden Público, porque defendía el crimen organizado desde 1936.

Luego se exilió en Suiza.

Porque salí de la cárcel y, después de una huelga, fueron a por mí. Franco había muerto y yo seguía trabajando por los derechos civiles. La transición fue cruenta, pese a que determinadas fuerzas intentaban blanquearse. Y no me refiero sólo a la extrema derecha, porque determinada izquierda también tergiversó la historia. Ahora bien, nadie me puede decir qué pasó entonces, porque yo la viví, la conocí y la padecí. No me cuelan la revisión histórica ni me vale la excusa de que entonces “no había condiciones”, porque sí que las había, pero hubo bomberos que las acallaron.

El doctor Montes también fue…

Lapidado.

Hasta el punto de que lo apodaron el doctor Muerte. ¿Cree que su caso fue una cortina de humo para tapar la privatización de la sanidad madrileña y desprestigiar el servicio público, más allá de criminalizar a los defensores de la muerte digna?

Hay algo de todo eso. Los reaccionarios nunca permiten que haya alguien que pueda disentir de lo que ellos opinan. O sea, la derecha necesita el pensamiento único.

Había varias capas bajo las denuncias y el juicio al coordinador del servicio de urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés.

Está claro que al PP le interesaba evitar que Luis Montes se convirtiese en un portavoz del buen morir, frente al sufrimiento y la tortura. De alguna manera, ahora lo están haciendo conmigo al llevar mi caso a un juzgado de violencia contra la mujer. No quieren disidentes: lo llevan mal y son muy vengativos.

[Al doctor Montes le hicieron la vida imposible desde la Consejería de Sanidad, en manos del Partido Popular, aunque fue absuelto por la Justicia de los delitos que se le imputaban: el consejero del ramo, Manuel Lamela, lo había acusado de la muerte de veinticinco enfermos terminales por recibir “sedación irregular, no indicada, indebida o en exceso”. Aunque nunca recuperaría su puesto en el hospital de Leganés y terminó jubilándose, desde 2009 hasta su fallecimiento en 2018 fue el presidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente]

Además de desviar la atención del problema real —la eutanasia—, lo enredan a usted con la violencia de género, un delito despreciable a ojos de la sociedad. Y sucede justo en este período histórico, marcado por el auge del feminismo.

Efectivamente. Cuando hacen esto, lo que más les preocupa es que surja un movimiento contrario a sus ideas. La reacción de la sociedad ante el caso de María José les ha desbordado. Son incapaces de negar la existencia del problema y lo llevan fatal. Han intentado desprestigiarme, al mismo tiempo que intentan minimizar las agresiones machistas y desacreditar una institución tan importante y necesaria como los juzgados de violencia contra la mujer. Todo va incluido en el mismo paquete.

Recientemente, también ha habido personas que han difundido una postura diferente ante la enfermedad y el dolor: la de quien decide seguir sufriendo.

Es justo que haya gente así, porque refleja la diversidad de la sociedad. Quienes queremos que haya una despenalización de la eutanasia y del suicidio asistido los respetamos, ¿pero nos respetan ellos a nosotros? Porque una ley no obligaría a nadie a acogerse a ese derecho: como si desean que los crucifiquen.

¿Al enfermo hay que decirle la verdad? ¿Qué es lo que padece y lo que le espera?

No lo sé. Yo no voy a hacer como Pablo Casado, quien habla por toda España y por todos los españoles. En nuestro caso, María José lo sabía todo. Y, si le quedasen seis meses de vida, se lo diría.

¿Es peor el dolor que la muerte?

La muerte digna a veces evita un dolor irreversible, o sea, una tortura de por vida. Un sufrimiento que, en el caso de mi compañera, aumentó debido a los efectos secundarios de la medicación. Eso no se dice, pero la consecuencia de los fármacos es terrible: ella tenía mono y cada vez había que aplicarle más morfina y fentanilo.

No le servían de nada y le provocan, entre otros, problemas de respiración. En 2018 estaba tan mal que era inevitable ayudarla a morir y, como me lo había pedido muchas veces y yo me había comprometido, tuve que hacerlo.

Y, a partir de ahora, ¿qué espera de la vida?

Pues lo que esperaba hace treinta años: vivir todo el tiempo que me quede y, sobre todo, no tener demencia. Como le decía a María José: “Tú tienes la suerte de contar con una persona que te ayuda, pero yo, si no se aprueba la ley de eutanasia, no la tendré”.

¿Y si usted sufriese una enfermedad neurodegenerativa?

Lo tengo muy claro. Si percibiese los síntomas, desgraciadamente tendría que tomar la decisión de suicidarme si la ley todavía no se hubiese aprobado. En cambio, si estuviese en vigor, podría alargar mi vida, porque alguien podría hacerlo por mí. La ley es importante porque evita adelantar el suicidio de los enfermos. Es decir, sin eutanasia acortas la existencia de una persona al impedirle que, cuando en el futuro aumente su sufrimiento, pueda poner fin a su vida y acabar con su calvario. En resumen: María José ha podido vivir todo este tiempo porque yo la iba a ayudar a morir.

Un suicidio prematuro y, de alguna manera, forzado.

