En muchos sectores del librepensamiento, el republicanismo y hasta en el socialismo se consideraba que la mujer en España estaba dominada por el clero, siendo fundamental para el progreso luchar para terminar con esa dependencia. En gran medida, el argumento tenía una cierta carga paternalista y consideraba casi como menor de edad a la mujer. Es más, terminó por influir en la tendencia de una parte de la izquierda que fue contraria a un pronto reconocimiento del sufragio femenino por temor a que el voto femenino fuera cautivo del conservadurismo y la derecha.
Pues bien, en esta pieza queremos estudiar la reacción de una mujer, de fuerte compromiso social y político, como fue Amparo Martí, ante esta tesis. En Vida Socialista, en el verano de 1910 (17 de julio), escribió un artículo en la sección de “Páginas Feministas” con el título de “El hombre de casa”, a cuenta de la polémica que se había generado con la política religiosa del Gobierno, y que había provocado que un grupo de señoras de la aristocracia hubiera protestado contra las medidas tomadas, lo que, “en apariencia” habría dado un “marcado carácter feminista a esta cuestión”, siendo pocos los “escritores liberales” que no culpasen del atraso de España y de la fuerza del clericalismo a la mujer.
Pero, en primer lugar, Martí recordaba que en España y en la mayoría de las “naciones civilizadas” la mujer carecía de personalidad política, jurídica y social, viviendo bajo tutela. Así pues, era al hombre al que había que pedir cuentas. El hombre sería responsable de haber permitido que la mujer no pudiera educarse, y por ello el clericalismo se valía de esa circunstancia, provocando discordia en el hogar y un freno al progreso.
El hombre era el responsable de que los niños fueran educados por las congregaciones religiosas, y también de no haber actuado en política, dejando que se tomasen decisiones que habían provocado que se multiplicaran las asociaciones religiosas. Así pues, España estaba pagando pecados antiguos. Los denominados liberales y republicanos habían dejado pasar año tras año sin luchar por una causa que decían sustentar.
Amparo Martí cargaba duramente contra la apatía del que denominaba “hombre de casa”, que, aunque no simpatizaba con la reacción, dejaba hacer y no se preocupaba de nada. Si su esposa, madre, hermana o pariente se vinculaba a una asociación religiosa, y si ésta influía en los asuntos domésticos y el niño era educado por la misma no decía nada. Lo que no quería era enredarse en política, sino que le dejaran tranquilo.
Se decía que había que educar a la mujer por el retraso en el que se encontraba. Martí no cuestionaba esto, pero antes convenía educar al hombre, al hombre egoísta para hacerle comprender que el egoísmo nunca había sido un factor de progreso. Había que educar al hombre de casa, y solamente entonces podría emprenderse la educación de la mujer.