Forzado por unas leyes y por una sociedad que predica lo contrario de lo que hace.

Un problema que se agrava con el aumento de la esperanza de vida, gracias a los avances médicos, al manifestarse enfermedades asociadas a la edad.

Eso es malvivir. Yo estoy unido a las mujeres que cuidan de sus mayores y enfermos. Como hombre, me di cuenta de que tenía que hacerlo, porque son ellas quienes desempeñan esa labor. Yo tengo muy desarrolladas las neuronas espejo [ligadas a la empatía] a raíz de todo el proceso de lucha. Soy consciente de las personas que lo están pasando mal a mi alrededor. Algo que también le sucedía al doctor Luis Montes, porque veía el dolor de las personas y procuraba que no sufrieran cuando era irreversible y ya no había forma de curarlas. Pablo Casado, en cambio, tiene las neuronas espejo necrosadas.

Pese a todo lo expuesto, no pudo beneficiarse de la ley de dependencia: la Comunidad de Madrid nunca le concedió a María José una plaza en un centro de esclerosis múltiple, ni siquiera temporalmente, cuando usted tenía que ser operado de una hernia umbilical provocada por los esfuerzos físicos realizados durante el cuidado de su compañera.

Nunca recibimos ayudas y los cuidados los pagué de mi bolsillo. María José esperó once años por una residencia, sin conseguirlo. Al final, cuando estaba en cuidados paliativos y ya no iba a ingresar en un centro, solicité ayuda a domicilio a la Comunidad de Madrid, pero también fue rechazada. Sólo el Ayuntamiento nos concedió tres horas a la semana. La única administración que se preocupó por nosotros fue ese mismo Ayuntamiento que ha echado abajo la extrema derecha.

Sorprende su vía crucis en busca de ayuda y el desdén de la Comunidad de Madrid.

No tanto, porque estaban en la cueva de Alí Babá, muy interesados en llevarse el dinero. No podían pensar en otra cosa que no fuese robar más.

Los políticos.

Los políticos, no: el Partido Popular. Aunque el PSOE también ha hecho de las suyas, el PP en Madrid es terrible. No han hecho absolutamente nada.

Sin embargo, el PP gobierna ininterrumpidamente la Comunidad desde 1995, mientras que la Alcaldía de Manuela Carmena fue flor de un día.

En parte, la izquierda también ha tenido mucha culpa. No saben organizarse y son bastante malos para lograr que el progresismo abunde, cuando España es más progresista que reaccionaria.

¿Los votantes madrileños del PP se han inmunizado contra la corrupción?

La gente a veces se mueve por ideología y lo considera mala suerte: “Son manzanas podridas. Las quitamos y ya está”. Además, cuentan con medios afines que atenúan la corrupción e impiden que se magnifique. Sin embargo, hablamos de una mafia, porque el PP está considerado una organización criminal.

¿Cree que los simpatizantes de izquierdas o progresistas penalizan más a sus partidos?

Siempre. Yo creo que son más honradetes y penalizan cualquier cosa. No obstante, los dirigentes son muy malos estrategas. En política hay que ser listo, sobre todo cuando las mismas fuerzas fácticas atesoran el poder y nos dominan desde hace ochenta años.

Entre la transición y el Gobierno Aznar, por fijar un período concreto, ¿su talla política era mayor?

Eran mejores estrategas, pero también unos sinvergüenzas, porque tergiversaron la historia. Sostenían que en el tardofranquismo solamente se luchaba a favor de la democracia, pero obviaron que aquí también se luchó por un Estado republicano, más democrático que la monarquía. Durante la transición, la extrema derecha estaba interesada en blanquearse, aunque también hubo una tergiversación por parte de la izquierda.

Sus dirigentes obviaron la causa republicana, los sindicatos tuvieron que bajarse los pantalones y los muertos siguieron en las cunetas. Después de tanto sacrificio, el proceso constituyente debería haberse basado en la Constitución de 1931 y no en los pilares de las leyes del Movimiento.

Comentaba que sus ojos verán una ley de eutanasia. ¿Y una república?

Eso va a ser más difícil, porque han tenido ochenta años para influenciarnos en su contra.

Antes decía que la izquierda ha sido más generosa.

Claro, la izquierda siempre ha sido más generosa, pero a veces no ha sido muy inteligente. Y se puede ser generoso, pero no tonto.

¿Usted le teme a la muerte?

No, en absoluto. Si no fuese necesario demostrar que hay enfermos que siguen sufriendo, yo probablemente me hubiera suicidado junto a María José.

¿Quiere decir que, si fuese egoísta, se hubiese ido con ella?

Sí, porque tengo setenta años y mi vida no está acabada, pero sí hecha. Aunque a lo mejor no sería conveniente reflejar esto en la entrevista… ¿O sí?

Está siendo sincero y simplemente expresa que hay que seguir luchando por una causa, anteponiéndola a sus intereses personales. No cabe la malinterpretación.

Sí, quería decir precisamente eso. Sólo pretendo seguir luchando por la despenalización de la eutanasia, porque para mí lo más importante es que se conozca la verdad de quienes continúan sufriendo.

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